lunes, 16 de febrero de 2009

La casa continente


No quiere escribir un melodrama. Mítchel asesinado por Diva. O matar a Diva y adelantar la muerte de Bessie. Nada conmueve menos que el escándalo. Tampoco es simpática la esperanza. Le gustan los finales felices pero sabe que insultan a los lectores.

No soporta el dolor en la espalda baja. Walkabout por la casa. A las ocho y media la luz calienta los tragaluces de la fachada. En el cielo se saludan la luna y el sol. La luz del sol rebota en la luna antes de inundar la sala con su resplandor mañanero. Luz de tierra mañanera chiflada y musaraña.

Las esquinas de una casa son incontables. Si quieres entender el universo trata de contar las esquinas de tu casa. Trata.

En las esquinas se acumula el polvo. El estado más estable de la materia. ¿Cómo es posible que haya casas limpias, quién es capaz de limpiar una casa? Corre a la cocina, arranca una hoja de papel toalla, se sienta en una de las esquinas desnudas de la sala. Con la hoja frota la unión entre la loseta y el zócalo. Cuántos ángulos rectos tiene la casa. Los calculará aunque parezca una labor imposible, antes que la muerte la saque del juego y otros pies recorran la casa. Haría falta un mapa. O hacer un mapa con los pies, medir y acotar de una loseta a otra, del piso a los planos superiores, a las mesitas de los lados del sofá, a las lamparitas de mesa que arrojan una luz inservible y hermosa.

Se acuerda de la cucaracha patas arribada. La recoge con un pedacito del papel y la echa a volar. Hilo tramado.

No quiere escribir un melodrama.

Un melo-trama, eso sí: una cadena de sonidos que digan una historia y soporten un cierre. Melo trama. Reconocer la nota. Oírla. El oído tiene la estructura del vértigo. Se rueda por él como por una chorrera. Para que la nota llegue ha de ser irresistible. Penetrante. Dominante. Ante ella el espanto.

 

sábado, 14 de febrero de 2009

El origen de los párpados


En El ojo en la mitología: su simbolismo, Juan Eduardo Cirlot recorre, con horror y fascinación, las correspondientes figuraciones irracionales: el mal de ojo, las efigies heterotópicas (cuerpos cubiertos de ojos), mitos orientales, leyendas griegas y cristianas. Émulo de los surrealistas, Cirlot acude al método de la analogía para explicar sinrazones, desde las personificaciones solares ("el ojo puede ver el sol porque es un sol") hasta los desplazamientos más siniestros. Cierra el libro una cita de Carl Jung: “El ojo representa… al seno materno… la pupila del ojo es un niño. Así el gran dios vuelve a ser niño, penetra el seno materno para renovarse”.

El origen de los párpados, de Mara Pastor, se ha escrito desde esa propedéutica materna, la presencia de las mujeres de la casa propia y las lecciones de los poetas influyentes de las casas grandes de las tradiciones (Angela María y Lima y Áurea Sotomayor, de este lado); los párpados, esas cesuras que marcan las intermitencias de la tinta en la página en blanco, las pausas de la respiración, la extensión de los versos, las visiones y cegueras. 

En las pupilas infantiles anida el ancestral bosque de símbolos. La marca de la poeta es el reconocimiento, la apropiación, la domesticación de esos símbolos atroces, como quien oye el canto de las sirenas, o acaso el aullido de los licántropos y aún mantiene la muñeca firme, el gesto preciso, el control del parpadeo.

Un pensamiento rector se enfrenta a la dispersión, e incluso la provoca, en algunos versos sin conjunción ni “término medio”. Es difícil desprender del conjunto el poema más hermoso, así que escojo uno donde se evoca toda una poética:

Cómo abecedeas

las pestañas sonámbulas.


Rastro de espasmo.


Presencia ineludible

de humo, de humo,

he dicho.

 

Acomodo los muebles

según la primera sílaba del silencio.

 

Con ella, coso la derrota de la mirada

que me regalaste aquel día

lejano como los nacimientos

 

y curiosamente consigo

sacudir los retrovisores,

aunque ya no vamos tarde

a la escuela.

 

Es la última etapa

de un colapso gravitacional

es.

(“Deletreando a oscuras”)

  

Entonces escribir es acomodar y reacomodar muebles, y también reparar muebles rotos a los que les falta o les sobra algo. Entonces el término medio que conjuga la dispersión y cose la desgarradura de las pérdidas es la suerte de reacomodar sílabas en palabras propias -deluvio, abecedear, huellar- ("Qué maroma/inventarse un verbo,/ que haga justicia/ a su accidente") o hacer que afloren imágenes obsesionantes ("insecto de cafeína"; "No hay tema/ universal por el cual/ a las mujeres/ se nos caen los dientes" ). Entonces escribir es cambiar los muebles de sitio ("Estuve todas las rocas/pensándolas/como a dos ramitas tristes"). Poseer el tiempo, o hacer como si fuera posible lo imaginable. Entonces el cierre, la seca entrada en el silencio, es la entrada del lector en la jaula del libro, cautiverio y provocación, donde el pasado se rehace en la “devoción del momento” (Francisco José Ramos) y coinciden los opuestos: la que mira y la mirada, el ojo y la pupila, la figura materna, hija de la hija que la concibió y le cierra los párpados:

 

Emma posó con su vestido

negro de lentejuelas

 

-maquillada y con cancanes-

al lado del televisor.

 

Nadie le dijo entonces

que el futuro sería

la batita de casa

el ruido de las noticias.

 

Sólo eso.

(“Aquella foto en blanco y negro”)

 

Este libro descubre y encubre la finura de un arte sin alardes: el rigor del oficio; la inteligencia tácita, libre de vacilaciones borrosas tanto como de cicaterías cínicas; una escritura sabia, entre el sonido y la furia, y la distancia empeñada en reparar las palabras, y en quererlas.

 

  

jueves, 12 de febrero de 2009

La vida a ratos


En este libro de cuentos hay magia.

 “El té” es eso: una versión pobre y entrañable de la ceremonia ancestral. En “La poeta”, se hace el elogio de una poeta “menor”, cuya virtud “mayor” es no conocer de palabras.

Y éste, que me arriesgo a citar en su totalidad, porque es imposible leerlo sin repetirlo:

“En la plaza una paloma extraña al viejo que la soñaba”.

 Hay más. El autor se llama Christian Ibarra. La editorial, con domicilio entre Luna y Sol, es Aventis.

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...