El género musical más antiguo afincado
en los llanos de Aguirre y sus alrededores, de Guayama a Jobos y Salinas, debe
ser la bomba. En réplica a los tambores, la gestualidad de la danza, las voces
y las letras se dio una cultura del adorno en el vestir, del buen porte y el
éxtasis. Fue música de esclavos insumisos, que rescataron de la mercancía que
eran sus cuerpos la compatibilidad de la alegría con el derecho a no dejarse
morir. Fue y sigue siendo, además, una cultura de fuerte, y poco estudiada,
impronta femenina. A esa genealogía ha dedicado sus anhelos de investigadora
Melanie Maldonado.
Melanie vive en Nueva York. Forma
parte de lo que a falta de una palabra más cercana a la particular experiencia
puertorriqueña hemos llamado “la diáspora”, ese exilio nuestro que desde otra atmósfera
le ha sumado varias islas al archipiélago boricua. La dedicación a los
estudios bomberos de investigadores como Melanie, y antes que ella Emanuel Dufrasne,
Ángel Quintero et alii, es ejemplo de cómo ocurren la desaparición y la resurrección de especies culturales.
Mi tramo de la carretera 3, sus
sectores y barrios se ha ido vaciando al son de la caída de bases económicas
que se movían en el tablero de los mercados globales. Sus gentes fueron
expulsadas al exilio, llevando en sus equipajes los instrumentos y algunas claves de los
saberes antiguos. Un ejemplo de esa fuga de expresiones es la ruta de la bomba,
el campo de investigaciones de Melanie, y también de la poeta e intérprete
Julie Laporte.
Julie sentía la bomba y se preguntaba
por qué en los sectores populares del Sur no se transmitía la enseñanza de la
constelación de roles que componen el género, legado de padres y madres a hijas
e hijos. Una explicación remite al sangramiento de poblaciones. En el Sur
guayamés y salinense las recesiones de la base económica provocan, dice Julie
“que la gente comience a irse, que se embarquen”. Los que quedan simplemente
sobreviven. Algo semejante ocurrió en Ponce: “los hijos de Archi no están”. Esa
huida al Norte, que parece interminable, tiene su contrapeso: el relativo auge
reciente de la bomba y sus escuelas puede atribuirse al trabajo constante de
grupos y musicólogos residentes, reflejado entre grupos de
comunidades residentes en Estados Unidos.
Además de ser cantadora principal y
colaboradora de los grupos Bomba del Sur y Escuela de Bomba de Ponce, Julie forma
parte de un colectivo recién fundado: Umoya. Julie aclara que la palabra
proviene del swahili y signfica Unidad. Al amparo de esa corriente se han
enlazado dieciséis personas que pertenecen a varios de los grupos de bomba,
conjuntos y escuelas, que se multiplican en el archipiélago. El colectivo se
dedica a la investigación para ir construyendo un archivo de saberes y
cartografiando manifestaciones del género bomba: variaciones, orígenes, intérpretes,
anécdotas que, apreciables como los depósitos de cualquier ateneo del mundo, pero
abandonados a su suerte, silvestres como los tesoros del pobre, irán publicando
en una plataforma digital. “Aprender es la piedra angular de lo que hacemos”,
dice la maestra Julie, que cultiva el oído y la voz, y compone letras, y añade a
los fines de Umoya el documentar las actividades de sus propios miembros.
El campo geográfico acotado por
Laporte para sus investigaciones coincide con los límites que me propuse
traducir a letras en más de un libro sobre la carretera 3. Este, el primero de una seria que tal vez no será,
ya busca un cierre. Uno de los grandes polos del legado topográfico que apenas
se menciona en este libro es el antiguo barrio llamado Jobos. Según Julie, el
barrio se divide en dos: Puente de Jobos y Puerto de Jobos, por uso y costumbre
de los vecinos. En ese sector ha entrevistado a bomberas y bomberos y sus
parientes, entre ellas la indispensable historiadora comunitaria, por
determinación de un consenso tácito, Marta Almodóvar, maestra del clan o “raza”
de los Villodas. Laporte ha encontrado que las historias se validan entre
ellas, y que hay relaciones que abarcan toda la región, desde Arroyo hasta
Ponce. “No se puede investigar la historia de la bomba sin descubrir nuestra
historia como pueblo”, dice Laporte, abriendo todo un campo de reflexiones
sobre cada palabra: historia, bomba, pueblo, descubrir.
La diáspora que abrió un vacío también
potenció el redescubrimiento, dice Julie, sin escrituras, con eslabones rotos y
anécdotas. ¿Que significa buscar raíces, forjar identidades? “El encuentro con
otras culturas nos motiva a expresar la nuestra.” Además se descubren rasgos
comunes, las hibridizaciones que caracterizan a los géneros musicales vivos,
dominantes, cuando se encuentran con los músicos afroamericanos, cubanos,
africanos.
Se enciende la chispa de una discusión
interminable sobre el fervor de recoger las señales que alguien dejó en los
márgenes de un país destrozado y ver qué puede hacerse con ellas. Bomba y
cuerpo; gestualidad, mimesis y memoria; ganchos desarraigados que encuentran
parentelas y prenden en otra parte. De pronto, cuando escribo esto, a fines de
2017, se nota un vacío, una carencia, añoranzas de un tiempo de luchas y respuestas,
conciencia de las muertes, traspaso de deberes. Son las estaciones de la
historia. El abismo sin mapas de un presente sin provisiones. ¿Será así la
muerte, una galería de espejos cubiertos con paños negros?
La gente deja monumentos que quizás se
recojan en papeles, pero que en todo caso quedan escritos en los cuerpos de sus
gestores. Esos cuerpos desaparecen a diario. El mercado de la información para
consolidar la tristeza del lucro ha cruzado fronteras impensables, aunque las
versiones del capital hoy se parezcan en tono y oportunismo a las de los científicos
políticos y economistas que alumbraron el camino para la misión del hombre
blanco en el trópico, Lothrop, Dumaresq, Luce y DeFord. De modo que los cuerpos
de los resistentes, donde está inscrita la historia sin bibliotecas, e incluso
las crónicas pueblerinas y este libro, desaparecerán. Es así, pero no importa,
porque los cuerpos desaparecerán como la flor en sus semillas, y el aliento de
mapas nuevos será inevitable cuando una mujer curiosa o un niño preguntón se
acerquen a un edificio vacío, a los cimientos de una casa quemada, a los restos
de una bibioteca y se pregunten: ¿qué es esto, qué fue, qué pasó aquí?
1 comentario:
Excelente! Bravo
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