martes, 17 de junio de 2008
The Cost of Cotscoing
Para Bernardo Marques, en respuesta a un cuento suyo.
Hoy volvió. No le bastó una temporada en el paraíso. Insensata.
No hay mejor carnada que la paciencia, A él le sobra la paciencia. Tampoco le faltó ingenio para improvisar con vuelo imaginativo un nido de amor hecho de desperdicios flamantes. Ahora añadirá un par de lujos: vinos oxidados, langostas fallecidas hace un año. La mujer pensará que han tomado por asalto el reino de la abundancia. Embriagados con pareja ilusión de libertad mugían y cacareaban nuestros padres, los pobres.
Esta noche el paraíso se poblará de fantasmas.
No hablamos del aura de los niños baratos que fabrican muebles enfermos. Tampoco de las almas de los obreros que perdieron la vista ensamblando locuras electrónicas.
En la carnicería todavía exhiben los costillares de nuestras madres. Los reconocemos con el mismo terror que esos huesos sienten ante nuestra desollada presencia.
Hoy volvió, peor para ella. Llegó la hora de salir del frigorífico, recorrer las avenidas, de los cereales, hacer escala en el estante de las flores pintadas, invadir el sueño de los invasores hasta que los ansiolíticos salgan disparados de sus frascos.
viernes, 13 de junio de 2008
miércoles, 11 de junio de 2008
Metempsícosis
Fotógrafo: Frank Vélez Quiñones
A Néstor Barreto
Nadie amará más intensamente, no de la misma manera. Nadie amará a un escritor como lo amamos, es imposible. En las postrimerías de mi vida se reempacaba a Cortázar con pistas y glosarios. Él, que siempre tuvo aspecto de muerto, o acaso de cuerpo embalsamable.
Cuando se quiere de veras se esconden las pistas y se queman los glosarios.
La muerte de una mujer es la muerte de sus amores, de su forma de amarlos.
Eso es lo peor de morirse.
Nadie lo sabe pero el infierno es reencarnar en un perro. Conscientemente. Eso me pasó a mí. En el siglo veinte fui mujer. En el veintiuno reencarné en un perro macho callejero.
Ahora entiendo la espera como una forma de acción.
Tengo las patas callosas, la calle endurece en poco tiempo. Pero guardo recuerdos del vientre. Éramos veinte. Sacábamos sangre de las tetas de madre. Yo soy el más fuerte.
Me gusta andar solo. No soporto el espectáculo cursi de los tecatos que adoptan un perro porque creen que fingiendo ternura se humanizan ante las bestias en dos patas que les pasan por el lado.
Yo no me asocio con tecatos ni con nadie.
El enigma de mi vida. Por qué si soy perro no pienso como los demás. Por qué la reencarnación consciente. Debe ser porque sueño, porque soy otro, ese hombre que pasea y me mira a los ojos.
Yo ya no finjo. Estiro las patas.
Esa iguana se ve suculenta. Está vieja, gorda, moribunda. Pobrecita, la meo para marcar, es una caricia. A mi regreso la carne un poco podrida estará más blanda, los olores más puros. Marco el olor en mi recuerdo, como la caricia de madre cuando antes de salir y comprobar que era un perro yo creía que era un niño.
He medido con precisión el mundo. Camino de cara al sol. Duermo, despierto. La arena fría alivia unos molestos puntos de sarna. Lindo mar.
Eso es lo más triste.
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