Para romper
fuentes en el 2020 me escoge este libro de Luis Ángel Curbelo, con dedicatoria
fechada el 29 de diciembre de 2018. Escribo el borrador del comentario con una
pluma fuente que carece de virtudes. No puedo llenarla sin mancharme los dedos,
pero es inútil usarla para dar fijeza a la escritura. Con el tiempo se borra
del papel. Tinta invisible, escritura fugada.
Escribo
sobre de piel y paisaje (Ediciones
Ricardo Garúa, Arecibo, 1987), al cuidado de Salvador Villanueva, uno de
nuestros poetas de extramuros, casi legendario, considerado por no pocos
lectores como el gran poeta de su generación. Escribo sobre de piel y paisaje, y percibo la ironía
elegante que es el tono de no pocos poemas, “escritos desde el otro lado de la
isla”. Las caras ocultas de la isla, incluso en tiempos como el presente, de una visibilidad
absolutista.
El otro
lado de la isla tiene correspondencias geográficas en suelos y duelos que parecen distantes (cuando ya nada es distante, los pueblos
abandonados se tornan recónditos). Será por
eso que se desean inmunes a la corrosión del tiempo. Así mismo se escriben en memoria
de su mejor tiempo la piel humana y el paisaje, la piel como paisaje, el
paisaje encarnado. Los sentidos son
caminos. Olvido y memoria del viaje del
unicornio en la isla (Tomás Blanco) que Curbelo desmiembra en el poema
inaugural.
Alguien
vive en la hermosa casa de este libro y no cesa de caminar en sus memorias, que replican el
encierro de la isla, y cuyas tramas de evasión se sostienen en la progresión
infinita de correspondencias: piel, paisaje, estrellas, uveros, amarras,
sueños, goteras, laureles, mapas.
Y el tiempo
brevísimo de la voz: “Fue tan solo el tiempo preciso/para construir nuestro
encuentro”.
Así es.
1 de enero
de 2020, 10:40 am