Agradezco esta lectura de mi tocaya-siamesa-rosarina, la narradora Marta Ortiz.
La copio de su blog: El vuelo de la noche
La línea cantada de Marta Aponte Alsina
Por Marta Ortiz
Aponte Alsina, Marta, El fantasma de las cosas, Teranova Editores, Puerto Rico, 2010.
Los personajes que perfilan la línea matriz de El fantasma de las cosas son dos creadores: la escritora puertorriqueña Silvinia Díaz Torres (Silvinia = contracción de los nombres de sus admiradas “Silvina” –Ocampo- y “Virginia” –Woolf-; en sus palabras la “i” la distingue de Silvina y la “Sil” la aleja de Virginia), y Dugald, cineasta indio. Silvinia escribe la historia de Mitchel y Dugald vive el trance de filmar un disparatado nacimiento de la luna. Ambos, aunque residen en antípodas geográficas, comparten certezas y dudas: creen que el origen de la creación artística puede ser una imagen o un sueño, rastrean con denuedo el conflicto que ordenará la acción, se dice que todo sirve para ser incluido en el cuerpo del relato, y repetidamente se habla de la extraña “resistencia” de los finales que –coinciden- llegará por decantación de lo que letra o imagen vaya produciendo.
Existe un camino que, con ligeras variantes, los dos recorren: “La tierra es una red de líneas invisibles que dejaron los ancestros de la humanidad, caminándola” -líneas cantadas o songlines-; “lo que alguien imagina resuena en otra cabeza desprevenida”, escribe Dugald en su carta a la actriz proponiéndole el papel principal. Sabe que su dominio está en sus pies.
Asimismo Silvinia, cuya historia se ha estancado, conjura vacilaciones recorriendo cada rincón de su casa para pensar con los pies. Esta idea remite a un tiempo originario: “Antes de que se rompiera el vaso comunicante entre los narradores de todos los tiempos, los hombres rehacían el mundo a diario recorriendo los trazos de las canciones ancestrales. Haciéndolos y deshaciéndolos, mantenían fresca la creación”.
Siguiendo este hilo, o línea cantada, El fantasma de las cosas cuenta el cuento de la fragua de la creación. Se indaga en el giro de la palabra a fin de redondear un tributo a la imaginación. Se intenta inventar sobre mínimos datos una nueva ficción que a cada instante tropieza y no acaba de decirse, y esto a pesar de que ambos creadores, rodeados de cuentos de carne y hueso que pugnan por participar, historias que piden ser contadas, tendrían abundante material para elegir; el cuento de la madre de Silvinia grita su deseo de entrar a la página, en tanto la escritora inventa los detalles del cuento de Mitchel a partir de una frase alguna vez oída de boca de su padre: “toca cumbanchero, Mítchel”. Dugald, a pesar de tanta historia próxima y verdadera: la de Miguel, el convocado actor pobre, o su propia autobiografía que cuenta un rosario de infortunios -madre ausente y morfinómana y padre corrupto-, por citar solo algunos, elige la luna y a ella le canta. Silvinia y Dugald ceden al influjo del Romance de la luna luna de García Lorca, se exilian, obedecen a sus sueños fantásticos más allá de la literalidad lisa y llana que los cerca.
Marta Aponte, dueña de un formidable oficio de narradora, sorprende al lector con un lenguaje diferente al de sus producciones anteriores. La frase austera gana en concisión; como Silvinia, Marta, en estas líneas “cultiva el ascetismo”. Dúctil, la narradora se deja llevar por juegos de palabras y provoca giros inesperados y bizarros. Así, la actriz, que no se atreve a contarle a su marido que está enamorada de su pareja en la ficción, resuelve el conflicto camuflada en la piel de uno de sus personajes anteriores y desde esa otra voz, que facilita el extrañamiento deseado, se confiesa. Larry, a su vez, la induce a no creerlo, desde su condición de actriz –le explica-, ella vive una ficción: “Actuar es una forma de exponer la mentira de las verdades. Un falso tributo a la realidad”.
Atravesada de literatura, podría decirse que El fantasma de las cosas es un tributo a la lectura, un edificio de ladrillos literarios. Desde las primeras líneas se evocan las voces de Silvina Ocampo, de Virginia Woolf, de Clarice Lispector; se alude a Faulkner, a Hemingway, a Katherine Mansfield, por nombrar solo algunos. En la voz de Larry -lector de literatura argentina cuya bisabuela nació en la ciudad de Rosario (Santa Fe)- se rinde un claro homenaje a muchos de sus creadores emblemáticos. Un capítulo lleva por nombre un título de Silvina Ocampo: Los grifos, “un cuento sobre el lugar donde nacen todas las aguas”. Se menciona a Bioy Casares, creador de una isla imaginaria en la que no se puede vivir (La invención de Morel”), muy semejante a la que habita el cineasta Dugald, y también a Borges, maestro del idioma, y a la poetisa Alejandra Pizarnik, además de la omnipresencia del Che Guevara, cuyo diario en esta trama múltiple, alguien se está ocupando de escribir.
Este cuerpo textual se compone de tramas que son líneas, y las líneas acaban uniéndose, se recuperan los vasos comunicantes rotos, se tejen y destejen y retejen las historias. Se sigue, claro, la línea ya cantada de los creadores de todos los tiempos, bajo la luz blanca del romance de García Lorca sobrevolando, o del poema de Palés Matos. La resultante es esta original línea cantada que también podríamos llamar novela corta o nouvelle.
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