jueves, 30 de abril de 2009

Carlos Vázquez Cruz en la mirilla



Sotano Editores acaba de lanzar cuatro libros en tres colecciones: cuento (El Conejo de Connie), poesía (Las Zapatillas de Dorothy) y ensayo (La traición de Wendy). El 29 de abriil, en la Universidad de Puerto Rico, tuve el honor de presentar el primer libro de ésta última colección, La mirilla y la muralla: el estado crítico, de Carlos Vázquez Cruz. 


Si puede decirse, como afirma Carlos Vázquez Cruz, que la crítica es un género que se nutre de otros géneros, aunque ostente “el arte de aparentar lo contrario”,[i] ¿qué dejaremos para el comentario de un libro de crítica? Tratándose de sobrescribir a un lector como éste, tan atento a las ramificaciones de la palabra, aumenta el riesgo de que el palimpsesto desemboque en un palique incestuoso. Acepto la virtud de los límites. No criticaré al crítico, sólo intentaré “rastrear” algunos de sus métodos.

Quienes hayan visto cómo Carlos marca los libros que lee, sabrán por qué escojo como punto de partida el método de las referencias cruzadas. El autor realza, en tintas de colores variados, los segmentos que advierte como repeticiones u homologías en el texto. Son las puntadas de sus interpretaciones, son patrones afines en una estructura de voces, sonidos y sentidos que tejen un contrapunto. Imitando al perseguidor, no hay que empezar el rastreo de sus propios cruces referenciales en el orden de presentación de los once ensayos que componen su libro. Basta seguir el rastro de un solo tema.

Entremos por el ensayo que le dedica a una obra teatral escrita para niños, La cueva mágica, de José Luis Figueroa y Marvia López. Vázquez relaciona el aprendizaje del héroe con la liberación de la bruja, y comenta que “se hacía indispensable liberar el mal para armonizar el escenario fantástico”. (Vázquez: 99) Esta nota sobre la liberación o desencierro del mal es un motivo que se repite en el ensayo dedicado a Manuel Ramos Otero, Miguel Náter e Iván Segarra Báez, cuando se afirma que el “cambio de polaridad” que surge de la imagen especular invierte lo “bueno en malo (lo) beneficioso (en) nocivo”. (Vázquez: 162) También aparece en el estudio dedicado al libro Ankh de Zuleika Pagán, donde el crítico observa que, para la autora, “la eliminación de los males terrenales repercutirá en el aburrimiento”. (Vázquez: 114) Otra muestra es el epígrafe del ensayo inicial, “La mirilla y la muralla: el estado crítico”, una cita de Foucault:

Pienso que en mucha gente existe un deseo… de encontrarse, ya desde el comienzo del juego, al otro lado del discurso, sin haber tenido que considerar… cuánto podía tener de singular, de temible, incluso, quizás, de maléfico. (Vázquez: 13) 

El salto extendido de las referencias cruzadas también se establece entre diversos textos de un solo autor, como en el prolijo ensayo dedicado a la obra poética de Carlos Roberto Gómez Beras y en la presentación de la novela Candela, de Rey Andujar. En esta última sirve para caracterizar “el fluir literario del autor… su “procedencia”, su “genética inmediata”. (Vázquez: 132) Desde luego, esos patrones formales pueden corresponder a las obsesiones, a los materiales del autor o autora. Entonces el análisis es comparable a una exégesis clínica, algo pervertida, como si leer el texto condujera al destape de ese algo maléfico y reprimido, desterrado por la crítica respetuosa con aspiraciones canónicas. No es casual que en este libro se hable desde adentro, desde las obsesiones entrañables de la escritura, con la mirilla en sus materiales y mecanismos, con la voz de un crítico practicante, para usar la frase atribuida a T. S. Eliot. El autor de La mirilla es un crítico que también escribe ficciones, que “escribe como escritor”. (Vázquez: 11).

La puesta en escena del crítico practicante me recuerda las obras teatrales Marat Sade, de Peter Weiss y Los negros de Jean Genet, en cuyas acciones el paciente y el esclavo parodian los discursos del médico y del amo. El crítico practicante se siente atraído por textos difíciles, resistentes e incluso cuestionables o inaccesibles a la crítica que él llama “académica y “normativa”.  

Si la referencia cruzada es la organización en contrapunto de los materiales de trabajo, la lectura cercana y minuciosa constituye el pulso rítmico del método. En la terapia psicoanalítica la interpretación es “algo que pertenece al paciente, pero de lo que él no tiene conocimiento” .[ii]  No obstante, el libro publicado ya no le pertenece a su autor, por razones obvias. Quizás de esa limitación se deriva lo contrario: la libertad, el privilegio que reconoció Freud en su análisis de la Gradiva de Jensen, el “indiscutible derecho” del poeta “a apartarse de las normas reales”. [iii] La autora, el autor, tienen, como derecho, el paso franco a la irrealidad. Dicho de otro modo, el texto es incurable. El historial clínico del texto está basado en una “hipótesis inverosímil” (Freud: 143) y, por lo tanto, no puede ser definitivo, ni conducir a otra cura que no sea la del lector. Lo reconoce Vázquez Cruz tras su lectura de varios textos herméticos -y, por lo tanto, interminablemente sugerentes- de Alberto Martínez Márquez.

La libertad del autor no equivale a la del crítico. Es el texto mismo el que propone sus claves. La apertura, la amplitud de los saberes del crítico, resaltan “el valor genuino de la pieza”. La crítica, afirma este crítico, debe ser “educativa” en el sentido de propagar el deseo de leer los textos que analiza y “tener como punto de partida la buena fe”, pues: “Cuando se asume la responsabilidad de comentar las producciones ajenas –o a sus productores- las palabras del crítico son espejos de carnaval en que se refleja el crítico mismo”. (Vázquez: 20)

Ahora bien, la crítica de buena fe no es blanda. El crítico relee y reescribe; violenta. En el ensayo sobre Ramos Otero, reescribe a Ramos Otero alterando la puntuación de un poema. Punza, rompe, deshace y hace. Las variaciones sobre un tema sugieren la viveza de lo que no está escrito para siempre, del texto que invita a que lo sigan “tentando”.

Cuando la sospecha (ese deseo de “iluminar un valor que la obra no dice, pero contiene”) es el móvil de la lectura, ello equivale a una puesta en crisis de la crítica basada en lo que Vázquez llama “el terreno seguro de lo denotativo… el discurso visible que dota de unidad al libro...”. (Vázquez: 43-44)  Desde el primer ensayo se las canta a la crítica que “ha cercenado el placer de leer" y cuya aspiración es demarcar “los límites de lo punitivo y lo endiosable”. (Vázquez: 28) No se trata únicamente de la crítica conservadora, por cierto:

Literatura urbana, literatura queer, literatura erótica, literatura de la diáspora… En el sistema de consumo que caracteriza la “civilización” capitalista actual, resulta paradójico escuchar personas que emiten panfle­tos de democracia y comunión “indispensables” para la óptima calidad de vida, mientras admiten etiquetar la producción artística disponiendo de ella como de artículos expuestos ante el comprador en las góndolas de un supermercado. Si bien las taxonomías satisfacen la finalidad inductiva de centrarnos en las partes para descubrir aspectos de un todo, las clasifica­ciones resultan peligrosas cuando se emplean para marcar parcelas literarias en donde cada cual reclama su expertise en aras de “autor-izar(se)” (erigirse como voz de autoridad). (Vázquez: 93)

La variedad de registros y reinvenciones de este libro indica que han sido las obras comentadas las que han inspirado los caminos del crítico y no a la inversa. Varios de estos trabajos son, además, ejemplos de cómo se ha construido siempre el capital cultural mediante presentaciones, prólogos e incluso artículos de opinión.

Resumo: Los saltos de las referencias cruzadas; la rigurosa, a la vez que irónica, “re-presentación” del análisis clínico; la erudición palpable; las reescrituras de un crítico practicante; los juegos de palabras, el tono sentencioso cuando no lúdico y las salidas del humor, esa “química lógica” que, para citar a Esteban Tollinchi citando a Schlegel, “es la capacidad de descubrir las analogías y las afinidades entre los objetos y los momentos más incongruentes y más remotos entre sí”. [iv] Acaso por esas saterías propias del humor, el crítico también se da el lujo del chiste pueblerino, cuando dice que en Cannibalia Rafael Acevedo se la comió, o cuando ante los poemas conjeturales de Martínez , confiesa que él está dispuesto a hacer sus conjeturas. Irónicamente, uno de los  ensayos más sobrios es el prólogo a un libro de poemas dedicados en buena medida al juego: La luz necesaria, de Julio César Pol.

Habría más que decir sobre un registro que se aleja de la analogía musical, el de la mirada: portadas de libros, comentarios sobre la representación de la xenofobia en el cine, e incluso la cubierta de La mirilla y la muralla, una recomposición del panóptico a la manera de Escher. La náusea del texto analizado, o quizás del analista, se expresa en el muñeco con articulaciones, cifra del malestar de la persecución, pero también del estado crítico de la crítica ante su hermana etimológica, la escritura. Habría mucho que decir, pero afortunadamente para ustedes se me va acabando el tiempo.

Si algo queda después de haber acariciado, violentado, pasado por la mirilla textos resistentes y maneras de leer y de excluir, es una lealtad a la escritura. Nada más ajeno al nihilismo. Deshieladas páginas, páginas sin hiel o con la hiel destilada. El ensayo que da título al libro empieza así: “El universo literario es, por demás, fascinante”. Lo mismo puede decirse, con el mismo candor y el mismo placer, de este libro de Carlos Vázquez Cruz: es fascinante. El adjetivo es preciso, aunque parezca ajuar extraño para un libro de ensayos críticos investigados con rigor y escritos con elegancia.

Sin duda esta presentación ha sido “un ejercicio elemental de transferencia”. Como, además, padezco la enfermedad de los finales felices o, lo que es igual, de los no finales de lecturas felices, mi voz no es confiable. Que hable el autor, en honor a la verdad. Leeré el párrafo final del ensayo que cierra el libro:

La aceptación de las propuestas presentadas por cada uno de ellos (y la que se deriva de este ensayo), constituirá otro ejercicio de poder. Esto elevará a on the ground la denuncia que, históricamente, se distinguió como underground, enfrentará a estos escritores ante el canon literario…. –a menos que ellos prefieran otras batallas-, y promoverá la búsqueda de nuevas luchas en manos de “los invisibles”, en su búsqueda constante de causas para pelear, para probarse en todo esplendor como transformadores del mundo. Así como hemos tenido el derecho, bienvenidos los otros. (Vázquez: 173)


[i] Carlos Vázquez Cruz. La mirilla y la muralla: el estado crítico. Arecibo: Sótano Editores, 2009.

[ii] R. Horacio Etchegoyen. Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrurtu Editores,  2002, 353.

[iii] Sigmund Freud. Psicoanálisis del arte. Madrid: Alianza Editorial, 1970, 142.

[iv] Esteban Tollinchi. Romanticismo y modernidad. Vol. I. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989, 83. 

miércoles, 1 de abril de 2009

Blue Angels


— Tenía una pecera llena de ángeles.

— Ángeles, pirañas, ji, ji, cuidao que te muerden.

— No seas pendejo, son ángeles.

—Más respeto Rivera. Uno es nervioso y nunca sabe cómo va a reaccionar.

— El fondo era de arena. Hay gente que les pone canicas, almejas. Yo conocí a un tipo que cogió uno de los  adoquines que arrancaron para hacer la avenida de los próceres, lo machacó a martillazos y cubrió el fondo de una pecera. Aquella pecera era un escándalo.

— Cuidado, no pises la sangre que se mancha la patrulla.

—Si se mancha tú la limpias, esa sangre es tuya, Domínguez. Te apuesto a que este individuo no es el que estamos buscando. Va a empezar a liquear el agua pal pasillo, tanto peje muerto, mala suerte. Qué pena, tremenda pecera.

— Coño, no sabía que te gustaban tanto las peceras.

— El tipo se llamaba Amalio. El de la pecera con polvo de adoquín. Yo le dije, mi hermano, ¿quién era tu pai, un limpiabotas?

— Antes que lleguen los del NIE y nos alboroten la prueba vamos a ver qué encontramos, te apuesto que un cargamento. Mira la colección de cidís. Qué prieto parejero, nada de salsa, Portisjed, Marly, Aisti, Monteverdi, Mozart, parece que a le daba vergüenza ser puertorriqueño.

— Así son los chamacos.

— Fíjate en esto, Rivera. Desde la cama el sujeto veía la sala por el cristal transparente de la pecera. El mamao se arrebataría viendo los peces flotar en el aire, sobre todo de noche, a media luz, en el aire azul.

— Chequea qué hay en la nevera, tengo sed.

—Déjate de mierda, Rivera, no hay tiempo. Esos tiros se oyeron hasta en Cantera, vamos a cuadrar esto y a salir de aquí.

— Pues entonces búscame una almohada.

— ¿Para qué?

— Pa qué va a ser. Hay que vaciar la pistola que plantamos. Acuérdate que disparaste en defensa propia, que él tiró primero. Perdona mijo, pero hay que quitarte esta redecita y ponerte el cañoncito así, entre los dedos, diablos, tiene los dedos más apretados que

— ¿Y si era zurdo?

— No me tiene cara de zurdo.

— No encontré una almohada, qué tipo maricón, dormía sin almohada.

— Pues entonces dame la biblia, esa que está en la mesita de noche. Pum pum, un par de tiritos y ya, perdona mijo.

— Bueno, ya vámonos.

— Ahora estás nervioso, después que la cagas, te pones nervioso. Vamos a ver qué dejó en el fregadero.

— Anda, pal cará, un testigo. Menos mal que es mudo. Tú que sabes tanto de peces de qué marca es éste.

— A ti qué te importa. Es un ángel, ya te lo dije. El tipo estaba limpiando la pecera y todavía no había echado todos los peces. Este se salvó de milagro. Como no es parte de la evidencia, me lo llevo, pa la nena.

— La verdad que el pendejo eres tú, Rivera. Mira esto, el prieto tenía un diploma falso, pa disimular. Mira qué nombrecito se inventó, Reverend James Earl Jones Junior.

— Te lo dije, este tipo no es el que estábamos buscando. Fíjate como menea la colita, sabe que se salvó de puro milagro.

— Qué buena falsificación. Ahora quieren disfrazarse de gringos estos mamaos. Gringo, claro  que sí, gringo de la mafia de Harlem. 

— Derramaste la sangre de un inocente, Rivera. Apúntate otro. Pero éste, además de inocente, era un hombre de diós. Tienes que controlar esos nervios. Vámonos antes de que esto se ponga caliente.

— Caliente me tienes tú, si vieras lo raro que te ves con el pececito ese en la mano. Si hubiera sido inocente no viviría en un barrio como éste. Esta biblia tampoco es parte de la evidencia. Ya la ibas a dejar ahí, con el impacto de bala. Pues si tú te llevas el pececito yo me llevo la biblia. La mía está más chavá que esta. Lo malo es que está en inglés, qué carajo, me servirá pa practicar el difícil.  

domingo, 29 de marzo de 2009

Javier Sáez de Ibarra gana Premio Internacional de Narrativa Breve


(Estoy contenta. Sobrepasando a finalistas como Fernando Iwasaki y Halfon, ganó mi candidato: Javier Sáez de Ibarra.)

El escritor vasco Javier Sáez Ibarra (Vitoria, 1961) ha sido galardonado con el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero por su libro de relatos «Mirar al agua. Cuentos plásticos», en el que el autor establece un estrecho diálogo entre la literatura y el arte contemporáneo. En su fallo, hecho público hoy en Madrid, el jurado ha destacado la «ambición literaria» de la obra premiada, así como su «decidida voluntad experimental y de modernidad».
«Es un libro lleno de frescura y novedad, que trata un tema poco usual en nuestra literatura, desde la riqueza de registros y a través de perspectivias originales y una voluntad decidida de modernidad», ha señalado el escritor José María Merino, presidente del jurado.
El libro «Mirar al agua», que será publicado en mayo por la editorial Páginas de Espuma, está compuesto por 16 relatos que comparten la misma temática: todos los cuentos tienen que ver con las artes plásticas contemporáneas. La escritora argentina Ana María Shua subrayó el carácter «profundamente conmovedor de unos cuentos que verdaderamente provocan» y de cuya lectura «el lector no sale indemne».
Ambición conceptualPor su parte, el escritor Eloy Tizón reseñó la ambición conceptual y estética del libro así como su variedad de registros. «Es un libro plenamente del siglo XXI que nace con la voluntad de mirar de tú a tú al arte contemporáneo, sin menosprecio ni servilismos, tratando de dialogar y convivir con ese fenómeno; alqo que -dijo- no es frecuente dentro de la literatura española, bastante ciega al hecho artístico».
Juan Casamayor, director de la Editorial Páginas de Espuma, aseguró que la obra de Javier Sáez Ibarra es «un libro madurado intelectualmente y escrito visceralmente». Según Casamayor, la «intensidad» con la que están escritos los cuentos provocan «dolor» en el lector. Sobre el carácter bienal del premio, afirmó que toda «acción de vocación cultural necesita su tiempo. No queremos entrar en el ritmo loco de otros premios literarios y que la industria editorial impone», añadió.
Por su parte, el presidente del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero, José Trillo, reflexionó sobre los «nexos de unión» entre la narrativa breve y los vinos de la Ribera del Duero. «El género breve es el que mejor se adapta a nuestra personalidad, porque en ella se elimina todo lo supérfluo y sólo queda la esencia», afirmó.
La obra de Javier Sáez Ibarra fue seleccionada por unanimidad entre seis finalistas. A esta primera edición del Premio Internacional de Narrativa Breve, que está dotado con 50.000 euros, se presentaron más de quinientos manuscritos procedentes de España y Latinoamérica.

lunes, 23 de marzo de 2009

Puerto Rico en las novelas de Muna Lee, Maurice Guinness y Edwin Rosskam



por Marta Aponte Alsina
Este trabajo se inspira en diversas lecturas que analizan las relaciones entre cultura e imperio mediante la cartografía de lo que Edward Said llamó “territorios comunes e historias entrelazadas”.[1] He aquí los primeros apuntes de una investigación en curso sobre tres autores -dos estadounidenses y un británico- que escribieron ficciones ambientadas en Puerto Rico. Las miradas a la isla desde la ficción literaria en inglés no se han comentado tanto como las crónicas de viajeros, los reportajes y las memorias de norteamericanos. También es cierto que estas últimas escrituras documentales, en sus acercamientos a la representación de lo exótico, no se alejan demasiado de la óptica de las ficciones.

Ls islas han figurado en los motivos de la alegoría, la ciencia ficción y lo fantástico. Según un estudioso del origen de los mitos nacionales, las islas occidentales, acaso por ser los parajes donde se pone el sol, han representado para los europeos el mundo secreto de los sueños y la disolución de la identidad más allá de los límites geográficos del país propio. (Slotkin, 1973: 27).

En la novela moderna aparecen transformadas en lugares donde se ensayan las armas del poderío secular. La isla misteriosa, de Julio Verne, publicada en 1874, debe ser una de las primeras cuya acción transcurre en una isla modificada por las labores de la ciencia. El relato despega en los campos de batalla de Richmond, Virginia, durante la Guerra Civil de los Estados Unidos y aterriza en una isla en el Pacífico. Tras numerosas peripecias y en virtud de los conocimientos tecnológicos de un ingeniero yankee y de su misterioso asistente, la isla se va convirtiendo en un espejismo del confort.
Hacia finales de siglo, en 1896 cuando se publicó La isla del Dr. Moreau, de H.G. Wells, las pretensiones del benefactor ilustrado se han vuelto perversas. Si el yankee de Verne encarnaba el estereotipo del hombre práctico, el “blanco terrible” de H. G. Wells representa el abandono de toda mesura. En su isla el sueño de la razón genera una colonia de monstruos. Al igual que otras ficciones populares, la novela de Wells expresaba el “pánico moralista” provocado, no sólo por el “desenfreno” del desarrollo tecnológico, sino por los seres y culturas exóticos que invadían el corazón de la metrópolis. Los géneros de la literatura policial y el relato de espionaje también coincidieron con la experiencia expansionista y se instalaron entre los placeres y las trampas de la vocación imperial. [2]
Incluso en la novela policial de la llamada época de oro es posible advertir la ansiedad que generan las criaturas provenientes de las ominosas orillas del imperio. En 1921 se publicó The Mysterious Affair at Styles, la primera novela de Agatha Christie y el punto de partida de la novela policial del “golden age”, ambientada en una mansión inglesa, locus aristocrático donde circulan el té, el scotch y los cazadores de zorras en torno a una habitación hermética donde se comete un asesinato imposible. Hercule Poirot, el detective de Christie, no puede ser menos británico, aunque tras los desastres de la Primera Guerra se acogiera junto a varios compatriotas suyos a la caridad de Styles, es decir, al dominio doméstico del “English manor”. A la incontable obra de Christie se suman las novelas de Dorothy Sayers, estas sí presididas por el tipo del inglés linajudo, el extravagante Lord Peter Whimsey. En una de las primeras novelas de la serie, Strong Poison, se representa un bajo mundo de extranjeros siniestros que incuban sus intrigas en las entrañas de Londres. Harriet Vane, una autora de novelas policiales, es acusada de asesinar a uno de los escritores del grupo Bloomsbury, visto aquí como un junte de tipos decadentes, afines a la Europa Oriental bolchevique, bohemia y modernista.
En 39 Steps, de John Buchan, el detective es un ex militar formado en las sínsoras del imperio. Death of a Peer, de la neozelandesa Ngaio Marsh, rinde homenaje a los tópicos de la gran novela decimonónica inglesa. Los escenarios ultramarinos se presentan desde la perspectiva del “colonial”, en este caso, el blanco aplatanado por su larga residencia en un dominio de ultramar. La primera parte de la novela transcurre en Nueva Zelanda, donde una familia de nobles ingleses construye la réplica de su mansión solariega. El episodio neozelandés transcurre en la burbuja de la mansión invadida por el perfume fantasmal de los eucaliptos. 
Entre 1935 y 1938, a la par y en contrapunto con estos textos fundacionales de la literatura detectivesca, se publicaron cinco novelas policiales firmadas por Newton Gayle, el seudónimo de Muna Lee y Maurice Guinness.[3] Lee, poeta, traductora,  sufragista y panamericanista, fue una de las dirigentes del National Women´s Party. Tras su matrimonio con Luis Muñoz Marín se integró con ahínco a la vida social y cultural de la isla y dirigió la Oficina de Relaciones Internacionales de la Universidad de Puerto Rico. Maurice Guinness, casado con una de las hijas de Bailey Ashford, era un ejecutivo de la Shell Oil.[4]
Dos de las novelas policiales publicadas en colaboración por Lee y Guinness se sitúan en el Puerto Rico de los años treinta: The Sentry Box Murder (1935) y Murder at 28:10 (1936). En ambas el detective es James Greer, un ex -agente del servicio de inteligencia militar del gobierno británico.
Estas novelas tienen la distinción de figurar entre los escasos textos escritos por miembros de la comunidad de funcionarios “anglosajones” domiciliados en uno de los territorios coloniales de Estados Unidos. Sospecho que ni la historiografía puertorriqueña ni la de Estados Unidos han explorado a profundidad los relatos de las familias estadounidenses que se establecieron en la isla durante las primeras décadas del siglo 20 y formaron pequeñas colonias residenciales en sectores como El Condado. En cuanto al campo de los estudios literarios, la experiencia del imperio como extensión del espacio cultural de la metrópolis sobresale en la literatura inglesa. Por el contrario, en el caso de Estados Unidos se ha revestido de  invisibilidad y silencio. Según Said, se trata de un imperio “insularista”, prendado de una imagen de excepcionalidad propia afincada en el derecho natural a dirigir los destinos de la humanidad y en la equivalencia entre sus intereses y los del resto del mundo. (Said: 289). En todo caso la relación entre nación e imperio cristalizó en las figuras del pionero y el cowboy asediados, como en el trasfondo de un sueño, por el indio pérfido y en nuestros días por el “illegal alien”. Más allá de las fronteras inmediatas se articula otra poética del espacio, configurada por el secreto, a la manera de los lugares recónditos donde se aislaba a los pacientes de enfermedades contagiosas. Me parece que no se ha visto bien cómo ese “insularismo” del poder imperial se contesta desde el espejo de las actitudes y referencias de la sociedad colonizada. No sólo es mutuo el pacto de invisibilidad sino que éste se sostuvo en los extremos maniqueos de las identidades y sus antagonistas: el encuentro entre los bárbaros con fondo de vuelo de valkirias a la René Marqués vs. los “dirtiest race of men” detestados por Cornelius Rhoades.
Distanciándose unos pasos de estas cegueras asesinas, las tramas de las dos novelas policiales de Lee y Guinness no sólo constituyen una literatura de la mirada a la relación colonial desde la ficción literaria sino que instalan todo un elenco de personajes en el espacio del otro, la isla, un lugar al cual los personajes llegan por accidente o por invitación, no por voluntad propia. Al comienzo de The Sentry Box Murder el grupo del detective, constituido por exploradores aficionados, se dirige a las Islas Galápagos, un homenaje evidente a The Voyage of the Beagle. El mal tiempo los obliga a anclar en Puerto Rico, donde en lugar de lagartos espantosos y estúpidos, para usar el adjetivo con que Darwin calificó a una especie demasiado mansa (Darwin:260), se enfrentarán a un asesino. El epílogo de la novela rebaja el autobombo característico de los relatos de exploradores con la alusión al descubrimiento del peripato, un chiste que circulaba entre los universitarios puertorriqueños de la época y que inspiró a Emilio Belaval uno de sus Cuentos de la universidad.[5]
Propongo que en ambas novelas la isla se presenta como una figuración de la habitación hermética del relato policial del cuarto cerrado o “locked room mystery”. En esa estructura trillada el crimen parece en principio imposible. Se ofrecen algunas pistas al lector, que sigue en babia hasta que el detective reconstruye los pasos del asesino en un gran final.
En The Sentry Box Murder son tres los escenarios de la acción: El Morro, en particular otra garita del diablo que, se dice, es tan amenazante como la de San Cristóbal; la Fortaleza o mansión del Gobernador y el hotel Condado Vanderbilt, este último ubicado entre la bahía y la laguna, más allá de la ciudad antigua, pero de cara a un mar feroz.
El Morro, que en los años treinta del siglo pasado formaba parte del Fuerte Brooke, se muestra habitado por militares anónimos y silenciosos, en su mayoría puertorriqueños. La garita es el punto concreto del asesinato de un senador estadounidense que junto a su mujer, una estrella de cine, participaba en un “treasure hunt”, actividad central de una excursión turística. Que el espacio diseñado para resistir y hacer violencia se transforme en el escenario de un juego marcado por la violencia, constituye un pliegue irónico en todo un repertorio de pistas falsas.
En este mystery cuya trama desciende de la novela policial inglesa los personajes se descuelgan de los libretos del cine y el pulp fiction. Como en The Glass Key, de Dashiell Hammett, el peor de todos los villanos es un político despreciable. De hecho, la novela de Lee y Guinness presenta variaciones singulares del género policial: la localización en un bastión exótico del imperio, la estructura y el detective ingleses y personajes propios del policial hard boiled: la estrella de cine y el senador corrupto. Además de la fórmula inglesa y del policial político a la manera de Hammett, evocan antecedentes en los relatos de Ellery Queen, S.S. Van Dine y John Dickson Clark.
Algo del trasfondo insular se recoge en un comentario sobre el gobernador, posiblemente inspirado en Blanton Winship, de quien se dice no piensa mucho, sólo en fomentar el turismo. Un personaje le comenta al detective y al narrador que no tendrán la dicha de conocer puertorriqueños de familias “antiguas” porque estos, “like old residents everywhere, have a supreme contempt for tourists… it´s a pity that you won´t know any of them, for there is no one in the world more satisfactorily charming than a charming Puerto Rican” (Gayle, 1935: 25).  
La estructura del asesinato en un espacio cerrado es evidente en Murder at 28:10. Esta novela, más compleja que la anterior en cuanto al desarrollo de los personajes, la creación de atmósfera y el manejo del suspenso y del tema político –el destino de Puerto Rico y el proyecto de unión panamericana del que Lee fue propagandista- tiene trasuntos de otro género: el relato de espionaje. Cabe añadir que entre la publicación de ambos libros ocurrieron dos eventos parte aguas en la historia de la colonia: la masacre de Río Piedras y el ajusticiamiento del coronel Riggs.
El lugar donde ocurren los asesinatos se identifica, en español, con el nombre “Casa Cerrada”. Se trata de un caserón amplio y austero, rodeado de acacias y flamboyanes, que ocupa un solar entre el Hotel Condado y la isleta. Casa Cerrada “stood apart, close to the old city and the new, but not intruded upon by either” (Gayle, 1936: 3). El diseño mismo de la residencia, en forma de cruz, e incluso el mobiliario (“West Indian mahogany and very modern cane and chromium from the States”: 5) denota su carácter de encrucijada, y podría relacionarse con la estructura de propaganda cultural del panamericanismo, una propuesta perdida en el cementerio de ideas e instituciones olvidadas. Desde su poemario Sea Change hasta su madurez, cuando laboraba como funcionaria del State Department, Muna Lee fue una propagandista tenaz de la unión panamericana.
A la casa cerrada se le echa una doble llave, pues la acción transcurre entre el barrunto y la cola de un huracán devastador, plazo en que el asesino, además de matar a dos personas, mutila las esperanzas de una reforma política y económica en la isla. Al final los personajes se desploman en un estupor soñoliento, como si en lugar de resolverse el caso la suerte se inclinara hacia el maleficio de la inconciencia.
En Casa Cerrada se cuelan cuatro personajes puertorriqueños: una niña llamada Patria; su “duena”, doña Carlota, personaje de farsa o zarzuela, asesinada sin pena ni gloria; Francisco Enrique Esmit, un político independentista, amigo de un tal Partingwell (éste último nombre parece una alusión en clave al senador Tydings) y Gaspar Montenegro, un abogado representante de una corporación cañera, cortés hasta la afectación, un “hombrecito simpático”. Todos, menos la niña, se comportan con una inmadurez deplorable, Esmit y Montenegro como alcohólicos irresponsables, parlantes de un lenguaje preciosista y hueco. En la novela, así como en otras fuentes, la afición a la oratoria “florida” se describe como una diferencia tajante entre “ellos” (los latinos) y “nosotros”. (ver Roosevelt, 1937:101 ). Los extranjeros no son más edificantes. La novelista Agnes Patton es un personaje curioso, acaso una encarnación en clave de alguna criatura de la bohemia decadente; el coronel Moby, un fanático delirante, es personaje de una pieza. Sólo los anfitriones, Cay y Dick Piper y Félise, la cocinera santomeña, se identifican con la isla y sus destinos cruzados, al punto de servir en su mesa sándwiches de foie gras y platanutres. Los sirvientes puertorriqueños desaparecen en la primera escena, apurados por llegar a sus casas: “How they manage, God knows! But they insist on going to their own wretched homes for the hurricane instead of staying here in comparative safety. Well, they came through San Felipe and San Ciprián!” (Gayle, 1936: 28).  
El desastre natural se corresponde con el asesino; la isla con la víctima, Otto Wallington, el portador de una solución liberal al dilema colonial: la eliminación del latifundio cañero, el desarrollo del país (“The economic reconstruction of a land that´s lived 400 years in semi-satarvation”) el horizonte de una puerta abierta a la independencia (Gayle, 1936: 55). En palabras del detective, con la víctima muere la posibilidad de un orden nuevo social digno de los atributos de una ciudad de Dios en la tierra: “A new heaven and a new earth in Puerto Rico… a complete new hierarchy of angels” (Gayle, 1936: 95). Ante la enormidad de la pérdida no sorprende la severidad del castigo impuesto al asesino, un militar fanático: el ostracismo y la justicia del dios Huracán.
El plan utópico que se frustra en la novela no refleja las paradojas de la complicada relación colonial, sustentada más bien en la coexistencia histórica de  programas de reforma social con la militarización del país. Llama la atención que el almirante Leahy, un agente común a las estrategias de fomentar el turismo y de promover la militarización, ocupara simultáneamente los cargos de gobernador y de director de la Puerto Rico Reconstruction Administration.
La isla hermética, marcada por su situación de encrucijada entre la modernidad dependiente y el legado del absolutismo, víctima de la “tragedia de la geografía”, suspendida en las musarañas de un proyecto imperial ambivalente, he ahí varias de las imágenes que constituyen la “experiencia del imperio” en estas novelas de Lee y Guiness. Eso bastaría para distinguirlas como especies raras y rescatables.[6] En The Alien, novela publicada por Edwin Rosskam en 1964, se exploran obsesiones análogas.
Edwin Rosskam nació en Alemania de padres estadounidenses y en Alemania vivió hasta la adolescencia. El inglés fue su segundo idioma. Según declarara en una entrevista, a su regreso a Estados Unidos se sentía como un “enemy alien child” (Doud). En los años veinte, en París, frecuentó el círculo del fotógrafo surrealista norteamericano Man Ray. Después vivió cerca de tres años en una isla de la Polinesia francesa, donde fungió como fotógrafo, pintor y escritor. En alguna escala entre viajes se le unió la fotógrafa Louise Rosskam, que llegaría a ser su esposa.
Además de pintor y fotógrafo Rosskam fue curador de exposiciones y editor de libros bajo los auspicios de la Farm Security Administration y de la Standard Oil. En colaboración con otros escritores y fotógrafos compuso libros memorables, entre ellos: Twelve million Black Voices, (1941, con Richard Wright), Home Town (1940, con Sherwood Anderson), Towboat River (1948, con Louise Rosskam), y Bronzeville (1943, con Jack Delano y Russell Lee). En 1937, contratados por la revista Life y por mediación del congresista Vito Marcantonio, Edwin y Louise Rosskam viajaron a P. R. para entrevistar a los sobrevivientes y familiares de las víctimas de la Masacre de Ponce (Saretsky).  Life no publicó el artículo, pero Puerto Rico cautivó a los Rosskam. Edwin fue gestor de la Oficina de Información de Fortaleza y primer director de la DIVEDCO. Louise produjo una obra fotográfica que apenas comienza a estudiarse.
Tras regresar a Estados Unidos en los años cincuenta Edwin y Louise Rosskam se establecieron en Roosevelt New Jersey. Rosskam dedicó a esta comunidad un hermoso reportaje, inspirado acaso en su propio libro Home Town  y en el “nuevo periodismo” formulado por Capote: Roosevelt, New Jersey: Big Dreams in a Small Town and What Time did to Them. El tema de la utopía rota dramatiza la historia de Roosevelt, un “new town” -cuya economía giraría en torno a una cooperativa agrícola e industrial- soñado por migrantes judios, polacos y rusos, residentes en la ciudad de Nueva York y por planificadores del Nuevo Trato. Según Rosskam esta comunidad organizada, cuyo “artista en residencia” fue Ben Shan, se desvió de sus principios y,  “found its own form and feeling, perversely, you might say, to become something nobody could possibly have foreseen” (Rosskam, 1972: 31).
La escritura de The Alien consigna otra pérdida perversa. La novela se originó en un consejo del psiquiatra de Rosskam, según Louise (Saretzky). Obsesionado por el rumbo de la política puertorriqueña, Rosskam no lograba reubicarse en Estados Unidos. Para sanar de la nostalgia, o más bien, de la frustración patológica que aparentemente le dejó su larga residencia en la isla, escribió esta elegía que impresiona por su tono irónico lírico, como si ciertos apasionados virtuosismos de estilo sólo se alcanzaran por quienes se acercan con intensidad a un segundo idioma, a una segunda cultura. La voz desquiciada del narrador protagonista, Emil Bluemelein, consigna cómo un pueblo evadió, de manera perversa e impredecible las rutas trazadas por las políticas imperiales y los burócratas herederos del Nuevo Trato. Esta novela puede compararse con Roosevelt New Jersey pues las tramas de ambos textos versan sobre enclaves determinados, abandonados y añorados nostálgicamente por la “imaginación utópica”.
Acaso lo más notable de The Alien es cómo equipara la experiencia del imperio con una monstruosa historia de amor. Su tono obliga a leerla en contrapunto con la novela existencial de trama política por antonomasia. Salta a la vista la semejanza entre la pasión de Pyle -el “quiet American” de la novela homónima de Graham Greene, cuya primera edición se publicó en 1955- por la anamita Phuong y el trágico amor de Emil Bluemelein no ya a una persona, sino a toda una tribu; un mal que ataca a los continentales sensibles:
I have fallen in love, not with any girl.  With this poor, beautiful, Godforsaken little place and with the undernourished, pathetic and somehow heroic sons-of-bitches who won´t die, they just won´t, and their blood count so low no doctor can understand how they stay on their feet, much less cut cane (Rosskam, 1964: 121).
Esta extraña declaración de amor parece tanto más patética en cuanto implica la admisión de una derrota. En efecto, si una de las justificaciones del dominio colonial se fundamentaba en la salud física y moral del “nativo”, reconocer que la enfermedad ganó la partida equivale a confesar un fracaso vergonzoso.    
El soñador Emil Bluemelein evoca la angustia moral característica de los personajes de Greene. No se siente a gusto en la tierra elegida de sus padres, un rancho en Montana. En cambio las dimensiones de la isla le parecen compatibles con su  escala vital. La isla también representa el reflejo del imperio insularista, cuyos “poderes”, sin admitir el bochorno de una pasión inconfesable, se sienten ofendidos por el rechazo. A propósito de la ejecución de Riggs y la reacción en contra de los dirigentes nacionalistas, el narrador se pregunta: “Why is it that great powers are as vulnerable as small children?” (Rosskam, 1964: 129).   
Para la época del asesinato de Riggs y la masacre de Ponce, Emil Bluemelein compra una hacienda en Cayey con la intención de hacerla productiva y fomentar el desarrollo de la isla. Su mujer lo abandona, el proyecto fracasa. Cuando se frustra su empresa, Bluemelein se establece en un lugar inconcebible, émulo de Querry, el melancólico habitante de una colonia de leprosos en otra novela de Green, A Burnt-Out Case. Arrastrado por la miseria y el deseo, Bluemelein se muda al arrabal Little Mud. Desde su casucha caracteriza la propuesta burocrática del flamante ELA: “A compartmented egg crate of a government contrived by specialists in public administration” (Rosskam, 1964: 70). El territorio planificado, la utopía del estado benevolente, la fusión panamericana de Lee, los derroteros de Roosevelt New Jersey, todos esas cartografías desembocan en sendas pavanas para la muerte de un amor incapaz de aceptar la caprichosa libertad del otro.
A propósito de El extranjero comentaba Edward Said que dicha novela, como buena parte de la narrativa de Camus, expresa la vitalidad negativa de las postrimerías del experimento colonial en Argelia. En The Alien se advierte esa vitalidad negativa ante la persistente fortaleza de unos modos de vida incomprensibles: la potencia genésica del arrabal, la escandalosa promiscuidad de sus familias extendidas, incluso mínimas rebeldías cotidianas, como la negativa de los jíbaros a usar el torno de la guagua, todo un ícono de la difusión tecnológica. No obstante, alguna vida queda en el basurero de Bluemelein: un jardín formado con la chatarra que el personaje colecciona, haciendo honor a s apellido. En medio del “jardín” se levanta un árbol cuyo “tronco” consiste en la tubería de escape de un automóvil y del cual penden unas “frutas” estériles, las bolas ornamentales de una cama de bronce. Me parece que el árbol de las basuras, síntesis de la novela misma, erige un monumento funerario desde la belleza de un lenguaje lírico, excesivo y a ratos delirante, cuyo desbordamiento lo hermana con los excesos atribuidos al género “nativo” por excelencia: la oratoria. Algún rastro del ideario surrealista se advierte en estos usos del lenguaje abocado al desgaste inoperante.
La última escena de la novela describe cómo una ganga de “return migrants” neoyorquinos asalta al protagonista. Es un momento donde se construye la devolución violenta de la mirada, un gesto que señala a la necesidad de explorar otro contrapunto: la relación entre The Alien y la narrativa puertorriqueña contemporánea.
Los libros comentados pueden leerse de muchas maneras, entre ellas la que ensayamos en este artículo, a la luz de proyectos de rehabilitación y transformación centrados en el país como espacio idóneo para la ingeniería social y el diseño de “utopías”. Murder at 28:10 escenifica precisamente el asesinato de una utopía;  The Alien, el infierno existencial provocado por el rechazo de otra.
Notas

[1] “Overlapping territories, intertwined histories” (Said, 1994). Sobre la relación entre imperio y cultura ver también los siguientes libros:
Accaria-Zavala, Diane y Rodolfo Popelnik: 2004; Kaplan, Amy y Donald E. Pearse, editores: 1993; Kaplan, Amy: 2002.
[2]  Estos conflictos no son más evidentes en la literatura popular que en los textos canónicos. Said leyó en las novelas domésticas de Jane Austen una red de actitudes y referencias soterradas que codifican la experiencia del imperio.
[3] Death Follows a Formula (1935), The Sentry Box Murder (1935), Murder at 28: 10 (1936), Death in the Glass (1937), Sinister Crag (1938).
[4] Un dato interesante en el contexto que abordamos es que una hija de Guiness, Helga Green, fue  agente literaria de Raymond Chandler.
[5] “El verano de Hortensita se complica” (Belaval, 1977: 97-105).  
 Referencias:
Accaria-Zavala, Diane y Rodolfo Popelnik. Prospero´s Isles: The Presence of the Caribbean in the American Imaginary. Oxford: Macmillan Caribbean, 2004.
Belaval, Emilio. Los cuentos de la universidad. Río Piedras: Editorial Cultural, 1977.
Buchan, John. The Thirty-Nine Steps. New York: Oxford World Classics, 1999.
Cohen, Jonathan. A Panamerican Life: Selected Poetry and Prose of Muna Lee. University of Wisconsin Press, 2004.
Christie, Agatha. The Mysterious Affair at Styles. Versión electrónica en Project Gutenberg: http://www.gutenberg.org/etext/863
Darwin, Charles. The Voyage of the Beagle. En Darwin; The Indelible Stamp. Philadelplia, London: Running Press, 2005.
Doud, Richard. “Interview with Edwin and Louise Rosskam conducted at their home in Roosevelt New Jersey, August 3, 1965.” Versión electrónica en: http://www.aaa.si.edu/collections/oralhistories/transcripts/rosska65.htm
Gayle, Newton (seudónimo de Muna Lee y Maurice Guinness). The Sentry Box Murder. New York, London: Charles Scribner´s Sons, 1935.
______.Murder at 28:10. New York, London: Charles Scribner´s Sons, 1936.
Greene, Graham. A Burn-Out Case. New York: Penguin Group, 1977.
______. The Quiet American: Text and Criticism. New York: Penguin Group, 1996.
Hammett, Dashiell. The Glass Key. New York: Alfred A. Knopf, 1931.,
Kaplan, Amy y Donald E. Pearse, editores. Cultures of United States Imperialism. Durham and London: Duke University Press, 1993.
______. The Anarchy of Empire in the Making of U.S. Culture. Cambridge, London: Harvard University Press, 2002.
Lee, Muna. Sea Change. New York: Macmillan, 1923.
______. The Cultural Approach: Another Way in International Relations. Con Ruth Emily McMurry. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1947.
Marsh, Ngaio. Death of a Peer. Boston: Little Brown and Company, 1940.
Rossevelt, Theodore. Colonial Policies of the United States. New York: Doubleday, Doran & Company, Inc., 1937.
Rosskam, Edwin. The Alien. New York: Grossman Publishers, 1964.
______. Roosevelt, New Jersey: Big Dreams in a Small Town and what Time did to Them. New York: Grossman Publishers, 1972.
Said, Edward. Culture and Imperialism.  New York: Vintage Books, 1994.
Saretsky, Gary. “Interview with Louise Rosskam under the auspices of the Monmouth County Library Headquarters”. Versión electrónica en: http://www.visitmonmouth.com/oralhistory/bios/RosskamLouise.htm
Sayers, Dorothy L. Strong Poison. 1930. London: Victor Gollancz, 1930.
Slotkin, Richard. Regeneration Through Violence: The Mythology of the American Frontier, 1600-1860. Connecticut: Wesleyan University Press, 1973.
Verne, Jules. The Mysterious Island. Versión electrónica en Project Gutenberg: http://www.gutenberg.org/etext/1268
 
Wells, H.G. The Island of Dr. Moreau. Versión electrónica en Project Gutenberg: http://www.gutenberg.org/etext/159
 
 
 

Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...