El 5 de noviembre
de 2016 llegué a Boston. Era el día acordado meses antes con una de las
archiveras del Boston Athenaeum. Llegué tarde al tope de Beacon Street. El
portero y mayordomo me miró como se mira a un ejemplar bárbaro de especie
aborrecida con rencor profundo. Me ha pasado en otros lugares; cambian los tonos
y estilos. Habrá más de un factor, además del color de piel: el descuido al
vestir, la falta de maquillaje, la pobreza de la ropa, el desgarbo, el acento. Sobresalta el racismo que se expresa abiertamente frente al inspirador del
desprecio, como si el espécimen no estuviera presente o no entendiera la lengua
del racista. Me pasó poco antes de entrar a la sala de partos en Belleville,
New Jersey, cuando me adelanté unas semanas y la enfermera de admisiones le
dijo al médico: “these people never know when they are due.” Me pasó en alguna
clínica familiar o free clinic en Los Angeles, donde despachaban pastillas
anticonceptivas previo examen ginecológico. Recuerdo cómo se explayaba el médico ante su aprendiz sobre las características raciales de mis genitales.
“These people”. Me pasó en un diner de San Francisco. No nos atendían, nos levantamos, y, cuando salíamos, la mesera dijo para que la escucháramos bien: “these people should know their place”. Con las
latitudes cambian las actitudes y los contextos. Recuerdo, en Buenos Aires, el desprecio con que
me sirvieron en un restaurante chino, hasta que dije que era puertorriqueña, es
decir, US citizen y residente de un territorio donde abundan las fondas chinas.
Entonces la actitud cambió de hostilidad a sonriente diligencia. Creían, me dijo
el mesero, que yo era colombiana. (Le conté lo sucedido a Susana Zanetti, mujer prudente y brillante. “Todos los pueblos son racistas”, comentó a la ligera, supongo
que para repartir la fealdad del instinto).
Me pasó en el Boston
Athenaeum. Cuando llegué tras un viaje larguísimo y una caminata igualmente
larga, con zapatos incómodos, al tope de Beacon Hill, la archivera de turno no
recordaba mi nombre y yo no recordaba el nombre de la bibliotecaria con quien,
meses atrás, había coordinado la visita. "This woman does not know who made the
appointment", comentó el mayordomo, haciendo suya la poderosa calidad del
racismo que alude a la criatura despreciable sin dirigirse a ella. Intervino
un joven alto, blanquísimo como las estatuas que adornan el vestíbulo del
Athenaeum, de una generación más fría que
la del apasionado portero. Con mi pasaporte USA en la mano, el muchacho
buscó en una pantalla y encontró mi nombre. No solo lo encontró, sino que cerró
el encuentro un broche irónico. En el registro constaba que
alguien me había otorgado una distinción: Marta Aponte Alsina era
socia del Ateneo. Si es socia puede entrar donde quiera, dijo una mujer que
conversaba con el mayordomo sus desacuerdos furibundos con las ideas de un conferenciante.
Sí, puede subir, pero no a donde quiera, porque no es realmente socia, no es
cierto que sea socia, insistió el mayordomo. Después me enteré de que el señor,
además de racista, ha sido grosero con quien no parezca un Boston blue blood,
blanco o no.
Fui al baño.
Al salir tomé una foto del viejo cementerio. El mayordomo no me miró más,
seguía hablando con la mujer rebelde. Bajó a buscarme la archivera del Olimpo.
El cálculo
errado de las distancias sumado al trance del permiso acortó tanto el tiempo de
la visita que una mujer más sensata le hubiera pegado fuego al Ateneo de
Boston. No soy esa mujer sensata. Subí, me dejé seducir por el espacio, las
hileras de lomos de libros, los estantes de madera oscura, la espléndida luz otoñal. Solo pude ver algunas cartas, fotografías, álbumes. Como quien
tiene que hacer minería en unos segundos y se ve obligada a confiar en el azar,
aprecié la caligrafía, las flores secas. La cortesía de la archivera no abrió
cicatrices. No recuerdo haber recibido antes esa especie de cortesía. Debe ser
la que solo reciben los muy ricos. Eficiente y precisa, pero
cordial, se adelanta a responder preguntas y a solucionar problemas antes
de que la mujer rica, la patrona, termine de formularlas. Gracias a ella encontré
o creí encontrar uno de los tonos que buscaba.
1 comentario:
ME gustó mucho la foto que da al cementerio.
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