(En este mes de mayo se cumplieron cuatro años de la muerte de mami. Entonces escribí estas palabras muy sencillas, que aquí encuentran reposo.)
25 de mayo
de 2016
Día del
entierro de mi madre
La historia
de mi madre ha sido mi acompañante desde que me trajo al mundo y a la primera
luz. La historia de mi madre, Ana María Alsina Díaz, es la historia de nuestro
país; una historia que trasciende la esfera privada, porque así de radiantes
son las rutas de las personas que vivieron mucho, que con sus obras atravesaron
épocas y experiencias familiares y colectivas. Para nosotros sus memorias son
importantes. Siento que escribo para cumplir un mandato ético de ella, que fue
huérfana y sufrió muchas pérdidas y con esas carencias se hizo sus casas y una
vida de orden, belleza y rebeldía.
Anoche
escuchamos testimonios de parientes y amigos y todos coincidieron en su manera
de ser cariñosa y hospitalaria. Hay un deseo que une esas vidas a la de mami,
que procuraba recuperar a sus parientes, a los miembros de una familia
dispersada por la gran migración de mediados de siglo a Estados Unidos, o
dentro de la isla misma, el abandono de campos y pueblos hacia urbanizaciones
donde se trastocaban las relaciones de vecindad. Es importante el cuidado que
puso siempre en la familia extendida de hermanos, primos y sobrinos. Recuerdo
que su primera casita de urbanización, hacia 1950, se convirtió en lugar hospitalario
para alguna sobrina que llegaba con intención de estudiar en San Juan, y
también en lugar de paso para hermanos o primos que se enfrentaban al entonces
difícil trance de la migración obligatoria a falta de empleos en el país.
Siempre fue hospitalaria y generosa con sus parientes.
Con Mili y
conmigo, sus hijas, fue paciente y ejemplar. Lamento no haber sido más
respetuosa de su esfuerzo por sobrevivir, por mantenernos y educarnos en
momentos de penuria. Me hubiera gustado preguntarle dónde aprendió a coser, quién
le enseñó a llevar una casa, por qué le gustaba tanto la lectura, de qué color
eran los ojos y el timbre de voz de su madre.
Después de
la muerte de papi sobrevivió muchos años a la inevitable depresión a fuerza de
voluntad y deseos de vivir, hasta que esa terrible enfermedad que vacía a las
personas le fue quitando la alegría.
Mi madre
fue una mujer ejemplar de la patria puertorriqueña. Gracias a ella aprendí a
amar esta tierra en sus vidas minúsculas, silvestres, Fuerte de carácter, empeñada
en mantener su independencia y su dignidad, ella misma se cultivó en la
pobreza. Sus talentos son los talentos de las manos trabajadoras y pensantes,
sin las cuales la vida sería posible, pero muy triste.
Su larga
vida tiene ya la forma de un tejido que unió hilos dispersos, cada uno de los cuales
contiene la palpitación de una existencia, de un instante que pasó a formar
parte de ella, de Ana, de su libro de actos. Esas pequeñas historias son
nuestros legados. Las recibimos con alegría, asombro y lealtad. Nos toca
cuidarlas.