martes, 7 de septiembre de 2010
Un cuento de Andrea Benavídez
MIÉRCOLES DE CENIZAS
Una mañana acaso comprendés de qué va la cosa. Te ponés los zapatos te atás los cordones y un vistazo prospectivo hace que desfilen delante de tus ojos tus últimos seis meses, en la pared que tenés enfrente. El muro en el que podías ver la película ya no está. Sólo un largo desierto se abre frente a tus ojos y la nada, o lo que otros llaman inmensidad se destaja para vos.
En el armario todavía su ropa cuelga y tendrías que haberla quemado cuando era el momento. Ahora ya no puede ser todo eso, ya no puede ser y todo eso sigue colgado para darte la razón a los gritos. Estás perdido, y eso que pudo haber ocurrido ya no ocurrirá. Nada vuelve a ser igual, pero los cordones ya están atados y el mar es un recuerdo que acariciás cuando las cosas se salen de cauce; el resto es días de sol y un árbol sin sentido en la esquina de la casa más vieja de tu calle.
Marcos es un hombre que se pone de pie delante de la cama, Marcos es mi nombre y ese pequeño detalle no hace mas que confirmar certezas que a veces parecen fundamentales, pero que luego dejan de serlo. Nada hace que mi-tu silueta, en la figura de la pared, guarde algún parecido conmigo-tigo. El sol es un espectador, que está ahí para confiarte un secreto sobre tu propia vida escarlata. Claro que nada de esto tendría sentido; excepto, si estas de vuelta del precipicio. Sentís que te ha dejado la única mujer que te ha querido, y el whisky ahora ocupa el sitio que antes ocupaba la sangre que has perdido.
El hombre que habita tu nombre te ha jugado una partida de carta y en esta noche, como en tantas otras, te ha ganado. Has perdido contra vos mismo y esa es una verdad que suena poco edificante.
Podría ser espantoso, pero no lo es porque, una vez, al menos una vez, has podido jugarte todo a ganar o perder. Una pena que pienses que has perdido, pero es sólo una cuestión de perspectiva.
Las pérdidas se amortiguan con los años, ya sabés eso; te lo recuerdo por si el olvido ha hecho su trabajito. Al cabo de cierto tiempo las calles tienden a parecerse entre sí, todas, y sabés que el mar seguirá sonando aunque no estés ahí para escucharlo. Tu sombra te confiesa que te quiere tanto como vos la querés a ella. Lo que hay fuera de tus ojos seguirá viviendo pese a tus delirios existenciales, y eso, a la larga, es una verdad que te deja en paz.
Saber que la carta está marcada, a pesar de todo, es una serenidad que involuntariamente vas a permitirte, porque a jugar nadie enseña. Pero se aprende, de un modo u otro se aprende que el golpe en la mesa de madera suena en el eco sin fondo que hay en ella.
Ya no será la perfección y eso te preocupa; tampoco será la muerte en el otro lado de la puerta. El fondo del vaso no tiene el reflejo de tus ojos, y eso te tranquiliza, porque lo que te jugaría una mala pasada, realmente, es enfrentar tu mirada de ojos descangayados.
No es fácil ser un corazón duro, lo difícil, lo realmente difícil, es acariciarle la entrepierna a la certeza cada mañana; saber que en el lugar donde otros tienen un corazón vos ya no sentís el latido.
Marcos, espero que cuando pasen los seis meses correspondientes estés en un mejorcito estado. Laura debería llevarse su ropa antes de que me entren ganas de comenzar a usarla.
Andrea Benavídez nació en San Juan-Argentina, donde hizo la carrera en Filosofía en la Universidad Nacional de San Juan (U.N.S.J). En 2008 obtuvo un Máster en Pensamiento Contemporáneo en la Universidad de Murcia. Durante el 2010 ha publicado en destiempos.com algunos cuentos. En 2008 publicó Narrativas sanjuaninas actuales en Confluencia, Revista Hispánica de Cultura y Literatura y en 1997 El Sótano, novela corta editada por la U.N.S.J.. Cursa un doctorado en Estudios Literarios en la Universidad de Alicante.
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3 comentarios:
Un cuento inquietante y ambiguo que me tuvo en vilo hasta el final. Fuerte abrazo para Marta y Andrea, amigas queridas y admiradas.
Me pegó.
Igual que el blog.
Gracias por compartirlo.
Mis saludos!
Exegesis para un tango
Sólo un largo desierto se abre frente a tus ojos y la nada, o lo que otros llaman inmensidad se destaja para vos.
Estás perdido, y eso que pudo haber ocurrido ya no ocurrirá.
Nada hace que mi-tu silueta, en la figura de la pared, guarde algún parecido conmigo-tigo.
Claro que nada de esto tendría sentido; excepto, si estas de vuelta del precipicio. Sentís que te ha dejado la única mujer que te ha querido, y el whisky ahora ocupa el sitio que antes ocupaba la sangre que has perdido.
El hombre que habita tu nombre te ha jugado una partida de carta.
Una pena que pienses que has perdido, pero es sólo una cuestión de perspectiva.
Lo que hay fuera de tus ojos seguirá viviendo pese a tus delirios existenciales, y eso, a la larga, es una verdad que te deja en paz.
De un modo u otro se aprende que el golpe en la mesa de madera suena en el eco sin fondo que hay en ella.
El fondo del vaso no tiene el reflejo de tus ojos, y eso te tranquiliza, porque lo que te jugaría una mala pasada, realmente, es enfrentar tu mirada de ojos descangayados.
No es fácil ser un corazón duro, lo difícil, lo realmente difícil, es acariciarle la entrepierna a la certeza cada mañana; saber que en el lugar donde otros tienen un corazón vos ya no sentís el latido.
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