jueves, 16 de diciembre de 2010
Luis Fortuño Burset, novela por entregas: capítulo 6
En el capítulo final de Do androids dream of electric sheep?, la novela de Phillip K. Dick, el héroe exterminador de androides duerme. Su mujer aprovecha el largo descanso del guerrero para servirse una taza de café caliente, negro y aguado.
El libro se presta para todo tipo de abusos, como los del guionista de Blade Runner, que apenas retuvo una sombra de la deliciosa pesadilla de Dick. Sigamos abusando, pues, y digamos que Rick Deckard, el cazador de androides, despierta de su largo sueño en una cama de pilares, en el Palacio de Santa Catalina. Lo sorprende el ronroneo de un gato persa. El olfato de Rick, debilitado por la rara empatía que le provocara la destrucción de seis ejemplares de la serie Nexus, le indica que se encuentra en una guarida de androides: seres inhumanos condenados a cuatro años de vida. Por su constitución celular, los androides son incapaces de renovarse.
El gato mira al matón con ojos zalameros –los gatos, cuando no son ariscos, son zalameros- da un salto y regresa de inmediato en compañía de un hombrecito delgado de abundante cabellera negra. Rick se levanta con suspicacia. El hombrecito se acerca a la cama y le extiende la mano.
-Welcome to La Fortaleza USA.
-Gracias -contesta Rick, que ha sido traducido a muchos idiomas. Como humano de ficción está programado para responder automáticamente en varias lenguas.
-Ah, qué bien, habla sin acento -comenta el gato con un ronroneo. -I said that you speak without an accent.
-Mais pas vous bien sur -contesta Rick disparatadamente.
El flaco no pierde el tiempo. Le comunica que es el gobernador de Puerto Rico, Estados Unidos de América, y que lo ha despertado de su sueño para que, con los rayos de su pistola laser, escarmiente a los terroristas estudiantes de la Universidad de Puerto Rico.
-Yo solo elimino androides. Soy humano, matar humanos me es ajeno -contesta Rick Deckard. -De hecho, ya ni siquiera podría matar androides, me dispiace. He descubierto que también los androides tienen derechos.
-Derechos my ass -comenta el gato.
-Nadie, pero nadie, tiene derecho a subvertir el orden –dice el flaco con los ojos húmedos y voz de santo.
-Mmm, musita Rick. Piensa: “Ya es tiempo de despertar. Los exabruptos de ma femme y el café aguado son menos aburridos que este tipo de androide subnormal. Es un modelo muy atrasado, de esos que cantan una sola nota hasta que alguien les programa otra. Ya no los fabrican, pero hay muchos sueltos. Tampoco hay que tenerles pena, son dañinos. Cautela, Rick Deckard.“
Cierra los ojos. Al abrirlos todavía los especímenes están ahí. El flaquito y el gato lo miran con la expresión entre desdeñosa y vacía de quienes se criaron esquiando en Colorado, retratándose con Goofy en Disney World y jugando tennis en el Caparra County Club.
-Bueno, si quieren hacemos un trato. Yo me encargo de los estudiantes, pero primero les limpio este lugar. Me huele que está lleno de androides.
-Te lo dije, Luis –gritó el gato. Esto está lleno de espías de Jennifer y Tommy. Se les nota al vuelo en lo cafres que son.
Rick saca el pistolón laser. Lo empuña con las dos manos y apunta al piso reluciente. Busca en los armarios, husmea debajo de la cama. El flaquito y el felino observan embelesados. De pronto, Rick los encañona. Gritan.
-Cristo amado, have you lost your mind?
-Los únicos androides que turban mi sueño son ustedes dos. Ni siquiera son divertidos. La autora de esta serie debería matricularse en una escuela donde le enseñen a escribir guiones. Adiós, infames.
El flaquito y el gato se abrazan, se hincan, rezan implorando la intervención del beato fundador del Opus Dei.
Rick Deckard dispara.
Del cañón de la laser sale un holograma del Rudolph the Red-Nosed Reindeer con aureola de centellas.
-Jesus Christ, Luis, esto debe ser una broma pesada del caballo Romero. Ese hombre te odia.
-Ave María, Marcos, no digas eso -dice jadeante un hombre peliblanco de malos cascos. –Yo que les traigo una musiquita navideña y tú me sales con esa grosería. Ay deja eso, chico, ¿qué esperabas, que te trajera flores? Perdona, sae.
Rick Deckard se debate entre una visión profética y la insistente música de una parranda acompañada con güiros, panderetas pentecostales y latas de sopas Campbells:
Por fin llegaron, las Navidades
Everything about me has become unnatural
Las fiestas reales de Borinquen
It´s time to go home
Un lechoncito en su vara y ron pitorro
Maybe, after I´ve been there a while
Que no me da la gana
I´ll forget.
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1 comentario:
Gracias. Me has hecho reír. Aunque luego queda el amargo sabor de que, de lo que cuentas, solo Rick es ficción.
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