miércoles, 21 de mayo de 2008

De bibliotecas y gabinetes de lectura


"España no puede dar lo que no tiene": la célebre frase de Ramón Emeterio Betances va a la raíz de lo que fue la política colonial española durante la mayor parte del siglo XIX. El gobierno de los territorios de ultramar coincidió con las posiciones más conservadoras al interior de la metrópoli en una reacción opuesta a las corrientes democráticas participativas. Si en España no llegaron a desarrollarse plenamente las instituciones adelantadas por la burguesía y la clase obrera, en las colonias el irracionalismo totalitario fue llevado al límite.1

Tan absorbente fue el absolutismo en el caso particular de Puerto Rico, que su huella marcó la gestación de toda una cultura. Sin libertad de expresión, sometida la prensa a la arbitrariedad de los censores y prohibido el derecho a reunirse más de tres personas sin autorización expresa de las autoridades, la convivencia ciudadana se caracterizó por la falta de instituciones que sirvieran de contrapeso a la arbitrariedad del poder absoluto.2

Las instituciones de la sociedad civil eran prácticamente inexistentes. Aparte de la Sociedad Económica de Amigos del País, Alejandro Tapia menciona en sus Memorias a La Filarmónica, que organizaba conciertos tertulias y bailes. El mismo Tapia intentó fundar un Ateneo en 1855-56, de lo cual desistió "juzgándolo imposible" en aquella administración, con la cual era "incompatible toda ilustración y todo progreso".3

Se permitían bailes y obras de teatro para consumo de todas las clases, según consta en las citadas Memorias. No obstante, al margen de ocasiones festivas, existía una cultura letrada. Caracterizada por una especie de nomadismo o cimarronaje europeizante, tenía sus puntos de convergencia en las bibliotecas privadas y encuentros "subversivos", al amparo de logias, celebraciones y tertulias. 4

El clima político evoluciona a partir de 1870, cuando empieza a mitigarse la tradición denunciada en la frase de León y Castillo, ministro de ultramar: "en Puerto Rico se puede hacer todo impunemente". Ese año se permite la fundación de los partidos políticos. Posteriormente los sectores reformistas van conquistando libertades que culminan con la abolición de la esclavitud en 1873. Suprimida la República en 1875, la Constitución de 1876 reconoce, aunque severamente limitados, los derechos al voto y a la representación en las Cortes españolas.5

En 1876 y 1877 respectivamente se fundan el Ateneo Puertorriqueño y el Gabinete de Lectura de Ponce. Ambas instituciones se desarrollan sobre el trasfondo de una estrategia de conciliación, producto del "turno en el poder" de los partidos metropolitanos que caracteriza al último tercio del siglo XIX y que inevitablemente repercute en la vida política de la isla.6

Desde el punto de vista del Estado, dichas instituciones articulaban la visión de un "cambio desde el poder". Ya no era posible justificar un despotismo absoluto en el último tercio del siglo, tras el crecimiento de las fuerzas liberales que llevaron a la breve, pero influyente gestión del régimen republicano.7

En cuanto a sus fundadores, la institucionalización de la cultura letrada les permitió ganar una limitada, pero imprescindible, libertad de expresión. Los ejemplos del Gabinete de Lectura de Ponce y el Ateneo demuestran hasta qué punto cobró vida, en los sectores reformistas, el proyecto de organizarse para estimular la vida cultural, proponer soluciones a los problemas del país y fomentar la instrucción ciudadana como pilar de la libertad y el progreso.

El Ateneo Puertorriqueño

El Ateneo Puertorriqueño expresa en su ordenación institucional el estilo de la conciliación. Para fundarlo se convocan representantes de sectores opuestos, desde José Pérez Moris, periodista identificado con las fuerzas del más incondicional españolismo, hasta los líderes intelectuales del liberal reformismo, como José Julián Acosta y Alejandro Tapia.

En las circunstancias de Puerto Rico, convenía una institución calcada del modelo enciclopédico de los ateneos españoles. Este comprendía múltiples funciones y haberes bajo un solo techo: la cátedra, la conferencia, veladas artísticas y musicales, y el acervo de la biblioteca.8 A falta no tan sólo de la ansiada universidad sino, incluso, de un establecimiento preparatorio, el Ateneo vino a asomarse modestamente al vacío con su programa de conferencias y tertulias. También se mitigaban los efectos de la falta de apoyo oficial a las artes y ciencias con los tradicionales certámenes artístico literarios.

Ahora bien, mientras el Ateneo de Madrid era una institución vinculada con la actividad política, además de cumplir el papel de incubador de ideas y gestor de polémicas sobre el ordenamiento social, en el de Puerto Rico quedaron "excluidas de su recinto todas las discusiones o conferencias que no sean puramente las de su objeto científico, artístico y literario".9 Por añadidura, se prohibió "la circulación y lectura de las publicaciones periódicas cuyo carácter no esté conforme con el espíritu y letra del artículo anterior ".l0

Cierta tirantez entre las condiciones del orden político y la libertad de expresión que supone la gestión cultural caracterizó los primeros años vida del Ateneo.ll Sin embargo, los ateneístas ocuparon con entusiasmo el espacio abierto por el régimen. El papel jugado por la institución respecto al desarrollo de la cultura letrada es tema de los reflexivos discursos que con motivo de los certámenes literarios de 1887 pronunciara Manuel Elzaburu, el más distinguido de los presidentes ateneístas de la primera época .

Abogado y hombre de letras, traductor y crítico literario, pero sobre todo animador cultural, Elzaburu concibe la función institucional como estimulante de lo que hoy llamaríamos una infraestructura necesaria para la generación y difusión de los saberes: la producción de bibliografías y antologías, la fundación de archivos y bibliotecas, la edición de libros, la compilación de colecciones museográficas y la producción de investigaciones en torno a problemas acuciantes del país. Según su Presidente, el Ateneo, a diez años de su fundación, ya comenzaba a distinguirse en dichas gestiones.

Basándose en una de las obras premiadas, la bibliografía pionera de Manuel María Sama, Elzaburu observa que entre 1831 y 1876 se habían publicado en Puerto Rico alrededor de cien libros. En contraste, durante la primera década del Ateneo, de 1877 a 1886, aparecen publicadas 155, lo que atribuye, en parte, a las conferencias, sesiones literarias y certámenes auspiciados por la institución. En un informe de 1888, se consigna que para esa fecha y desde 1877, se habían presentado a los certámenes más de 50 composiciones poéticas, 30 composiciones musicales, 25 composiciones pictóricas y 13 memorias. l2

Para Elzaburu, influído por los criteros mesológicos de Taine, es determinante la relación entre los productos de la cultura y el medio social. Su elogio de la crítica filológica basada en el estudio riguroso de fuentes con el auxilio de herramientas investigativas, ilustra, como bien señala el título de uno de los discursos, una relación de la historia con la literatura; de la obra con las condiciones sociales que fomentan su producción. En un país carente de industrias culturales, corresponde a la institución cívica propiciar dichas condiciones, en forma análoga al gobierno que construye puentes y carreteras para estimular el desarrollo económico:

"Trabajemos por allegar toda clase de materiales; recabemos la autorización necesaria para que los escritores que quieran puedan acudir a los archivos del Estado, de la Provincia y de los Municipios, en particular al archivo del Gobierno donde se encuentran tantos preciosos documentos; pidamos insisten temente la creación en la Isla de algunas plazas del Cuerpo facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, como las tienen las Baleares y Canarias ... e interesemos a los amantes del país para que aborden seriamente esos trabajos, en particular el que hace relación a nuestra corta y escasa vida literaria. " l 3

La glorificación del banco-archivo como centro geográfico de los saberes -- tan plenamente asociada con el dominio de los poderes imperialistas --14 encuentra aquí una réplica en el ansia de saber del subordinado. El rescate del "terruño" mediante el conocimiento demandaba la constitución de acervos, prácticas y normas académicas en un país desprovisto de academias . La gestión vigilada del Ateneo significó, al fin, la expresión institucional de la cultura letrada criolla, un "encierro" del nomadismo precario que hasta entonces la había caracterizado, la apertura del espíritu erudito que en forma casi clandestina había producido la Biblioteca histó rica de Tapia y las notas de Acosta a la segunda edición de la Historia de Abbad.

El papel que en esta relación se asigna al intelectual ultramarino prendido de la falda de la "madre patria colonial" no es tan sólo, por así decirlo, la invención de una identidad propia como norte del trabajo cultural, sino la conquista de los centros metropolitanos, como lo había hecho el poeta Leconte de Lisle, otro intelectual isleño que llegó a ser "el maestro ilustre de los poetas maestros de la Francia ... ocupando en París ... el sillón vacío de Víctor Hugo".l5 En el acto de afirmarla diferencia sin que pareciera vulnerada la integridad nacional, Elzaburu justifica la exaltación de la localidad como una aportación a la cultura "materna". 16

A la luz de este "programa", la biblioteca como institución custodia del saber y, por lo tanto, como centro de los poderes que el saber encarna, es fundamental. El núcleo inicial de la colección de libros y revistas del Ateneo se forma con el traspaso de la biblioteca y el Gabinete de Física y Química de la Sociedad Económica de Amigos del País.l7

El reconocimiento de la institución que hasta entonces se había desempeñado como prácticamente la única promotora de la cultura letrada, consagra el patrón maestro del archivo integrador.

Existe un catálogo de libros y revistas de la biblioteca del Ateneo publicado en 1897 que incluye los autores y títulos de alrededor de 1200 obras. l8

La mayoría de los títulos, tanto obras originales como traducciones del francés y del inglés, provienen de editoriales españolas. De importancia menor, aunque también notable, son las ediciones y traducciones francesas. En toda la lista se advierte solamente un libro publicado en otro idioma, el inglés. l9

Baste, para los fines de éste artículo, destacar algunos rasgos de ese mapa de gustos y veneraciones, fragmentos, vacíos y poderes, que es toda biblioteca.

En cuanto a los "libros del país", la biblioteca contiene un buen número de estudios económicos y científicos, según correspondía a una institución que relacionaba el saber con el desarrollo. El catálogo incluye trabajos sobre educación, crédito, agricultura, transportación y comercio de José Ramón Abbad, Román Baldorioty de Castro, Manuel Fernández Juncos, Federico Asenjo y otros. Con relación a los géneros literarios, es completísima la representación de autores ya consagrados y de otros que se insertan en esa especie de florecimiento editorial que el mismo Ateneo propicia: Lola Rodríguez de Tió, Ramón Marín, Salvador Brau, José Julián Acosta, Manuel Alonso, Alejandro Tapia.

Relativamente rica es la muestra de clásicos españoles, representados en las colecciones de la Biblioteca de Autores Españoles y la Biblioteca Universal. Entre los autores del siglo, predominan Pérez Galdos, Valera, Alarcón, Echegaray, Espronceda, y Pardo Bazán. Varios libros y discursos de Menéndez Pelayo integran la muestra de estudios críticos, junto a textos de Canalejas y Revilla.

Francia es la otra fuerza cultural activa, desde Moliere, Rousseau, Pascal y Voltaire hasta los autores decimonónicos más distinguidos en su tiempo -- de Balzac y Baudelaire a los parnasianos y Zola, Bernard y Charcot, pasando por George Sand, Musset y Flaubert. Víctor Hugo es el autor extranjero con más obras -- 17 títulos, superado tan solo por Pérez Galdós con 25 -- y junto a él Lamartine, Gautier, y los pensadores que Arnold Hauser 20 llamó los últimos descendientes de los filósofos de la Ilustración: Guizot, Michelet, Thiers, Thierry. El catálogo enumera siete obras de Proudhon, una cantidad relevante. Tampoco falta algún título de Gustave Flammarion, autor híbrido, divulgador espiritista de universos astrales.

También están representadas en la biblioteca del Ateneo, aunque muy escasamente y en traducciones españolas o francesas, la filosofía y la l iteratura alemanas, tan influyentes en la España de la época. Tres textos de Kant reflejan los intereses profesionales de los socios lectores: La crítica de la razón práctica, La crítica del juicio y los Principios metafísicos del derecho. La biblioteca cuenta, además, con obras de Humboldt, Tiberghien, Hegel, Schiller, Jorge y Ernesto Curtius, Juan Scherer, las leyendas de Heinrich Heine, el Fausto y el Werther y La mesiada de Klopstock.

Más escasos son los textos de escritores ingleses y norteamericanos. Hay traducciones de Bret Harte, Poe y Hawthorne; del historiador norteamericano William Prescott y de los ingleses, Darwin, John Stuart Mil l y Herbert Spenser.

La colección se inclina hacia las obras representativas de las figuras venerables de la Ilustración, los pensadores metafísicos de la primera mitad del siglo y los positivistas que en Europa alcanzaron su apoteosis y decadencia justamente para la década que fue establecida la institución colonial. Es ésta una biblioteca de corte burgués ilustrado, al gusto de profesionales contagiados por el fervor de la ciencia y la tecnología, creyentes en el saber como condición del desarrollo y aficionados a la "gran literatura". Nos en contramos en un territorio formado por las corrientes intelectuales de la modernidad europea, pero limitado en sus horizontes por la asimilación de l as propuestas del naturalismo francés y del positivismo. No hubo cabida en sus estantes para los simbolistas y esteticistas de fin de siglo. Nada de Verlaine, mucho menos de Rimbaud, Mallarmé, Huysmann o Wilde. Dos libros, apenas, de Barbey D'Aurevilly.

La demarcación de territorios revela, por otro lado, en esta biblioteca institucional, un abismo entre Puerto Rico y su entorno. El aislamiento de la colonia explica la ausencia de autores de la región que recién comenzaba a conocerse como América Latina. Entre los más distinguidos apenas figuran algunas obras de Andrés Bello, Avellaneda "la trasplantada" y Jorge Isaacs.Al parecer, cuando las corrientes latinoamericanas llegaban a la isla, lo hacían casi siempre por vía de La Habana o la Península. En la biblioteca del Ateneo apenas se recogen los autores de la "Cuba oficial" que publicaban en Madrid. 2l

Si es cierto que el Caribe constituye, como dijera Federico de Onís, una de las regiones más cosmopolitas del mundo, la biblioteca del Ateneo representa apenas una de sus dimensiones. Paradójicamente, esa zona ciega, de espaldas al mundo caribeño y latinoamericano e incluso a otras regiones culturalmente distantes de la metrópolis -Estados Unidos, por ejemplo -- la hermana con sus homólogas dispersas por países incomunicados entre sí, al punto de que sólo parecen integrarse en el ideario de la latinidad utópica.

La biblioteca formativa del intelectual latinoamericano, construida según los patrones letrados de la Europa hegemónica, coincide en sus ejes centrales con la del Ateneo. Es revelador de fuentes compartidas el hecho de que, no obstante el aislamiento entre la colonia y las repúblicas hispanoamericanas, el discurso en el cual Elzaburu exhortaba a "los amantes del país" para que elaborasen estudios sobre la literatura puertorriquena, coincidiera temporal mente con la producción de las primeras historias de las literaturas nacionales en América Latina.22

El Gabinete de Lectura de Ponce
Ponce, la segunda ciudad de Puerto Rico, era, hacia el último tercio del siglo diecinueve, uno de los más prósperos emporios comerciales del Caribe español. Contrahaz de la plaza militar y ciudad murada de San Juan, centro dedicado a la comercialización de productos agrícolas, la ciudad del sur fue el eje de un mundo eminentemente seglar. La prosperidad basada en la economía de exportación dotó a Ponce de un caracter cosmopolita manifiesto en el establecimiento de grupos o colonias de extranjeros: ingleses, alemanes y otros.23 Es en Ponce donde se establece, en 1874, la primera iglesia no católica de las Antillas españolas.
Hacia 1869 se funda el primer Gabinete de Lectura de Ponce. En 1874, a la caída del régimen republicano, el General Sanz ordena su clausura. El relato de la fundación del segundo Gabinete, surgido de los restos del primero, se encuentra en la historia escrita por uno de sus fundadores , Eduardo Neumann Gandía. La reunión constitutiva se celebró el 8 de abril de 1877. 24

Entre los fundadores y miembros del segundo Gabinete ponceño, hubo figuras importantes en la historia de la cultura letrada. El primer presidente, Dr. Rafael Pujals, había sido encausado a raíz del Grito de Lares y en sus últimos días se adhirió al movimiento autonomista. Ramón Marín, periodista y autor de obras teatrales, Eduardo Neumann, educador, historiador y ensayista; Sotero Figueroa, tipógrafo y periodista, colaborador de José Martí y editor del periódico Patria; Francisco Amy, traductor de Longfellow y Whitman, jugaron un papel activo. También, y en ello la institución se adelanta a su circunstancia, se destacan algunas mujeres, entre el las Amalia Paoli, cantante, hermana del tenor Antonio Paoli y la poetisa Lola Rodríguez de Tió. No obstante lo anterior, es notable que la mayoría de los miembros fueran hombres ajenos al cultivo de las letras, dedicados a las profesiones, al comercio y la agricultura.25

En el Archivo General de Puerto Rico se conservan cerca de 300 páginas del libro de actas de las reuniones de las Juntas del Gabinete. Están mutiladas hasta la ilegibilidad justamente las primeras páginas del proyecto de Reglamento. No obstante, la lectura de otras actas permite acopiar datos sobre los propósitos, organización y funcionamiento del Gabinete.

La definición de socios, así como las atribuciones de los cuerpos directivos, corresponden a una estructura ideada con el fin de ampliar el radio de influencia de la institución, a la vez que se mantenían las sal vaguardas necesarias para capear los encontronazos con el gobierno.La selección de libros y la planificación de actividades quedaba en manos de la Junta Directiva, cuyos socios se escogían mediante voto secreto por la Junta General. El reglamento establecía una categoría de socios que al ingreso debían donar dos libros y pagar la cuota mensual de un peso. Para figurar como socios fundadores al momento de instalación se requería pagar cuatro pesos. Evidentemente, la condición de las cuotas sólo permitía el acceso a las clases adineradas.
Sin embargo, es evidente el afán por parte de los socios de extender la influencia del Gabinete. El reglamento establecía categorías adicionales de socios transeúntes y honorarios, brindando acceso, durante períodos limitados, a quienes no tuvieran recursos para pagar la cuota. En 1880 se crea una nueva categoría de socios colaboradores, que incluye por primera vez a las mujeres, señoras y señoritas. También se aceptan como socios colaboradores los periodistas y los miembros de las comisiones de otros centros culturales. 26

En 1876, Ponce contaba con una población de 33, 514 habitantes, de los cuales apenas 7102 (21%) sabían leer y escribir.27 No obstante, hay indicios de que las minorías letradas apoyaron con entusiasmo las actividades del Gabinete. La asociación, que a menos de un año de su establecimiento contaba con 186 socios, rebasó con creces los fines de una sociedad dedicada al fomento del libro y la lectura para convertirse en una especie de Ateneo de provincia, con la función mixta correspondiente. En lugar de limitarse al desarrollo de la biblioteca, el Gabinete hizo las veces de escuela, organizador de conferencias y certámenes y hasta de museo de historia natural, arqueología y gabinete de física.

Las actividades eran públicas y se anunciaban en la prensa local.23 Un indicador concretísimo de cómo a partir del núcleo de patrocinadores directos se extiende la influencia de la institución, es la compra de seis docenas de sillas adicionales para las veladas literarias, en las cuales, para hacer uso del lenguaje de la época, se destacaba la asistencia de miembros del "bello sexo".29Las conferencias y veladas literarias versaban sobre temas ilustrativos de las corrientes intelectuales en boga y de la particular configuración de la ciudad como centro multicultural. Para muestra, tres ejemplos: "Disertació n de anatomía comparada" a cargo del Dr. Pujals; "Estudio sobre literatura popular puertorriqueña", de Carlos Casanova y "Memoria o noticia histórica sobre la literatura, el periodismo, la instrucción y las artes en los Estados Unidos", ofrecida por Eduardo Neumann Gandía.30

El programa de actividades educativas incluía cursos de inglés, francés y contabilidad. Se admitían, mediante aprobación de la Junta, "alumnos no socios de condición pobres''.3l
Ilustrativa del desierto que era la colonia en materia de instituciones educativas y culturales, es la misión remediativa que se auto impone el gabinete al constituirse en una especie de museo de historia natural y de física. A estos fines, la colección de instrumentos y de artefactos arqueológicos crece en forma ingente y un tanto fantasiosa, con una voracidad indiscriminada en su afán de acumular las herramientas del saber y los enigmáticos objetos que lo estimulan. En las actas se mencionan un astrolabio; "un pedazo de madera petrificada notable por sus grandes dimensiones"; un "collar o aro de piedra labrado por los indios de Puerto Rico"; "una esfera armilar y un aparato de Rosich para la demostración de los movimientos terrestres, solar y lunar"; una máquina neumática; una colección de aves disecadas y "varios ídolos indios".32
En un país gestado a la sombra de la censura, no resulta sorprendente que, a diferencia de los "cabinets de lecture" franceses, o los "reading l ibraries" ingleses, en el de Ponce no se permitiera la circulación de libros. Después de todo, en Puerto Rico la cultura letrada tenía, como hemos visto, una proyección literalmente subversiva: "A mediados del siglo XIX no había ningún artículo prohibido al comercio de Puerto Rico, pero era necesario obtener un permiso del Gobierno Superior Civil para introducir tres de ellos: pólvoras, armas de fuego y libros".33

Antes de cumplirse un año de su fundación, el Gabinete contaba con 500 volúmenes, varios periódicos y otras publicaciones.34 Además del donativo de libros por parte de socios y allegados, las influencias y conexiones comerciales de los ricos propietarios que integraban la matrícula les sirvió para establecer una red de adquisiciones. Se compraban libros y revistas en París y Nueva York aprovechando a los representantes comerciales. Cuando un socio o amigo del Gabinete salía de viaje se le otorgaban fondos para adquirir publicaciones. Se solicitaban los catálogos de libreros del extran jero. También se compraban libros a la casa de González y a la Librería de Acosta en San Juan y al Bazar Otero de Ponce.35

Ya hemos abordado el tema de la biblioteca del Ateneo, que al parecer tenía mucho en común con la del Gabinete de Lectura. Así vemos, como en el espejo de la biblioteca sanjuanera, en ediciones españolas o francesas, una abigarrada selección de clásicos al lado de autores intrascendentes que fueron célebres en su día: Kant, Tiberghien y Letourn eau; Víctor Hugo, Gasparin y Verne; Schiller, Shakespeare y Flammarion; Rousseau, Goethe y Napoleón III.36
Sin embargo, hay aquí un estilo más cosmopolita, atribuible a la composición demográfica de la ciudad. Un ejemplo de ello es el donativo de Jorge Lohse "de 39 volúmenes en idiomas francés, español, inglés, sueco y danés".37 Carlos Armstrong, descendiente de ingleses, dona el Tesoro del arte en Inglaterra "en avance de Cuota”.

También en la selección de revistas se observan las distancias entre el Gabinete y la biblioteca ateneísta. A las inevitables Revue des Deux Mon des y Revista Contemporánea se añaden publicaciones periódicas norteamericanas como el Scientific American, HaIper's Weekly y Harper's Monthly.39

Esta apertura universalista coincide con notables manifestaciones de puertorriqueñismo. Cabe destacar la lectura que hiciera el socio Mario Braschi del ensayo sobre Hamlet, escrito por el exiliado Hostos, en una velada celebrada el 26 de noviembre de 1879. Pocos meses después, en el acta del 4 de enero de 1880, se indica que el "Sr. Presidente manifestó lo bueno y útil que sería coleccionar, en lo que fuera posible, todos los trabajos científicos y literarios que hayan visto la luz pública en Puerto Rico". La Directiva suscribe la idea de construir un "ropero" destin ado al depósito de dichos libros, con lo que quedó constituida formalmente una colección puertorriqueña. Pero la apoteosis del espíritu regionalista se expresó en el homenaje a José Gautier Benítez, cantor de Puerto Rico, celebrado con pompa y esplendor en el Teatro La Perla en 1880, al que acudieron delegaciones de centros culturales de otros pueblos.40

La disolución del Gabinete ponceño transcurrió en hora infausta, según Neumann, al refundirse en 1888 con la biblioteca de la Asociación de Dependientes. Es patente la amargura del socio fundador ante la bárbara devastación de un centro que había pretendido consagrar y difundir la vida del conocimiento:

"...sus numerosas colecciones de clásicos y amenos libros, sus preciosos objetos arqueológicos, su pequeño, pero interesante museo de historia natural y retratos de hombres eminentes fueron profanados y dispersos, hasta entre personas que no conocían la importancia y mérito de un libro, y muchos pulperos dedicaron sus hojas para envolver groseros comestibles."4l

Conclusiones
El Ateneo y el Gabinete de Lectura de Ponce, representaron la institucionalización de la cultura letrada en Puerto Rico. Facilitaron la apertura de un espacio público a las manifestaciones de una gestión intelectual que hasta entonces habia subsistido, con escasas excepciones, en el exilio o en el clandestinaje.

Hemos visto en estas instituciones, mantenidas con pericia de equilibrista en el espacio limitadísimo que permitía el régimen, manifestaciones cautelosas y a veces conflictivas de puertorriqueñismo, entreveradas con la expresa adhesión, que por ley se les impone, al ideario asimilista de la "integridad nacional". Algo análogo ocurrió en las Filipinas, donde según el historiador John Schumacher, las manifestacionés del nacionalismo cultural en la década de los ochenta se inscribiéron mayoritariamente en la afirmación de los valores del pueblo subordinado para justificar su inclusión con plenos derechos en la vida política de la metrópolis.42

Marta Aponte Alsina



1 En su estudio sobre Cánovas del Castillo, Esperanza Yllán, para caracterizar las fuerzas conservadoras, expresa que la ideología de dichos sectores "presenta cierta proximidad ideológica con el irracionalismo, tanto en lo que tiene de lucha contra la idea burguesa del progreso y la democracia, como en lo que encierra de hostildad contra el socialismo". Yllán (1985) p. 223.

2 Ver Brau (1971), Cruz Monclova (1962), Tapia y Rivera (1971), Trías Monge (1980)

3 Tapia y Rivera (1971), p. 111

4 Sobre la riqueza de las bibliotecas particulares comparada con la oferta existente en las librerías comerciales, véase Tapia y Rivera (1971), p. 28. En contraste, Cruz Monclova (1974) presenta una valoración positiva de las librerías comerciales.

5 Ver Trías Monge (1980) ó Ver Acosta Quintero (1965), Trías Monge (1980), Yllán (1985)

7 Tampoco fue completa la concesión de libertades. Hasta las postrimerías del siglo permanecieron las Omnímodas. Tan aplastante como la represión que siguió al Grito de Lares fueron los compontes de 1887 contra el Partido Autonomista.

8 Ruiz Salvador (1971)

9 Ateneo Puertorriqueño (1885), p.1

10 Ibid.

11 Ver Elzaburu (1888)

12 Elzaburu (1888)

13 Ibid. p.16 a 17

14 Ver Richard, Thomas (1992)

15 Elzaburu (1888) Una relación, pp. 8-916 En el caso de las Antillas españolas, la participación del intelectual colonial en la vida de la metrópolis, lo que Said (1993) llama "voyage in", da paso a pocos pero interesantes ejemplos de contra influencia. Pensamos en Julio Vizcarrondo, fundador de la Sociedad Abolicionista española y en el influyente cubano Rafael María de Labra, que fueron figuras destacadas en los círculos políticos e intelectuales de la "otra" España, la republicana y liberal .

17 Ateneo (1876-1888), Acta de mayo de 1876, pp.13-18

18 Ateneo (1897)

19 The Physical Atlas, de Alexander Keith Johnston

20 Hauser (1969)

21 No obstante, al Gabinete de Lectura de Ponce se donaron varios libros desde Santo Domingo, según se consigna en las actas del 3 de septiembre y del 29 de agosto de 1882.

22 Ver Rama (1984)

23 Ver Lee (1963)

24 Ver Neumann (1987) p. 103 y Gabinete de Lectura de Ponce (1877-1882)

25 La lista de socios fundadores contiene 41 nombres, entre ellos los de destacados profesionales y comerciantes. Por razones de espacio nos limitaremos a mencionar unos pocos: Joseph Henna, farmacéutico inglés; Ermelindo Salazar, acaudalado comerciante, autonomista y futuro director del Banco Crédito y Ahorro Ponceño; Pedro Salazar, comerciante, hermano del anterior; Virgilio Biaggi, médico autonomista; Juan Mayoral Barnés, Bartolomé Mayol, Julio E. Steinacher y Luis R. Velázquez, organizadores de la Feria Exposición de Ponce en 1882. Ver Neumann (1987) y Gabinete (1877-1882), acta del 16 de julio de 1877.

26 Gabinete (1877-1882), acta del 10 de septiembre de 1880

26 Ver Neumann (1987)

28 Generalmente se anunciaban en La Crónica, periódico dirigido por Ramón Marín. El Gabinete apoyó la creación del quincenario La Página, dirigido por Eduardo Carreras y "acordó que dicho periódico, como órgano que es de este centro, deberá sujetar todos sus escritos al juicio de la Directiva". Ver Gabinete (1877-1882), acta del 8 de octubre de 1878

29 Ibid., actas del 17 de septiembre y 28 de octubre de 1877

30 Ibid., actas del 15 de enero de 1878, 11 de septiembre de 1877 y 30 de octubre de 1877

31 Ibid., acta del 22 de enero de 1878, p. 51

32 lbid., actas del l de julio de 1880; 5,12 y 18 de agosto de 1882; 2 de septiembre de 1878 y 25 de julio de 1881

33 Pedreira (1970) tomo 1 p. 710. En san Juan, en 1839, se fundó la Librería y Gabinete de Lectura de Santiago Dalmau, que se dedicaba a la venta y préstamo de libros. un estudio de los títulos disponibles, realizado por Lidio Cruz Monclova, nos revela, no obstante, que la lista se limitaba a obras aparentemente aceptables para la censura, los mismos autores que Tapia menciona en sus Memorias como ejemplo de las limitaciones del comercio de libros en esos años: Walter Scott y Madame de Genlis, entre otros. ver Cruz Monclova ( 1974), Tapia y Rivera ( 1971)

34 Ibid., acta del 4 de enero de 1878

35 Ibid., ver, entre otras, las actas del 12 de febrero de 1878, 2 de septiembre de 1878,20 y 22 de diciembre de 1878,2 de febrero de 1879,16 de marzo de 1879

36 Ibid., actas del 12 de noviembre de 1877,30 de julio de 1882, 21 de marzo de 1882 y 25 de mayo de 1882

37 Ibid., acta del 7 de mayo de 1882, p.267

38 Ibid., actas del 27 de abril de 1879, p.119 y 21 de marzo de 1882

39 Ibid., actas del 8 de nóviembre y 20 de diciembre de 1878

40 Ibid., pp.180-18741 Neumann (1987), p. 104 42 Schumacher (1991)

Bibliografía

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martes, 20 de mayo de 2008

A propósito de Vampiresas



Exposiciones luminosas: el discurso puertorriqueño en una época ‘postcolonial’[1]

Por Kristian Van Haesendonck ©
(no reproducir sin permiso del autor)

Ya es un lugar común decir que el fenómeno de la globalización, que tanto nos ocupa y preocupa ha cambiado definitivamente no sólo nuestra práctica de lectura, sino también lo que leemos. Es cada vez más difícil identificarse con la idea del lector voraz de un Proust, un Sartre o un Dostojevski. Desde el final de la guerra fría y con el paso al nuevo milenio, la literatura, no en última instancia la latinoamericana, conoce el fenómeno de lo light: ha aparecido y se ha consolidado en el mercado una literatura de consumo, fácilmente digerible, que a la vez que se ajusta a nuestras comodidades, la mayoría de las veces parece vaciada de su sustancia nociva – digamos crítica. Como recuerda Jean Franco en su libro The decline and fall of the lettered city, “the market far from being a free market exercises its own exclusions” (Franco 261): el mercado liberalizado gana más exportando telenovelas en lugar de reanimar a la literatura. No es casual, pues, que muchos escritores se hayan visto obligados a optar por uno de los dos caminos posibles: o bien, insertarse en el mercado produciendo un texto transparente, es decir, escribir para vender; o bien, resistir al mercado y volver a la praxis de la literatura como arte; es decir, el oficio del escritor que se toma en serio es hacer lo que Blanchot llama “Ecrire pour pouvoir mourir” (Blanchot 111).


Ahora, como trataré de mostrar a continuación, existe un tercer camino, aún poco frecuentado. Ciertos autores son bastante inventivos ante el desgaste generalizado de la escritura –y de la lectura– como prácticas críticas. Mi hipótesis es que, más que la fusión de ambas anteriores, usan la calidad de lo digerible y mercadeable, es decir lo light, de manera estratégica. A modo de ejemplo, comentaré brevemente dos novelas de dos escritoras puertorriqueñas: la primera acaba de aparecer, y se titula Vampiresas (2004), de Marta Aponte Alsina. La segunda es Sirena Selena vestida de pena, de Mayra Santos-Febres, publicada en el 2000.[2]

Ambas novelas se caracterizan por su aspecto light (o lighticidad): combinan un texto encantador, diáfano, con una trama que el lector digiere fácilmente; destacan por su carácter liviano, en todos los sentidos – aspecto, trama, perfil del protagonista, y en el de Vampiresas también por el número de páginas. Recordaré brevemente el argumento de las dos obras. En Vampiresas, Laurita Damiani, una joven recién graduada en literatura y aficionada a las novelas de Ann Rice, gana dinero entregando paquetes; así descubre por casualidad su “vocación” (V 7) al conocer a tres ancianas, que resultan ser vampiras y vampiresas (es decir peligrosas seductoras), que viven escondidas en distintos lugares de Puerto Rico. Laurita se deja seducir por ellas, y se convierte ella misma en ‘mensajera’ de extraños mensajes que debe llevar de una vampira a otra en ‘sobres palpitantes’; acaba enamorándose de otro joven vampiro, Gerardo. Más que una sucesión de eventos crueles –como suele ser el caso en las historias de horror– Vampiresas nos instala en el ambiente gallardo de unas conversaciones amistosas entre Laurita y las tres vampiras.


La trama de Sirena Selena vestida de pena es menos violenta, pero mucho más espectacular. Un joven, pobre, negro y gay es descubierto por la experimentada drag queen Martha Divine que lo convierte en Sirena Selena, un seductor travesti cantante de boleros. Con la promesa de hacer de él la diva del Caribe, Divine lleva a Sirena a la República Dominicana a fin de ganar dinero con los espectáculos que presentaría en hoteles de lujo. En lugar del contrato prometido, Sirena gana los favores del empresario dominicano Hugo Graubel, pero se escapa de sus manos, así como de las de Divine.

En ambas novelas, predomina la fantasía sobre el horror y la violencia [la fantasía prolifera mucho en el estilo de la película Amélie (de Jean Pierre Jeunet) a la cual refiere directamente Vampiresas (V 34). Aparte de su lighticidad, creo que lo que une estas novelas es algo menos frívolo: lo que llamaré la figura del living dead: un muerto paradójicamente vivo que, como veremos a continuación, no encuentra su lugar en el mundo simbólico. Detrás de toda manifestación de encanto espera el espanto; es decir, aunque ambas novelas se visten de fantasías, subyace en ambas un trauma de juventud que sin embargo se narra de modo light. Sobre la juventud de los protagonistas sabemos poco o nada, pero algunos detalles revelan un ambiente social problemático, un hogar disfuncional, de abortos, pobreza, vida rápida y droga. Al principio de Vampiresas, por ejemplo, leemos cómo uno de los muchos hermanastros de Laurita murió “metiéndose de un cantazo cuanta basura le compró en el punto de drogas” (V 8); sin embargo, el hermanastro gozó de un entierro feliz, por haber sido “empleado sobresaliente de McDonald’s, cuya bandera [en el entierro] cubría la tapa inferior del ataúd” (V 8). Envejecida a los 23 años, sin madurar, Laurita vive una “vejez cool” (V 9). Forma parte de una generación de ancianos prematuros, de “jóvenes viejos [que] tardaban años en graduarse, ya que, además de estudiar, oficiaban de cajeros o cocineros de fast foods para pagar las mensualidades de sus carritos, sus celulares y sus beepers y, en el caso de Laurita, algún viaje ocasional” (V 12). Del pasado del quinceañero Sirena Selena no se sabe nada, estamos incluso en la incógnita en cuanto a su verdadero nombre, aparte de que tiene “tíos muertos, emigrados al extranjero” (SS 9) y “Madre en paradero desconocido” (SS 9).[3] Lo único cierto es que, tras el vertiginoso cambio en travesti-bolerista, Sirena se despide de su juventud para asumir el papel de ‘diva’. Así, ambas protagonistas (Laurita y Sirena) pierden prematuramente su inocencia: mientras que la primera se convierte en una vampira y joven vieja, la segunda es de cierto modo una ‘vieja joven’; experimentada en la seducción y el encanto, Sirena es también una vampiresa, es decir una seductora que a su manera se hace la vieja pero nunca madurará.

Todo gira, en efecto, en torno al encanto. Sirena se caracteriza por su voz en-cantadora: su propio nombre ya refiere al mito de las sirenas. Las vampiras, como todo vampiro, al pasar al acto fatal, es decir al chuparles la vida a las víctimas, transponen también la capacidad de encantar a estas víctimas que, a su vez, se convierten en victimarios.[4] Puede decirse que es precisamente la oposición visibilidad / invisibilidad la que marca la principal diferencia entre los personajes: mientras que el travesti-bolerista es fotogénico, un espectáculo visible y fugaz, el vampiro, en cambio, vive la ‘eternidad invisible’, es fotofóbico. Dando un paso más, puede decirse que Sirena, al cantar ‘bajo un spotlight’ se convierte radicalmente en un punto luminoso, en Selena (lat. luna, un símbolo andrógino), mientras que Laurita, la ‘joven vieja’ es lo contrario, una criatura nocturna. Ahora bien, ser vampiresa y vampira es una paradoja: por una parte el vampiro huye del mundo visible, por otra la vampiresa necesita la exterioridad, es decir la visibilidad para seducir; en última instancia, las criaturas de la novela de Aponte a su manera también se ven obligadas a subir al escenario: no para cantar boleros sino que se hacen incluso momentáneamente visibles como espectáculo (como en el caso de la vampira Gloria que actúa en películas de Hollywood).

Resulta también interesante cómo la mentira ocupa un lugar central en estas novelas; además, en ambas el arte del vampirismo como arte de la metamorfosis se acerca al travestismo como arte de la transformación. Las elegidas a ser vampiras se caracterizan por “una poderosa animalidad, una potente conciencia del cuerpo [...] el don de la metamorfosis” (V 87) como estrategia para superar momentáneamente la “inclinación a sentirte canario, colilla aplastada y hasta niña pobre” (V 87-88). Al contar la historia de su nación (es decir, la nación de vampiros y vampiresas), Gloria agradece su supervivencia al “arte de mentir en defensa propia”, a lo cual añade que “Existen en el Planeta otras naciones sufrientes y perseguidas, que no tienen idea de cómo protegerse” (V 86).[5] La mentira circula también en Sirena Selena: A pesar de sus alianzas momentáneas, los personajes actúan por puro interés propio: para sobrevivir actúan a expensas del otro. A pesar del encanto, esconderse (parcialmente) forma parte del ser travesti/vampiresa. [Como nos advierten Sarduy y Lacan, el travesti es una especie de insecto mimético]. Como sujetos abyectos, en última instancia viven a expensas de sí mismos. La fabulosa ‘madre’ de Sirena, Martha Divine, describe el travestismo como “salir a ser otra, entre spotlights y hielo seco, vitrinas de guirnaldas y cristal, a estrenarse otra vez, recién nacida” (SS 31). El nacimiento es la experiencia emblemática de la abyección, en que uno ‘sale a ser otro’.[6]

Mientras que lo light permea los textos en sus distintos componentes (estilo, tema, personaje, aspecto), en el caso de Sirena Selena también lo hace en el segundo sentido de la palabra. La luz y la visualidad son particularmente interesantes como parámetros teóricos, ya que nos dan una idea de la configuración light de los personajes. Lo que ante todo nos interesa aquí es la luminosidad interior que los caracteriza. Vampiresas no revela mucho al respecto, aparte de que Laurita se caracteriza por su “sangre luminosa” (V 117). Sirena Selena, en cambio, es mucho más explícita respecto a la luminosidad del sujeto: la luz que emana del cuerpo de Sirena se observa cuando aparece “bajo su luna en una mansión de fantasía” (SS 63). El joven travesti supera la diferencia sexual y se convierte radicalmente en deseo. Se le describe como un cuerpo “echando llamas por los ojos, llamas secas de fuego azul”, un cuerpo que ondula en “un mar lanzallamas” (SS 203). Más lejos en el capítulo se le describe como “aquel ángel que traslucía bajo sus ropajes fuego y hielo seco” (SS 206). En la novela, aunque Sirena se propone “cegar a los invitados” (SS 169), no puede evitar “cegarse a él mismo” (SS 169). Los travestis parecen cegados por una luz incomprensible pero omnipresente; incomprensible porque no reconocen la fuente de producción de la luz que los ciega. El brillo y la iluminación constantes –entre candilejas y glamour– prometen el eterno encanto y borran la imperfección y el espanto.


Cuando Deleuze habla de la luz como movimiento intensivo, imparable, refiere a la luz con el pronombre impersonal ‘Ça’; dice que “Ça ne cesse pas de se composer” y “Ça ne cesse pas de vous tomber dessus”[7]. La luz es un efecto cuya causa es ‘emanativa’, como dice Deleuze: “la lumière c’est le type d’une cause émanative: le soleil reste en soi pour produire, mais ce qu’elle produit sort de lui”.[8] ¿Qué significa por tanto ser expuesto a la intensidad de la luz? Una luz estable (es decir una luz no vacilante) impide el conocimiento. De la misma manera el teórico de la semiótica Fontanille sostiene que “toute lumière installée et stable interdise la connaissance, ou la rende intolérable” (Fontanille 66). Lo que busca el sujeto es la instabilidad de la sombra, las fases intermedias de iluminación, la vacilación luminosa. Para ser soportable para el sujeto, la luz necesita cierta imperfección, que según Fontanille corresponde con el mundo de los valores. En cambio, la duración, la repetición y el cierre (estabilidad) de la luz son desfavorables para el sujeto. ¿Son estos sujetos, pues, víctimas de lo que Fontanille llama “l’empire de ‘éclat et de l’éclairage” (Fontanille 74)?

Además, en el caso del travesti el performance y el fetichismo como exteriorización de la madre contrasta con la figura del vampiro como un melancólico (el melancólico es, como sabemos de Kristeva, un sujeto que ha interiorizado a la madre a expensas del propio ‘yo’). En palabras de Žižek, el living dead es por excelencia un sujeto melancólico en busca de salvación: “the fantasy of a person who does not want to stay dead but returns again and again to pose a threat to the living [...] the undead are not portrayed as embodiments of pure evil, of a simple drive to kill or revenge, but as sufferers, pursuing their victims with an awkward persistence, colored by a kind of infinite sadness” (Žižek 23). Sin embargo, las vampiras de la novela de Aponte no parecen tanto sufrir sino que están frívolamente “absortas en su propia belleza” (V 199)... ¿dónde está entonces el dolor? El dolor se halla fuera del escenario de fantasía y fuera del marco narrativo.[9]
Contrariamente a gran parte de la tradición literaria puertorriqueña, estas dos novelas renuncian a reproducir el discurso (ya completamente passé) del insularismo. Situada en la República Dominicana, en 1992, al terminarse la guerra fría, Sirena Selena puede leerse como una doble alegoría, una espacial, del Caribe, otra temporal, de la globalización. Al mismo tiempo parece referir a un punto nodal en la historia: el ambivalente triunfo del neoliberalismo y el Quintecenario del descubrimiento del Nuevo Mundo. Vampiresas en cambio, a pesar de que su historia se sitúa en la isla, incluye el tema de la globalización con todo lo que ésta implica de movilidad. A pesar de sus vuelos momentáneos a través de ese “pañuelo” (V 116) que es el globo, nuestra pareja de vampiros (Laurita y Gerardo) “retornan siempre al lugar de origen con la ciega fatalidad de las piedras rodantes, víctimas de un sedentarismo localista” (V 116). Es como si cada intento de colocar el problema de la identidad puertorriqueña dentro de una perspectiva caribeña e incluso global, no puede evitar el eterno retorno a la puertorriqueñidad, que espera a la vuelta de cada esquina.

En su libro Nación postmortem, Carlos Pabón plantea dos puntos que regresan en estas novelas: por una parte, que Puerto Rico se ha convertido a finales del siglo en una nación vampira: la nación es una idea de la modernidad que al mismo tiempo que ha muerto en la postmodernidad, está más viva que nunca; es decir, la nación es un cadáver exquisito. Por otra parte, sugiere que Puerto Rico es también una nación vampiresa que encanta al sujeto vendiéndole la identidad como símbolo cultural. Ahora, yo me pregunto: ¿no sería mejor decir que la postmodernidad implica el paso a otra configuración, no tanto la de la nación como vampire sino del mundo como Empire? Recientemente, Michael Hardt & Antonio Negri nos recuerdan el paso del imperialismo (y el colonialismo dialéctico) de la modernidad a lo que ellos llaman el Imperio de la postmodernidad: “Imperialism as we knew it may be no more, but Empire is alive and well”. Este paso al Imperio significa, entre otros aspectos, la consolidación de lo que Debord, hace décadas, llamó la ‘sociedad del espectáculo’. En el Imperio-mundo, el poder no se sitúa tanto del lado del colonizador, sino en un lugar no ubicable: “In this smooth place of Empire, there is no place of power –it is both everywhere and nowhere. Empire is an ou-topia, or really a non-place”. (Hardt & Negri 2000:190).


Ahora, creo que el caso de Puerto Rico –como otros casos– no se sitúa simplemente en el Imperio-mundo sino que conjuga Imperialismo e imperio, o sea lo que quisiera llamar un ‘Vempire’ [con e, valga el neologismo; en español traducible como ‘vempirio’], que corresponde con “una colonia poscolonial, posmoderna y globalizada” (Pabón 335). Aunque Hardt & Negri concluyen que el fin de los modernismos va de mano con el fin del colonialismo como dialéctica del poder, ¿puede interpretarse el caso puertorriqueño no como su fin sino como su extremo límite, como el comienzo del colonialismo postmoderno –Empire– que transforma la dialéctica del colonialismo moderno en una represión difusa y mucho más íntima?

Interesantemente, varios críticos –como Juan Duchesne (1991), Carlos Gil (1991), Juan Flores (2000), Carlos Pabón (2002), y los autores del libro Puerto Rican Jam (1997)– usan el término lite (derivado del inglés light) para describir la situación actual de Puerto Rico.[10] Hablan del colonialismo lite, que es sinónimo por excelencia de encanto y sensualidad, de creación de consenso y desviación de la atención pública hacia asuntos light, falta de importancia. Al mismo tiempo, ¿puede decirse que lo lite funciona como una luz difusa que opera como una forma de iluminación que no se sitúa en un lugar específico sino en todas partes. Creo que el carácter hiperreal que adopta el colonialismo postcolonial es, en definitiva, parte de un proceso más amplio que nos somete a todos a una luz absolutamente estable y fascinante, lite del Imperio.
Termino, pues, con una pregunta para incitarnos a la reflexión: al fin y al cabo ¿no nos hemos ya vuelto todos simultáneamente espectáculo visible, y sujeto abyecto, invisible? ¿no nos hemos ya vuelto todos al mismo tiempo vampiros y travestis, es decir, vampiresas? Pensando en este proceso, la liviandad de estas novelas tal vez no impide que éstas conservan una rebeldía mínima, conservan cierta sustancia crítica, nada nociva, sino simplemente necesaria.


Kristian Van Haesendonck
Universidad de Leiden



Referencias:


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BLANCHOT, M. (1955): L’Espace littéraire, Paris: Gallimard
Duchesne, J. (1991): “Convalecencia del independentismo de izquierda”, Postdata (San Juan), núm. 1, sin paginación.
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KRISTEVA, J. (1980): Pouvoirs de l’horreur. Essai sur l’abjection. Paris: ed. du Seuil
NEGRÓN-MUNTANER, F. & R. GROSFOGUEL (eds.,1997): Puerto Rican Jam. Rethinking Colonialism and Nationa­lism, Minneapolis, University of Minnesota Press
PABÓN, C. (2002): Nación Postmortem. Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad, San Juan: ed. Callejón
SANTOS-FEBRES, M. (2000): Sirena Selena vestida de pena, Barcelona: Mondadori
Žižek, S. (1991): Looking Awry. An introduction to Jacques Lacan through Popular Culture, Cambridge: MIT Press


[1] Ponencia presentada en el XXXV CONGRESO IILI, Fronteras de la literatura y de la crítica, Universidad de Poitiers, Francia, el 1º de julio de 2004.
[2] Mientras que Vampiresas queda sin estudiarse, a Sirena Selena recientemente se le ha dedicado un excelente dossier en la revista Centro, journal of the Center for Puerto Rican studies, vol. XV, número 2, otoño de 2003. Usaré las siglas V (Vampiresas) y SS (Sirena Selena vestida de pena) para referir a las novelas.
[3] Adivinamos, sin embargo, que Sirena sufrió una juventud parecida al joven Leocadio, dominicano y desfavorecido, que funciona en la novela como el doble de Sirena.
[4] Ya en la contraportada de la novela de Aponte se lee que las vampiras-vampiresas son “mujeres peligrosas y viejísimas” que están “con un pie en los misterios del erotismo y las artes y otro, en la eternidad invisible”. De acuerdo con Bellemin-Noël, puede decirse que “le vampire est le ravisseur par excellence puisqu’il laisse ravie sa victime” (Bellemin-Noël 2).
[5] Para un acercamiento a la brega en la novela de Santos-Febres, véase mi artículo “El arte de bregar en dos novelas puertorriqueñas: “Sirena Selena vestida de pena y Sol de medianoche”, en: Revista de Estudios Hispánicos, año XXX, núm. 1 – 2003, pp. 141–152.
[6] Kristeva describe el proceso de la abyección como “je suis en train de devenir un autre au prix de ma propre mort” (Kristeva 11).
[7] Cf. el seminario de Deleuze titulado “Les aspects du temps, la lumiére”, texto inédito de las conferencias de Deleuze presentadas el 22/03 y 12/04 de 1983; versión electrónica disponible en: <http://www.webdeleuze.com/TXT/220383.html>, página web consultado el 15/11/2002. (Gran parte del texto se ha traducido al italiano como “Gilles Deleuze: Luce e potenze del tempo al cinema”, en: BERTOLINI & TUPPINI (9-29).
[8] ibid.
[9] Hay que insistir en el lado abyecto de estos sujetos a medias, ni objeto ni sujeto, sombras ontológicas que pertenecen al espacio de lo innombrable (es decir, que se mueven en el borde frágil entre lo Simbólico y lo Real).
[10] Aunque la mayoría de estos críticos siguen hablando de ‘la isla’ - olvidando al sujeto puertorriqueño de la diáspora - es necesario situar el ‘espectáculo’ del colonialismo lite en una perspectiva más amplia, no puertorriqueñista, ya que éste no está tan lejos del espectáculo en que paulatinamente ya todos nos vamos insertando y que aún se indica vagamente con el término ‘globalización’, cuya violencia parece igualmente soportable, descafeinada, lite.

sábado, 17 de mayo de 2008

Gante


Para Frank Vélez Quiñones


La luz invernal atraviesa el cristal plomizo. Una lupa del tamaño de un plato de sopa agranda el ojo sobre el pergamino. Del ojo máximo derivan las cosas nimias. El miniaturista sabe que es preciso reducir el universo para comprenderlo.

En la habitación, demasiado vasta, hay réplicas de misales encuadernados con pieles de salamandras e innumerables retratos miniados de príncipes, cortesanas, brujos y mendigos paralíticos.

Ninguna le impresiona, sin embargo, como la obra en curso. La hace por encargo, a cambio de unos terrones de azúcar, superando el remordimiento de trabajar para satisfacer un capricho mientras sus hijos visten harapos.

Es una reducción de un barrio de Gante, la ciudad donde se encuentra el estudio del miniaturista. Cabe en la palma de la mano. Contiene 250 casas, y dentro de las casas, con sus fisonomías reconocibles, los retratos de cada uno de los miembros de 250 familias. Además del mobiliario y los útiles domésticos, figuran también los gatos, los perros y los insectos familiares.

El miniaturista retoca el pergamino con la punta de una patita peluda.

Falta su autorretrato. Se levanta de la mesa, se limpia las manos. Echa de menos una jarra de cerveza. Siente que su cuerpo contrahecho es indigno.

A punto está de llorar cuando le parece que, desde un rincón polvoriento, la donante le sonríe. El sacrificio que supone la cojera es nada en comparación con los fines de la especie.

El miniaturista regresa a la mesa de trabajo. Autorretrata sus rasgos tristes. Después retoca el punto central de la miniatura, las efigies de los insectos familiares: los ojos facetados, los élitros relucientes, las cinturas invisibles. De él depende que las clientas comprendan la grandeza del universo recorriéndolo con sus patitas peludas.

viernes, 16 de mayo de 2008

San Juan en la literatura (3)

Foto © Frank Vélez Quiñones


Que nunca Puerto Rico fue tan rico

La ciudad es tiempo edificado. Quedan en ella bolsillos de otras épocas, además de la cicatriz de sus destrucciones. Una encubre la herida de la invasión del holandés en 1625 y el saqueo y quema de una biblioteca. Lope de Vega le dedicó unos versos crueles:


Y siempre dulce tu memoria sea
generoso prelado,
doctísimo Bernardo de Balbuena.
Tenías tu el cayado
de Puerto Rico, cuando el fiero Enrique,
holandés rebelado,
robó tu librería;
pero tu ingenio no, que no podía
aunque las fuerzas del olvido aplique.
¡Qué bien cantaste al español Bernardo!
¡Qué bien al siglo de Oro!
Tú fuiste su prelado y su tesoro,
y tesoro tan rico en Puerto Rico
que nunca fue tan rico.[1]

El nombramiento de Bernardo de Balbuena (1568-1627) como obispo de Puerto Rico dio el golpe de gracia a una vida obsesionada con la fama y condenada a no obtenerla. Lejos de los centros de poder y cultura, articulada, no obstante, al sistema defensivo de los virreinatos, la isla alucinaba en sus abolengos imaginarios, además de ser la sede de una diócesis episcopal imposible, que se prolongaba desde las Antillas Menores hasta La Guayana. En carta al Rey, el obispo Balbuena, que entonces tenía sesenta y cuatro años, lamenta no poder visitar las tierras de su diócesis:

La falta de salud no me ha dado lugar con las grandes veras que lo he deseado, porque la he tenido muy quebrantada desde que entré en esta isla, y las embarcaciones para aquellas provincias son de notable trabajo y peligro... [2]


Si alguna figura presagia al señor barroco que señaló Lezama como antecedente del criollo americano, ese “que se sacude lentamente la arenisca frente al espejo devorador” al levantarse con desbocada curiosidad y un poco de ocio de la dureza de la guerra contra hombres y paisajes; el letrado para quien “el lenguaje al disfrutarlo se trenza y multiplica”[3], constituyéndose, como afirmaba Lope, en su máxima riqueza, ese fue el docto Balbuena. Manchego de nacimiento, heredó las posesiones de su padre en Guadalajara, México, acercándose en calidad de cortesano menor a la corte virreinal, donde —ejemplo primerizo de conquistador conquistado— buscó distinguirse en la escritura de poemas dedicados a proclamar la magnificencia del mundo nuevo. Obras suyas son La grandeza mexicana, testimonio del esplendor de la corte virreinal y evocación del pasado de la ciudad azteca, además de una novela pastoril, El siglo de oro, y el fabuloso poema en octavas que habría de ser su obra maestra, el Bernardo. Dejó obras inéditas perdidas posiblemente en el incendio del holandés, el mismo que sembró el pánico a la mar en generaciones de puertorriqueños.

Que en paisajes tan diversos como el altiplano azteca, la desolación isleña de Jamaica, donde vivió largos años (en “las soledades de Jamaica, donde este tiempo estuvo como encantado”[4]) y, tal vez, en la azarosa vida del asediado Puerto Rico, se escribiera y puliera, por segmentos y lentamente, una de las obras notables del barroco literario español —con sus lances caballerescos, metamorfosis, viajes panópticos, conjuros y brujerías, espejos parlantes, carros de fuego y objetos mágicos— habla tanto de la autonomía de la imaginación como de la presencia de un escenario dilatadísimo, donde bajo la piel de leyes y barreras militares convergieron libros, ideas y personajes para configurar un siglo de oro propiamente americano.

Balbuena se aleja de México medio siglo antes del nacimiento de Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), erudito mexicano, poeta, naturalista, éste sí plenitud encarnada del barroquismo continental. La historia de la literatura registra una paradoja que hubiera apreciado el ingenio conceptista de Sigüenza. Sin ver jamás la isla, el mexicano Sigüenza protagonizó uno de los más señalados episodios de la narrativa puertorriqueña, al recoger de labios de un aventurero la trama de una de las primeras novelas escritas de este lado del Atlántico. Se trata, desde luego, de Los infortunios de Alonso Ramírez, que para colmo de coincidencias revisó, con miras a su publicación, el clérigo nacido en Puerto Rico y poeta mexicano Francisco de Ayerra y Santa María (1630-1703).

En un mundo anterior a las geografías nacionales, es notable que la historia de Alonso Ramírez proponga desde el exilio una visión de la ciudad como “patria”:

Es mi nombre Alonso Ramírez y mi patria la ciudad de San Juan de Puerto Rico, cabeza de la isla que en los tiempos de ahora con este nombre y con el de Borinquen en la antigüedad entre el seno mexicano y el mar Atlántico divide términos. Hácenla célebre los refrescos que hallan en su deleitosa aguada cuantos desde la antigua navegan sedientos a la Nueva España; la hermosura de su bahía; lo incontrastable del Morro que la defiende; las cortinas y baluartes coronados de artillería que la aseguran. Sirviendo, aun no tanto esto, que en otras partes de las Indias también se halla, cuanto el espíritu que a sus hijos les reparte el genio de aquella tierra sin escasez a tenerla privilegiada de las hostilidades de corsantes.
Empeño es este en que pone a sus naturales su pundonor y fidelidad sin otro motivo, cuando es cierto que la riqueza que le dio nombre, por los veneros de oro que en ella se hallan, hoy por falta de sus originarios habitadores que los trabajen y por la vehemencia con que los huracanes procelosos rozaron los árboles de cacao, que a falta de oro, provisionaban de lo necesario a los que lo traficaban, y por el consiguiente al resto de los isleños, se transformó en pobreza
.[5]


Los infortunios es antecesora de la novela de testimonio. El protagonista se perfila como un sujeto histórico ante las adversidades que confronta en lugares conocidos y exóticos. Aunque conciente de los fundamentos de la picaresca y de la novela bizantina, en el texto se vislumbra un acercamiento realista, de corte casi sociológico, a la situación del imperio a fines del siglo 17.

A la llegada del obispo Balbuena, San Juan constaba de 21 manzanas y más o menos 250 casas. Era una aldea perdida y miserable, con huertos frescos y calles de tierra.[6] Por lo que implica como símbolo o “figura de central imantación” de una de las posibles caras de la ciudad letrada, fijada en el anhelo de superar la fragilidad de las instituciones educativas y culturales que asolarán al país a lo largo de su historia, la llegada a la isla de la célebre biblioteca del obispo, en carnavalesca inversión antillana de la mitológica biblioteca de Alejandría, debió ser un evento casi escandaloso.
Con sus más de mil volúmenes que “aparte de libros eclesiásticos poseía bastantes autores latinos e italianos y algunos de consulta” y otras obras “incluso, es de esperar, la edición príncipe de su Bernardo”[7], pudo ser el núcleo de un San Juan que jamás llegó a concretarse, semejante al embrión de universidad y biblioteca establecida en el monasterio de los dominicos mencionada por Layfield, “con libros admirablemente encuadernados, pero (que) allí se apolillan y se pierden”.[8]
Para colmo de enigmas, los comentarios sobre la desaparición de la biblioteca no distinguen entre destrucción por incendio o saqueo: la desaparición de la biblioteca permanece en el misterio de su posible no muerte.

Cuatro años duró la gestión de Balbuena y todavía dos siglos después Manuel Fernández Juncos, en una curiosa semblanza biográfica, aseguraba que ciertos rasgos del carácter del obispo habían pasado al anecdotario íntimo de la ciudad, reclamando así una especie de túnel comunicante entre la ciudad letrada del 19 y la biblioteca del Obispo.[9] En su lecho de muerte, Balbuena insiste en legarle una capilla a San Bernardo en la catedral de San Juan. En esa capilla descansan sus restos. La Iglesia y el estado se disputaron su herencia y prevaleció el interés eclesiástico. Cuando la ciudad renazca del acto de violencia del holandés, no será bajo el signo de la biblioteca ni sujeta a los designios geopolíticos de la Iglesia sino a la sombra de la plaza fuerte militar.

Del primer siglo de fiebre fundacional, plagas, invasiones y abandono, va surgiendo San Juan, con su contradictoria función de ser a la vez llave y baluarte y desolado fin del mundo. Rodeada de murallas defensivas es punto de aguada, trasbordo y reaprovisionamiento, una ciudad dependiente y alejada del mundo en el escenario de un tablero cambiante, comparable, a pesar de su centralidad geográfica, con las más remotas soledades, esos puestos fronterizos condenados a ser disputados como botines de guerra.

Una imagen seminal de la ciudad se debe a uno de los sucesores de Balbuena, autor de una carta que ha pasado a la historia de la maledicencia literaria, abriendo el archivo de la sátira que retomarían más tarde escritores criollos como Tapia, Fernández Juncos, Bonafoux y Luis Palés Matos. La carta del obispo Damián López de Haro, con su crónica de indigestiones y alucinantes festejos en medio de la hambruna cotidiana, es el reverso del aura cosmopolita instalada alrededor de la biblioteca de Balbuena. La sustitución del pan de trigo por el casabe y de la carne de res por el carey amargaron los humores del obispo López de Haro, que para colmo de maldiciones morirá en la isla que denostó con tanta amargura. La dieta de los sanjuaneros y sus mercados sobreviven en esta crónica marcada por un humor tan barroco como las hipérboles de Balbuena:

“...fui recibido no sólo con todas las prevenciones que dispone el ceremonial Romano, sino con muchas demostraciones de singular alegría, con danzas, comedias, toros y cañas...”
... las casa son pocas, como 250, de teja, obra y cantería; los bujíos son 100, cubiertos de paja como allá de retama, y en todos corrales con árboles frutales, que de la noche a la mañana nacen sin curiosidad, y la hierba en la plaza, calles y cementerios tan porfiada que... sirviéndose todos los días de los jumentos y otros animales de carga, en lugar de darles de comer les dan cuatro palos a medio día y cuatro a la noche y los embían a pacer por las calles...
...la jente es muy caballerosa y los que no vienen de la casa de Austria descienden del Delfín de Francia o de Carlo Magno; la vecindad del lugar no llega a 200 vecinos pero hay quien diga que de sólo mujeres con negras y mulatas hay 4,000 y estas tan encerradas que aun no salen a misa, Que si bien se atribuye mucho al encogimiento de las criollas, lo más cierto es por la miseria y pobreza de la tierra, porque las más de ellas no alcanzan para mantos y vestido...
... antes de entrar en la relación, porque no se entienda que es llorar lástimas lo que dijere, quede por asentado que con la bondad del clima yo lo paso muy bien y con salud, a Dios gracias, que como pájaro bobo no me aporreo en la jaula....” [10]

Enorme el contraste entre la jaula del Obispo donde “no se pesa baca en la carnicería ni tocino ni otro género de carne” y el pan, cuando se vende “es muy malo... y lo peor que tiene la ciudad es que no hay una tienda donde poder embiar por nada, si no es que unos a otros truecan, o venden o prestan”.... y la relación hecha tres años después por el canónigo criollo de la iglesia catedral, Diego de Torres Vargas (1615-1670), secretario de López de Haro.

La memoria de Torres Vargas, según un crítico, documenta “aspectos tanto del devocionario oficial como las creencias populares. Desde este texto inicial se luchó contra los prejuicios y estereotipos del “otro” (en este caso, el elemento español) articulando una contrarréplica utópica.” [11] No es posible deslindar este juicio de las polémicas en torno a la identidad nacional, aunque sí es notable que, desde principios de siglo, comentaristas como Brau y Coll y Toste remitieran los orígenes de una literatura puertorriqueña a los escritos de los cronistas criollos.[12] Es cierto que en la carta de Torres Vargas está presente el elogio de la isla, cuyo linaje rastrea a obras de autoridades grecolatinas y patriarcas de la Iglesia.[13] Pero el habla marca el lenguaje codificado, la hipérbole y la mitificación, con un acento particular. El legado de Balbuena, caballero de la corte virreinal, encuentra un eco contaminado ya de lo real maravilloso americano y pasado por las aguas del esperpento en el mordaz comentario de Torres Vargas sobre el obispo Fray Nicolás Ramos:
“... hombre tan virtuoso, que no se entendió solicitase el Obispado, porque se le dio sin pretenderle, dicen que él decía ser de humilde linaje y hijo de un carbonero, y así era de condición llana y afable; era gran letrado y escribió mucho, pero por ser muy viejo no se pudieron leer sus cuadernos, por lo temblado de la letra, con que fue más arcano y misterioso en lo escrito que en lo razonado.”[14]

En ese mismo Fray Nicolás, el letrado de escritura indescifrable y cultura fantasiosa, cuyo aplatanamiento formado en la herencia de años de soledad y subdesarrollo, despunta en el linaje “humilde” y el carácter “afable”, alienta un inquisidor, que se “mostró severo y riguroso, como lo pide su recta administración, quemando y penitenciando en los autos que hacía, algunas personas, y hasta hoy se conserva el lugar del quemadero que cae fuera de la puerta de San Cristóbal.”[15] Los sambenitos exhibidos junto al altar mayor de la catedral hasta el ataque de los holandeses, representan otra suerte de icono de la Conquista; la pureza de sangre y la pureza ideológica tras las quemas y amenazas de la Inquisición indican no sólo la violenta intransigencia del conquistador, sino su terror ante la fuerza de las creencias marginales.

En todo caso, la orientación preacadémica de la biblioteca, como una ruina invadida por las ortigas, cede ante el influjo penetrante de la voz de las comunidades que integran el vecindario y los asentamientos en las afueras de la ciudad y en los hatos del rey en Cangrejos. El rumor, el chisme, el hearsay, radio bemba, el oído en fin, configuran una marca que recogen, entre líneas, los documentos.

Como si se prolongara el inventario de frutos, ríos, obispos y gobernadores, Torres Vargas consigna opiniones, cuya autoría se hunde en la anécdota de circulación popular, sobre los milagros de la imagen de nuestra señora de Belén, la santidad de la vecina Gregoria Hernández y la voz del demonio Pedro Lorenzo, que habla desde la barriga de una negra: “Dicen las negras que le tienen, que en su tierra se les entra en el vientre en forma visible de animalejo, y que le heredan de unas a otras como mayorazgo”.[16]


[1]. Fragmento de “El laurel de Apolo”. Citado en Rojas Garcidueñas, José. Bernardo de Balbuena: la vida y la obra. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1958.
[2]. Ibid.,51.
[3]. Lezama Lima, José. La expresión americana. México, Fondo de Cultura Económica, 1993, 82.
[4]. Rojas Garcidueñas, Op.Cit., 46.
[5]. Sigüenza y Góngora, Carlos. Los infortunios de Alonso Ramírez. Edición de Estelle Irizarry. San Juan: Editorial Cultural, 1990, 95-96.
[6]. Sepúlveda, Aníbal. San Juan: historia ilustrada de su desarrollo urbano, 1508-1898. San Juan: Carimar, 1989.
[7]. “Recordemos que cuando salió de España se le autorizó a sacar doscientos ducados en libros; por otra parte, que su biblioteca era importante parece cosa absolutamente indudable pues su pérdida se supo en España, de seguro por cartas de Balbuena a sus amigos y debe de haber sido muy comentada y deplorada...”. Rojas Garcidueñas. Op. Cit., 56.
[8]. De Hostos, Adolfo. Historia de San Juan, ciudad murada. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1983, 421.
[9]. Fernández Juncos, Manuel. Don Bernardo de Balbuena: estudio biográfico y crítico. Puerto Rico: Imprenta Las Bellas Letras, 1884.
10. “Carta del Obispo de Puerto Rico D. Fray Damián López de Haro a Juan Díaz de la Calle, con una relación muy curiosa de su viage y otras cosas”. En Tapia y Rivera, Alejandro. Biblioteca histórica de Puerto Rico. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1970, 529-531.
[11]. López Adorno, Pedro. “Descolonización literaria y utopía”. http://uprhmate01.upr.clu.edu/exegesis/ano9/v25/25_11.html
[12]. Coll y Toste, Cayetano. “El canónigo Torres Vargas”. En Puertorriqueños ilustres (segunda selección). Recopilación de Isabel Cuchi Coll. Barcelona: Ediciones Rumbos, 1963, páginas 10 a 12.
[13]. “Las principales y las que primero se descubrieron y poblaron fueron Santo Domingo, Cuba y Puerto-Rico y esta la llamaban la Borinqueña sus naturales y las tuvieron por las Espérides (sic) Plutarco, Plinio, Pomponio, Mela Tholomeo, S. Isidoro... Pues de esta superioridad y eminencia viene a gozar en las Indias occidentales la isla de Puerto- Rico como primera de las pobladas y principal custodia y llave de todas.” Diego de Torres Vargas. En Biblioteca histórica de Puerto Rico, 539.
[14]. Ibid.: 553.
[15]. Ibid.: 553-554.
[16]. Ibid.: 567.

jueves, 15 de mayo de 2008

Venecia

"Y la muchacha podría vivir en San Juan, Ponce, o en un pueblo menor de Puerto Rico con solución de continuidad. Porque esto es quizá lo único que hoy se "resuelve" en el mundo: la forma en que ingentes cantidades de seres humanos viven y representan la tristeza."

Eduardo Lalo: Los países invisibles

lunes, 12 de mayo de 2008

Roma

El Coliseo huele a nuevo. Las obras avanzan con tal rapidez que el genio de la lámpara tiembla de gusto. Treinta carpinteros de pieles oscuras materializan los caprichos del genio.

Ovidio admira a la exótica cristiana encadenada. Quiere que ella también lo admire, pero no. Los ojos desorbitados, los suspiros silentes de la prisionera son para Ben Hur.

Deshecha la esperanza de que la cautiva prefiera su cuerpo al de un galán en carroza, Ovidio deja caer el martillo. La fila sigue sin él.

El hombre de la gorra da vueltas a la manivela de la máquina instalada sobre la tarima martillada por veintinueve obreros. Justo cuando en los ojos de la esclava se refleja la caída conmovedora, pero no antes de que la cámara grabe el espanto, el genio grita: ¡CUT!

miércoles, 7 de mayo de 2008

San Juan en la literatura (2)


Fundaciones

Que ... vayais a dicha isleta e trazen el mejor sitio de lo que os paresciere la dicha ciudad e trazeis la Yglesia ancha, segun e de manera que pueda caber en ella mucha gente, porque confiamos en Nuestro Señor que su población ha de ser una de las señaladas de sus partes.[1]

La carta de los frailes jerónimos a propósito de la ciudad de San Juan es el primer documento de instrucciones para la planificación de una ciudad europea en America.[2] Parece tanto un exorcismo para conjurar los males que habían atribulado a los pobladores de la primera capital, Caparra, como una cura en salud. Repite el tono de otras cartas y crónicas que forman el corpus inicial de la literatura latinoamericana, y que suelen relacionarse con cierta inclinación de ésta a las escrituras utópicas e incluso fantásticas.

Medio siglo después se redacta la llamada Memoria de Melgarejo (1582), en respuesta a un cuestionario enviado por Felipe II. Uno de los autores fue el nieto del conquistador Ponce de León, el presbítero que adoptó el nombre de su abuelo. La Memoria nos acerca a un país sumido en la perplejidad de la leyenda, hundidas sus raíces en frescas creencias paganas. La ceiba del río Toa, a cuya sombra, donde se encuentran ídolos indígenas, se ha construido una ermita cristiana, es el arquetipo de una simbiosis.[3] Al describirla, se inmiscuyen en el discurso oficialista las voces de la murmuración, el chisme, el juego, la fábrica de leyendas y sus métodos contrabandistas de circulación, un circuito más rico que el de las mercancías tributables.

Algo comparable sucede cuando, cuatrocientos años más tarde, Cayetano Coll y Toste transforma en leyenda la crónica de San Patricio, patrón de la yuca. Coll y Toste fue un narrador “con garra”, médico e historiador oficial. Tal confluencia de oficios confirma la idea de Toynbee que sirvió de base al sistema de las eras imaginarias, propuesto por Lezama Lima: la historia emplea por necesidad la técnica de la ficción.[4]

La poesía épica, fusión de la crónica con el decir intemporal de la leyenda, realza la grandeza de los conquistadores elogiando el valor de los vencidos. El respeto al enemigo muerto y a sus ciudades arrasadas es una de las claves de la épica latinoamericana, un género que empieza a fraguarse a la vista de la primitiva catedral de San Juan de Puerto Rico, vulnerable embrión de ciudad en 1528, cuando pisó sus caminos de tierra siendo todavía un niño Juan de Castellanos. Este personaje, autor de Elegías de varones ilustres de Indias (1589), el poema más largo en lengua castellana; aventurero, soldado, traficante en perlas, sacerdote e iniciador de la literatura castellana en suelo americano junto a Alonso de Ercilla, su amigo personal y editor de su obra, abandonó la prosa por el verso al comenzar a escribir sus memorias como quien se cambia a una ropa más incómoda en busca del rigor. En Puerto Rico (acaso también en Santo Domingo) oyó directamente de los últimos contemporáneos de Ponce de León el quimérico relato del traslado de Caparra a la isleta:

Con el primer consorcio castellano,
bien lejos de la mar y malos puestos,
la Caparra fundó, pueblo mal sano,
donde todos andaban indios puestos;
al cual mucho después le dio de mano
y le buscó lugares bien compuestos,
junto de Bayamón, que lo bastece,
y donde de presente permanece,

Son sus vecinos gente bien lucida,
nobles, caritativos, generosos;
hay fuerza de pertrechos proveída,
monasterios de buenos religiosos,
iglesia catedral muy bien servida,
ministros doctos, limpios, virtuosos.
Fue su primer pastor y su descanso
aquel santo varón Alonso Manso.[5]

En las Antillas tejió la imaginación épica el arquetipo del conquistador, siendo Juan Ponce, primero entre iguales, (“pues tuvo, como fue cosa notoria, en muy menos la vida que la gloria”) [6] el fundador renuente de la ciudad que lleva su nombre. El proceso histórico se cierra con broche de leyenda en la misma ciudad que había sido punto de partida de la Conquista de Tierra Firme, así como punto de fuga donde ondeó por última vez en suelo americano la bandera de España.

El carácter trágico y circular de la Conquista dio forma en el siglo pasado a un libro formidable y extraño de Emilio Belaval. Cuentos de la plaza fuerte parece una reposición escénica de la memoria de España en América añorada por los coetáneos de Belaval. Sin embargo, el relato “Leyenda” trasciende la cronología histórica y la nostalgia reaccionaria para crear una densa mixtura de tiempos. Su personaje, descendiente de conquistadores, regresa al punto de partida, una fantástica mansión solariega, museo de riquezas americanas, en la plaza fuerte. Más que la influencia de España en América, el relato plantea el impacto de América en España: la que se despide es una España avasallada por los conquistados; la ciudad de sus descendientes convertida en un estado mental, en una comarca del sueño.

La calle del Sol, donde ubica la mansión increíble, es “un corredor místico disparado hacia el cielo a tiro de casamata”. [7] Extraña calle, rarísima casa, piensa el criollo. “Le parecía imposible que una calle tan española como aquella formara parte del mundo americano. El latido vibrante, la gran presencia fluídica, el canto vivo de la selva americana, estaba como sepultado en el fondo de la tierra….”… “La única pieza indescifrable del museo era un gigantesco muñeco, sentado sobre unas piernas enanas, que parecía escapado de un sueño barbárico… En la penumbra se convertía en un pequeño monstruo rencoroso. Cuando un rayo de luz lograba alcanzarlo era como un cuerpo transparente que devolvía paisajes y colores fantasmales…”

El fantasma de la presencia indígena en la ciudad invade al texto, construido monstruosamente por adiciones y enlaces tendidos a fuerza de pura voluntad narrativa. Esa escritura de la ciudad es el portal hacia una dimensión escamoteada por las épicas de la Conquista. Por ella se cuela, en las estructuras del poder la versión del otro, en respuesta a la versión propuesta por los conquistadores, la cual se equivoca desde su primera escala: el oído del primer estudioso europeo de las culturas precolombinas, Fray Ramón Pané. El testimonio del intérprete Pané sobre la cultura y los dioses taínos, que nos llega en una versión traducida del italiano, es ejemplo de lo que por definición sólo puede conformar un equívoco fascinante: la traducción de una traducción. (Fray Ramón Pané. Relación acerca de las antigüedades de los indios. México: Siglo XXI, 1984).

Los derrotados conquistan en el plano de la imaginación lo que no alcanzaron en el espacio del poder, a pesar de que el Inca Garcilaso subsanó con la escritura la agrafia de sus antepasados, sacando del corazón a la mano los relatos fundacionales inmersos en el mito, de dura comprensión para el oído castellano, como si fueran traducciones de una lengua no escrita a un español inédito. El ídolo indígena de Belaval, primo incaico del Chac Mool del relato de Fuentes, manifiesta la imposición definitiva del otro monstruoso. La criatura se subleva para devorar a su creador, una inversión del tiempo desolador, pues en este núcleo mítico son las criaturas emergentes del gesto de la fundación de la ciudad quienes incorporan al “padre”. De manera semejante la ciudad habrá de rebasar la regla dorada del humanismo, la relación armoniosa con la naturaleza.

En el principio, pues, están la palabra y sus impenitentes afanes utópicos, pero también los sucesivos abortos de ciudad mencionados por el nieto de Ponce de León y Antonio de Santa Clara cuando reseñan el primer despoblamiento de San Juan a sesenta años de su establecimiento. Sobrevivir requiere mucha fe y un exagerado optimismo. Como en un anuncio para promover el turismo, se habla de los edificios e instituciones principales y de las casas de “tapiería y ladrillo”. Para subrayar la permanencia de un proyecto tan acosado por el infortunio desde sus comienzos, se destacan la solidez y composición de los materiales de construcción de la ciudad (“barro colorado, arsénico y cal y tosca de piedra, hazese tan fuerte mezcla desto ques más fácil romper una pared de cantería que una tapia destas”).[8]




[1]. Sepúlveda Rivera, Aníbal. (1989): 48-49.
[2].Ibid.: 48.
[3]. “Es tan grande que la sombra que haze al medio día no ay ningún hombre que con una bola como una naranja poco más pueda pasarla de una parte a otra. Y un brazo della atraviesa todo el río de la otra parte... Y huvo un carpintero llamado Pantaleón que hizo hazer y lo empezó en el gueco del árbol socabándole una capilla y poner altar en que se diese mysa... Fue en tiempo antiguo avitación de yndios y ansí se halla alrededor dellos algunos zemyes pintados en piedra allí cercanas que son ydolos de los yndios que entonces adoraban en este río.” Ponce de León y Garci Troche, Juan. (1996): 4.

[4]. Ver Chiampi, Irlemar. Nota a Lezama. La expresión americana. Mexico, Fondo de Cultura Económica, 1993: 55.
[5]. Castellano, Juan de. La elegía sexta. San Juan, Editorial Coquí, 1971: 78.
[6]. Ibid.: 73.
[7]. Belaval, Emilio. Cuentos de la plaza fuerte. Río Piedras, Editorial Cultural, (1977): varias. La primera edición de este libro es de 1963 y fue publicada en Barcelona por Editorial Rumbos.
[8]. Ponce de León y Garci Troche. Op. Cit.: 8.

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...