Marta Aponte Alsina
Una antología poética de Haroldo de Campos lleva por título Hambre de
forma (Veintisiete Letras, 2009).En una poética vanguardista
autorreflexiva la forma se busca en la descomposición del lenguaje habitual; deshaciendo el lenguaje para revelar sus elementos y funciones.
Aurea
Sotomayor Miletti es una escritora extraordinaria, una de las grandes autoras latinoamericanas y caribeñas. Lo es por la constancia de un trabajo abundante,
prolijo y sostenido que no pierde líneas fundamentales de
continuidad y calidad desde su primer libro, Soñando mi sueño de madera, y porque ha
escrito ensayos sobre autoras y autores, como quien se acerca a la biblioteca
para encontrar interlocutores y adversarios. En sus ensayos críticos asume la
lectura no solo como tarea de visibilización y reconocimiento de la otra, sino
como una disciplina que desarma, examina y rearma poéticas.
El registro es prolongado: los poemas de juventud, melancólicos; el erotismo decadentista, refinado, durasiano de Rizoma. El rizoma mismo como mapa de un proceso engañosamente
espontáneo, pulido, trabajado eufónicamente. El monumental libro de ensayos
críticos Femina faber; incisivo, mordaz, alejado de los lugares comunes de la
crítica, compone una serie de ensayos semejantes a alegatos legales; rigor demoledor
de cierres habituales, de lugares comunes;sus estudios sobre poesía puertorriqueña.
Seguir su
trayectoria de crítica y poeta es seguir algunas marcas del mapa de la
literatura puertorriqueña. En este su libro más reciente, el desafío a la forma,
a la arquitectura del poema, a la geometría del verso, al diseño del ala, exhibe el violento y ominoso presente de la especie humana y sus dominios,
su voracidad, su hambre no ya de forma, sino de muerte. La muerte es eso, pérdida
de la forma. Y la búsqueda de forma en la violencia tiene también una dimensión
viral, de tristeza, con rastros del desastre. El cadáver de una mujer en el
desierto. Los cadáveres de niños muertos. La destrucción de pueblos como moneda
de intercambio en el mercado de poderes y pesos. Y la luz de un café Evergreen
que podría ser una casa de espantos o un paraíso artificial.
Lo
impresionante de la voz poética es que sin evadir la desolación, la soledad y las cumbres enrarecidas del mundo académico, se sostiene aplomada y muy presente sin
sentimentalismo, como testigo de atrocidades. Hay nombres que ya
son significantes en más de una lengua, George Floyd, Ebenezer Church, la
iglesia donde ancianos negros acogieron a un demonio fabricado de obsesión
blanca. O la sinagoga de Pittsburgh, la ciudad de otros hábitats de la
autora. Pittsburgh con sus guetos, sus bosques y una librería de viejo. Y la
residencia de sus padres en Puerto Rico, donde el jardín no acaba de perder la
forma que le impartieron las manos de la madre, y sobrevive.
Ahí queda
el registro de la mirada del guardián adiestrado como un perro monomaníaco para
evitar el acercamiento a las obras del museo Frick, mansión neoyorquina de
quien fue uno de los máximos explotadores de los cuerpos que trabajaban en sus
fábricas en Pittsburgh. “Robber baron” a la manera de los Carnegie, de un puñado de fundadores de fundaciones
que aspiran al libertarismo del privilegio: desmantelar el estado, instalar la caridad a cuenta gotas. Anarquistas a su manera
prepotente, porque fue la lucha de las mayorías, reconocida por la ley, la que
les opuso unas reivindicaciones mínimas. A poco más de un siglo de la guerra contra
los trusts, vuelven por sus fueros de robber barons del siglo XIX.
En ese
contraste entre el aplomo del ojo que ve, la piel que recibe y la memoria que
apalabra, está el envío. La poesía persigue el rastro de la luz, la
fijación del instante pasajero que esa mirada humana registra y traduce. La
lección de la maestra está en la forma, en la experiencia captada y
transformada a pesar de. Es la paciente insistencia en dar forma al dolor de
morir y ver morir, al caos, a la fugacidad. Será que la belleza de canibalizar, descomponer, perseguir y rearmar unas formas es lo realmente
humano. No el coleccionismo de objetos inaccesibles y apresados en el
museo deformado por el devorar, sino en lo instantáneo y fugaz que reaparece y se pierde,
librándose del ansia de poseer.
La poesía
de Áurea Sotomayor Miletti no cabe en una reseña de unos versos de uno de sus
libros. Merece un libro cuidadoso, desde múltiples miradas lectoras. No
necesita esta reseña.
Cierro con
uno de los poemas breves del libro, en estos días de luz húmeda que marcan el
umbral entre años, y añado el recuerdo de otras navidades, y
Fibras
No se trata
tan solo de la cosa
es decir,
del lagarto y de su ciclo;
el
encadenamiento de visiones
y el pasto
seco sobre el que reposa
Es decir,
que la luz repara
las
protuberancias de sus cortes
en contraste
con la zona del suelo,
las
entradas en la visión desde esa forma,
las
sucesivas emanaciones
que allí
pasan.
Estaba el
sol en su cenit.
(Fibras, en
Espacio teselado, 2021)
Y desde esa
forma cíclica, saltar a otra punta del rizoma, compartiendo un poema escrito en
la luz de otro año viejo:
glosas de
lagartijo
la
gravedad, o sea la gravedad
el
lagartijo,o sea, la quimera
Si un
lagartijo perdiera su rabo,
ese
equilibrio maravilloso
donde el
abismo se niega a caer
y se
soporta en peso,
en frágil
piel de aguja.
Si entonces
le cesaran la verja,
el alambre
donde hace de su vida
apoyo
donde
habita
retando las
normas del vacío:
la gravedad
que para él es solo
un
espejismo
un
fragmento de ilusión
cortado con
su látigo.
(No sabe
que la posibilidad es un apoyo
y es
también la imperfección de una peca).
Si luego
decidiera alambrarse
vivir no
improvisándose,
fijarse en
su estatura
e
inflexible,
negarle a
su cuerpo su retórica.
Su
maravilla cesada,
¿se
reconocería en gravedad,
y ya en el
centro mismo
transformaría
su horizonte
en algo
demasiado firme?
(No sabe
que las preguntas son respuestas,
que luego
son quimeras).
(glosas de
lagartijo, Velando mi sueño de madera, 1980)