sábado, 25 de julio de 2009
Luis Fortuño Burset: novela por entregas 2
El verdadero museo de la novela eterna es Fortunata y Jacinta, la enorme novela de Galdós. No había necesidad de terminarla pasado el umbral de las 1,000 páginas y los 1,000 personajes. Pudo haberse extendido como una ciudad de papel hasta la muerte de su autor, e incluso, si los escritores tuvieran herederos intelectuales encargados de continuar "la obra" -como la iglesia cuenta con sacerdotes custodios del dogma- alargarse después de su muerte. No sé por qué Galdós decidió ponerle punto final justo donde se lo puso.
Galdós inventó la forma de la novela eterna caminando por los barrios de Madrid. Cuando se le agotaba el numen se tiraba a la calle y volvía con la pesca del día para alimentar la nómina de personajes y escenarios. Por cierto, y ya que hablamos de nóminas, en aquel tiempo era diputado en las Cortes por el distrito de Guayama, Puerto Rico, y el trajín parlamentario, sumado a las cartas pedigüeñas de don Benito Polo, alcalde de Cayey, le aburrían a más no poder.
En la historia de la novela puertorriqueña hubo un autor capaz de escribir así, un monstruo desbordado: J.I. de Diego Padró. Si alguien merece el homenaje de los devotos de la novela interminable ese es De Diego Padró.
Reservemos por ahora ese modelo desmesurado. El pretexto para el segundo capítulo de mi novela Luis Fortuño Burset no será él, sino un maestro del barroco en molde de cuento: don Emilio S. Belaval, autor de “Leyenda”.
En la calle Sol de San Juan hay una mansión solariega hechizada por un monstruo. El capitán Solana, tataranieto de conquistadores, encuentra a la criatura entre los tesoros ancestrales. Cito generosamente la descripción del engendro de Belaval, en cuya fealdad maligna algún crítico ha visto otra versión del Chac Mool de Carlos Fuentes:
"La única pieza indescifrable del museo era un gigantesco muñeco, sentado sobre unas piernas enanas, que parecía escapado de un ensueño barbárico. Era imposible descubrir en él algún linaje mítico. El trazo humano lo aislaba de los mitos animales. Tal parecía que la furia eruptiva había destruido el molde mágico, en el mismo instante en que su fundidor empezaba a estampar su idolatría. Daba la sensación de un misterio interrumpido, de una profecía a medio revelar."
Confieso que ante el formidable monstruo de don Emilio me dan ganas de poner punto final a mi novela. Qué vergüenza esta bagatela, qué pérdida de tiempo fascinarse con un personaje sin cualidades.
Mentira. Aseveración insincera. Me gusta esta pérdida de tiempo. Pero para no rajarme aquí y ahora necesito una justificación literaria. La encuentro en el Decamerón, en la frivolidad de los narradores que huyeron al campo para escapar de la peste. Asediada por la epidemia de fiebre porcina malévolamente planificada por Dick Cheney para seguir dando el tumbe, no me muevo de Cayey y de esta grandiosa novela.
De vuelta al plan, pues. En otra mansión solariega de la calle Sol transcurrirá uno de los capítulos del folletín fortuñista. Los habitantes actuales de la mansión no creen en el espiritismo kardeciano que hasta mediados del siglo pasado convivió con la fiebre de progreso, pero en una ciudad como San Juan de Puerto Rico, fundada a principios del siglo 16, cuando la imprenta de Gutemberg era todavía un invento reciente, poseedora de un crematorio de brujas en el barrio de Culo Prieto, los espíritus son tan familiares como lo fueron para la generación de nuestros padres los encuentros en la barra de Isabel la Negra.
El dueño actual de la casa no ha leído a Belaval, sólo lee de vez en cuando los thrillers de John Grisham. Es abogado pragmático, pero sabe que se encuentra ante un monstruo y le han dicho que ese monstruo nació en Halloween, para colmo de señales ominosas. Quien así piensa es un muchacho cincuentón (sólo en Puerto Rico es posible ser un muchacho cincuentón). Al modelo “real” que lo inspiró se le conoce con el apodo de un animalito suculento y simpático, pero para escribir novelas en clave a la manera de los novelones del 19 no es necesario ser tan directos. Sabemos que Galdós distinguió entre los personajes acartonados de sus episodios nacionales y los gloriosos personajes -más vivos por no corresponder a un figurín histórico- de Fortunata, León Roch, Torquemada, doña Lupe, Papitos.
Esta novela, como las de Galdós mantendrá el contacto con el habla coloquial y el género chico de la parodia chismográfica, pero de manera oblicua. De modo que este personaje, que en mi novela será el hijo predilecto de un político prominente, se llamará el Delfín, en homenaje al apodo animal de su modelo histórico y al pinturero Juanito de la Cruz de Fortunata y Jacinta.
A quien le disguste tanto despliegue erudito le recuerdo que esto no es una novela. Es el plan de trabajo para una novela.
Bueno. El Delfín, un muchacho que ha sufrido y ocasionado decepciones, herido de escaramuzas teñidas de rechazo y traiciones, es una de las voces “jóvenes” del ala “derechista” del Partido Popular Democrático.
Para quien no sepa lo que es el Partido Popular Democrático, diremos que estar en el ala derecha de ese partido es como estar en el ala derecha de cualquier partido llamado popular y democrático. Pero olvidemos las alusiones pajareras. Este personaje es el Delfín. Confirmemos, además, que al Delfín le gustaría enfrentarse al héroe de nuestra novela, y arrebatarle la gobernación de la islita. Sin embargo, su ego es tan formidable que quiere estar seguro de no exponerlo a un fracaso.
Piensa: “que un huevo sin sal como Luisito sea capaz de ganar y gobernar, es inverosímil, pero si es, es porque es cierto”.
Mala mía, no pensemos en huevos, sino en metáforas marinas. Si una tortuguita como Luisito es capaz de ganar…
-Eppur si muove. Nos ganó por 250,000 votos.
Acaba de hablar el Delfín. Alguien le murmura al oído, es su consorte, la Delfina.
- Ay chica, esas son cosas de nenas, mira y que jugar a la ouija, a mí me gustaba el juego de la botella, pero la ouija.
¿Quiénes los acompañan? Dos jóvenes del ala derecha del partido. Uno es lindo, espejuelado y tartamudo. El otro es calvo y tartamudo. A los dos se les ocurre que sí, la ouija es cosa de nenas. Pero no es mala idea. En momentos de desesperación es mejor disparar a ciegas que no disparar. No tienen nada que perder con invocar a uno de los espiritistas más notables de un partido que contó en sus filas a muchos espiritistas.
De modo que a concentrarse, hasta que la ouija, en manos de la Delfina, empieza a vibrar. El Delfín, sin inmutarse, abre la boca.
- El partido está perdido si no logramos recuperar el centro -dice con voz pastosa y profunda.
- Cierto -contesta el espíritu-. Los populares dejaron que se cayera el centro espiritista de la casa de las Almas. Las veces que nos visitó el espíritu de don Antonio Barceló, el espíritu de Betances.
-No hablaba de ese centro, don Vicente, contesta el Delfín. (Qué voz linda tiene. Voz de hacendado viejo). -Hablaba del centro ideológico.
-Sutil concepto -escribe la Ouija letrada.
-Este es el pueblo más conservador del mundo. No nos gusta movernos ni a la derecha ni a la izquierda. La erección del pacto social fue y sigue siendo...
La ouija pierde la paciencia y escribe furiosamente, a saltos y como quien ha pisado un hormiguero.
-Lo que para ti es el centro yo lo llamo de otra manera. Era un término que Muñoz usaba mucho. La mogollita. Es que a Muñoz le encantaba el arroz blanco con huevos fritos a caballo y los mezclaba y a eso le llamaba la mogollita. A tu pacto social yo le tengo otro nombre, pero hay una dama presente.
El muchacho espejuelado, simpático, tartamudo y con un cuerpazo bárbaro pregunta respetuosamente.
-¿Seré yo, don Vicente?
- No creo, mijo. Los Charles Atlas no están de moda. Fíjate bien en ese muchacho Obama. Es un alfeñique. ¿Se acuerdan del anuncio de Charles Atlas, es un alfeñique? JA, JA, Luis no es musculoso. ¿No acaban ustedes de entender por qué ganó?
-Como no sea por la mata de pelo que tiene -dice el calvo.
-Ganó porque es más listo que todos ustedes juntos… JA, JA.
Y la palabra de don Vicente desapareció en medio de una nube de sándalo. Exhausta, la Delfina se derrumbó en un sillón isabelino.
-Entonces el candidato ideal.
-No les tengo miedo a esos individuos Luis Vega, Néstor y Charlie. No tienen la más minima posibilidad de convencer a nadie.
-El candidato perfecto...
-Tú, tu padre -tartamudean los dos con hipocresía.
El Delfín los mira y en su mirada hay destellos de una noble tristeza. Si con esto contamos ya perdimos, piensa. Reconoce que el espejuelado está bueno, en comparación con su propio cuerpo mofolongo, pero se quedó en 2008. Es verdad que el modelo Obama va por otra ruta. En cuanto a mí, ay infelice, ay mísero, mi padre me marcó, me impuso su estilo. Me quedé en los cincuenta del veinte.
Reconocer que se pertenece al pasado cuando nunca se fue del presente es un trago amargo.
Problema de la autora: ¿Me arriesgo a otorgar profundidad trágica a un personaje tan chato como el modelo real del Delfín? Creo que sí. Vamos a darle más densidad trágica al personaje literario que al modelo.
Así se ve él: Cincuenton, niño eterno rodeado de niños, con un partido derrotado por el partido de un títere como Rivera Schatz, un demente como Rosselló, un bambalán como Luisito Fortuño.
De manera que el Delfín se va creciendo como personaje en mi escritura nostálgica del siglo 19. Sagaz, mira a sus amigos. La Delfina va despertando del trance, pero los dos muchachos no entenderán jamás la circunstancia histórica. No han crecido a la sombra de un hombre sabio y estudioso. Ni puta idea tienen de las alas que hay que dar para engordar la pechuga de un partido popular y democrático.
Todos callan. Se ha metido un grillo en la sala. Chilla de manera ensordecedora. Sí, un grillo. Un coquí jamás.
El Delfín rompe el silencio.
-Creo que sé por qué Luis ganó por 250,000 votos, lo que no logró ni Muñoz en su mejor momento. No es por ser guapo en exceso, ni por ser boricua de pura cepa. Come ensaladas y ciruelas. JA, JA. Estudió en una universidad de segunda. JA, JA. Su esposa Lucé tampoco es una lumbrera, JA, JA.
Y así seguirá el Delfín, desvariando entre la amargura y la melancolía, definiendo la sesuda propuesta procesal, con todos los vericuetos concebibles, con lentitud prolija, con la gracia criolla de decir muy poco en un torrente de palabras. Horas después, ante sus comensales dormidos, caerá la voz pastosa de barítono con una claridad tal como la de Colón explicando su docta tesis del huevo.
No, nada de huevos. Se explica con la contundente elegancia de las verdades profundas:
-El candidato perfecto para asegurar el triunfo del Partido Popular Democrático, nuestro candidato, recuerden lo que les digo y en verdad en verdad lo afirmo, es nuestro enemigo de hoy. Mañana será nuestro hombre, el adalid de un nuevo pacto social. Mark my words, se llama Luis Fortuño Burset.
¿Acaso no debemos a Ricardo Piglia una insuperable descripción de la tragedia como desvío sangriento de una comedia de enredos?
“En la tragedia un sujeto recibe un mensaje que le está dirigido, lo interpreta mal, y la tragedia es el recorrido de esa interpretación”.
(Continuará)
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2 comentarios:
Hola El candidato ideal, me reí mucho.
Emilio
Que no se detenga esta novela eterna. Estoy segura de que te proveerán materia de sobra. Quizás no puedas pintar tu casa con las ganancias, pero tus análisis harán todo esto menos amargo (si es que esto es posible).
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