Safariss
Al otro día Dugald
los recoge en una limosina tan deslumbrante en lujos que la diva parpadea. La
fama y la fortuna, en su caso, son un engaño, una conspiración de sus
productores. Sus pertenencias cabrían en un rincón de la limosina de Dugald. Al
cruzar los portones y salir a la carretera desierta ven un cobertizo techado
con retazos mugrientos. Un viejo maldice y reparte su peso entre una lanza y
una pierna.
Meriendan en un pent-house
de blancura monacal, alquilado y decorado expresamente para deslumbrar a la
pareja, ante una mesa donde se presentan con fingida sobriedad botellas de agua
de los glaciares de Islandia, vinos y una docena de quesos artesanales franceses
y españoles. El agua, los manjares, el champán, los claretes, se degustan de
cara a la Bahía de Sydney. Larry, que come con el apetito antiecológico de un gigante,
echa de menos unas lascas de jamón. Megan, abstemia con tendencias bulímicas,
apenas mastica un queso cáustico con vetas azulosas, criado en un humilde hogar
por unas manos envejecidas de trabajo y envejecido él mismo en una caverna
enseñoreada por murciélagos bonachones.
Who was he, pregunta Dugald.
We call him Gumpilil, it´s a joke, we might as well
call him Dugald.
Call me Dugald, ja,
ja, dice Dugald.
Y nos maldice,
susurra Megan con voz temblorosa, cada vez que cruzamos el portón. Nuestro
parque ocupa una red de líneas cantadas. La songline de sus ancestros, el ant
dreaming. Los Trevelyan interrumpen la línea de las hormigas. Desde luego, no
sabíamos que al comprar la casa sellábamos una profanación, dice Larry con la
boca llena. Olvidamos sumar los consejos de un encantador a los cálculos de los
agrimensores. Hoy también lo maldijo a usted, murmura Megan.
Me encantan las
maldiciones, me encantan los rituales. El proyecto que les propongo es un
ritual, ataca Dugald.
Larry no disimula
un bostezo. Ya conocen el concepto, esperan que el director aclare las condiciones
restantes, discutido ya el asunto de los honorarios. ¿O es que le parece excesivo
el precio de los actores?, pregunta Larry. Dugald se ofende. Él no piensa nunca
en dinero, tiene TODO el dinero del mundo. Si quisiera podría vaciar los bancos
de Suiza y le sobraría efectivo para comprar un planeta. No se le ocurre hablar
de dinero, no sabe lo que es el dinero. Sí tiene la impresión de que a Megan le
gustará la isla. Es una maravilla. Megan es otra maravilla; mujer e isla tienen
que encontrarse.
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