lunes, 20 de julio de 2009

Luis Fortuño Burset: novela por entregas




I

No crean que les voy a regalar una novela. Una autora exitosa me comentó que los libros de cuentos, de poesía y, sobre todo, las colecciones de ensayos, pueden cederse a los editores sin exigir adelantos. Bastante ganas con que te los publiquen. Pero las novelas dejan chavitos y se escriben para tener con qué pintar la casa, comprar muebles nuevos, construir una piscina o darse un viajecito.
Lección aprendida. No les regalaré una novela, sino algo menos frívolo: el plan de una novela.

Será una novela impúdicamente larga como los novelones del siglo 19. Una novela por entregas, como los folletines de todos los tiempos. Qué escritores bárbaros Balzac, Galdós, Dickens. Destilaban mil páginas a vuelo de pluma y café mientras el cajista los apuraba. Envidioso el Cortázar.

Luis Fortuño Burset será una vuelta a la novela que nunca debimos perder. El personaje homónimo, que no me atrevo a llamar protagonista, le dará el nombre, como se lo dieron a las suyas Fortunata y Jacinta, Anna Karenina, Oliver Twist, Cecilia Valdés y, por supuesto, Póstumo, pero no será una novela psicológica sino un amplio mural social, una sinfonía de temas morales y éticos. En suma, una pausa entre miradas literarias al ombligo.

El Fortuño ficticio (??) le hará honor a un híbrido linaje: personaje galdosiano con un pie en las atrocidades del siglo 20. Tendrá la virtud de ser un hombre sin atributos. La envidiable cualidad de no ser alguien en firme. Tampoco se prestará dócilmente a la caricatura, como tantos gobernadores nuestros, desde Romualdo Palacios, el capitán general que enloqueció en Aibonito ebrio de orgías, hasta el tenista de las piernas hermosas y el primer Luigi. Muñoz Marín. El Luis de la novela deseada es un personaje en blanco. No tiene ojos porque te ve sino porque lo miras. La capacidad de reflejar, de refractar, de revelar dobleces y sandeces en los sentimientos que inspira, en las miradas que provoca.

La novela desplegará una galería de personajes secundarios. No serán tipos puertorriqueños, ni siquiera nuevos tipos puertorriqueños, pero tampoco se evadirá la fórmula caracterológica del costumbrismo. Por evadir tantas cosas prescritas y proscritas por los críticos aguafiestas se deja de gozar y a veces se desemboca en callejones sin salida. Callejones narrativos, que quede claro.

Luis Fortuño Burset, y él lo sabe mejor que nadie, es ante todo un personaje muy puertorriqueño. A ver por dónde empiezo.

En el siglo 19 los Fortuño, los Serrallés, los Fonalledas, los Wirshing e incluso los Martorell (terreno minado, salgo volando antes de que me cuelguen) fueron señores de casas no tan grandes, dueños de plantaciones cañeras. Sin dar un paso en falso mutaron del españolismo incondicional y fraudulento –en castellano no fornicaba ninguno– al engendro de ese blanquito chatarra, cabeza de guata, que ya es un tópico de la literatura nuestra. Con Estado Unidos comerciaban; España nunca les quitó las tarifas.

De las viejas costumbres de la botella de jerez, las coplas ripiosas y el despotismo fluyeron al son del Charleston, el fox trot y el Seis de Andino a los country clubs, a los senior proms, a los finishing schools, a los White Christmas parties. Como cualquier clase cerrada, cuyos miembros se casan entre primos cercanos y lejanos, puede haber una tara en la herencia genética del personaje, una minusvalía mental. Cuidado. Tomar esa ruta cerraría la novela de manera sórdida e inadecuada, denunciando degeneraciones. Fácil y peligroso ese andamiaje positivista construido sobre el resentimiento. Con rabia no se hace buena literatura, según Virginia Woolf y otros. (Tampoco despachemos a la ligera la mala literatura. Quizás es la única a nuestro alcance, y por qué no escribir así, a pata suelta, en estado de éxtasis animal. Queda al rescoldo. Hay una tara en la familia de Luis Fortuño Burset. Hay una madwoman in the attic, una tía que se desgració, un tío nacionalista o algo así. Uy.)

La trama se construirá con la mirada de los otros.Por ejemplo, de cómo sus schoolmates ven a Luis Fortuño Burset.

Lo conocen desde siempre, desde los Maristas donde estudió él y el College donde estudió su madre. No desdeñan el corte de pelo ni la sonrisa charming ni la intención seductora de la mirada tras los contacts, pero todavía les sorprende el éxito político del muchacho.

-La pusiste en la China, Luis.

Me gusta esa línea, aunque los descendientes de los Serrallés y los Fonalleda no hablan así. Pero es una expresión linda.

-Luigi, la pusiste en la China.

Varios de estos personajes, seguidores de cualquiera de los tres partidos políticos auspiciados con carne de presupuesto (expresión galdosiana si las hay) se sientan a conversar y a darse palos de Chivas Regal. No. De Irish Whisky de 19 años, para variar. La escena no transcurre en un bufete de abogados corporativos en Hato Rey. No. Será en una casa solariega de Ponce, o mejor en Jájome, porque hace demasiado calor para reunirse en Ponce.

-Que se cuide.
-Luigi es sharp, no lo menosprecien, con esa cara ha llegado lejos.
-Ganarle a Pedrito, wow.
-Tenía que ser así. Una pena.
-Aníbal era un mamey. No hacía falta celebrar elecciones. A waste of money.
-Que se cuide de Jennifer y el otro.
-Lacras de la democracia.
-Hay que dar del ala.
-Buffalo wings.
-He´s a good boy.
-¿Quién, Luigi?

Estos personajes traman algo, lo sé. Les preocupa la impredecible chusma parlamentaria. Antes era fácil comprar la voluntad de los senadores con un Rolex o una cuenta abierta en Augusto´s, pero ya no hay gente fina en el capitolio. Jennifer González y Thomas Rivera Schatz son de clase pobre, to put it mildly. Diamantes en bruto. ¿Cómo no temerle a Rivera Schatz si su apellido no aparece en la historia del siglo diecinueve de Cruz Monclova? Y cómo mata el inglés.

-Es un tipo cranky.
-Es un individuo temperamental, pero alguien tiene que hacer el dirty work.

Tienen claro que Fortuño´s job es gobernar sin que se note. ¿Quién mejor? Nunca se le ha oído un coño ni un fuck. Es igualito a Obama en la pasta. El país está clamando a Dios que se haga una cirugía profunda. Una nueva versión del plan Menem, una aplicación realmente dura del plan Bush. Menos ricos más ricos; más pobres menos pobres, ya que esa gente está acostumbrada a sobrevivir –that´s the problem– y siempre se las arreglan con el narcotráfico y los cupones. Si no los provocas no protestan y Luigi no provoca a nadie. Es una dama.

Una cirugía necesaria. Como cuando te arrancan los dientes para evitar que se te caigan y luego te ponen unos alambritos y te implantan dientes plásticos.

-Esta boca es nueva. A good deal. Me costó veinte mil.
-Buen precio.
-Hay que perder para ganar. Ya puedo comer steaks bien rare.

¿Acaso no escribió Ricardo Piglia, citando a Bertolt Brecht que sólo un comerciante puede hacer de la pérdida el principio de la reestructuración de todo un sistema? Lindos libros Formas breves y El último lector. Quién pudiera escribir libros como esos en vez de chapurrear novelas costumbristas.

(Continuará)

domingo, 19 de julio de 2009

Puerto Rico: el corazón abierto


El sastrecillo valiente del folklore mataba siete moscas de un solo golpe. Un cirujano puertorriqueño, especialista en intervenciones de corazón abierto, opera cuatro pacientes en un solo día. Muchos médicos han abandonado el país y él se ha quedado defendiendo la plaza. Su técnica es asombrosa. Ciertos filósofos afirmaban que el cuerpo es una máquina. El médico, sin ser adicto a la filosofía, ha perfeccionado en el quirófano la técnica de ensamblaje de automóviles inventada hace más de un siglo por Henry Ford. Mientras el cuarto paciente asimila la anestesia, el tercero se prepara para la incisión perfecta, el segundo muere a causa de una obstrucción intestinal y el primero comienza a recuperarse. Es tan veloz la figura del médico que a veces no se sabe dónde está, pero su asistente siempre se encuentra en una de las cuatro salas o a la salida, entregando facturas a los parientes de los enfermos.

lunes, 6 de julio de 2009

El arte de Miguel Ángel Muñoz


(Miguel Ángel Muñoz. Quédate donde estás. Madrid: Páginas de Espuma, 2009)


Marta Aponte Alsina


Para un escritor como Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), tan dedicado a la reivindicación del género cuento, el que propongamos que la distensión es una de las coordenadas de su poética puede parecer un contrasentido. No obstante, el maestro de la distensión en el cuento es ese Chéjov que ocupa un lugar destacado en sus afectos. En Chéjov la distensión emana de la lenta dosificación de lo ordinario, de la configuración de atmósferas que ocultan el horror tras un aura confortable, semejante a la que presagia ciertos episodios mórbidos, o a la iluminación que en algunos afortunados, se dice, antecede a la muerte.

A propósito de maestros, una pareja tutelar de cuentistas es la de Chéjov y Poe. En su país natal Poe no deja de ser tomado con un grano de sal. Hace unos meses, en el New Yorker, en la reseña de una nueva biografía y dos antologías publicadas en este año del bicentenario del nacimiento del autor, la crítica Jill Lepore se preguntaba si Poe (quien adoptó los moldes sensacionalistas de la literatura gótica para poder vender sus historias al tiempo que despreciaba los gustos burdos de la masa) era un genio perfecto o un perfecto farsante. En contraste, el aprecio a Chéjov parece trascender modas narrativas. No ha perdido gracia la seducción paulatina de sus mundos extraños que se despliegan con naturalidad y que, en lugar de cerrarse de manera efectista, se van apagando en la indeterminación.

En Miguel Ángel Muñoz la balanza se inclina del lado de Chéjov y sus émulos. Su empresa como narrador ha sido airear tradiciones del arte de narrar en ejercicios que van desde la parodia de narraciones seudo-históricas hasta la estética pop aplicada al retrato de situaciones actuales.

Muñoz ha publicado dos libros de cuentos: Quédate donde estás y El síndrome Chéjov (Páginas de Espuma, 2006). En “Antón Chejov, médico”, uno de los relatos de El síndrome se presenta al escritor como personaje de ficción. Hay escenas que irradian una calidez casi erótica, un erotismo casi místico, en el espacio de la casa consultorio y taller del escritor en Yalta. El relato se construye articulando niveles temporales y de sentido, a la manera de un juego de espejos, como si el cuento fuera lo que en efecto es, una cámara oscura que miniaturiza y apresa un trozo de realidad. La escena donde los actores han terminado una representación urgente de El tío Vania para que el dramaturgo pueda descansar encierra una poética del cuento como objeto, un objeto de palabras que impregna el aire con sensaciones reverberantes y plantea un enigma, a la vez que una iluminación:

Los actores, respetuosos pero con una euforia decepcionada, fueron despojándose de los añadidos –sombreros, corbatas, chaquetas ajustadas, vestidos incómodos- y se sentaron sobre la hierba, silenciosos. Chéjov los miró por última vez antes de acostarse y notó la enfermedad en su cuerpo, se vio a sí mismo patético, y se dijo que aunque al día siguiente ese matiz simbólico desapareciese y le permitiese apreciar los aspectos técnicos de lo que había presenciado aquella noche, en ese momento su obra, que en un mes vería en Moscú, revivida por los actores, exhibía para él una tristeza funeraria que no sabía si provenía del texto, de los rostros maquillados y deformados por la exposición a una iluminación natural y sombría, o si era simplemente la melancolía que emanaba de aquella naturaleza de Crimea, todavía desconocida para él. (pp. 98-99)

En otra escena, en la noche de la boda de Chéjov, el escritor enamorado (un hombre tan fino que Tolstoi, quien lo quería mucho, lo comparaba, según Carver, con una mujer) se retira no sin antes invitar a sus invitados a que prolonguen el placer del banquete, a que beban y bailen hasta el delirio, a que vivan hasta que no puedan ya tenerse en pie. Entonces el deleite vital de la lectura proviene, en todo caso, del bienestar de una fruición estética amparada en la generosidad del anfitrión.

Escribió Chéjov en una de sus cartas que el autor debe ser compasivo de pies a cabeza. Compasivo, es decir, ni dogmático, ni sensiblero, ni arrogante; distante sin frialdad interior. La humanidad puede ser cruel, mezquina y maligna, pero un autor, el cronista de esa especie desastrosa, no puede darse tales lujos. El tono compasivo de la escritura es inseparable de quien puede interpretar una enfermedad porque él mismo la padece.

En los cuentos de Quédate como estás se repite el motivo del escritor como personaje, así como las venturas y desventuras de la vida en pareja, incluso la dicción teatral de alguno (“Ropa de verano”) cuya ironía radica en los matices de una despedida en tono de monólogo amoroso. En materia de cuentos de escritores, sobresale una parábola kafkiana con Kafka y Jakob Brod, el hermano menor de Max, como personajes. Para tratar de salvarlo de la locura solitaria, Brod apuesta con Kafka a que el escritor no podrá sobrevivir en las condiciones carcelarias de una fantasía suya: una habitación cerrada, donde sin contacto alguno con el mundo exterior, salvo los alimentos que alguien le hará llegar por debajo de la puerta, pueda pasar la vida escribiendo, en completo silencio. Como en la evolución de otro praguense, Rilke, lo que madura en la soledad es la fusión entre el mundo de las criaturas despreciadas y la subjetividad del escritor (Rilke hablaba del escritor niño, “destinado a entrar y salir temerariamente de todo tipo de criaturas”). En todo caso este relato propone una dramatización del origen de La metamorfosis.

La fusión entre el escritor y los seres y las cosas (narcisismo especular que recuerda al poeta camaleónico de Keats, y al imperio de lo minúsculo en Bachelard) está presente en el cuento breve “Jabón de Marsella”, así como en varios relatos cortos, que también tienen por personajes a escritores: Salinger, de quien ya no se sabrá jamás si vive o ha muerto, pues vive como un muerto; Onetti, el macho que ama y abandona a dos primas, “sepultadas en el pozo de la pequeña historia de la literatura”; Carver, quien ante un ciervo muerto experimenta la epifanía que cristalizará en el bellísimo relato “Errand” inspirado en la muerte de Chéjov:

En los ojos del animal había una expresión que Carver intentó definir: no era rabia, ni rebelión ni, por supuesto, conciencia del final. Más bien recordaba el arrepentimiento que los niños muestran después de cometer una maldad, como si el animal fuese consciente de haber dado un paso en falso, de haber cometido un error fatal, después de tantas escaramuzas, de haber jugado al escondite durante varios años con las armas de los cazadores, y eso le hubiera conducido a aquella furgoneta que le transportaba con brusquedad sobre la grava y los socavones, hacia el pueblo, donde su cuerpo, troceado para carne y adorno, terminaría por desaparecer. (pp. 139-140)

La lectura de Cortázar sobresale en varios relatos, pero hay uno extraordinario, cuya óptica se corresponde mejor con la de Cristina Peri Rossi en La rebelión de los niños. Se trata de Los niños hundidos. En un hotel abandonado que se levanta en una costa desierta, desprendimiento de tantas posadas malditas que reinciden en el cine y la literatura -en las paredes de este hotel los pasillos están decoradas con fotos de actores- unos seres vigilantes parecen dedicarse a rescatar cadáveres de niños ahogados y a la devastadora tarea de notificar a los padres. En las aguas del sueño, las pesadillas de los huéspedes atrapados en el hotel se confunden con las aguas marinas, pobladas de niños muertos, compañeritos de la niñez o reflejos del niño propio. Es el reino de todos los niños asesinados, devorados por la condición misma de los cuerpos, el poder, el deseo y el horror en una trama hermética. En diálogo con Peri Rossi se ubicaría también un raro relato de aprendizaje, “El reino químico”.

“Vitruvio” sabe a ciencia ficción extraña, una ciencia ficción que parece cantar las alabanzas de la técnica y la ciencia en la esfera del consumo. Vitruvio, el teórico renacentista de las proporciones, el que inspiró al hombre de cuatro brazos dibujado por Da Vinci, es emblema de un monstruo que, al contrario de los de su especie, inspira amor. Se trata de otra metáfora del escritor, padre, marido y concursante crónico de esos generosos concursos auspiciados por las comunidades españolas. El hombre se “hace brazos”, como otros se hacen la barbilla o la nariz, es decir, se hace transplantar seis brazos adicionales y con ellos escribe portentosamente. Al final, en un encuentro con el escritor mutilado donante de dos de esos brazos, reaparece el linaje gótico de los monstruos y el inevitable parentesco entre escritura y violencia.

Casi siempre se lee sabiendo más que los personajes aunque estos sean Carver y Chéjov. Pero “Banda ancha”, el cuento final, cuyo tema es el acceso deslumbrado a la esfera de la Internet, plantea el recorrido en inocente ignorancia, lo que brinda matices de nobleza al vicioso deambular interminable entre una página y otra en busca de la página imposible, esa “que detalla todo, la que lo explica todo, la que, ahora sí, lo dice todo”.

“Quédate dónde estás”, el cuento que da nombre al volumen, reafirma el antagonismo amoroso entre el registro estético y la muerte. El protagonista, un joven aspirante a cineasta, pide a su amante que no se mueva. Quiere filmarla, es decir, rendir homenaje al instante, pero la cámara revela una mancha maligna. Como en “Las babas del diablo”, de Cortázar, el ojo de la cámara descubre el mal, en este caso una enfermedad aniquiladora del “tiempo florido” de la juventud.

El síndrome Chéjov y Quédate donde estás son los presentes de un narrador para quien publicar no ha sido un tanteo, sino la entrega de un fruto madurado con depuración autocrítica. Me atrevo a sugerir que Muñoz podría escribir un libro de estrategias narrativas que, como los tratados de ajedrez, nombre, describa e ilustre las formas de iniciar, elaborar y cerrar un relato. Conoce la tradición del cuento y la enriquce en su blog, que recoge muestras de todas las regiones donde se escriben relatos en español. Su escritura congrega materiales literarios, cinematográficos y vitales diversos, pero siempre regidos por esa humanidad que no es producto de la evasión ni del sentimentalismo, sino de una visión tan ecuánime como insobornable ante los desastres de la especie. En el prólogo a su primer libro, señalaba con juvenil apasionamiento el autor: “Ojalá el tiempo me dé la oportunidad, a lo largo de los años, de escribir más de cien relatos que me convenzan”. Sólo quien escribe con un deseo que raya en la fe podrá persistir en la ambiciosa intención de tomar cien veces la medida del tiempo.

Página de Miguel Ángel Muñoz:

www.elsindromechejov.blogspot.com



domingo, 28 de junio de 2009

Un poema de Marta Ortiz


San Juan

(Puerto Rico)

Desorienta.

La noche desierta desorienta.

-penden azaleas los balcones al pastel-

De trigo maduro

araña la luna el último cielo

a ras de seda

a ras de agua

huésped de telarañas

-escorzo-

brillo a plata vieja

en el vago empedrado azul.

Subo el mapa antiguo,

la grafía de la curva

-cadencia –

El silencio cae al mar.

Perdida la luna, me resto a la noche.

Sombra china, mi andar.

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...