sábado, 7 de noviembre de 2020

El bello nombre de Bloomsbury

 


La única criatura genial del círculo Bloomsbury fue Virginia Woolf. Supongo que se trata de un consenso rayano en dogma. Basta ver imágenes de las obras de Vanessa Bell, o Duncan Grant, acercarse de lejos a los libros de Lytton, no haber leído los libros de Leonard y negarse a incluir al economista. ¿Falta alguien? Ella jamás se permitió un descenso al mundo bárbaro, sin dejar de ser una lectora maravillosa de los libros de su esfera. Borges, imperfecto, llamó desesperante al Orlando, y atribuía la traducción, que él firmó, a su madre. Tlon da vueltas.
Victoria Ocampo, millonaria argentina apasionada de las letras, invadió la casa de Virginia. La Woolf la interrogó sobre paisajes y mariposas, "como si yo fuera una cosa y no un ser viviente", recordaría Victoria. No hubo acercamiento entre dos frecuencias dispares, separadas por el prejuicio, el desconocimiento, el desinterés, los orígenes de clase y casta. Leemos a Virginia pero ella no hubiera podido leernos, ni a doña Victoria ni a ustedes, ni a mí, ni a Bad Bunny.
Virginia era inglesa insularista, de los reductos de la tertulia doméstica y el conocimiento archivado de universidades centenarias cerradas a las mujeres, quienes no obstante se dejaban sentir en grupos con recursos suficientes para cultivar el ocio y permitirse algunas incursiones experimentales en las tinieblas de la época. ¿Qué supera en valor de influencia los escritos feministas de Virginia? No obstante, la dura invasión de Ocampo al mundo de Virginia dejó huellas en la serie fotográfica de Giselle Freund, auspiciada por doña Victoria.


martes, 3 de noviembre de 2020

Escribir voces

 


Las memorias que don Pedro no escribió

de Pedro Aponte Vázquez

Llamo la atención sobre este libro a quienes les interese la historia de Puerto Rico y la historia de Estados Unidos, incluso a les estudioses del pensamiento post colonialista y de la corriente de estudios descolonizadores.  

Vine a saber de él en este año implacable de 2020. Las memorias que Albizu pudo haber escrito, y que de hecho delineó en sus apuntes, artículos y discursos, y que para colmo de repugnantes ironía, fueron reseñadas en los enfermizos reportes de los informantes del FBI y de la policía insular,  también animaron los recuerdos de quienes le conocieron. Han existido de manera latente, pero aparte de la labor que comenzó Benjamín  Torres, en su imprescindible serie de 'Obras completas', no estaban en ninguna parte. Con el rigor del historiador que es, Pedro Aponte Vázquez ha armado un libro de memorias que pudieron ser.

Armar un libro donde los hilos de la ficción se entretejen con las versiones  documentales para desenterrar a un Albizu que se nos escamoteó, a quien intentaron tachar y desfigurar, y que aquí se recupere mimetizando su voz inconfundible, equivale a ejercer la escritura como derecho. Me recuerda la conferencia que leyó la ensayista y narradora mexicana Cristina Rivera Garza dos años después de que se publicaran ‘Las memorias que don  Pedro no escribió’, en 2004. Fue entre 2005 y 2007, en la Universidad de Puerto Rico, y la conferencia lleva el nombre de ‘Conjurar el cuerpo: historiar y ficcionar’. A propósito de la confrontación de su novela Nadie me verá llorar, con la tesis de investigación histórica que se centró en los personajes y ambientes que luego recogería la novela, Rivera Garza se pregunta:

”¿Es posible entrevistar a un documento histórico? … La pregunta intenta llevar al campo específico de la escritura de la historia la compleja relación que une y desune, de maneras por demás complejas, el lenguaje oral y el lenguaje escrito, cuestionando no solo el campo mismo de la escritura de la historia, sino también el proceso de construcción de la memoria colectiva... ”

 A propósito de la recepción, añade  una cita de Benjamin sobre la luz que matiza la lectura de un documento histórico: “cómo refulge en un momento de peligro”[i]

En buena parte de la historia oficial que marca el tono  de los currículos escolares e incluso en algunas investigaciones académicas, se nos ha  arrancado de cuajo la fisonomía moderna del nacionalismo, su crítica al modelo de modernización desarrollista y colonialista, desprestigiado ya por corrientes avanzadas ambientalistas y democráticas, del pensamiento económico.  Se nos ha vendido en monigote o loco delirante la figura de Albizu, pero  su aprecio sigue cobrando vida contra la corriente, en la cultura popular y en las artes, v.g. en el monólogo ”El maestro”, de Nelson Rivera.

En  ”Las memorias que Albizu no escribió” ( www.lulu.com/albizu) un plano invisible, una animada proximidad en primera persona, se instala entre el ojo lector y una rigurosa investigación. La voz de Albizu explica por qué Puerto Rico no es una colonia, y nos asombra.

El pensamiento de Pedro Albizu Campos (en estos momentos de peligro ya no es posible tildarlo de loco o ignorante) fue un instrumento que desmontó la vigencia de buena parte de las bases ideológicas y míticas de los Estados Unidos: el sueño americano al alcance de todos; una constitución que niega el espíritu de la declaración de independencia; el delirio vigente de que Estados Unidos es un país excepcional, con el destino manifiesto de dirigir el mundo libre; la plena vigencia del bárbaro derecho de conquista del débil por el fuerte en la cláusula territorial de esa constitución.

Además, qué bien escritas, cómo se dejan leer estas memorias.



[i] En ‘Escribir la ciudad’, Maribel Ortiz y Vanessa Vilches, editoras, Fragmento imán , 2009.

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...