sábado, 23 de abril de 2011
Ciudades
Las ciudades de Lucía (novela)
Beatriz Navia Antezana
Isla Negra Editores, 2011
Las ciudades de Lucía son mis amigas desde hace tiempo. En el vivero de un taller de escritura vimos el embrión, que fue madurando hasta caer atrapado entre las tapas del libro. La trampa y la fijeza, he ahí la suerte de las ficciones publicadas. Hay que escribirlas con una anticipación de ese futuro estático. Hay que animarlas para que no parezcan cadáveres embalsamados y puedan resucitar con cada ojeada del lector, con cada latido del corazón de la lectora, para que retengan en la página el fluido vital, como diría el Dr. Frankenstein. Esa es la ambición de la escritura escrupulosa.
Con la ventaja del conocimiento previo me di el lujo de empezar a leer la novela publicada por el final, por una escena donde la protagonista se somete a un ritual oficiado por un curandero kallawaya. Se me hizo evidente que lo que en los primeros borradores era parte del andamio de la construcción se había convertido en una escena “orgánica”, pulida con astucia para simular una vida propia. Bajo los efectos de las hierbas del altiplano, la protagonista siente vibraciones que “se van desparramando por los ramales nerviosos de su cuerpo, como cuando se prende un mapa interactivo en un planetario y las líneas de luz viajan y se irrigan por las ciudades de los cinco continentes”.
La metáfora tecnológica del mapa de luz que aquí se equipara al éxtasis inducido por una ceremonia prehistórica, recoge la anatomía de esta novela. El nomadismo como experiencia vital, ese no ser de ninguna parte y desparramarse por todas, es una de sus articulaciones. El tiempo es otra, como en toda narración. Porque el eje central de toda narración es el tiempo, y la dificultad de narra consiste en acotar, en una muestra finita de páginas y palabras, la ilusión de algo inatrapable, el tránsito mismo. En el vuelo de regreso de La Paz a San Juan, la Lucía de fin de siglo se entrega al sueño: “flota en el lago del duermevela y transita, ubicua, por nuevas geografías. Su mente y su mirada viajan a tiempos que ya han sucedido en el mañana”.
La gracia de expresar en una novela esta conciencia del tiempo, de la escritura misma, y del mundo, depende de eso que el crítico James Wood llamó la importancia de fijar la atención, el efecto del “thisness”: el cuerpo capaz de percibir y transcribir en palabras un mundo que no es posible fuera de la palabra. Y en esa presencia del detalle que pone en marcha el mundo imaginado, sin rebajarse a una "verosimilitud" de fórmula, engañosa y superficial, abunda esta novela.
Ha sido un placer comprobar cómo crece una novela, como la plántula se enarbola de la noche a la mañana. Y ver cómo se construye tan de cerca una escritura de calidad, que además destruye las barreras entre el nosotros y el ellos, el aquí y el allá; los abismos lineales entre el antes, el hoy, y el mañana.
Quizás el encanto mayor de esta novela es que la historia es inseparable de cómo se cuenta. Hay una tensión central que no es ajena a la literatura puertorriqueña: el enigma de la identidad. Y esa tensión central es coherente con el estilo.
Esa relación entre lenguaje y estructura es importante. Yo tuve la experiencia de ver a la autora trabajando, modificando versiones, enfrentándose al problema de construirse -con las herramientas meditadas de la socióloga y maestra que es- su novela propia, atravesando las incertidumbres, la desconfianza, la inseguridad de quien sabe lo que quiere y adivina cómo lograrlo y también sabe que corre el riesgo de no llegar. Y sigue siendo para mí un misterio cuándo y por qué medios dio el salto de los tanteos prometedores del primer borrador a este libro bien cuidado.
El célebre comienzo de Ana Karenina sobre las familias (todas las familias felices se parecen pero cada familia infeliz es infeliz de manera distinta), expresa una dificultad para el escritor: cómo hacer literatura con los materiales de una familia feliz. Lo primero es reconocer que en el fondo de la felicidad siempre hay unas sombras, y que lo contrario también es cierto, en lo oscuro, y esto lo han dicho grandes poetas, siempre hay una recuperación vital. La familia feliz de esta novela tiene un secreto doloroso. El tono cordial en la voz narrativa ayuda a sobrellevar los dolores de la exploración y a que se renueven los votos de la empatía del lector con la falacia de la literatura. Beatriz es el tipo de escritora en cuyos escritos la calidad es inseparable de su calidad personal. Esta novela muestra que la inteligencia e incluso la buena onda, no son incompatibles con hacer buena literatura crítica.
En la presentación de una versión anterior mencioné que Puerto Rico les debía mucho a Beatriz y a Orlando. Su labor como profesores excelentes. La práctica exquisita de la amistad. La revista A propósito, que fundaron, y en la que colaboró nuestro querido Fernando Cros. El amor a la literatura que el matemático y la socióloga profesan. La certeza compartida de que en los peores momentos siguen fundándose revistas y publicándose libros. Sólo esta semana se han presentado no menos de tres libros y se lanzó una nueva editorial. La empatía que los llevó a darnos tanto y que ahora les debe más: primero, el borrar las fronteras de salitre y hacer una escala de la guagua aérea boricua en el altiplano andino y en la Venezuela tan cercana con lazos históricos centenarios. Otra, el libro de poemas de Orlando, un muestrario de concisión y perfecciones, y ahora esta novela, que de manera sorprendente logar integrar un encuadre trans-territorial con una relación muy actual de cómo todavía resisten las raíces duras. Una novela que al contar la historia de una familia cuenta la historia de un episodio nacional. Una novela sobre el exilio. No son muchos los ejemplos de esta escritura hecha como para leerse en el aire. No porque no se haya escrito muchísimo desde el exilio, sino porque en Las ciudades de Lucía se lee la identidad desde un lugar que podría ser el antefuturo, y esa no es ya la conjugación de un Cortázar o Esmeralda Santiago, para mencionar dos ejemplos distantes. Es una identidad cuya cicatriz está en esta novela brillante. Vamos a felicitarnos por este libro. Vamos a felicitar a la autora y a brindar por nuestra amiga Lucía.
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1 comentario:
Y cómo y cuánto le debe esta novela mía a Marta Aponte, escritora-amiga-partera. Me acompaño casi desde el embrión y en todas las inseguridades-seguridades. Fue clave en reconocer la importancia de un personaje, que apenas se asomaba en la primera version -Satuka, la que duerme en el primer sótanno de la casona de la Familia Ordónez Sotomayor. Esa enigmática mujer me llevo también a reencontrar a los Kallawayas a los que literaria y personalmente me fui acercando hasta lograr unos pasajes de más vuelo. Marta, tambien viajera en todos los sentidos, nuestra maestra de talleres, es sin duda una de las voces literarias mas profundas del Puerto Rico, reconocida ya en otras latitudes. Y, de esos seres en los que inteligencia y antiarrogancia se funden. Gracias por estas palabras en el Museo; ahora en tu blog y por todas las otras letras hacía mí, hacia otros y hacia tí misma.
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