jueves, 9 de septiembre de 2021

y dejar que lo aprendido suene y suene

 



Marta Aponte Alsina


No ha tenido un momento de paz la poesía puertorriqueña desde sus primeros brotes. Se ha sumergido, se ha transformado, le han declarado la guerra y ese conjunto de palabras encuadernadas o lanzadas al aire no da señales de despedirse. Antes bien se extienden sus rizomas sin grandes cortes generacionales recientes, en las obras de Áurea Sotomayor y Vanessa Droz, y voces más cercanas, logradas la madurez de su expresión, tales Mara Pastor y Nicole Cecilia Delgado. Sin  dejar caer la complejidad de ritmos que repica, esa poesía sigue extendiéndose.

Xavier Valcárcel ha publicado libros desde muy joven. Cuenta con una serie de obras que son, para usar sus palabras, “trabajos de poesía”. Es cierto que ante el letargo de editoriales institucionales y comerciales, las pequeñas impresoras (tanto en libros hechos a manos como digitales o en combinación de métodos) han recogido esos frutos que caen de los árboles vigorosos,

Se diría que el carácter catastrófico de estas décadas ha provocado esa masa de respuestas como reacciones estridentes si no fuera porque en Valcárcel se nota el trabajo de una voluntad crítica que no acaba en el grito. Hay en los poemas de este libro suyo que comento (Fe de calendario, 2016) una sabiduría de golpes asimilados, pensados y usados. La confluencia de acercamiento y distanciamiento, la precisa expresión del dolor que siendo tan suyo es de su generación y su tiempo, dan un tono elegíaco a estos trabajos de autor joven. Es como si de un envejecimiento prematuro naciera una poesía con luminosidad de tiempo no perdido, una especie de elegía primera como cierre necesario para retornar mientras haya vida: enriquecido el don de adivinar, vislumbrar , proponer y predecir. Se trata de un aparador de voces y escenas cotidianas, en versos de un tono menor, cercano al de Ángela María, cuya materialidad rescata y privilegia la insignificancia para, de pronto, asombrosamente, formar con ingredientes humildes, esferas luminosas.

Las piedritas que, sin distinción de objetos mágicos, llegan a serlo porque se les reconoce como guías y estabilizadoras, componen lienzos de paredes. Cuando se desprenden de una obra en ruinas, su ciclo se ralentiza, pero no acaba.  Que el objeto inerte guíe todo un método de composición, que se reconozca la cercanía semiconsciente de los árboles y de las plantas de la botica familiar, hacen del libro una casa adonde refugiarse del entorno y reparar quiebres mentales sin falsos consuelos. Compartiría muchos versos descontextualizados. Son piedritas que me acompañarán si logro memorizarlos y creo que sí lo haré. Pero no sería bueno sacarlos del contexto donde anidan.

Agradezco la existencia de este libro acompañante.


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