por Juan Carlos Quiñones
(del Libro de las apariencias)
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Sunday, April 4, 2010 at 2:20pm | Edit Note | Delete
por Juan Carlos Quiñones
(del Libro de las apariencias)
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A LOS ESTUDIANTES EN HUELGA
DE LA UNIVERSIDAD DE PUERTO RICO
7mo Festival Mundial de Poesía de Venezuela
Los poetas del mundo, reunidos en el 7mo Festival Mundial de Poesía de Venezuela, apoyamos a los estudiantes en huelga de la Universidad de Puerto Rico y su lucha para disfrutar de una educación pública de excelencia y que ésta esté sustentada en procesos democráticos, que cese el uso y presencia de la Policía para lidiar con la situación de la huelga y que el gobierno garantice los derechos humanos y civiles de todos los sectores involucrados. Del mismo modo que los poetas puertorriqueños han dado en recitales su voz para unirla a la esperanza de sus estudiantes universitarios, desde Venezuela los poetas del mundo despliegan los trazos de sus nombres para que juntos, como una sola caligrafía —porque todos fuimos, y todavía seguimos siendo, estudiantes—, llegue nuestro abrazo solidario.
En Caracas, Venezuela, a 24 de mayo de 2010
Gonzalo Ramírez – Venezuela
Luis Alberto Crespo – Venezuela
Marcos Silber – Argentina
Floriano Martins – Brasil
Alvaro Miranda – Colombia
John Curl – Estados Unidos
Juan M. Rodríguez Tobal – España
Mariella Nigro – Uruguay
Rei Berroa – República Dominicana
Sigfredo Ariel – Cuba
Roger McTair – Canadá
Keith Ellis – Jamaica
Bill Hmut – Escocia
Edward Baugh – Jamaica
Merle Collins – Grenada
Gloria Martínez – México
Jorge Campero – Bolivia
Pablo Penacho – Panamá
Mónica Piscitelli – Venezuela
Judith Migeot-Alvarado – Francia-Venezuela
Francois Migeot – Francia
Enrique Hernández-D´Jesús – Venezuela
Jacobo Rauskin – Paraguay
Malú Urriola – Chile
Rosa Chávez – Guatemala
Pablo Benítez – El Salvador
Marie-Delie Agnant – Haití-Canadá
Arnold Itwaru – Guyana
Rocío Silva-Santisteban – Perú
Jeannette Amit – Costa Rica
William Osuna – Venezuela
Vanessa Droz – Puerto Rico
(Foto: Frank Vélez Quiñones)
Eric Darton, Notes of a New York Son: 1995-2007, volume I: Things Fall Together
Para Marithelma Costa
God guard me from the thoughts men think
In the mind alone;
He that thinks a lasting song
Thinks in a marrow-bone…
The Thinking Body, Mabel Todd
Análogo a la gran ciudad es el sistema digestivo. Martí enflaqueció en las entrañas y las escribió. En Ulises la identidad ciudadana de Leopold Bloom se asocia con la ingestión de vísceras y la defecación del exceso. La viñeta popular de Nueva York es una fruta monstruosa. Imposible comprenderla sin rendirse al pánico, pero se puede intentar mondarla, morderla.
En este libro de Eric Darton, Nueva York, en una de sus escalas, es un mapa de comidas: las frutas que venden Abu, Basry y Kesban en un carrito con sombrilla en la esquina de la 23 y Octava Avenida; el pastel de cerdo y manzana que se consigue en una tienda de productos ingleses en Horatio Street; la carne cecina y el café con leche de La Taza de Oro; la granita de limón que es la especialidad de Dante, en el Village; la lubina que se sirve en el restaurant del edificio Condé Nast, estructura de los años noventa que para el autor ilustra un estilo “terror-chic”; el agujero negro de la exhibición del planetario, donde la fuerza de gravedad derrota la luz. Para hacerle a la ciudad un hueco en el estómago hay que ponerse en el umbral de lo tóxico.
Empecemos por el principio: quién es Eric Darton. Pero antes digamos dónde vive. Es en Penn South, Chelsea, un conjunto de edificios de apartamientos cercanos al ruidoso Fashion District. Se construyeron en los sesenta bajo los asupicios de un sindicato de trabajadores. No tanto milagrosamente como contra viento y marea han sobrevivido a los intentos de privatización y demolición en medio de un parque bellísimo. En Penn South viven familias nuevas y ancianos sabios sobrevivientes de las luchas políticas de otro tiempo. Una de ellas es Ruth, vecina de Darton, quien la describe con palabras que podrían ser un autorretrato mínimo del autor: “Nothing has dulled her engagement with the world. Which makes her an unimpeachably sincere booster of all she finds of value”.
Darton es autor de dos novelas: Free City, (publicada en inglés por W.W. Norton, y en traducción al español, Una ciudad libre, por Debate) y Orogene. Periodista, crítico cultural, conferenciante, maestro, editor, diseñador gráfico, “habitante de la dúctil y vivificante república de las ficciones”, dentro y fuera del libro. Este “New York son” explora los residuos de la ciudad de la infancia, porque aunque en la ciudad moderna no hay monumentos (Benjamin) Nueva York sí está poblada de memorias personales y colectivas, de hitos fundacionales que ocupan una franja frágil. Ante todo, un residente pensante de la ciudad, que hace suyo el epígrafe de Mabel Todd, “thinking in a marrow bone”. Se mueve por una Nueva York de piedra y carne, en una baja frecuencia propia, en plan de marginado voluntario del mundo de los medios, ese máximo devorador que ha suplantado a las ciudades, instalándose en los cuerpos, en las orejas, en el tuétano de los autistas cibernéticos. Darton no es más ni menos que un hombre sin ataduras a instituciones, sin pretensiones de intelectual dominante; un pensador sensato en tiempos de desvarío. Para no enajenarse “to the point of no return”, tiene que obligarse de vez en cuando a ver televisión en dosis homeopáticas. Frecuenta un café donde no te apuran con la cuenta y hombres solitarios de chaqueta y corbata escriben con pluma fuente. La diferencia está en la densidad de los cuerpos, en la velocidad de los cuerpos.
En los años noventa Darton devoró documentos y libros de historia para proponer en síntesis una teiría de la morfología de Nueva York. El monstruo ha sido siempre un gran mercado de bienes raíces. Sólo que antes también era un gran puerto, donde se traficaba con objetos materiales. Desde hace décadas se trafica ante todo en valores volátiles. El producto de la investigación de Darton se publicó en el libro Divided We Stand: A Biography of NYC´s World Trade Center, una historia de los desaparecidos edificios que fueron emblemáticos de la ciudad. Tras el 9/11 el libro se convirtió en best-seller. El autor, súbitamente elevado a celebrity, otorgó más de 100 entrevistas en un mes a los medios distractores.
A la par con el libro inició un cuaderno de notas de observaciones de la vida cotidiana para poder entrar y salir del aura de las torres y sus sentidos: “In retrospect I was attempting, in the face of what seemed an overwhelming and potentially soul-engulfing project, to deal with actualities at a human scale and to ground myself in the here and now”. A la ciudad siempre le han sobrado cronistas: Dickens, en sus notas de viajero fugaz, Martí, EB White, Djuna Barnes, Bernardo Vega, John Dos Passos, James Baldwin, Piri Thomas, Tom Wolfe, decenas de observadores. Sin embargo, este libro es distinto y revelador. Escritos en segunda persona, los apuntes de Darton alumbran visiones de la ciudad en su declinante madurez, a sabiendas de que el lugar de la enunciación es ahora un imperio en decadencia, pero sin pesimistas fanfarrias de fin de mundo.
Las Notes se extendieron hasta 2007 y alcanzaron un millar de páginas que Darton publicó en su portal de Internet. En febrero de 2010 comenzó la publicación en papel. Notes of a New York Son, volume I Things Fall Together, sondea acontecimientos en la historia doméstica del autor al cumplir los cincuenta años y en la historia de la ciudad en el umbral del ataque a las torres, que más allá de la tragedia, representó la destrucción de elementos inasimilables; lo que concebido desde el narcisismo depredador provoca el odio malsano, y a lo que debe responderse con anticuerpos devoradores, enfermar de sus efectos, describirlos.
Uno de los observatorios es otro café ya abandonado, en la Novena Avenida. Allí se ordenaron los retratos de los turistas, las excéntricas, el misántropo de la cuadra y los insufribles yuppies de la burbuja del dot com; allí se apuntó el desconcierto ante actos de violencia posteriores al Desfile Puertorriqueño, y escaramuzas territoriales en el subway. Allí el ojo memorioso, el ojo que olvida: “Nor does it take long for your mind to unbuild the structures you can no longer see”. Es una prosa de lúdicos sentidos, de juegos de palabras que se inventan mientras el monstruo se recorre. La ciudad existe, es reconocible: está hecha de esquinas y de calles que se identifican por sus personajes, por sus árboles, por sus perros, por la caída de la luz y los enigmas del viento. Esta ciudad que nunca fue humana ahora ya no puede dejar de serlo; ya no es el centro del mundo, pero está más viva que nunca. Es objetiva: la segregación social se vive públicamente, descaradamente, en las cocinas de los restaurantes, en las nodrizas colombianas que arrastran los cochecitos de los herederos. La ciudad es una maestra. La palabra quisiera su energía, disminuir su ritmo, decir la indecible experiencia de un anonimato devorador de ilusiones y protecciones.
November 1 – Late Afternoon
Uptown 23rd Street subway platform. Three young women, office workers, wait for the train to take them homeward. Where to –upper Manhattan? Queens? One talks louder than her mates, more energetically, something about the Halloween goings-on in her neighborhood. You´re only half-listening, but one line cuts through. “Why would ya throw a toilet off the roof? That´s something you´re going to need later!”.
January 18 – Dr. Johnson´s Office – Midafternoon
Chief among the charms of this place is that Dr. J. hasn´t knuckled under to post-modernity. Taking pride of place in the waiting room, a huge, empty fish-tank, its tin top askew, glass sides streaked with a violently green, organic-looking substance –dessicated since who knows when. And the wall paneling is of the sort you associate with uncle Mike´s suburban basement “den” and the Rutland, VT unemployment office – a material from another era that tries half-heartedly to convince you it´s wood.
December 2
Pull quote for an article by Jane Smiley in the Times Magazine: “The pictures of Afghan women that we have been seeing in the last few days have been beautiful, moving and an unequivocal good thing”. Each day official language presses further into the territory of unmeaning. Does someone write such a sentence – its grammatical torture so evident– in full possession of their will? Can this prose represent the thought process of a free person speaking her own will? Or is it, like the veiling of the face, an act of ritualized submission?
El registro, en escalas variables, de objetos, de voces, de estilos, de escrituras, de una oficina, de un edificio, de una cuadra, del panorama, del cielo, traslapa formas análogas: “Symbols aplenty in the naked city, so who knows which one truly signifies?”; “Grafitti on subway wall; GHANDI WUZ RITE “; “Sign taped inside window of an electronics shop on Fifth Avenue and 27th Street: YES! WE SPEAK ANDORRAN!”; “The caprices of the wind are a great mystery. Along some streets it rips awnings down, on other streets one hardly feels it”; “How do you know you live in today´s city and not in one of the many Manhattans of the past? Because as you walk you navigate a labyrinth of scaffolds”; “You suddenly get a sense that this few square miles of Manhattan Valley culture constitute the park preserve of a race in the borderline of survival”; “Take your freedom as you find it. You always have”.
Para mí la belleza del libro de Darton está en la restauración de cierta sintaxis de la belleza. Una escritura flexible, aforística sin dureza. Cuando Marithelma me envió el enlace de su página con muestras del "work in progress" del autor, “Scroll of Wonder”, pensé que era un poeta Neorrican, por sus experimentos de escritura bilingüe. El “tono exacto” de una frase hecha a la medida del oído que la compone, del oído que la recibe. No es consolación y engaño esta música; si acaso obstinación en el deseo de otra especie de libertad. Un recorrido por Francia, país regido por la cultura de la letra y de lo literal (“One thing you love about France is their utterly literal brand of WYSIWYG”) establece por contraste la adicción urbana del residente pensante. Pero no tanto, porque en el Museo del Louvre:
Pei used the same strategy in post-modern Paris as Yamasaki did in late modern New York. Both spaces induce a disconcerting sense of nowhereness. Both do away with the ritual of crossing a meaningful threshold. Instead they position the visitor half in the grave, half out of it, bathed in a weirdly brilliant light. Both architects create illuminated nether wells – waiting rooms for a people unsure whether they´re alive or dead, trapped in a culture that, as the saying goes, doesn´t know whether to shit or go blind.
Si han tenido la generosidad de leer hasta aquí olviden todo lo anterior menos las citas. Vayan a la fuente. Hay libros que son libros. No pueden asimilarse y desecharse sin más. Así es éste. La ciudad que tantos amantes y detractores tiene en todo el mundo, cuenta con pocos familiares como Eric Darton.
(Para información sobre el libro y el proyecto editorial del autor: www.ericdarton.net)
La nave del olvido o la imposibilidad del naufragio
Malena Rodríguez Castro
Departamento de Literatura Comparada
Universidad de Puerto Rico
La escena, entrañable para mi generación, guarda el aura de aquello imborrable, precisamente por irrepetible. En 1970 un joven José José canta “El triste” ante un público cautivado en el II Festival de la Canción Latina en México. Su fino oído, formado en la música clásica heredada de sus padres, se fusionaba con el canto melancólico del bolero que ya había hecho su entrada triunfal en la industria cultural de masas, notablemente el radio y la televisión. Una década después “El príncipe” era ya una referencia obligada. Una canción sería su impronta en toda América: “La nave del olvido”. En esos mismos años un joven narrador impactaba nuestra literatura y los modos de registrar la cultura urbana con la publicación de dos crónicas: Las tribulaciones de Jonás y El entierro de Cortijo. En ellas, como en aquellos boleros, la muerte –incitación del olvido– ahuecaba la letra y el tono, forjados tanto en la rectitud de una educación marianista y una universidad benitista como en una disposición por la fonda, el trago y los traseros. En ellas, como en sus novelas, la memoria, indeleble derrame de la tinta sobre el papel, hacía rescate. Imposibilitaba el naufragio.
Hoy se trata de escuchar esas voces convidadas por La nave del olvido de Edgardo Rodríguez Juliá. Como El cruce de la bahía de Guánica estas crónicas ensanchan e iluminan, a jadeo y brazada, diversos tiempos, lugares y experiencias. Todos los aquí reunidos hemos leído estas crónicas en sus versiones completas o en distintos montajes, así como en los cambiantes contextos culturales e históricos a lo largo de los 22 años de su periplo, ya cumplida su mayoría de edad. En esa lectura su imán fue la fuerza icónica de la crónica, su captación de un evento singular que, bajo el ojo inquisidor y empático de un flaneur indiscreto, se abría al fulgor de un evento compartido. En esta edición otro es el efecto. Como los camarotes del navío, cada uno portador de su propia trama, a la sincronía, captación de un instante que irradia múltiples cruces y sentidos, la emplaza la diacronía, una disposición metonímica que va asociando estos textos al modo de una novela. De ese nuevo cuerpo, hecho de retazos, se podría decir recurriendo a la manida sentencia de Rimbaud: Yo soy otro invitando al recorrido de su proa y de sus interiores. En la yuxtaposición de fragmentos que, en su lectura particular, hicieron del presente y de lo efímero una exploración sobre el propio sujeto y sobre las varias y no siempre coincidentes creencias y hábitos de una cultura, La nave del olvido aparece como aquellos buques fantasmas, justo en este cruce de milenio y en el ámbito de la globalización y la informática, tan sospechosas del ver y el escuchar no mediatizados por la alta tecnología o tan adeptas a la borradura de cualquier seña de identidad. Nos oferta encaminarnos a la nave del olvido, perderse tras sus fotos y sus palabras para encontrarnos, quizás, con la ciudad propia, tan singular y múltiple, propia y ajena, como la aquí se ofrece. Esta presentación incita a ese viaje.
"En las civilizaciones sin navíos los sueños se secan, y el espionaje toma el lugar de la aventura y la policía el de los piratas”. Espacios otros, Michel Foucault.
Al explicar la heterotopía como lugares otros, espacios reales pero que ponen en crisis, desvían o confirman la realidad, Michel Foucault destaca un modo - la literatura- y tres figuras: el navío, el espejo y el cementerio. Propongo abordar esta nave del olvido, trazar su bitácora de paso, siguiendo ese compás. De la crónica, escritura híbrida por excelencia cuyo saber y sabor se nutre de las múltiples fronteras discursivas que incorpora, destaca su impaciencia, su inclinación por el flujo y la heterogeneidad, incluso en aquellas que antecedieron las ciudades modernas: las de las conquistas, la de los viajeros. En las de Rodríguez Juliá, como en las de otros cronistas contemporáneos, el paisaje es la ciudad. En esta colección ese ir y venir se metaforiza en la figura del navío, un espacio flotante, un lugar sin lugar que existe por sí mismo, cerrado y abierto a su vez a la infinidad del mar. De puerto a puerto se lanza al misterio de lo desconocido en lo conocido: una antillanía entre las dos orillas textuales y geográficas que surca con el primer encuentro con los dos vates de las utopías modernas y su fracaso: Luis Muñoz Marín Muñoz, en San Juan en 1978, y Fidel Castro, en La Habana en el 2000. En El cruce de la bahía de Guánica asiste otro vate. Aquel cuya sueño de ciudad sólo hizo morada en la poesía, Juan Antonio Corretjer en un 25 julio que condensa, para algunos, la llegada a puerto seguro y, para otros, el naufragio. Para algunos, la impunidad del estado, para otros la sangre vertida en el Cerro Maravilla. Así, cruzar a nado es aquí más que la venganza del intelectual que aspira a la medalla deportista; es cruzar lealtades y afectos, cruzar de un imperio a otro, de una lengua a otra.
Múltiples son los cruces aquí, los contagios. De ese friso de padres del nacionalismo cultural y político, cifras de una era que ya partió, estas crónicas anticipan los nuevos héroes. La cultura mediática en el culto a las estrellas: del espectáculo como Iris Chacón, del deporte como Peruchín Cepeda y Roberto Clemente. Del sujeto que juzga y reflexiona al que degusta hecho sentidos menores: olfato, tacto y sabor de Elogio de la fonda y sus sabores prohibidos por la sensatez que aconseja un cuerpo sano en mente sano. De poses e inflexiones, como si de camarote a camarote el cronista adecuara su voz. Así, en Las tribulaciones de Jonás las preguntas retóricas y los reclamos acompañan la perplejidad de un incipiente cronista formado en novelas de factura barrocas, de una “rectificación íntima” que ajusticie la historia. En El entierro de Cortijo la otredad marca al “bebé Carnation” del entierro del patriarca. Asume la forma de la cercanía intolerable de los cuerpos de Maelo y Cortijo, de una “jeringonza privada a una sola voz entre dos capitanes del mandinga soneo mayor”. En “Una noche con Iris Chacón” su contundente trasero, ese ojo ciego y abismal, se domestica en el preámbulo documental, más cerca del cronista de Indias que del mirón enmascarado tras la fascinación absorta de Eduardito. “Nueva York y otras sonrisas” imposta un diálogo atrapado en las reflexiones del cronista. En “Mi hijo el rapero” priva la consolación de una complicidad masculina enmarcada en el entorno ominoso de la domesticidad de la convivencia. En San Juan ciudad soñada, la literatura vence al artífice de ficciones, confunde las voces de la ciudad con la de sus personajes de novela. En Caribeños, notablemente en “Cenando con Nietzsche y Fidel”, la voz alcanza su frontera límite. Esta crónica que bien pudiera llamarse “Cena en familia” reordena las anteriores. Si la primera foto del libro presenta al Vate Muñoz con peloteros, ésta última es el Vate Fidel con intelectuales. La voz que se había prestado a otros ahora se recoge, regresa a su cuerpo original. Aquí el reclamo es otro: la imposibilidad de escuchar. Cito de las palabras adjudicadas a Fidel: “No he aprendido nada en esta conversación. A mí me gusta escuchar para aprender.” Al exceso de la enunciación, el cronista adelanta la complejidad de la escucha. Podemos ver, escuchar la historia, nos preguntamos. ¿O sólo sus ecos, sus auras? ¿O, se trata de una fallida y obsesa persecución, como la de los marinos a las sirenas?
Y, en todo ese trayecto, como en un juego de espejos, allí donde estoy estando ausente, desde la proa y desde sus entrañas, desfila el ojo curioso e indiscreto, por tramos desengañado, desconcertado o melancólico de un cronista con vocación de panóptico quien, igual se disimula tras la pose de una foto desde una azotea, como la de los inmigrantes a Nueva York a quienes se dota de una biografía interesada en “Nueva York y otras sonrisas”, o se exhibe sin pudor desde el promontorio del bar “The Reef” en San Juan, ciudad soñada. Y es, que, afirma el cronista, “Hay algo que tiene la azotea… Ahí evitamos esas miradas indiscretas que reconocen nuestra extranjería. En la calle seríamos testigos perfectos.” Un cronista desdoblado en sus espejismos sobre todo en esa trama familiar que organiza la cultura entre el padre y el hijo. Hijo tanto de próceres y letrados como de músicos mulatos y peloteros. De un padre, el de Aguas Buenas, habitando al hijo, el que recorre Isla Verde, ambos perseguidos por un temporal a dos tiempos. Un padre desdoblado en los hijos de su sangre, Pablo y Alejandro, y en el de sus indiscreciones, Eduardito.
Orhan Pamuk, otro extraordinario cronista contemporáneo, en otra lengua y en tierras distantes, escribe en Istanbul, Memories and the City sobre el huzun, una melancolía que imanta, a su vez, un sentido de nostalgia asociado al sujeto en la sociedad occidental, como también de honor, de afirmación de vida: como si se tratara de un ánima que permea la ciudad y que, en vez de singularizar, acerca. No de lo perdido para siempre, o del deseo incumplido, sino de aquello que impregna y se adhiere a las cosas y a la gente. Ahí resta su presencia, apenas insinuada, no en la bilis negra de los humores sobre los que escribiera Burton, sino en un vaho triste y gozoso que acerca comunalmente a los habitantes de su ciudad permitiendo ver en cada gesto u objeto un indicio de una pertinencia a una cultura, a una atmósfera.
Luis Muñoz Marín, Rafael Cortijo, Iris Chacón, Peruchín Cepeda, Fidel Castro. Un adolescente desplegado, espejeado en padres e hijos, fisgoneando asombrado aquello que aún no le es o no le será dado. O, tal vez las ruinas siempre elocuentes de una ciudad, San Juan, sitiada por sus propios sueños de modernidad. O, de La Habana “rodeada de los fantasmas de la ciudad que pretendió ser.” ¿Qué queda después de la muerte? ¿Qué sobrevive a los entierros o la contemplación de aquellos? Si el rito está moribundo (como afirma el cronista espejuelado que asiste a cortejos fúnebres reales o imaginados), quizás, por sobre el llanto y el rumbón, de la algarabía de una fonda o un estadio de béisbol, o el silencio forzado de la pose que mandata la foto tomada en la azotea o en la entrada al subway de esa otra ciudad que habitamos, resta un eco rumoroso y diligente que dibuja un gesto, una intención. ¿Será el del nombre propio, familiarizado en un Muñoz, Cortijo, Iris, Fidel? ¿De aquellos atributos que le adjudicamos? ¿Qué queda tras la letra que hace de ese nombre propio, ficcional o no, propiedad de la memoria de una cultura, de sus varias tribus como reclama esta crónica hecha de crónicas? Acaso la imposibilidad del olvido; esto es, una nave tan nuestra y tan suya como la que ha armado Edgardo Rodríguez Juliá. Una nave que aún no ha partido, que no condena al naufragio lo vivido y que reincide en zarpar surtida de melodías para darnos.
(Presentación de La nave del olvido, de ERJ, Argentina, Beatriz Viterbo, 2010. La Tertulia. 24 de febrero, 2010)
Neurobiótica
Vanessa Vilches Norat
Cerca del 80% de nuestro día a día está ocupado por rutinas, que a pesar de tener la ventaja de reducir el esfuerzo intelectual, esconden el efecto perverso de limitar el cerebro. Al romper la rutina diaria se activan nuevas conexiones cerebrales mejorando la actividad cerebral integrada. El aeróbico cerebral produce las sustancias llamadas neurotrofinas que fortalecen las conexiones entre las neuronas y ayuda a las dendritas a mantenerse jóvenes y fuertes. Existen datos aportados por las imágenes funcionales de las zonas del cerebro que muestran un cambio en la magnitud de una zona particular cuando el sujeto realiza alguna tarea o experiencia por primera vez.
En 1999 los neurocientíficos Lawrence Katz y Mannning Rubin publicaron el libro How to Keep Your Mind Alive. En él esbozaron la nueva disciplina de la Neurobiótica que considera el cerebro como un músculo al que hay que tonificar. La rutina cotidiana, la apatía, el televisor y la mala alimentación deterioran la materia gris de la misma forma que la inactividad afecta al físico. Sus investigaciones reflejan que una manera eficaz de combatir el envejecimiento mental y el Alzheimer es activar las neuronas con gimnasia mental. Los científicos desarrollaron un innovador plan de ejercicios para provocar nuevos patrones de actividades de las neuronas. Con la neurogimnasia se utilizan los cinco sentidos de maneras inusuales.
Animada por una internauta amiga, Doña Luci decidió poner en práctica el plan de Katz y Rubin para tonificar su cerebro. Vivía angustiada con perder la cabeza y molestar a sus hijos en la vejez. Quería mejorar su concentración, entrenar la creatividad y la inteligencia. Confiada en la capacidad extraordinaria que tiene el cerebro de crecer y mudar el patrón de sus conexiones neurológicas y esperanzada con mantener su cerebro ágil y saludable, se dio a la tarea de modificar su vida. Como no tenía presupuesto para un entrenador personal, decidió ella misma diseñar su rutina de ejercicios. Con la máxima “fuego a la lata, lo que no se usa se desbarata”, se armó de valor para hacer de su vida cotidiana un gimnasio neuróbico. Era tan fácil como contrariar su rutina, obligando al cerebro a trabajar más. Siguió a pie juntillas los siguientes consejos: 1- Involucre uno o más sentidos en un contexto nuevo. Para realizar una tarea anule el sentido que utiliza generalmente y use uno nuevo; 2- Combine dos o más sentidos de una manera extraordinaria; 3- Rompa la rutina de una manera inesperada.
Para utilizar los sentidos de manera innovadora, decidió imponerse serias alteraciones a su rutina. Comenzó a bajarse de la cama con el pie izquierdo, a lavarse la boca con la mano izquierda de espaldas al espejo, y a usar el reloj pulsera en la mano derecha. A la hora de vestirse, lo hacía con los ojos cerrados. Naturalmente, eso implicaba escoger las piezas de ropa por el tacto y no el color, lo que hacía de su vestimenta el punto de chacota de todos. Quiso también estimular el paladar con sabores diferentes; la avena la sazonó con comino, las habichuelas con vainilla. Si el tiempo le daba para más, caminaba por la casa de espaldas, a pesar de la frecuente preocupación de sus familiares por las abruptas caídas que empezó a sufrir. Ni los moretones, ni los chichones amainaron el ánimo de la mujer por revitalizar su memoria. “Mis hijos me lo agradecerán”, se repetía constantemente. Ya en la primera semana de neuróbicos, había logrado la meta de no perder las llaves del carro ni una sola vez. No es poca cosa, no es poca cosa.
El día que rodó escaleras abajo, Doña Luci se levantó más lúcida que nunca y pudo repetir sin fallar todos los números telefónicos de la familia sin ayuda del celular. Esa tarde, mientras el ortopeda le colocaba el yeso, contaba llena de felicidad a todos en la oficina sobre los prodigiosos resultados. Sólo le faltaba llegar al último nivel del plan de ejercicios: romper de manera inesperada su rutina.
La mañana en que determinó alcanzar el punto máximo de los ejercicios, Doña Luci se levantó más temprano que nunca. Logró hacer su nueva rutina tan sólo en cuarenta y cinco minutos y se ofreció a llevar a su hijo a la universidad: “Así me obligaré a cambiar de camino”, le comentó. Una vez en el carro, el hijo notó a una madre muchísimo más alerta en la carretera y se asombró de la lúcida y divertida conversación que tuvieron. Hablaron de la investigación sobre microbiología del muchacho, de las placas tectónicas, de los premios Oscar y hasta de la última película de Tarantino. El primogénito se asombró del cambio en su madre que esta vez se refería a los actores, directores y productores con nombres y apellidos. Incluso, podía recitar sin ninguna dificultad las nominaciones en cada categoría. Antes de llegar a la universidad, la señora le contó del plan innovador para ese día: transformar por completo su cotidianidad. El hijo felicitó a su madre por el admirable progreso y la conminó a continuar con el plan de ejercicios: “Adelante, mami, nos quedan muchísimos años de salud cerebral”. No presintió el hijo que él también formaba parte de ese plan.
Ésa fue la última vez que algún familiar vio a la mujer.
(Ilustración: Retrato de Georgia O´Keefe, Don Worth)
El otro día nos volvimos a ignorar
con indiferencia
hablado dragones torcidos al borde
de la cama y sus fogatas.
Desconfiar de mí me cansa más que salir
a la calle, que ir a la yoga, que hacer
el amor y llegar a morir en el intento.
Llevo tantos días encerrada
que el buzón abandonó a "Buenas noticias"
y mi bicicleta se ha olvidado de las
que prometí engancharle en el manubrio
todas las mañanas. La literatura
me ha podrido la vida que soñé de niña
y le ha hecho una casa sin ventanas,
la literatura me tiene de rehén mirando
hacia la casa, lamentándome.
Te quiero porque te gustan
las imperfecciones
Un lunar tan grande
La carencia de una morusa
misteriosa y espía.
Las encías, las grietas
en mi ceño, las órdenes
interminables
que entra por la ventana
con el ruido de los trabajadores.
Te envié una carta
Sé que se tardará un poco en llegarte,
pero me parece un buen remedio
para la impaciencia.
Hacía mucho que no escribía a mano.
Seré breve. El futuro es pensar
y me has acompañado aunque no lo parezca, hemos ido juntos
adonde me ha llevado la palabra.
La memoria igual que el amor
Mi abuela tenía un biombo grande.
en una tienda de la capital.
Nosotras nos sentábamos
en el balcón todas las tardes
a saludar vecinas que salían de la parroquia
en frente de la casa. Yo miraba
los elefantes en el biombo y a las señoras.
Un día mi hermana heredó
el biombo, los elefantes.
Los puso de cabecera en la cama.
Otro día tú y yo hicimos el amor junto al biombo
mientras mi hermana estaba en la
visitando a su primer amor que no veía
hacía siete años.
Todo
en la memoria de los elefantes.
2]
raída la caperuza roja
había una vez…
un viejo lobo
de mar navegaba de sueño bajo los
(…y dos, son tres)
cedritos despertaron su capricho mis
olores en cesto a panecillo
o a manjar recién des(em)bocado
ofreció granos
si subía a la planta gigante
de sus pies
tomé la llave de barba azul
miré de cerca los huevos
de oro enano sin aliento
ante la blanca
nieve ante la tiznadura cenicienta
ante la zapatilla de cristal
soplado
juego de niños
tradición oral
[3]
él, más negro que la noche
buena, menos bueno que la yerba
buena, menos brujo que la yerba
bruja, pero embrujador como la noche
yo, más claro que el agua
bendita, la aguja en el pajar
manipulando, asiéndole costillas en el aire
fresco, reparando el delito de su cuerpo
boca con boca-bulario
en el doble filo, sus hojas azules
punta de iceberg
como pie forzado a pie de página
asoma a mis acuíferos
descalza
estoy por irme
y el negro porvenir
Anónimo
Esta será mi venganza:
que un día llegue a tus manos
el libro de un poeta famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.
–Ernesto Cardenal, “Epigramas”
o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
–Mario Benedetti, “Viceversa”
te jodiste
desde hoy serás literatura
no creas que te hago un favor
no creo que te hago un favor
vagarás
el deteriorable filo de la hoja
acertijo palabreado
a merced de mercenarios
que ofrecerán en la idea
lo que jamás como persona fuiste
vida
eterna
para que te desmembren
hígado de Prometeo
destinado a una vida destinada a la muerte
te quiero
no te equivoques
pero te saco en plumas
las mismas que me amargaste
serás anonimato
inmortal desconocido
merecedor de una detestable pieza
un poema
miserable
todo fuiste
y así como te amé ayer
hoy
te jodiste
Tus palabras
Tus palabras no son como las otras palabras. Son vida desnuda, torrente del alma buscando asilo en mis oídos. Son cereza (así, despacio, suavecito), fuego lento que inunda mis adentros. Es tu “o” un beso que se cierra en beso, y escucharte sólo es mi silencio abierto a tus palabras.
No son como las otras palabras. Tu abecedario es mi mantel de estrellas, el rosario solemne de mis fantasías, el desfile de hormigas al terrón de azúcar de esos sueños contigo. Son “la calle”, “el alumbrado”, “el abrazo”, “la mirada”....palabras ordinarias en boca extraordinaria. La procesión ritual de la lengua en la lengua, de la lengua contigo en tu asedio de mí. Son tus palabras. No son como las otras.
Palabras sustantivas conjurando conjunciones. Palabras adjetivas sugerentes del verbo. Pronombre insustituible detenido en mi memoria, envuelto en todos los adverbios de modo y cantidad hacia la eternidad. Tú y yo, y, entonces, tus palabras son siempre diferencia. Son, en mi voz pasiva rendida ante tu boca, bandada de pasiones asaltándome el pecho.
Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...