Javier Sáez de Ibarra
"Vida económica de Tomi Sánchez"
Madrid: La Navaja Suiza, 2020
La paternidad. La novela del padre. Asedios a la
figura del padre. Novela alegórica, personificación o animación de ideas. Arte
de interpretar fragmentos.
¿Qué es "Vida económica de Tomi Sánchez"? En
cada novela buena se lee la historia del género y sus transformaciones, pero
Marta se niega a quedar atrapada en la cuestión de la identidad del artefacto.
La deuda de la lectora es leer.
Artefacto sí, pero la palabra es fría y el libro no.
En todo caso aquel reloj que al darle cuerda se mantiene en movimiento perpetuo
y admite tantas variaciones y adiciones como aliento tengan autor y lectores.
Novela colectiva no sé si es, pues su autor es uno. Sí
es coleccionista de voces y objetos encontrados. Aunque pensándolo bien tampoco
es del todo la novela del autor. En ocasiones parece que el autor fue algo así
como un médium, una hidra sensible poseída por voces que ocupan el aire en
cualquier parte del mundo que conocemos, cotidianas, vacías, más bien ruidosas.
En la contraportada se lee que "Tomi" es una
novela coral, es decir, social. De acuerdo, y cambia de tonos como un objeto se
transforma, a lo largo de las horas, a la luz natural. Hermosa porque no parece
del todo humana. Su forma abierta (podrían añadirse o quitarse capítulos casi
al infinito) me recuerda los objetos que encuentro cuando paseo frente al mar
Caribe, en una playa del sur de Puerto Rico. Tienen nombres comunes: caracoles,
esqueletos de cangrejos, pedazos de corales, erizos. Admiten nombres porque
tienen forma. Estructuras complejas que han tardado más años de los que yo
tengo en fundarse, un poco al azar y otro poco por el comportamiento
inevitable, aunque involuntario, de aquello que no es humano: el mar, la lluvia,
el sol, las arenas, animales, vegetales. Geometría fractal, como el tema de
Luis Othoniel Rosa. No las distinguen tanto las semejanzas sino las variaciones
que raras veces notamos en las formas constantes.
Esta novela despega desde la fuerza de los libros
anteriores del autor, y la multiplica. Tomi Sánchez, el protagonista, muere
despedazado en los primeros capítulos, no sin antes dedicar buena parte de su
tiempo a intentar cumplir su vocación auténtica: ser padre. Es un personaje
casi marginal de su propia existencia, instrumento de un montón de trabajos y
quehaceres: obrero, oficinista, escritor de aforismos, enamorado serial.
"Vida económica de Tomi Sánchez" tiene varios ejes: es la novela del
padre, la novela del dinero, la novela del capital, la novela del trabajo
enajenante, la novela de la guerra, la novela de un visionario.
La novela del padre es un relato de heroísmo. Tomi
pasa las noches deshaciendo lo que sus hijos e hijas aprenden en la escuela.
Los lleva a recorrer las calles de la ciudad y los invita a ver e interpretar
sin los lentes de la pedagogía bancaria. Ejercer la paternidad, en su caso, es
lo contrario de aceptar la ley brutal del padre autoritario, porque Tomi se
empeña en revocar los miedos, idioteces, limitaciones y docilidad que los niños
han aprendido fuera de su órbita. Es padre de alegorías. Sus hijitos se llaman:
Vigor, Libertad, Pasión, Energía, Salud, Voz. Figuras libertarias que provienen
de una ética de tradición radical.
La alegría de los niños abre respiraderos en el
infierno de una trama de horrores que pasan por normales: el asedio sexual a
una joven en un cóctel de autores y editores; el accidente del obrero que
pierde un brazo y se enfrenta a la mezquindad de la poca importancia de sus
derechos ante las instituciones, como si lo peor de morirse fuera que una buena
muerte es imposible.
"Vida económica de Tomi Sánchez" me recuerda
otra novela: "La troupe samsonite", de Francisco Font Acevedo.
Impresionan las coincidencias entre dos libros rarísimos, incluso por el
contraste de un rasgo que las distancia: en la novela de Francisco la orfandad
de unos niños abandonados por el padre; en la novela de Javier las inquietudes
de la responsabilidad paternal.
El cuerpo del padre, trabajador de día, desfacedor de
entuertos en los paseos nocturnos, miembro de una brigada clandestina que es
más bien una brigada de artistas insurrectos, padece de agotamiento, aunque la
sexualidad sigue siendo posible los fines de semana cuando no hay fútbol. Por
la novela desfilan sus numerosas parejas. Cuando se cansan de sus vuelos
imaginarios y su poca atención al orden doméstico, se liberan de él, sin dejar
de apreciar alguna virtud suya. Mujeres y amigos pagan la cremación del cadáver
de Tomi en un capítulo donde el animal de una barbacoa se confunde con los
restos del hombre. Escena que, como muchas del libro, cruza umbrales entre
tonos de historia sagrada, tragedia arcaica y comedia contemporánea de la
imbecilidad humana. No hacen falta los caballos parlantes de Orwell para
representar la granja de animales domésticos que el régimen del capital
engendra y devora. Ser padre también sirve a la máquina. Proletario es quien
tiene prole, el que alimenta la máquina del trabajo con sus carnes.
Parecería que la novela desconfía y se ríe de la literatura,
de la moralidad frágil de sus personajes, de la cultura de la biblioteca y de
la cultura toda, desplazada como un niño que, asfixiado por su cordón
umbilical, no ve la luz. Incorpora textos descontextualizados de su apacible
sueño en la cultura letrada, como un poema de Vicente Aleixandre en el capítulo
de las operaciones de una brigada clandestina que hace obras de belleza,
mientras denuncia la precariedad del "sistema"; o la cita intervenida
de una elegía de Rilke (donde decía ángel se dice dinero, o poder). Víctor
Serge, Vallejo y Joyce pasan a saludar, e incluso Juan Ramón Jiménez invoca a
la inteligencia, que jamás podrá dar con el nombre exacto de las cosas.
Pueden deslumbrar un lirismo de salmo, o una
alucinación visionaria, cuando no se liberan las voces animales de una gritería
en familia, o los lugares comunes de cualquier reunión de humanos que matan el
tiempo aunque sea lo único que tenemos, pero ya se sabe que matamos aquello que
no sabemos querer. Y siempre con esa calidad que junta el sentido común con lo
onírico en una especie de traducción a la inversa; y es así porque desmontar la
figura del padre o las pretensiones del obrero que quiere ser padre, o el culto
feroz al dinero en seres que apenas alcanzamos a ver el celaje del dinero,
equivale a desmontar la cultura occidental, digamos que al menos esa.
Tomi, padre de alegorías, es un personaje de relato
bíblico, con una conciencia de la que carecen muchos de su grupo, pero capaz de
atrocidades en cuanto el deseo de poder lo domina. No obstante, su círculo de
amigos y cómplices y mujeres agobiadas reconocen cierta excepcionalidad en él:
su ternura.
Será esa ternura extraña una antagonista del deseo de
muerte. Se advierte en las luchas de todo tipo, las que nunca se transaron: la
igualdad entre géneros, la derrota del privilegio, y de la explotación de la
naturaleza. En todo caso Tomi, el ordinario, no es ordinario. Es un sujeto que
admite formas plurales, pues toma de, o se deja tomar, por fantasmas de los
clásicos, de las vanguardias, del comunismo, de la patrística, de una fe
religiosa imposiblemente católica, puesto que no reconoce autoridades.
Novela episódica, novela mural y moral, de muchas
voces, sin falacias patéticas. Novela situada en su lugar y tiempo. Se escribe
en la España de la segunda década del siglo XXI y desde el gran escenario
político de la calle. La calle es escuela de masas y granero de alegorías. Es
por eso una novela de múltiples adherencias, casi como un objeto natural al
cual se suman transeúntes, un caracol sagrado y sufrido, lleno de trazos de
fósiles que el mar fabrica y devuelve. Un enigma, una puerta a lecturas
alegóricas, ese género tan antiguo y tan moderno. La novela es posible cuando
da forma a nuestras maneras de organizar, malgastar o entender y sacrificar lo
poco que tenemos: la vida en el tiempo.
A propósito del final: escojo otro, porque me parece
que el principio de construcción del libro me lo permite y si así no fuera
tendría que imponerse la voluntad de la lectora. Sé que a pesar de sus transgresiones
formales el libro es ya un objeto sólido, un soporte, y que merezco el dolor de
la nota cruel por mi excesivo sentimentalismo y afición a los finales, si no
felices, al menos resistentes. Por eso escojo otro final, tomado del libro
mismo.
Eso no quiere decir que el final determinado por el
autor no sea perfecto. Lo es, es el cierre perfecto. Sobresalta. Qué más se
puede pedir de un final.
Pero yo escojo otro final. O dos. O tres. El personaje
que entra en una onda de conciencia dilatada llamada dios en su mínima terraza
de barrio pobre; el capítulo de los abuelos combativos, viejos comandos que se
vengan contra las injusticias y echan alas, pues a su edad la cárcel no es para
tomarla en serio (aunque siempre lo es); los paseos nocturnos del padre de
alegorías.
Bienvenida sea la áspera belleza de un objeto
trabajado con la intensidad de las fuerzas marinas. Se puede leer alterando el
orden,, como los libros que se armaban encuadernando manuscritos de diversos
orígenes. Cabría añadir capítulos, o dejarlo quieto, que repose. Celebrarlo
como una novela de su tiempo, tan propicio para alegorías literarias; libre de
hipocresías y paños tibios, violenta, pero sin el abuso de la violencia como
moneda de cambio, puesto que en este libro el dinero se ha expulsado del
templo. Existe porque su autor ha querido y podido disfrutar del gozo de
escribir en un tiempo liberado por él y por los suyos.
Marta Aponte Alsina
Puerto Rico, 18 de
enero de 2021