(Le pedí a Emilio del Carril unas palabras a propósito de El fantasma de las cosas. Esta es su línea. Esta línea es su regalo. Esta línea le faltaba al libro, ahora ya no.)
Suprarealidad debajo del agujero en la capa de Ozono
Estoy frente a un libro espejo que tiene efluvios narcóticos. Un texto provocador e insinuante de esos que me impulsan a abrir la computadora y escribir después de leerlos. Palabras, frases, párrafos y capítulos pequeños se unen con la presentación de personajes fascinantes y novedosos que se alejan del INSULARISMO y del tiempo lógico. Las conocidas unidades aristotélicas se deshacen de manera intrigante e ingeniosa. Una novelette ambiciosa que no debe engañar por su extensión.
En la página 12 hay una nota al calce que me perturbó: la definición de walkabout. Basado en la información, he inventado a un adolescente que deambula por algunos rincones del libro. Éste es el producto:
Silvina, no soy un niño que sueña con golosinas ni un adolecente a quien se le ha derretido la escharcha de la entrepiernas, no soy un hombre que exuda testosterona ni un anciano que agradece a los dioses haber quedado ciego antes de tener que destruir todos los espejos. No, soy todas las cosas que imagino, algo así como el hambre que te causa la sed y que no sacia ninguna comida. Mentira, en realidad no soy un hombre, soy un Aleph.
Veo tantas cosas, pero las que siento son muchas más. Me levanto todos los días sintiendo los olores de Megan, ese perfume que tiene incrustado en los pómulos, las piernas y esos meridianos que imagino sin problemas.
No tengo ordenador, en mi tribu no hay energía eléctrica, por eso jamás llegaré a la ciudad llamada Megantrevelyan.com. Su rostro está tan presente que se desdibuja con facilidad fundiéndose en el vaho del vapor del desierto.
Quisiera salir de este encierro. Que alguien ruede una película en la que mi historia sea el eje central. Un safari por el desierto, o por un bosque donde un adolescente perdido come escorpiones para sobrevivir. A él no le quedan piedras donde buscar alimañas porque todas las pone en una alforja para hacer lo mismo que Virginia. Termina escondiéndose en una cueva porque sería una afrenta regresar a la villa antes de los seis meses.
Quisiera verme en el Cotton Club, con saco blanco, vaselina en el pelo, un cigarrillo, una trompeta y muchos tragos que me hagan olvidar a esa niña con boca de paloma que constantemente aparece en mis despiertos, porque en los sueños es permanente, recurrente.
No quiero que nadie muerda mi oreja, que nadie sufra, que todos rían.
Antes de tomarte el próximo sorbo de café, mientras regresas a tu escritorio, piensa en una historia que me rescate de este techo de saetas. En tu cuento puedes llamarme Pedro, sí, quiero ser parte de este Páramo. Marta-Silvina, cántame, vísteme, libérame. Ya no veo nada, dejé de ser la esfera luminosa. Solo escucho el aullar de los dingos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario