Este cuento es parte de tu historia. Este cuento es
parte de las afueras de tu historia. Este cuento es para ti.
¿Por qué Gabriel?, me preguntas. Cualquier colega más
cauteloso hubiera contratado a un abogado picapleitos para sacarse la espina de
las primitas, valiéndose de los contactos en el bajo mundo que suelen asistir a
los letrados de lujo. Gabriel no es abogado ni perito en chanchullos. En todo
caso, es un ex loco. Ex y loco. Fuera de quicio.
Sabes que lo medité mientras admiraba una de las
orquídeas brujas de mi colección. Soy dueño de esta desvergonzada Stanhopea
tigrina, aunque la verdadera dueña de cuanto la rodea es ella. Cristina
la miraba con desdén, no le gustan las flores. Prefiere coleccionar zapatos,
los lleva bien como remate de unas piernas largas, esbeltas, su mejor
rasgo de niña de piel color leche. Mi Stanhopea no es hermosa, es más
que hermosa. Las flores le cuelgan, upside down. Son grandes,
algo vulgares. Dijo un estudioso enamorado que Stanhopea es una
escultura de marfil. Tonterías. Es una mexicana blanca, una seductora absoluta,
pero su belleza no invade por la vista sino por el sentido atávico del olfato.
No se le resiste nada que tenga olfato.
Le quité la carga de unas flores muertas, hablé con
ella. Hablé con esa mexicana de pétalos mustios. ¿Gabriel? Ándale, me
respondió.
No siempre le doy la razón a las orquídeas, pero aquel
día estaba blandito. Acababa de separarme de Cristina. Interpreté la
coincidente soledad de dos hombres abandonados –Gabriel por una muerta, yo por
una de esas Lolitas como Barbies que han sido mis temporadas en el paraíso, y
mi perdición– como una señal. Además, para bien y para mal soy el hijo de mis
padres. Involucrar letrados con contactos en el bajo mundo en un caso de
familia, pagar porque le dieran una lección a mis primitas… no me pareció lo
más digno. Eso me dije. Eso te repito.
Resté importancia al hecho de que Gabriel haya sido mi
paciente. No me pareció grave un caso de incumplimiento ético en un país ilegal
como éste. Incumplimiento, se dice, porque el psiquiatra tiene las claves de la
estructura yoica del paciente. Bajo tal presunción, el detective sería
un títere manipulable que impone sobre sus hallazgos la trama que su psiquiatra
le dicte. Esa ficción proviene de un mundo extinto, donde la autoridad del
médico era tan visible como una catedral y la obediencia a las interpretaciones
del padre una garantía de orden y felicidad. Ya pasaron esos tiempos. Nuestro
rol de policías de la razón se ha vuelto confuso.
Poco después venía yo bajando de la altura y vi un
rótulo con el nombre de Gabriel Marte, detective, clavado en un poste que se
inclinaba como un borracho sobre una esquina de la calle Derkes. Lo tomé como
evidencia de la sabiduría de mi orquídea. No fue difícil encontrar al hombre.
En un pueblo de brujos negros y blanquitos perversos sobran
los chismosos.
De Sobre mi cadáver, 2012 (Editorial La Secta de los Perros)
1 comentario:
Ilustración: Primero pasarás sobre mi cadáver (1893), óleo de Ramón Casas, Museo Nacional de Arte de Catalunya.
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