para María Datel
Una mañana de domingo salí a buscar la casa de Alice Bacon,
la figura que compuse de datos dispersos (el retrato, el
historial de compra y venta de sus casas, los informes de sus ancestros en el Boston Blue Book, el libro de memorias
de la madre, la mirada de Alice, que resbaló por las pieles de los
hombres y mujeres que sembraban y cortaban la caña
dulce de Aguirre).
Ese día me
puse brava, con la irritada persistencia del acreedor impaciente. No
me recibes, dónde estás, conmuéveme. El tono terminó por convencerla, o hacerme creer que la había convencido de abrir un resquicio en la puerta y
dejarme entrar por la que fue la entrada de los sirvientes en el sótano de su
casa. Ahora el sótano es la oficina de los guardias de seguridad de una universidad
llamada Fisher y el resto de la casa una residencia de estudiantes. Por la
puerta del sótano salió corriendo un varón atlético y aproveché para colarme.
Las universidades se han convertido en fortalezas rodeadas de terrores
cómplices. Sus guardianes exigen documentos, cámaras ocultas o indiscretas retratan a los visitantes. Hay que acostumbrar la voz al tono pasivo que se
cuela por un resquicio.
Me detuve frente al mostrador y expliqué con acento descosido mi
interés de autora en la personalidad de quien fuera una de las propietarias de la casa. Mi
presencia, mis palabras, no formaban parte del universo habitual del guardia,
un hombre negro joven. Demasiado respetuoso y azorado para la profesión de la
violencia, me copió en un papel el
correo electrónico del departamento encargado de organizar excursiones a la
residencia. Le di la espalda, salí, y me
fui a disfrutar un brunch con amigos
argentinos después de fotografiar las casas en hilera del frente.
La última
residencia de Alice Bacon Lothrop forma parte de una serie de casas o apartamentos adosados,
cada uno de cuatro pisos estrechos, fachadas grises y ventanas que dan a balconcitos
de hierro. La austeridad se alivia en los cristales inmaculados que recogen imágenes
del cielo, las nubes, los árboles, los automóviles detenidos. El pensamiento
de Alice se esconde justamente en la transparencia fría de las ventanas
cortinadas. No logré sentir y pensar como sentía y pensaba Alice, pero ante una de esas ventanas, de
cara al farol de la acera, pude imaginar que a sus sesenta años, en
días de grandes nevadas y ventiscas, ella imaginaba la bahía de Aguirre, las uñas
sucias de su hijo Samuel, los labios carnosos de su marido William Sturgis Hooper Lothrop, el
mismo que viajó a Puerto Rico en 1898 con un cargamento de sellos postales.
Samuel, el
hijo que para ella fue puro amor, tenía las uñas sucias por el hábito
de esconder monedas en la tierra del jardín de la casa de los abuelos Lothrop. Yo
había visto fotos de esa casa, que ocupa los solares 25 y 27 de
Commonwealth Avenue. Esa sección del
Boston viejo, llamada Back Bay, tiene aires afrancesados, con parque lineal
al frente. Colindante con los jardines del Commons y los jardines Fen, e
influenciada por el París del “Segundo Imperio”, desafía la austeridad de
las casas más antiguas. El sector se construyó sobre terrenos robados al mar, rellenados
con toneladas de gravilla. Back Bay era lo que su nombre indica, una pequeña
bahía donde los pueblos primeros construían corrales de pesca y al bajar la
marea se revelaban las criaturas de los manglares, primas de algunas especies que
todavía sobreviven en el bosque de Aguirre, y de las que ya no queda ni un
recuerdo en Back Bay.
El folleto
turístico publicado por la ciudad informa que a partir de 1857, y a lo largo de
más de cuarenta años, es decir, hasta el año anterior a la invasión de Puerto
Rico, trenes repletos de gravilla, con 2,500 yardas cúbicas de material de
relleno, hacían más de 255 viajes diarios para ir formando el ensanche.
Las casas en
hilera, coronadas con mansardas, generosamente dotadas de ampulosas bow windows
fueron diseñadas por Bryant y Gilman. El plan de mejoras fue
obra de Gilman, uno de los arquitectos eminentes del país, además de "hombre
ingenioso y bon vivant”, lee un documento de la época. Con diseños de Bryant se
remodelaron capitolios y alcaldías en 19
estados, 36 tribunales, 59 hospitales, escuelas u otros
edificios públicos, 16 estaciones de ferrocarril, 16 aduanas y correos y 8
iglesias.
En el parque lineal de Commonwealth Avenue hay
una sombría estatua inspirada en Alexander Hamilton, el personaje caribeño que tanto les
apasiona a Lin Manuel Miranda y Barack Obama. Parece que su escultor, un tal
Dr. William Rimmer, médico y anatomista,
era tan interesante como su modelo. También figura entre las efigies en
piedra una de Domingo Faustino Sarmiento, obsequio del gobierno argentino.
La estatua de Sarmiento atracó en Boston medio siglo después de que a los
argentinos se les ocurriera dejar una huella de Sarmiento en la memoria de su admirada
sociedad bostoniana.
En el jardín
de la casa del abuelo Thornton, en Commonwealth Avenue, el hijo de Alice y
Sturgis, el niño Samuel Kirkland Lothrop, futuro arqueólogo y espía, hacía
hoyitos con los dedos en la tierra donde prosperaban los rosales –rosas enormes,
rosas pequeñas aromáticas, rojas aterciopeladas e insípidas. Las uñas se cundían
de uñeros y manchas blancas. Esta tierra es fértil, decía el suegro de Alice, dueño
del jardín y de la casa y sus objetos, porque su mujer no podía heredar, aunque
fuera ella la descendiente de los dueños
originales. El suegro de Alice y abuelo de los hijos de Alice se llamaba
Thornton Kirkland Lothrop. Tenía espinas en el nombre y en el humor. Era cuentero: “aquí hubo un cementerio
indígena, los huesos humanos fertilizan la tierra por una eternidad”.
A veces variaba
el cuento sobre la procedencia de los huesos. Decía don Thornton que en su
jardín también había enterrados huesos de brujas, cuando no de masones
corruptos linchados por cristianos temerosos de Dios. La ciudad y los lugares
vecinos se habían levantado en el terreno diabólico de los indígenas, las
brujas y los masones. Los padres fundadores habían extirpado la brujería, se
habían hecho hombres modernos, fundaron una iglesia singular, la
Unitaria, de cuyas entrañas nació una universidad poderosa; habían combatido al
partido de los masones, que tuvo que conformarse con dejar grabada una pirámide
en los billetes de un dólar. El suegro de Alice descendía de generaciones de
ministros religiosos y consejeros de presidentes de la nación, y al menos un presidente de la universidad de
Harvard. Tenía un sentido elástico de la justicia y un humor que no se permitía
una sonrisa cabal. A la sombra de aquel hombre se había criado William Sturgis
Hooper Lothrop, el muchacho que dejó a Alice viuda. A la sombra de Thornton, un
poco debilitada su manía sistemática con los años y reconocimientos, se crió Samuel,
el niño que enterraba monedas. Ya mayor, Samuel llegó a parecerse al viejo en la
sonrisa fría y la nariz impensable; don Thornton le había legado un rasgo extraño
en las aletas anchas.
Así que, en la
prolongada vejez de Alice Bacon los recuerdos más remotos se disputaban el
cuerpo senil con ferocidad, pero ella había aprendido que a la tristeza que
abre puertas a la locura conviene responder con la ortodoxa parquedad de los
buenos modales y algún pasaje del libro de Job, o hablando con el angelito que
la acompañaba, el niñito que llevaba el nombre de Sturgis, el que había muerto
antes de cumplir el año. Cuando William flotaba en las aguas de la memoria ella
ya estaba esperándolo con una sonrisa que todavía se calentaba al resplandor
del día feliz de la excursión a Punta Pozuelo, tierra firme rodeada de
manglares, espejo tropical de las aguas secadas por la ambición de edificar
una ciudad elegante sobre los terrenos movedizos de Back Bay.
(De mi libro sobre la Central Aguirre y la carretera PR 3).
2 comentarios:
Saludos, Sra. Aponte, se dirige a usted Rafael Franco estudiante del Programa doctoral en Historia de America de la Universidad Interamerican, Recinto Metropolitano. Al igual que usted tengo en interes en el tema de la Central Aguirre de Salinas, al punto que al momento estoy trabajando la tesis doctoral el Origen y Fundacion de la Central Aguirre de Salinas. Tambien tengo un blog Huellas en la Historia de Puerto Rico, me gustaria intercambiar impresiones sobre el tema de la Central Aguirre de Salinas. En el blog esta mi correo electronico y telefono. Gracias.
Gracias, Rafael. Hablaremos.
Publicar un comentario