domingo, 25 de noviembre de 2012

15


 
 
Hay cosas que no le dije a Gabriel. No le hablé, para qué, de la inquietud que me provoca volver a las sombrías alturas de Jájome por el antiguo puente de hierro que cruza el río Guamaní, rumbo a la quinta donde pasé los días raros de mi infancia. Papá nos dejaba los viernes en Guayama, en la casa que fue de los abuelos, y que seguía siendo la residencia principal de Alberto y Josefina. A primera hora del día siguiente subíamos por la carretera 15. Siempre ha sido solitaria, pero ahora más. La construcción de la autopista la fijó en ámbar como a un insecto prisionero del asombro. El silencio, la soledad, la velocidad moderada que imponen las curvas, permiten una marcha a la medida del cuerpo. Cortada a pico al contorno de la montaña, la carretera atraviesa una variedad de microclimas. Casi a nivel del mar, los árboles menos sedientos: almácigos, quenepos, algarrobos centenarios, bayahondas, flamboyanes. Abandonados, muestran deformaciones grotescas. Más arriba, yagrumos y alguna ceiba majestuosa. En la altura húmeda, lechos de piedra y saltos de agua, tierras dormidas donde crecían en mi niñez las fresas silvestres. Por todas partes, los perros realengos sarnosos y las gallinas, que son las reinas del mundo.  

domingo, 18 de noviembre de 2012

Este cuento es para ti


 
 
Este cuento es parte de tu historia. Este cuento es parte de las afueras de tu historia. Este cuento es para ti.

¿Por qué Gabriel?, me preguntas. Cualquier colega más cauteloso hubiera contratado a un abogado picapleitos para sacarse la espina de las primitas, valiéndose de los contactos en el bajo mundo que suelen asistir a los letrados de lujo. Gabriel no es abogado ni perito en chanchullos. En todo caso, es un ex loco. Ex y loco. Fuera de quicio.

Sabes que lo medité mientras admiraba una de las orquídeas brujas de mi colección. Soy dueño de esta desvergonzada Stanhopea tigrina, aunque la verdadera dueña de cuanto la rodea es ella. Cristina la miraba con desdén, no le gustan las flores. Prefiere coleccionar zapatos, los lleva bien como remate de unas piernas largas,  esbeltas, su mejor rasgo de niña de piel color leche. Mi Stanhopea no es hermosa, es más que hermosa. Las flores le cuelgan, upside down. Son grandes, algo vulgares. Dijo un estudioso enamorado que Stanhopea es una escultura de marfil. Tonterías. Es una mexicana blanca, una seductora absoluta, pero su belleza no invade por la vista sino por el sentido atávico del olfato. No se le resiste nada que tenga olfato.

Le quité la carga de unas flores muertas, hablé con ella. Hablé con esa mexicana de pétalos mustios. ¿Gabriel? Ándale, me respondió.

No siempre le doy la razón a las orquídeas, pero aquel día estaba blandito. Acababa de separarme de Cristina. Interpreté la coincidente soledad de dos hombres abandonados –Gabriel por una muerta, yo por una de esas Lolitas como Barbies que han sido mis temporadas en el paraíso, y mi perdición– como una señal. Además, para bien y para mal soy el hijo de mis padres. Involucrar letrados con contactos en el bajo mundo en un caso de familia, pagar porque le dieran una lección a mis primitas… no me pareció lo más digno. Eso me dije. Eso te repito.

Resté importancia al hecho de que Gabriel haya sido mi paciente. No me pareció grave un caso de incumplimiento ético en un país ilegal como éste. Incumplimiento, se dice, porque el psiquiatra tiene las claves de la estructura yoica del paciente. Bajo tal presunción, el detective sería un títere manipulable que impone sobre sus hallazgos la trama que su psiquiatra le dicte. Esa ficción proviene de un mundo extinto, donde la autoridad del médico era tan visible como una catedral y la obediencia a las interpretaciones del padre una garantía de orden y felicidad. Ya pasaron esos tiempos. Nuestro rol de policías de la razón se ha vuelto confuso.

Poco después venía yo bajando de la altura y vi un rótulo con el nombre de Gabriel Marte, detective, clavado en un poste que se inclinaba como un borracho sobre una esquina de la calle Derkes. Lo tomé como evidencia de la sabiduría de mi orquídea. No fue difícil encontrar al hombre. En un pueblo de brujos negros y blanquitos perversos sobran los chismosos.
 
De Sobre mi cadáver, 2012 (Editorial La Secta de los Perros)

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...