domingo, 16 de abril de 2023

Primeros párrafos




Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en sus intenciones, aunque ahora, años después, se me ocurre que la intención importa menos que los efectos del tiempo: las cartas deben regresar al lugar de origen de sus autores, como habían regresado poco antes las cenizas de mi hermana. Coloqué el sobre en un anaquel, sin abrirlo, hasta unas semanas antes de comenzar a redactar este libro.

 Aquel día saqué al azar una de las cartas de mi padre a mi hermana. Cuando Mili y yo vivíamos en Estados Unidos, ella en Pennsylvania y yo entre New Jersey y Nueva York, papi nos enviaba dinero en cada carta, un billete de veinte dólares, por ejemplo, y las cartas pasaban a un segundo plano ante la solución inmediata de una carencia. Las que recibía yo eran breves y apresuradas. Pero la carta aquella dirigida a mi hermana contenía todo un relato bastante detallado de un almuerzo de día de acción de gracias, contado con la ironía de quien sabe callar lo que siente.

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