Ponce se atreve a proclamar su estilo. Siempre fue así, siempre ha sido así, desde
la feria de 1882 que olvidó en la Plaza las Delicias el gracioso parque de
bombas morisco y los solos en bombardino de la banda municipal. El atrevimiento
de los ponceños equivale a una vida social; secretos, tertulias, cafetines, lealtades y deslealtades, antiguas
representaciones, revoluciones juveniles, revistas y museos, y, desde hace unos
años, la labor cultural y empresarial de Wilda Rodríguez y Graciela Rodríguez Martino,
propietarias del restaurante La casa de
las tías. El menú como documento cultural, que hubiera hecho las delicias de un
Lévi Strauss urbano, tiene su punto de cocción en uno de los juntes bohemios
más finos de esta isla de refinados juntes bohemios. No porque los bohemios
boleristas sean doctores en filosofía y letras, abogadas, músicos de profesión
o estudiantes de música, sino porque la bohemia es un carnaval en escala
íntima, donde cada quien es siempre otro, y la abogada canta una inmemorial canción
argentina de compases nostálgicos que de pronto, no me preguntes cuándo, se hace
ponceña, porque un barrio es siempre un barrio; y el estudioso seduce con sus
boleros masculinos, y todos andan como
aspirantes a un lugar que solo ellos presienten, con abultados libros de letras
bajo el brazo. Armar una bohemia con
duende y calidad exige, al igual que la cocina y el arte rigurosos, unos
criterios muy graves, unas reglas implícitas para que esos encuentros semanales
ocurran porque no estamos de acuerdo en nada, ni de acuerdo con nada. Brindo por
esos desacuerdos, y por la bohemia mayor, Wilda Rodríguez, mujer de peso,
medida y estilo.
lunes, 3 de septiembre de 2012
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