sábado, 28 de agosto de 2010

Luis Fortuño Burset: novela por entregas capítulo 5


Los amores entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós tienen que haber sido de un ardor para provocar el asombro, mas no el silencio. Los dos eran derrochadores de palabras. Él tan delgadito, ella tan generosa de enjundia como de adjetivos, hablaban sin saciarse, prolongando por el oído sus desenvueltos orgasmos. La exaltación del placer en las cartas de la Condesa a Benito es fuente que mana y corre.

Una tarde en que salían de los limbos del sueño de la siesta, Benito se levantó exhibiendo sus magras caderas y recogió del suelo la chaqueta que acababa de comprarse con su primer sueldo como diputado por Guayama, Puerto Rico. Sacó un sobre del bolsillo. Conocida era la pasión de Emilia por los escritos médicos y filosóficos, pero sólo Benito sabía que, en secreto, la escritora devoraba las sandeces fantasiosas de Julio Verne.

Pardo Bazán, que esa tarde no sentía como si le barrenaran las sienes, porque era otra cosa lo que le habían barrenado, abrió el sobre, esperando, con cierta aprensión, algún poema atroz del novelista. Sólo encontró un papel verde, adornado con la cara de un viejo con peluca. Pensó en un objeto mágico embrujado por las meigas de su solar gallego, pero su amante le explicó que se trataba de un artefacto producido por la ciencia, que se lo habían enviado de Puerto Rico, y que bastaba con pasarlo por la frente, como quien se seca el sudor, para trasladarse en el espacio a las remotas islas antillanas.

Pardo Bazán no sólo viajó en el espacio, sino en el tiempo, al presente de una novela por entregas: Luis Fortuño Burset. A su regreso escribió un relato que hasta ahora ha permanecido inédito, enhebrado en una de las cartas a su amante.



Un caso impresionante de narcisismo terminal



Llegando adonde tuviste la ocurrencia de enviarme, querido ratoncito de mi alma, fui recibida por la embajadora que tiene a cargo el tráfico de escritores que entran y salen de esta venturosa isla. Es una mujer madura, generosa de carnes y extremadamente cariñosa, que me recibió mirándose a un espejo de mano, tendida con molicie en una cama enorme y de aspecto invitador, como la que me gustaría compartir contigo, monín, si es que te encuentro, porque con tu talla de miniatura te me perderías entre los pliegues, y dada tu picardía, quien sabe donde ingresarías, a riesgo de ser aplastado, pero deliro deben ser el calor, la insolación, la morriña que me enferma en tu ausencia.


La embajadora, conocida en estos lugares que tú representas en las Cortes como la Faraona de las Letras, me puso al tanto con argumentos irrefutables, del florecimiento de las artes y letras en esta isla tan verde como los bosques de mi tierra. Le pedí, más por cortesía que por interés, que me hablara de algunos escritores del país, y se mencionó a sí misma en dieciséis ocasiones, además de obsequiarme sus obras completas, que no son tantas como las tuyas, pero desde luego quién compite contigo, Benito.

Ya con el paso de los minutos advertí cierta anomalía en mi anfitriona que me fascinó, pues bien sabes la atracción que me inspiran los tipos enfermizos, entre ellos los criminales, y de ello da fe aquella leyenda que escribí sobre un destripador, medio sabio y brujo. El caso que ante mis ojos se desplegaba, no era ajeno a la crueldad, pues se tomó la libertad de llamar bruta a la mujer del servicio y aunque es cierto que las hay brutas, su exabrupto me pareció una falta de respeto a mi persona.

Doloroso es tener que consignar y reconocer ciertas cosas que la narración obliga a retener, pero sabes que darle a la pluma y a la lengua son inclinaciones naturales en mí. Ya estábamos a punto de salir a visitar a su jefe, el Gobernador, cuando por un artefacto pegado a la oreja que en Pontevedra le hubiera costado la hoguera, le llegaron unas voces.

- ¿Que me quitan fondos para dárselos a ese cuero? Oh no, mira que conozco gente buena ahí adentro y eso no va a pasar, tú tranquilo.

Entonces me tomó del brazo sin preguntar si deseaba refrescarme tras un viaje agobiante.

-Vamos, Condesa, no hay tiempo que perder. Se figurará usted que no voy a permitir que se prive de un centavo a la literatura para algo tan cafre como el cine. Adiós cará, perdone, qué olvidadiza soy, es que en su época no existía el cine, mire le voy a hacer un mapa a ver si llega por su cuenta porque usted es mayorcita, pero, wow, me encanta lo que escribe. Es una cosa así donde aparecen imágenes. No se puede comparar con la grandeza del libro y la palabra y ahora me quieren arrebatar lo que he ido acumulando en años de trabajo y dedicación para que en esta islita de gente humilde y buena podamos recibir a escritoras como usted. Y le quieren pasar la pasta a una mujer que no vale lo que usted pesa en oro, que, sin ánimo de ofenderla, es bastante, doñita.

Torcí el cuello y miré por la ventana de una endemoniada carroza sobre ruedas. Hice como si no oyese las pamplinas de mi anfitriona, pues no he perdido la fe en ti y sabía que estarías para recibirme al otro lado de esta pesadilla. De la noche a la mañana, sin transición, mi vida era otra, y no podía escapar, porque la mujer, al borde de un ataque de nervios, repetía como suelen hacer los narcisistas cuando alguien les para el caballo, una sarta de palabras, mitad cristiano y mitad guirigay, Jennifer López, Jennifer López, Mark Anthony, Mark Anthony. Mi madre, que desmadre.

No quiero aburrirte con más pormenores del viaje, más allá de estos apuntes del natural para un estudio sobre la personalidad narcisista. La mujer, si le hablas del calor, responde hablando de los suyos. Si le hablas de la falta que haría aquí un abanico, menciona que ella aprendió de niña el lenguaje de los abanicos, si le hablas de ti, de Benito Pérez Galdós, cae en trance y afirma que se hizo escritora tras la lectura de Marianela. En fin que yo, tan habladora, tomé el camino del silencio.

El resto no acabo de entenderlo bien. Nos montamos en una berlina voladora y al cabo de unas horas donde me llenaron las venas de un aguardiente muy sabroso, hicimos tierra en una mansión donde nos esperaba una mujer que parecía tísica por lo flaca, pero con un culo considerable, aunque no tan bueno como el mío.

Mi amiga la Faraona -ya a estas alturas con el ron y la familiaridad así la llamo, amiga, y hasta simpática me parece, porque sabes que nada humano me es ajeno- mi amiga atacó a la tal Jennifer sin preámbulos. Le cotilleó del rumor: que le restarían dinero para sus escritores –en ese momento me presentó como doña Egidia Prado- cuando lo correcto era remar todos en la misma dirección, y usar las cabezas, y establecer alianzas y ponernos a los cagatintas a inventar fábulas para ese invento llamado cine que no acabo de entender y que ella tenía la vía franca y la buena voluntad de todos nosotros y que podía hablar a nombre nuestro, porque ella, también quería hacer cine y que el cine y la literatura unidos jamás serán vencidos.

En ese momento debe haber cesado el efecto de tu maravilloso artilugio. Empecé a oír el himno de Riego y a ver los pazos lluviosos de mis ancestros. Allí dejé a la Faraona, clamando de rodillas ante la del trasero. Allí las dejé a las dos, una bostezando, la otra ensartando sueños.

Tuya hasta donde tú sabes, pero maldita la gracia me hiciste con tu regalito,

Tu Fortunatita

La carta transcrita es auténtica; los lectores curiosos reconocerán las palabras de doña Emilia.
Qué mujer para captar de oído, con benevolencia, sin que le pasaran gato por liebre, las calenturas de la estupidez humana:


“A mí su parla me entretenía mucho, pues ya se sabe que en esta clase de vaticinios tan confusos y tan latos, siempre hay algo que responde a nuestras ideas, esperanzas y aspiraciones ocultas. Es lo mismo que cuando, al tiempo de jugar a los naipes, vamos corriéndolos para descubrir sólo la pinta, y adivinamos o presentimos, de un modo vago, la carta que va a salir.”

viernes, 20 de agosto de 2010

En defensa de El fantasma


("Defensa" del libro por su autora, Marta Aponte Alsina. Universidad del Sagrado Corazón, 20 de agosto de 2010)


¿Será posible defender un libro? Los ejemplos históricos abundan, desde el “donoso y grande escrutinio” del cura y el barbero en el Quijote, hasta la disección en los tribunales de los efectos excitantes del Ulises de Joyce. A juzgar por estas pruebas del santo oficio de los canonizadores, un texto era culpable mientras no se probara su inocencia. Más que posible, la defensa era asunto de vida o muerte. Hoy son otras las circunstancias, para bien y para mal. Por lo general los libros no despiertan grandes pasiones legales. Sin embargo, es común que un autor se vea llamado a hablar sobre lo que escribe, y que su opinión se tome como evidencia de su derecho a la palabra o de la invalidez de ese derecho.


Propongo que de todas las maneras de hablar sobre un escrito propio la más parecida a la escritura de ficciones, en la tradición de aquellos juicios memorables que alteraron a fuego y baba las fronteras del canon, es la defensa de tesis. Para mí que la defensa es un género literario. Al igual que las ficciones, miente, porque corrobora un grado de aprovechamiento a la luz de un punto de partida dudoso: que escribir se reduce a la aplicación eficaz de unas reglas. Quien escribe sabe que esa es otra ficción, tan poderosa que se ha constituido en guía de algunos lectores y de no pocos críticos.


Ya, empecé mal, esto es una defensa, no la crítica de cierta crítica. Así que a defender se ha dicho. Podría decir, para empezar, que de un tiempo a esta parte he sentido unas ganas insanas de defender un libro, seguramente por mezquina envidia a tantos queridos amigos y amigas que he visto desempeñarse con gracia en esas lides. A ellos les dedico este simulacro de defensa.

Podría seguir diciendo que El fantasma es un divertimento, una obrita caprichosa, y así disimular las debilidades del texto e invocar la piedad de los jueces, si no fuera porque toda ficción es, en cierto sentido, un divertimento, un desvío. En la literatura hay un grado de malignidad, porque a diferencia de la vida misma, con sus habituales estupideces y escasas iluminaciones, pretende dar forma y fijeza a la experiencia. Es un desvío ilusorio de la verdad atroz de que nada permanece, de que nada trasciende ante la muerte y la corrosión del tiempo. Si cobrar conciencia del presente es condición de la sabiduría, quien escribe está condenado a la ceguera, porque siempre estará atrasado, desconectado del presente.

Mientras pensaba en la preparación de esta defensa leí unas líneas sobre el vacío que existe entre la experiencia y la palabra. Uy, todo esto es tan hermético, recuerda que la defensa es un género transparente. Además eso lo saben ya los lectores. Alguno quizás no lo sepa y dice que lee para matar el tiempo, lo que no deja de dar gracia, porque el tiempo es el único asesino infalible. Saben también que hay otro abismo: el que separa el tiempo de la escritura del tiempo de la lectura. Es chocante que la palabra escrita sobre una superficie inerte sea capaz de desencadenar sensaciones en el lector, pero más desconcertante es el hecho de que esas sensaciones no las experimentará la persona ausente, la que figura como autora de las palabras. El corolario de tamaño descubrimiento me lo regaló una amiga de lujo, Ana Lydia Vega. La citaré con su permiso, y exonerándola de los disparates que seguramente pronunciaré en el transcurso de esta defensa: “Escribir es lo contrario de explicar… Entre la intención del autor y la recepción del lector hay un abismo infranqueable. Tal vez resultaría mejor hablar de las circunstancias que rodean la creación de la obra...”.

Lo sano, entonces, es que en la defensa de una tesis, o de un libro, la autora se desdoble en cronista del proceso que concluyó en el libro sin ofender a los lectores con interpretaciones que de todos modos son imposibles para ella, habida cuenta del abismo -mortal, como los precipicios andinos que describe otra amiga de lujo, Beatriz Navia- que separa a la escritura de la lectura. En todo caso, digamos que la autora sí está autorizada a hablar de las circunstancias atenuantes, sin que le pase por la mente justificarse. A eso voy.

Henry James llamaba dato positivo, cuando no pepita de oro y germen, al registro más antiguo del origen de un texto en la memoria del autor. El dato más antiguo de El fantasma es un personaje que un padre le regala a su hija. Muerto el padre, la mujer trata de escribir un cuento a la medida de ese personaje. Logra juntar materiales pero no puede cerrar una trama. El personaje es un músico que busca una nota, en sentido literal y también estupefaciente, pues esa nota trae las posibilidades de destruir su arte mezquino. Para que el arte sea verdadero tiene que vibrar, no puede ser frío, mármol, piedra. La mujer cree que ese es el móvil de su personaje, pero no sabe transferir su certeza a una historia que transcurra y muera en el tiempo. La mujer ha estado loca, pero ante las nuevas definiciones del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Health su locura es bastante mediocre. Aparte de una temporada en MEPSI, ha pasado la vida dedicándose a muchos oficios menores. Su casa es su continente. Acumula. Remienda. Es una escritora remendona, cree que todo le sirve para contar, pero cuando intenta dar forma al cuento del padre, tropieza. Su virtud, que igualmente puede ser una patología, remite a la obsesión, a la insistencia en contar algo que no se deja contar.

Hasta ahí la pepita de James, el primer impulso, el reconocimiento de algo que puede dar pie a una historia. A partir de ese momento exuberante se agua la fiesta, por una inclinación personal que jamás revelaría yo en una defensa de tesis: la imposibilidad de cerrar la puerta. Para contar la historia de esa mujer que cuenta la búsqueda del músico no bastaba contarlos ni a ella ni a él. Sus historias atraían otras historias. Formaban parte de una constelación de historias. No se dejaban contar solas.

Así, que además de la cuentista inédita, en esta novela hay un cineasta hindú del cine global y una actriz australiana que se siente seducida por todo lo que ella no es, porque a pesar de su calibre de estrella está cansada de representar siempre los mismos tipos.

¿Te atreverías a hablar del mito si esta fuera una defensa de tesis? ¿Te atreverías a hablar de estructuras arcaicas cuando estamos en el umbral de una mutación de la especie, dictada por las prótesis y extensiones con que los humanos hemos sustituido a los cuerpos naturales? No hay nada más actual que el mito, dirías si esta fuera una defensa de tesis, y no te costara más remedio. El mito es la forma que asume la realidad cuando se pierden los sistemas muy estrechos, muy racionalistas. ¿Dónde leí esto? Ni idea, pero el cineasta de esta novelita quiere filmar una escena cosmogónica, el nacimiento de la luna, y para eso se vale de varios elementos: la mitología de los nómadas australianos y la improvisación de sus actores en el marco de un performance con fondo musical. Esos elementos, el nomadismo y la improvisación musical, también forman parte de los materiales de la mujer que cuenta la historia del músico.

Leíste que en las formas de vida de ciertos grupos nómadas existe la práctica de recrear el universo con los pies. Se dice que la superficie del desierto australiano está cruzada por pentagramas imaginarios. En la superficie monótona e interminable del desierto no son evidentes las diferencias que sí reconoce el cantor nómada cuando va de un lugar a otro relatando las historias del clan, y de paso se detiene en las formaciones que marcan hitos en el desierto. Cada cantor posee una línea del pentagrama, es decir, un fragmento del territorio. Es el dueño pasajero de ese paraje; posee una escritura sin papel. Los fragmentos se conectan y entre esas líneas encadenadas hay intercambios. Para moverse, el caminante necesita la línea de otro cantor. En principio las líneas abarcan todo el planeta, y como se confían a la memoria y a un deambular que es siempre un proceso aleatorio, las rutas no tienen fin, ni son jamás iguales. Cada vez que se cantan el mundo vuelve a sus orígenes y también cambia. Se ha llamado a esas rutas songlines, o líneas cantadas.

Me fascina la imagen del canto y del cuento como mensuras de la tierra. La idea de un pensamiento que entre por los pies y se escriba en líneas cantadas cautiva más cuando se descubre que el reconocimiento de la capacidad humana para percibir la musicalidad de las cosas se produce tanto en las investigaciones de los estudiosos del cerebro y la conciencia como en la teoría propuesta por algunos físicos en el sentido de que el universo se compone de cuerdas vibrantes, sonoras.

En una defensa, volvería a valerme de otro concepto inventado por Henry James: el móvil o principio organizador del relato. Ni interpreto ni me justifico. Pero si se me permite, diría que este libro representa la intención de conectar líneas o historias distantes. Hasta cierto punto, has definido lo que es una novela, salta el director de tesis que no tuve. Una historia siempre evoca otras historias. Eso se llama intertextualidad. Las historias escritas o contadas hacen referencia a otras historias. Las historias están hechas de historias. Hay afinidades y resistencias entre esas historias, como puede haber afinidades y resistencias en una serie de sonidos, entre colores, o entre palabras. En esas afinidades y resistencias se basaba la magia. De esas afinidades se nutrieron los románticos y los simbolistas. Pero cuando las historias no están hechas, sino que se van haciendo sobre la marcha, el reto está en juntar los objetos que se van encontrando y en relacionarlos o remendarlos. Crees que eso quisiste hacer en esta novelita, ver hasta dónde llegaba la máxima extensión posible sin perder la forma del relato. La confluencia de opuestos empeñados en desafiar al destino. Espacios históricos: Harlem, espacios anti-históricos: una isla secreta. Espacios desiguales y homólogos. Una casa. Un continente. Una caja de cereal. El ir y venir sobre las fronteras que separan las historias.

Hay riesgos en pensar que para contar una historia es necesario asociarla con el caudal de historias que han sido siempre. Es un riesgo porque parece una locura, y en una defensa de tesis jamás mencionaría la palabra riesgo. Todo tiene que estar bien peinadito, premeditado, cada jota con su punto. Sin embargo, insistes en que no hay principios ni finales en el flujo de las historias, pero no lo digas.

En El fantasma está el deseo de contar historias y también la imposibilidad de contarlas, porque en el fondo hay una obsesión contra los finales, contra la forma en que los finales imponen un cierre, por más abiertos que pretendan ser. Y sin finales y comienzos son imposibles las historias.

Hacia dónde fluyen esas líneas. Pueden fluir de izquierda a derecha, pero también en otras direcciones. La ficción puede fluir sin coordenadas espaciales empíricas, hacia arriba, hacia abajo, con otra noción del tiempo.

Siento que este sube y baja pone en peligro mi defensa. A quién carajo le interesan estas historias sobre el montaje de una historia, que acaso ya vieron agotados sus modelos literarios y cinematográficos. Si intuyes cómo se arma una trama ¿por qué no lo haces, no estás leyendo novelas hace medio siglo? ¿Te atreverás a decir que sólo un aliento apabullante y una sensibilidad de mil ojos serían capaces no ya de igualar las grandes novelas densas, con sus capas de personajes, ambientes, tramas y subtramas y sobre todo esa sabiduría que no pueden replicar sus herederas? Sabes que ese aliento no figura en tu limitado repertorio de talentos. Uy, qué negativa, no digas eso, porque imposibles, lo que se dice imposibles, no hay en una defensa.

Recapitula. ¿No es una novela precisamente una constelación de historias, un contrapunto de líneas? ¿No se construye una novela con desvíos, paralelismos, repeticiones y omisiones? Para prolongar las metáforas mortuorias, El fantasma podría ser el zas de una novela. En la novela corta, aparecen las esencias que tanto le deben a las estructuras musicales; los patrones y el ritmo; el tema con variaciones. Eso sí, falta la carne, las jerarquías causales, los tejidos conectivos. ¿Valdrá la pena decir que esta novelita fue producto de un taller sobre el género de la novela corta? No se te ocurra, todo lo anterior suena a justificación.

¿Te atreverás a decir que la escala de las grandes novelas es por lo general la de la historia de una familia, o de varias familias, felices o infelices, y de las relaciones de estas familias con una comunidad? ¿Te atreverás a insinuar que la trama de esta novelita quiso visitar otras comunidades, vistas en otra escala? Podrías decir que esta trama se teje en una escala de 1 en 1000. Lo que se ve a cierta distancia es pequeño, difuso, variable. Esas ciertas o inciertas distancias son ya las nuestras, las de la frecuencia y la velocidad de nuestro mundo. Esas distancias se parecen a los mundos posibles intergalácticos donde habitaban los fantasmas del espiritismo ilustrado. Entre una infinidad de cosas, un fantasma es algo que se mueve tan rápido que apenas deja ver el celaje. ¿Cómo escribir de otro modo en la época de las comunidades cibernéticas? Ya, pobrecita, frena, compórtate, te acercas, de nuevo, al terreno patético de la justificación.

Bueno, allá tú con tus fantasmas neo-ancestrales, pero ¿por qué escribir sobre actrices australianas y australianos argentinos y sobre Adolfito y Borges habiendo tanto que contar aquí, ahora? me dispara aburrida la benévola tía lectora que no tengo. Ante eso el silencioso decoro de la defensa académica. Creo que su pregunta no es precisa, o que quiere decir otra cosa. No puedo contestar su pregunta si no la entiendo. Quizás lo que quiere decir es: ¿por qué escribes sobre lo que no conoces? ¿Me atreveré a decirle que precisamente porque no lo conozco? ¿Me atreveré a decir que para divertirme, es decir, para desviarme de mí? La literatura es inútil y engañosa. Pero la literatura tiene que ver con el éxtasis. ¿Me atreveré a decir que por deseo de no ser yo? ¿Me atreveré a decir, remedando y remendando a Edward Said, que esa escritura se empeña en estar donde no la llaman, en escribir en contrapunto con lo que no entiende, porque ella es así; porque las historias propias sólo se le descubren a la luz de las historias ajenas? ¿Me atreveré a decir que no sé?

Durante los preparativos de la defensa encontré una cita cuyo origen ya se desvaneció en mi memoria inmediata. Hablaba del siguiente contraste. A medida que el autor escribe y publica, olvida. Escribir es cicatrizar. Apenas queda ese minúsculo dato positivo. Si escribir sirviera para algo sería para ilustrar ese proceso de la cura que tiene que ver con transformar la herida en algo distinto de la herida. Se escribe no tanto para exhibir heridas como para mostrar qué se hizo con ellas. Un don inútil en sí, pero ejemplar en la demostración de una búsqueda.

Volviendo al plan de la defensa, ¿no te han dicho siempre que hay que pensar en los lectores? Como si publicar no fuera pensar en los lectores. Como si los lectores no supieran más que tú. Este piropo sí puedes incluirlo en tu defensa. Son los lectores quienes deciden si ese proceso les dice algo, si tu tanteo les provoca. Cuántas cosas se publican que no debieron publicarse nunca, sin pensar si merecían el interés del otro. Demasiadas, siempre, pero equiparables en número, estás segura, a las que permanecieron inéditas.

Una palabra más sobre los fantasmas. Un amigo joven, que es matemático y hare krishna -oscura esa relación, algo patológica pues reconoce el dogmatismo y los haberes infames de la secta- quería ser monje, pero no le llegaba la gracia. Su frustración lo llevó a un paso del suicidio. No se suicidó porque tuvo la ocurrencia de consultar a sus maestros. Según ellos los fantasmas de los suicidas tienen una existencia inquieta. No se dan cuenta de lo que son y sufren por la incapacidad de comunicarse y hacerse sentir. Hay suicidas conscientes y de esos no hablaba mi amigo, pero un suicida irreflexivo sufre más allá de la muerte el enorme deseo insatisfecho de comunicación que lo llevó al suicidio. Los libros también son fantasmas: hijos de la esperanza, amigables o amargados, reflejos de un zas entre la consciencia y el olvido, anhelantes.

Ya, termina ya. Has dicho lo que puedes decir y hasta te has excedido en tus prerrogativas de escritora. Aunque pensándolo bien, una observación adicional podría acumularte unos puntitos.

El ritual de las líneas cantadas es también un performance. Quizás sólo las artes performeras tienen en sí todas las claves: el tiempo del artista y el tiempo del espectador coinciden. Me contaba Marithelma Costa, otra amiga de lujo, acerca de la presentación de Marina Abramovic en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Miles de personas se enfrentaron cara a cara con esa mujer impasible. En esa cara se reflejaron miles de caras humanas en toda su conmovedora y horrenda repetición. ¿Será posible desear encuentros semejantes entre las caras lectoras y la cara del libro? ¿Y si la cara impasible del libro estuviera condenada al moho, a la polilla, al desamor?

¿Te atreverás a decir eso en tu defensa? ¿Insistirás en la inutilidad de la escritura? ¿Mutarás la defensa en ese otro género mendaz, la despedida de duelo? No, porque la muerte de este libro es la posibilidad de otros. Una palabra lleva a otra, siempre hay otra, siempre hay más. Entonces debes hacer lo inevitable: agradecer a los presentes y rendirte. Eso.

domingo, 15 de agosto de 2010

Lector de fantasmas 3


El fantasma de las cosas: una escritura liminar



Por Mario Cancel
Escritor



Leer un buen texto es toda una aventura. La lectura es un viaje y un descubrimiento. Leerlo en contrapunto con quien lo genera resulta incalificable. Si no se trata de un buen texto, la travesía se reduce al mero turismo: todo está en su sitio y el calendario se cumple. Nada más. Mi confrontación con El fantasma de las cosas (Terranova, 2010), la más reciente producción de Marta Aponte Alsina, me coloca en una situación difícil. En una nota de lectura cursada a la autora durante el contrapunteo y estando yo todavía en medio del viaje, le dije que me parecía que me encontraba ante su obra maestra.


El error era obvio. Lo mismo hubiese podido de Sexto sueño (Veintisiete letras, 2007) o de la colección de cuentos La casa de la loca (Alfaguara, 2001). No se trata solo de que me encuentre ante una escritura reflexiva, una tradición que respeto sobremanera en la narrativa puertorriqueña. Soy historiador y ensayista, me encanta reflexionar y que se reflexione. No se trata solo de que esta narración, por su complejidad y su delicadeza, merece una segunda lectura. También está el hecho de que esa segunda lectura producirá un efecto distinto. Las narrativas que denomino planas -lineales y orgánicas- siempre se resuelven del mismo modo: una vez se descubre el secreto que las anuda, ya no hay más que buscar. Su belleza está en otra parte: en la lectura única que se les da y el efecto relampagueante de la ruptura de los nudos del texto durante el proceso de lectura.

El fantasma de las cosas es un texto que difícilmente se puede contar. El ejercicio resultaría infructuoso. Si fuera a ofrecer mi impresión sobre lo narrado, diría que la acopio como la síntesis de una serie de fracasos. Se fracasa en el proyecto de reproducir la realidad y, como reproducirla es narrarla, se fracasa en el acto de narrar. Todo esfuerzo resulta en una imagen sesgada y fluida, capturada en su contingencia y, en consecuencia, emborronada.
Fracasa la escritora Silvinia Díaz Torres en la narración en la hipotética vida de Mitchel; y el cineasta Shivaji Dugald Tagore en la producción del guión sobre la Luna. Pero también la actriz Megan Travelyan resulta en una ruina. De los personajes no hablo. El fracaso, si bien resulta en la demolición de un concepto de la narración, no impide la escritura. El libro está allí como residuo arqueológico textual de lo que pudo haber sido y no fue o más bien no quiso ser. Todo esto refleja un acto muy inteligente y muy sedicioso de una autora en la cual esas actitudes no representan una novedad.

Una lectura

Lo cierto es que, tras la lectura, no siento El fantasma de las cosas como una novela. El acercamiento que intentaré se ejecutará al margen del relato y de la narración. Si me ocupara demasiado de los acontecimientos, los nudos y los desarrollos, me encontraría en la situación de quien intenta organizar un rompecabezas o elaborar una tesis de grado: se trata de dos ejercicios ordenadores clásicos. El fantasma de las cosas funciona eficazmente como un libro de teoría que revisa las convenciones y tradiciones que se le impusieron al género. Yo, por mi parte, hace tiempo me he convencido de que la escritura literaria es una forma de la teoría… y viceversa. La situación, por lo tanto, no me resulta incómoda.

Se trata de un texto sin arquitectura y ya se sabe lo mucho que preocupó ese asunto a los novelistas realistas y naturalistas al socaire del Positivismo, el Materialismo y la Ciencia en el tránsito del siglo 19 al 20 y, en Puerto Rico, casi hasta el presente. La definición de una estructura organizativa para las cosas ha sido la obsesión de toda Religión y toda Ciencia en Occidente. El fantasma de las cosas, con un relato diluido, un carácter no narrativo y sin arquitectura, lo que celebra es el laberinto, la incertidumbre y el caos. Esto es pura metaliteratura o reflexión sobre la escritura viva, nada más.
Ciertas preocupaciones que se imponen en el acto creativo de Silvinia y Dugald pueden dar una pista respecto a los asuntos esenciales a este texto. Primero, detrás de ambos creadores y de la vida imaginada de los personajes y criaturas que inventan -Mitchel y la Luna-, se puede percibir toda una filosofía sobre la incertidumbre e, incluso, el reconocimiento de la autonomía del final. Ciencia y Religión occidental han convertido el culto obsesivo a la estructura en una ansiedad perturbadora por el final. La Novela y la Historiografía Moderna ha sido un laboratorio ideal para confirmar la presución desde San Agustín hasta Marx. Pero sin final, ya no es posible ni un texto clausurado y ni la historia universal ni la novela tal y como la conocemos.

Segundo, hay una propuesta que valida la idea de la escritura como remiendo de retazos que se legitima por medio del collage que convoca el intertexto literario o fílmico, y el bricolaje mediante la inversión de los artefactos más elementales o rústicos. Se recose, hilvana o zurce para nominar a los personajes, para que Shivaji invente su historia magna, para que Larry comprenda el mundo sobre el fondo de la narrativa fantástica argentina, para que Miguel actúe y baile, y así por el estilo.

Tercero, el rescate de la poesía, la irracionalidad y la autobiografía y tantas otras cosas, muy a la manera de Proust o de Woolf que, en su momento, fueron esgrimidos como arma contra el poder del Realismo. El texto fluctúa entre un premodernismo fantasmal presente en un lenguaje que juega con la elementalidad de lo sagrado; y una postmodernismo agresivo que pugna por ser comprendido al lado de la narrativa dominante. Me consta que la relación entre lo pre- y lo post- es bidireccional en numerosos casos. En el juego se emplean algunos elementos de la novela tardomoderna, fenomenológica y aún de la anti-novela con la que jugó en la década de 1970. En suma: la poesía no debe ser desterrada de la República de la Novela, parece proponer este texto de Aponte Alsina.

Cuarto, la disolución del yo se impone con la subsecuente imposibilidad de una identidad confiable. Estas figuras imprecisas, con sus rasgos apenas abocetados, se mueven dentro de una ficción atroz que en ocasiones lo deprime. No son personas, ni siquiera personajes: son monstruos o seres fantásticos según se afirma en la breve entrada, no es un capítulo, denominado “Monstruo” (56). Estos personajes y sus personajes, coexistiendo al garete en una realidad compleja, se conectan del modo más casual -otra vez la ausencia de arquitectura- hasta reconocer las posibilidades de su duplicidad y la realidad de su reiteración. No se trata de una imaginación enfermiza: yo mismo encontré un Mario Cancel preso común en otra isla, y otro fanático de las motos en dos lugares distantes del mundo. Por suerte ninguno de los dos era yo.

El fantasma de las cosas es un texto liminar. Eso significa que deja al lector, al buen lector, en un umbral. Si se da el paso hacia la otra parte o no, es asunto del lector. Más acá de la entrada siempre estará el mundo de lo preliminar.


(Publicado en el blog "Lugares imaginarios:narrativa puertorriqueña", 14 de agosto de 2010)

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...