viernes, 25 de octubre de 2013

Leer a pesar de


 
 
 
Leer por gusto, sin la ceguera del prejuicio, leer no desde el anonimato de la lectora, sino desde el anonimato del libro, no para apuntalar un dictamen en un premio literario –todos tienen su negociación y su maña- sino justamente porque nadie te pide que leas. Comentar cómo va la lectura sin revelar el nombre del (a) autor(a), llevar una bitácora de reacciones en torno a un libro de relatos galardonados en lugares de nombres castizos. El título garciamarquesiano, sumado al aire para mí incómodo de un realismo mágico popularizado por Isabel Allende me dificulta la entrada en el cuento inicial (que no es el primero del libro) pero como leo por gusto, deponiendo resistencias, me empecino y doy con giros imprevistos en la trama de un personaje a un tiempo raro y familiar; una mujer dotada de facultades tan sutiles e imponderables que la norma es incapaz de recoger la sombra de su música y la jaula del lenguaje le quiebra el vuelo. El cuento me seduce. Luego me seducen los pasos de un espíritu hembra que se desprende del cuerpo y desanda con lujuria los lugares del muerto desconocido que compartió con ella la encrucijada fatal. Van dos narraciones seductoras, dos de un conjunto de doce, sé que hay más, de modo que es un libro para leerse. Sin pensar en la identidad de quien escribe, como si yo fuera una lectora nigeriana, remota y ajena a esta isla de la antipatía.  Solo sé que enigma enseña en la universidad de mi pueblo, pero recuerdo un solo encuentro -creo que era, no estoy segura- cuando fuimos a buscar a Luisa Futoransky a un congreso de escritores y enigma, con elegancia de intérprete, nos explicó cómo salir de aquella olla de grillos y llegar al hotel.

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