Vamos a celebrar la publicación de mil páginas de poesía. En nuestros países no es común publicar grandes volúmenes de poesía. Ha disminuido el alcance de las casas editoriales latinoamericanas, y es cada vez más tenue el esplendor de otras épocas, evocadoras de países ricos, pozos petroleros y danzas de los millones. Si algo caracteriza hoy a la industria editorial independiente de los grandes grupos es la fragmentación. Los apetitos del mercado determinan el rumbo de las decisiones editoriales. La precariedad es un obstáculo a la difusión. Hay grandes poetas desconocidos como mares incontemplados, y los encuentra uno por azar, y duele cómo se disipan las voces creadoras. No obstante, a pesar del tono de los tiempos, los editores universitarios sabemos que en materia de libros el peor negocio puede ser el mejor. No hay que rendirse ante la fragilidad que caracteriza a esta profesión incomprendida, ni dejarse deslumbrar por el lujo del libro de venta instantánea y vida fugaz.
Tampoco me parece que la labor del editor universitario en nuestra época y lugar consista en encuadernar las alhajas del orden público o en producir libros feos y cerrados como epitafios, de esos que asustan a la vista. Consiste, más bien, en unir puntos luminosos. Al difundir la obra del poeta desconocido completamos una esquina de la figura de un continente interior que conocemos sólo en parte. Entonces, la publicación de estas mil páginas de poesía no obedece al descubrimiento de un pozo petrolero, ni siquiera a un afán ingenuo de ostentación, sino a un sentido muy preciso del papel que juegan los libros en nuestro tiempo. A fin de cuentas, sin conciencia cultural es imposible la riqueza auténtica. Las comunidades abrumadas por el accidente y el desconcierto ahí quedan. En las sociedades con culturas reverberantes y curiosas todos los libros y todas las empresas parecen posibles.
Los editores de la Universidad de Puerto Rico recibimos un proyecto de libro iniciado por Isabel Freire, la compañera del poeta. Una labor de amor en el sentido menos sentimental de la palabra, y en el más limpio. Nos tocó en suerte publicar a uno de los poetas mayores de la lengua, autor, por añadidura, de más de doscientos títulos. La mera cifra ha oscurecido la lectura de su obra, como si fuera un exceso irreflexivo, cuando la cantidad misma es condición de lectura. En la estética de Francisco Matos Paoli, lo nacional y lo trascendente que dan nombre a este coloquio no agotan el sentido profundo de una rarísima vivencia de la actitud poética.
Matos Paoli experimentó los años más duros y contradictorios de nuestra historia insular moderna. Fue encarcelado en la década de los cincuenta por violar la llamada ley de la mordaza, una privación de la libertad de expresión empleada para arrestar a los nacionalistas y los comunistas. Ese es el contexto de las siguientes palabras de su libro Diario de un poeta: “Nos cubre un silencio ominoso en que somos víctimas de una mudez colectiva basada en la tiranía sin escrúpulos”.
Arrancarse la mordaza fue para Matos Paoli el inicio de un desbordamiento. Liberar la voz, llenar el vacío con brotes de exasperación y belleza. Cuando el poeta hablaba del abuso al que se somete la palabra en un territorio colonial se adelantaba tal vez al lamento de Calvino en las propuestas para un nuevo milenio: la perdida de fuerza de la palabra degradada a sus formas “más genéricas, anónimas, abstractas”, las que apagan “cualquier chispa que brote del encuentro... con nuevas circunstancias.”
Liberar la voz, revitalizar las palabras, puede ser una acción política. En las interpretaciones habituales de la obra de Matos Paoli advertimos una especie de eclipse sobre el sentido orgánico de su trabajo, cuya aspiración sobresaliente fue vivir en poesía. De ahí no sólo la constancia del poeta, el haber sobrepasado con creces la meta de “ningún día sin una línea”, sino la particular cadencia de la voz, del espacio abierto por la voz.
Yo diría que estas mil páginas de poesía celebran la caída de la mordaza, y en consecuencia, una manera de asumir la deslumbrante familiaridad con la poesía como forma de vida. Más aún, como construcción de un entorno habitable, algo así como una atmósfera cifrada en el registro musical de la palabra. La muestra escogida por el antólogo Luis de Arrigoitia demuestra la coherencia y la lucidez de una vida liberada por la escritura. Son corrientes las lecturas centradas en los episodios de locura, apenas un dato en la vida del poeta. No son pocos los lectores perdidos ante su alegado hermetismo. La publicación de esta antología pondrá en duda la persuasión de esos acercamientos cerrados, invitará a reconocer que Matos Paoli fue quizás nuestro miglior fabbro, nuestro mejor artífice del lenguaje, y uno de los más lúcidos y consecuentes.
En adelante el lector ocupará el espacio del escritor. Esa es la irradiación de que hablaba Matos Paoli, semejante a los efectos del trabajo gustoso que proponía Juan Ramón Jiménez, “el trabajo completo que nos lleva a nuestro propio centro”. Mil páginas de poesía se ofrecen, entonces, como un espejo trabajado con tanta intensidad, con tan laborioso gusto, que leerlas removerá inevitablemente en los lectores, para citar fuera de contexto unas palabras de Juan Ramón, “el tesoro desconocido de su propia belleza”. Si existe mejor justificación para un libro, no la conozco.
Concluiré con una anécdota sobre la relación entre don Paco y Juan Ramón Jiménez. Sucedió hace medio siglo, en Puerto Rico, cuando la nación negada se reconstruía desde los libros. Los libros habían sido parte de un acervo elitista, de la biblioteca clandestina privada de los intelectuales perseguidos por dos regímenes coloniales. En los años cincuenta con las primeras gestiones de la Editorial Universitaria y del Instituto de Cultura Puertorriqueña, cambiaría el papel social de las letras. El libro formó parte de campañas populistas de difusión cultural.
En aquel tiempo, justamente cuando se colocan las piedras angulares de esas instituciones pensadas para liberar la palabra, se encarcela a Francisco Matos Paoli por pronunciar tres discursos. El poeta sigue escribiendo en las paredes de la cárcel y en pedazos de papel que envía a su esposa. Al cabo de un tiempo lo recluyen en el manicomio, donde es objeto de tratamientos oscurantistas: electrochoques, quimioterapias y psicoterapias. En la casa del director del mismo manicomio donde Matos Paoli convivía con los pobres enfermos incurables, se alojaba otro huésped. Allí pasaba temporadas de neurastenia feroz el andaluz universal, Juan Ramón Jiménez, asistido por legiones de médicos y representantes del régimen que le rendían las voces y homenajes a él debidas.
Los dos sufrientes ante observadores o lectores situados entre la maquinaria de la destrucción que apuntaba al uno y la provinciana idolatría inspirada por el otro. Hoy vuelven a encontrarse, pero esta vez en el paraíso de los libros, don Paco en esta antología y Juan Ramón visto en la intimidad por su esposa Zenobia, cuyo diario puertorriqueño se presentará pasado mañana. Hoy traemos al calor del afecto a dos mujeres talentosas e intensas, Isabel Freire, escritora también, y Zenobia Camprubí, nacida en España de madre puertorriqueña, que supo pasar por el fuego de la poesía, quemándose, sí, pero no en vano, sino para irradiar la viva simpatía que el poeta asociaba con la isla de los ancestros de ella.
Nos complace que la primera salida de Raíz y ala sea fuera de la isla y, sobre todo, que la ocasión nos revele cómo se lee desde acá a Puerto Rico, en sus libros. Dejamos la palabra a dos lectores que además son estudiosos, editores y poetas. Demasiadas coincidencias afortunadas para no celebrar.
Jorge Orendáin nació aquí, en Guadalajara. Estudió la maestría en Literaturas del Siglo XX en la Universidad de Guadalajara. Ha sido profesor de literatura en el ITESO, en el Tecnológico de Monterrey, en la Sociedad General de Escritores de México y en la Universidad de Guadalajara. Además, ha laborado como editor, locutor, reportero y coordinador operativo en diversas instituciones. Es autor de los siguientes libros de poemas: Animalías, Por demás la lluvia, Telescopios de papel y Ciudad a cuatro ríos. Su obra aparece en varias antologías de poesía, tanto locales, nacionales e internacionales. Sus poemas se han traducido al inglés, esloveno, italiano y francés. Actualmente trabaja como editor en la Editorial Universitaria de la Universidad de Guadalajara, coordina un taller de poesía en la Sociedad General de Escritores de México y es miembro de la galería virtual Galí y del consejo editorial de Ediciones Arlequín.
Raúl Aceves también nació en Guadalajara. Labora en el Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara, donde se especializa en investigar acerca de poética y poesía hispanoamericana e indígena y aforismos. Sus libros de poemas son Cielo de las cosas devueltas, Expedición al Ser, Las arpas del relámpago, La torre del jardín de los símbolos, Lotería del milagro, Dislocaciones y travesías, Caja de islas, Oficios mexicanos y La mirada del camaleón.
(Palabras leídas por Marta Aponte Alsina en la presentación del libro Raíz y ala: antología poética, de Francisco Matos Paoli, Feria Internacional del Libro, Guadalajara, noviembre de 2006.)