Con luna propia
por Margarita Iguina
La escritora de Cayey, Marta Aponte Alsina, vuelve a sorprendernos con una nueva propuesta, aunque no es sorpresa su erudición, la habilidad para crear personajes originales con personalidad, y tramas fuera de lo conocido, así como el desenfado al narrar con que tiene acostumbrados a sus lectores. En este texto, que tiene mucho de ironía, lirismo y parodia, podemos apreciar que la escritura y estructura preceden a la trama.
El fantasma de las cosas (Terranova, 2010) no es una novela o "nouvelle" con un formato clásico, ni sus personajes y actuaciones pueden describirse como seres que se encontrarían al cruzar la avenida. En todo caso nos podríamos tropezar con ellos en cuevas subterráneas o en áticos donde se construyen tramas ladrillo a ladrillo, aunque esta obra tiene mucho de deconstrucción, como si se desmontaran poco a poco los ladrillos para poder ver detrás de la pared. A veces aparecen trozos sueltos, como si fuera un rompecabezas donde tardamos en encontrar la pieza que se ajusta para poder imaginarnos la figura escondida.
El ritmo, que se consigue con oraciones cortas, juegos de palabras, alusiones meta literarias, ralentiza la lectura, pero permite el gusto de poder disfrutar cada oración. En otros casos, al seguir dos tramas paralelas, una en un escenario antípoda del otro, con muchas digresiones, es necesario tener más cautela con la lectura.
Figuras que se repiten como si formaran el leit motif de una pieza musical le añaden además de lirismo, un enigma, al envolver la trama dentro de los mitos de grupos aborígenes que asedian, como una amenaza constante, a los usurpadores de su espacio.
El elemento lúdico permea todo el libro. Es interesante descubrir los juegos e identificar a los autores de las frases de obras que se filtran en el texto: Manuel Abreu Alonso, Bécquer, entre otros. Hay alusiones más directas que no se pueden por alto como en el caso de Louise May Alcott y el homenaje a las letras argentinas.
Los capítulos ultracortos y tramas paralelas, se asemejan a esas mismas líneas que parece que nunca van a poder juntarse. Tanto el personaje de Silvinia como el del indio Dugald Tagore llevan una lucha para alcanzar una meta, quizás en situaciones límite o bizarras. Aquí se retratan los procesos de escritura, que coinciden con los de la consecución de cualquier obra, en este caso de los procesos cinematográficos. Ambos personajes tienen características en común y diferencias. Una constante se observa en el recuerdo de una madre que amenaza con irrumpir en la trama que Silvinia escribe y la presencia de las nanas ante la falta de una madre en el caso de Dugald.
Es notable la presencia del padre de Silvinia como musa para el desarrollo de su obra, así como el dinero mal habido del padre de Dugald, que le sirve en un principio para los excesos con el fin de materializar su creación.
El humor y el erotismo son dos elementos bien utilizados en la obra. La fusión de realidad y fantasía se logra cuando los personajes en la obra de Silvinia y en la película de Tagore irrumpen en el texto de la autora. Y se convierte en otro juego de Aponte Alsina.
Por el desarrollo del texto deduje que el mito de la luna sobre la que se trabaja es el griego: la triple diosa: Artemisa, luna nueva, Selene , luna llena y Hécate, lo oscuro de la luna. Según los brahmanes significaba el lugar donde iban los muertos y para los aborígenes australianos era una entidad masculina que surgió al desprenderse en la lucha de dos tótemes zarigüeyas.
¿Será la luna esa luz que puede representar a una musa, la finalidad de la escritura y al mismo tiempo la continuidad de una vida? ¿Será esa luz la que se necesita para llevar a puerto seguro el final de una obra? ¿Sufrirá la misma angustia todo aquél que se lance al ejercicio de crear?
Al igual que otros autores cayeyanos a quienes les gusta extender su realidad con elementos fantásticos por la configuración geológica de su entorno, según Aponte Alsina ha expresado con anterioridad, en esta obra parece que esa aura mágica también ha acariciado a la escritora.
Si tratara de buscar escritores para comparar esa forma de escribir sólo puedo pensar en Paul Auster, Haruki Murakami y de Puerto Rico, Rafael Acevedo y José Liboy. Pero como dijo Luce López Baralt: Aponte Alsina no forma escuela con nadie. Formará escuela.