para Alicia, estudiosa y activista;
para Merari, Isabel, y sus compañeras y compañeros de la Huerta Resiliencia
para Merari, Isabel, y sus compañeras y compañeros de la Huerta Resiliencia
Dolores y milagros: una historia para la inocencia
María Benedetti
Botanicultura, Cayey, 2016
El despoblamiento actual de
Puerto Rico tiene antecedentes cercanos. A mediados del siglo veinte más de un
millón de puertorriqueños abandonados por la isla se vieron obligados a emigrar.
Digo abandonados porque entre las causas del gran exilio conviene
recordar una política de gobierno: fomentar la inversión de capital extranjero en
la industrialización y promover la partida de los pobres. Exilio es una palabra
más precisa que diáspora cuando se considera excedente a todo un sector
desplazado por la actividad económica.
Nuestros exilios solían ser
cíclicos. El retorno a la tierra podía
ocurrir tras la ausencia de varias generaciones. María Dolores Hadosy Benedetti
regresó al país de donde partieron al exilio miembros de su familia materna en otro
ciclo, el primer tercio del siglo XX. En los años ochenta Benedetti se propuso
regresar tras el eco de unas voces que se llevaba el viento; rastros de unas
formas de vida imperfectas, injustas como todos los sistemas de saberes (incluso la ciencia pura, sujeta al poder y
las supersticiones del lucro) pero también portadoras de conocimientos y
afectos.
Las ficciones centradas en la recuperación
de quienes no dejaron memorias escritas tienen un lugar de privilegio en la
literatura de mujeres. Algo parecido intenté hacer en mi primera novela, Angélica furiosa (1994). En aquel tiempo María ya había publicado su primer
libro, el ya clásico, ¡Hasta los baños te curan! Plantas medicinales,
remedios caseros y sanación espiritual en Puerto Rico, que, para citar a la autora,
… retrata y celebra la tradición de medicina verde y
sanación espiritual del pueblo borincano tal cual era hasta la década de 1980.
Curanderos de buena voluntad, amas de casa, cosmetólogas, agricultores,
consejeras espirituales y una partera-santiguadora comparten
conocimientos, historias, recetas y filosofías mediante inolvidables
conversaciones con la autora.
Luego vinieron Sembrando y sanando en Puerto Rico, El buen tabaco y Doce árboles amigos, hermoso y sustancioso como pocos libros didácticos. Antes de la vuelta al barrio de los Benedetti,
María ya se había acercado a la belleza de la lengua materna estudiándola en
contextos formales, como uno de los personajes de este nuevo libro, Dolores
y milagros.
Comenta la autora que Dolores
y milagros es una “micro novela”. Cada capítulo se sostiene como cuento,
pero también forma parte de una trama mayor. La novela se basa en testimonios
que se transforman en ficciones y van armando una red de experiencias.
El tono intenso de la narración
comunica experiencias dolorosas y también vivencias de los placeres que el
cuerpo oculta. Apalabrar experiencias que por naturaleza tienden a lo inefable
es el oficio de una escritura poética. El libro roza lo real maravilloso sin
dejarse invadir por fórmulas. Su instrumento es una prosa extraña, quizás
porque se establece al filo de la otredad, en contacto con el mundo sin
adentros ni afueras de las plantas, así como en la frecuencia de los ensalmos y
conjuros, de palabras arcaicas y restos flotantes de voces dispersas.
Los dolores que el libro narra
son durísimos. Hay partos en abandono, huracanes que provocan muertes y
encadenan almas, adicción a las drogas del narcotráfico, violencia contra la mujer. Si el dolor es
intenso, no obstante se cuenta de manera apasionada, quizás porque los
afligidos acceden en su degradación al mismo impulso vital y don de
recuperación que exhibe la naturaleza, y que aflora en los humanos al derrumbarse
los artificios del yo y liberar en el cuerpo formas de comunicación e
inteligencia reprimidas. El camino no pasa por la separación de alma y cuerpo, ni
por la represión del deseo, sino por el descubrimiento del cuerpo mismo y sus
centros sensibles.
Esa mirada singular se apoya en
formas de espiritualidad: santería, curandería, sabiduría de las “santas
abuelas y divinidades boricuas”, prácticas tradicionales exóticas y religiones de
la naturaleza. Reconocimientos de la muerte y la vida como ciclos;
aproximaciones a un ambiente incomprensible, del cual somos partícipes
excluidos. Son los retazos de una ciencia centenaria acumulada en la marginalidad: la de la esfera el ser de
las plantas, transferida simbólicamente a los lugares del éxtasis.
Los temas a los cuales se ha
dedicado la estudiosa Benedetti nunca han sido tan actuales. En el país de los
personajes de estas historias se ha visto la cara más siniestra, (por lo engañosa)
del colonialismo. Esa misma tierra maltratada y envenenada es hoy el escenario
de un retorno a prácticas por parte de agricultores nuevos. En ese espacio de
renovada producción agrícola y cultural la literatura, las crónicas, los
saberes viejos, las nuevas vivencias, el testimonio de los mayores, han ido formando
una biblioteca alternativa importante. Ejemplos de cómo, en situaciones
catastróficas, las culturas todavía remiten a la naturaleza, ese vínculo que se
perdió en la arrogancia de las doctrinas del crecimiento económico basado en la
explotación violenta de los recursos planetarios y que intentan recuperar los
pensadores y las pensadoras de corrientes como “plant thinking”, ecologismo, animalismo,
economía feliz. La autora dedica el libro a varios colaboradores y amigos, y también
a unos seres tan corrientes que casi no los vemos: “A los árboles papel. A los
árboles cobija. A los árboles aire puro, sombra y frescura. A los árboles mesas
y lápices, camas y cajas, pisos y nidos, paredes y platos”. Ciencia práctica comparable con la pasión
arbórea de Hope Jahren, otra autora capaz de unir lirismo con ciencia pura.
Los personajes de Dolores y milagros sienten, padecen, obran:
la madre, valiente, señora de su propio parto es también la esposa
sobreviviente de una brutal paliza del marido; la mujer cuyo cuerpo entumecido
despierta al toque de unas manos; el horror eterno de la adicción; la muerte,
pero no ya como espectáculo horrendo sino en continuidad de traspaso; los cangrejos
encandilaos, el chivito del sacrificio, tan inocente como la mujer de los
masajes cuando se desnuda y desanuda; los corillos infantiles, la sacralidad
corporal del juego. Memoria autobiográfica, memorias familiares, memorias
encarnadas.
Otra clave es el estado de
extranjería de “la americana”, que intenta acceder al “nuevo mundo de la
barriada cuya música, cultura botánica y calor humano ella amaba tanto” y donde
se siente como una fantasma. Por su propia condición excéntrica es ella quien
aprecia y valora más que nadie, de otra manera, los oficios, los banquetes, la
fiesta comunitaria, las desgracias comunes, “el vecindario ancestral”. Y es
ella quien mejor reconoce la belleza de las palabras corrientes: hay números
bonitos y números feos, hay protecciones, resguardos, guarapillos, bruquenas, cadenas,
remedios, regresos y recobros. A la carambola de unos números, se deben las
claves de entrada en la confianza: “En ese mismo instante, cruzó el portal que
se abre sólo a los iniciados, a los que pertenecen, a los nuestros.“ Desde luego, esa extranjería no es
prerrogativa de la “americana”. Es el lugar de la diferencia; es la rareza de
los diferentes aunque hayan nacido en el corazón de la barriada.
El bucle de relatos cruzados se
cierra con una ceremonia de sanación sincrética. Es casi una performance donde se
juntan los personajes y se echa mano de panteones y fervores múltiples con la
intención de devolver la inocencia a la criatura que la madre valiente parió en
el primer capítulo del libro. La inocencia no es tanto un estado de ingenuidad como
de restitución de la disponibilidad previa al incidente traumático, el cual
también se asume como si su huella en el cuerpo fuera un talento más. El final
ceremonioso parece más bien principio. Pero el objetivo de la curación ritual no
es solo el personaje de la novela. Se diría que es todo el país que la autora aprendió
de los relatos de sus viejas y que luego adoptó en su origen personal y en el
destino de la comunidad elegida como archivo y cuerpo de saberes. El país que
no sana del trauma de un proceso en el tiempo, de una pérdida de protecciones:
Valeria caminó por
la fosa abierta de los conocimientos legados de tantas generaciones: la trágica
pérdida de los frutos de tantos diálogos logrados entre los ancestros boricuas
y las criaturas y las plantas, las piedras y las aguas, las fogatas y las
estrellas. Presenció y sintió en su cuerpo el enorme hueco formado por el
desvío de tantas sabidurías que permiten y guían el sano desarrollo de un
pueblo. (p.143)
El don narrativo de María
Benedetti construye estructuras dramáticas vertiginosas, un lenguaje fuerte y
vivaz en la relación de escenas, preciso y extático en la vibración erótica,
con boleto de ida y vuelta entre vivos y muertos. Algún muerto regresa a la
vida y es el amante perfecto, pues no tiene noción del tiempo ni sabe lo que es
apropiarse de una persona, ni es capaz de sentir miedo.
Marta Aponte Alsina
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