lunes, 31 de mayo de 2010

Rocas en el agua, esa que las rodea y gira


por Juan Carlos Quiñones

(del Libro de las apariencias)


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Sunday, April 4, 2010 at 2:20pm | Edit Note | Delete

“Perdón”. “Gracias”. Alrededor de estas palabras gira toda posibilidad real de lo humano, como gira el agua alrededor de una piedra (la imagen no es mía, es de Paul Celan). La ausencia de estas palabras deja tras de sí, debajo de sí, un hueco enorme. No es idéntico al agujero que deja el ser en su retirada (Heidegger) ya que este último es el hueco que algo deja en su partida, mientras que los primeros dos son los cráteres de un espacio que debía ocupar alguna cosa que nunca estuvo, los receptores de algo que debía pero nunca fue ocupado, que nunca recibió lo que siempre esperaba. Pero su efecto es igual de devastador, igual de abismal y catastrófico para el espíritu. Yo no oigo el sonido de esas palabras pronunciarse, acaso no resuenan en mí, porque no están en mí acaso, nunca estuvieron, aunque comprendo su sentido, o digamos, escribamos que lo presiento. Yo las pronuncio, algunas veces hasta el cansancio, pero no las escucho. Mi oído no las recibe de la voz precisa de la que las espera. Puede que esa ausencia conjunta y gemela, sea el nombre del infierno. Al menos así se siente, así lo siento: dolor infinito. Porque sin ellas reina el polemos más tóxico, personal e irreversible, contra uno mismo y contra el otro, sin posibilidad de reparo, total y devastante. Porque de eso se trata: “perdón” es un gesto triunfal en contra de la entropía, porque permite la suspensión, la puesta en epoche del mal pasado, esto es, la posibilidad de un rumbo distinto del desastre. “Gracias” es un gesto triunfal de la presencia del bien, porque implica que no pasa desapercibido. El bien se presenta, viene a ser en el lenguaje gracias al “gracias”, y solo así. Esto salva, porque implica que es posible un rumbo distinto del desastre; o mejor, que el desastre, una vez el bien es en el lenguaje, ya no es posible. Una falacia, un disparate: el bien es bien aunque nadie lo perciba. El bien es bien solamente si lo percibe el otro, porque solo hacia el otro se dirige el bien, nuna hacia sí mismo. Esse es percipi dijo, escribió Berkeley.

¿Qué será peor en este mundo o en cualquiera otro: que yo no escuche estas dos palabras, que no oiga el ruido dulce de su inmersión en el agua porque esa voz única (de la que hablé, de la que escribí) no las pronuncia nunca en su acepción más radical (esto es, la única que importa), o que dicha voz las pronuncie en un lenguaje que yo no comprendo? La primera, si es cierta, es dolor infinito porque implica la inhumanidad del otro, su radical monstruosidad, pero es reversible, ya que el otro siempre puede sorprender pronunciando esas palabras en cualquier momento. No sabemos, no conocemos al otro, y esta ignorancia es redentora, nos salva de la total desesperación, porque en esa ignorancia radica otra palabra fundamental, otra roca rodeada de agua: esperanza. La segunda, si es cierta, es dolor infinito, pero irreversible porque implica la propia inhumanidad, la propia radical monstruosidad. Y la sensación de que algo sí sabemos de lo propio, del disparate del yo, y de que por lo tanto sospechamos que nunca entenderemos las palabras, torna este modo de la desesperación en una de tipo insoportable.

Es la sensación que roza la certeza de que nunca comprenderemos el lenguaje, de que las dos bellas palabras han estado ahí siempre, y de que nuestra incapacidad de comprenderlas nos vuelve monstruos andando por el mundo. Digo, escribo, debo escribir me vuelve, porque esto es un asunto mío, radicalmente mío aunque implica al otro radicalmente. Aún así, la primera duele más, porque permite la ilusión de que amamos y no nos aman, y nada duele más, ni la muerte del otro amado, que de algún modo siempre deseamos (“amar”, he ahí otra palabra imprescindible, otra roca lanzada al agua produciendo bellos círculos concéntricos. “Amar”, que conste, que no “amor”, quien es un dios, y por lo tanto algo despreciable). Aun así, prefiero la segunda. Prefiero la humanidad en el otro aunque esta esté ausente de mí, como aquellas palabras, porque amo al otro. Prefiero ser un monstruo en el mundo rodeado de humanos que un humano en el mundo rodeado de monstruos.

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