viernes, 1 de septiembre de 2017

De regresos y recobros, una novela de María Benedetti







para Alicia, estudiosa y activista; 
para Merari, Isabel, y sus compañeras y compañeros de la Huerta Resiliencia 


Dolores y milagros: una historia para la inocencia
María Benedetti
Botanicultura, Cayey, 2016

El despoblamiento actual de Puerto Rico tiene antecedentes cercanos. A mediados del siglo veinte más de un millón de puertorriqueños abandonados por la isla se vieron obligados a emigrar. Digo abandonados porque entre las causas del gran exilio conviene recordar una política de gobierno: fomentar la inversión de capital extranjero en la industrialización y promover la partida de los pobres. Exilio es una palabra más precisa que diáspora cuando se considera excedente a todo un sector desplazado por la actividad económica.
Nuestros exilios solían ser cíclicos.  El retorno a la tierra podía ocurrir tras la ausencia de varias generaciones. María Dolores Hadosy Benedetti regresó al país de donde partieron al exilio miembros de su familia materna en otro ciclo, el primer tercio del siglo XX. En los años ochenta Benedetti se propuso regresar tras el eco de unas voces que se llevaba el viento; rastros de unas formas de vida imperfectas, injustas como todos los sistemas de saberes  (incluso la ciencia pura, sujeta al poder y las supersticiones del lucro) pero también portadoras de conocimientos y afectos.
Las ficciones centradas en la recuperación de quienes no dejaron memorias escritas tienen un lugar de privilegio en la literatura de mujeres. Algo parecido intenté hacer en mi primera novela, Angélica furiosa (1994). En aquel tiempo María ya había publicado su primer libro, el ya clásico, ¡Hasta los baños te curan! Plantas medicinales, remedios caseros y sanación espiritual en Puerto Rico, que, para citar a la autora,
… retrata y celebra la tradición de medicina verde y sanación espiritual del pueblo borincano tal cual era hasta la década de 1980. Curanderos de buena voluntad, amas de casa, cosmetólogas, agricultores, consejeras espirituales y una partera-santiguadora comparten conocimientos, historias, recetas y filosofías mediante inolvidables conversaciones con la autora. 
Luego vinieron Sembrando y sanando en Puerto Rico, El buen tabaco y Doce árboles amigos, hermoso y sustancioso como pocos libros didácticos. Antes de la vuelta al barrio de los Benedetti, María ya se había acercado a la belleza de la lengua materna estudiándola en contextos formales, como uno de los personajes de este nuevo libro,  Dolores y milagros.
Comenta la autora  que Dolores y milagros es una “micro novela”. Cada capítulo se sostiene como cuento, pero también forma parte de una trama mayor. La novela se basa en testimonios que se transforman en ficciones y van armando una red de experiencias.  
El tono intenso de la narración comunica experiencias dolorosas y también vivencias de los placeres que el cuerpo oculta. Apalabrar experiencias que por naturaleza tienden a lo inefable es el oficio de una escritura poética. El libro roza lo real maravilloso sin dejarse invadir por fórmulas. Su instrumento es una prosa extraña, quizás porque se establece al filo de la otredad, en contacto con el mundo sin adentros ni afueras de las plantas, así como en la frecuencia de los ensalmos y conjuros, de palabras arcaicas y restos flotantes de voces dispersas.
Los dolores que el libro narra son durísimos. Hay partos en abandono, huracanes que provocan muertes y encadenan almas, adicción a las drogas del narcotráfico,  violencia contra la mujer. Si el dolor es intenso, no obstante se cuenta de manera apasionada, quizás porque los afligidos acceden en su degradación al mismo impulso vital y don de recuperación que exhibe la naturaleza, y que aflora en los humanos al derrumbarse los artificios del yo y liberar en el cuerpo formas de comunicación e inteligencia reprimidas. El camino no pasa por la separación de alma y cuerpo, ni por la represión del deseo, sino por el descubrimiento del cuerpo mismo y sus centros sensibles.
Esa mirada singular se apoya en formas de espiritualidad: santería, curandería, sabiduría de las “santas abuelas y divinidades boricuas”, prácticas tradicionales exóticas y religiones de la naturaleza. Reconocimientos de la muerte y la vida como ciclos; aproximaciones a un ambiente incomprensible, del cual somos partícipes excluidos. Son los retazos de una ciencia centenaria acumulada  en la marginalidad: la de la esfera el ser de las plantas, transferida simbólicamente a los lugares del éxtasis.


Los temas a los cuales se ha dedicado la estudiosa Benedetti nunca han sido tan actuales. En el país de los personajes de estas historias se ha visto la cara más siniestra, (por lo engañosa) del colonialismo. Esa misma tierra maltratada y envenenada es hoy el escenario de un retorno a prácticas por parte de agricultores nuevos. En ese espacio de renovada producción agrícola y cultural la literatura, las crónicas, los saberes viejos, las nuevas vivencias, el testimonio de los mayores, han ido formando una biblioteca alternativa importante. Ejemplos de cómo, en situaciones catastróficas, las culturas todavía remiten a la naturaleza, ese vínculo que se perdió en la arrogancia de las doctrinas del crecimiento económico basado en la explotación violenta de los recursos planetarios y que intentan recuperar los pensadores y las pensadoras de corrientes como “plant thinking”, ecologismo, animalismo, economía feliz. La autora dedica el libro a varios colaboradores y amigos, y también a unos seres tan corrientes que casi no los vemos: “A los árboles papel. A los árboles cobija. A los árboles aire puro, sombra y frescura. A los árboles mesas y lápices, camas y cajas, pisos y nidos, paredes y platos”.  Ciencia práctica comparable con la pasión arbórea de Hope Jahren, otra autora capaz de unir lirismo con ciencia pura.


Los personajes de Dolores y milagros sienten, padecen, obran: la madre, valiente, señora de su propio parto es también la esposa sobreviviente de una brutal paliza del marido; la mujer cuyo cuerpo entumecido despierta al toque de unas manos; el horror eterno de la adicción; la muerte, pero no ya como espectáculo horrendo sino en continuidad de traspaso; los cangrejos encandilaos, el chivito del sacrificio, tan inocente como la mujer de los masajes cuando se desnuda y desanuda; los corillos infantiles, la sacralidad corporal del juego. Memoria autobiográfica, memorias familiares, memorias encarnadas.
Otra clave es el estado de extranjería de “la americana”, que intenta acceder al “nuevo mundo de la barriada cuya música, cultura botánica y calor humano ella amaba tanto” y donde se siente como una fantasma. Por su propia condición excéntrica es ella quien aprecia y valora más que nadie, de otra manera, los oficios, los banquetes, la fiesta comunitaria, las desgracias comunes, “el vecindario ancestral”. Y es ella quien mejor reconoce la belleza de las palabras corrientes: hay números bonitos y números feos, hay protecciones, resguardos, guarapillos, bruquenas, cadenas, remedios, regresos y recobros. A la carambola de unos números, se deben las claves de entrada en la confianza: “En ese mismo instante, cruzó el portal que se abre sólo a los iniciados, a los que pertenecen, a los nuestros.“  Desde luego, esa extranjería no es prerrogativa de la “americana”. Es el lugar de la diferencia; es la rareza de los diferentes aunque hayan nacido en el corazón de la barriada.
El bucle de relatos cruzados se cierra con una ceremonia de sanación sincrética. Es casi una performance donde se juntan los personajes y se echa mano de panteones y fervores múltiples con la intención de devolver la inocencia a la criatura que la madre valiente parió en el primer capítulo del libro. La inocencia no es tanto un estado de ingenuidad como de restitución de la disponibilidad previa al incidente traumático, el cual también se asume como si su huella en el cuerpo fuera un talento más. El final ceremonioso parece más bien principio. Pero el objetivo de la curación ritual no es solo el personaje de la novela. Se diría que es todo el país que la autora aprendió de los relatos de sus viejas y que luego adoptó en su origen personal y en el destino de la comunidad elegida como archivo y cuerpo de saberes. El país que no sana del trauma de un proceso en el tiempo, de una pérdida de protecciones:  
Valeria caminó por la fosa abierta de los conocimientos legados de tantas generaciones: la trágica pérdida de los frutos de tantos diálogos logrados entre los ancestros boricuas y las criaturas y las plantas, las piedras y las aguas, las fogatas y las estrellas. Presenció y sintió en su cuerpo el enorme hueco formado por el desvío de tantas sabidurías que permiten y guían el sano desarrollo de un pueblo. (p.143)

El don narrativo de María Benedetti construye estructuras dramáticas vertiginosas, un lenguaje fuerte y vivaz en la relación de escenas, preciso y extático en la vibración erótica, con boleto de ida y vuelta entre vivos y muertos. Algún muerto regresa a la vida y es el amante perfecto, pues no tiene noción del tiempo ni sabe lo que es apropiarse de una persona, ni es capaz de sentir miedo. 

Marta Aponte Alsina

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