jueves, 20 de septiembre de 2018

Un año después (segunda parte)





Un mes después

La anatomista abre el cuerpo del difunto y descubre la prótesis que sostenía las pulsaciones del corazón. Alguien que escarba, desnuda, pone al descubierto la relación amorosa (amor conflictivo) entre el marcapasos y una de las células del corazón, la máquina corazonada y la célula presa de sus deberes. De igual manera lo más oculto en la espesura de un paisaje social, de una sociedad natural, queda al descubierto por acción de vientos huracanados e inundaciones feroces.

Ha pasado un mes y el monstruo ya es un recuerdo borroso en nuestros alrededores. Los árboles que conservan una punta de raíz reverdecen. Los troncos reverdecidos sin ramas parecen poodles recortados. Hay mucha miseria cercana, clandestina, pero aunque ha pasado un mes más allá de nuestros alrededores y de una excursión a San Juan, no hemos visto imágenes de los pueblos distantes, que en otro país, liberado de las escalas de una isla pequeña, serían casi inmediatos. Más imágenes deben haberse visto en Moscú. Sin leer un periódico, porque al centro del pueblo llega uno que se distribuye gratis y un compueblano emprendedor, como los que nos pone de ejemplo la ética de la libre empresa,  los recoge (se los roba dirán algunos no creyentes en la libre empresa) y los vende. Vivimos a la sombra, recluidas en formas de vida comparables a las de aquellas prisiones legendarias que se construían en islotes rodeados de océanos feroces. Las horas regidas no por la voluntad de quien tiene acceso a la luz artificial, sino por el reloj del sol y por el clima – poco sol, mucha lluvia, en el mejor de los casos sol con ventiscas de polvos del Sahara– sin mensajes, confiando en que las cartas que hemos enviado por correo no irán a parar al cementerio de cartas atrasadas que narró García Márquez.

Vivir así, expulsadas del mundo que llegaba a los aparatos receptores, ilustra, mejor que la maestra más elocuente, la subjetividad del tiempo, la realidad del peso mortal de la vida natural, que con desdén despacharon la ciencia y el humanismo. Se olvidará, por desgracia, lo que hemos aprendido: la insignificancia de los paraísos cibernéticos para gente pobretona. Restablecer la internet al estado anterior a la primera ráfaga de la tormenta, antes de que cayeran las mil torres que se han tragado las selvitas de la isla. La solución de cubrirnos como a vacas yermas con los globitos experimentales de Google vale para una campaña de ventas de la Iglesia Fuente de Agua Viva.

Paso el día buscando dónde cargar la batería de la computadora.  Recojo cuentos, cariño, a veces antipatía. A toda hora se compite por los enchufes del estadio municipal, donde han instalado a lxs funcionarixs de FEMA y una cafetería que ofrece desayunos.  Hay mucho que contar.


La rutina cotidiana debe parecerse un poco, porque tan grave no es, a la vida que va despertando en un territorio después de una batalla. 

Desespera saber que estamos encadenados, a merced y capricho de funcionarios incompetentes y casquivanos y de la metrópoli que engendró los moldes que produjeron a esas especies de zombis insulares.

Me consuela pensar el día en forma de las estaciones de un libro de horas, acomodarme a la luz y a las tinieblas con instinto de gallina madrugadora, y saber que pude haberme muerto sin pasar por esta inmersión en una realidad semejante a las circunstancias de la inmensa mayoría de las sociedades humanas, cuyo tiempo, por ser muy pobres, se les va en gestionar los medios de vida que les infunden el aliento que tendrán que invertir en gestionar al día siguiente los medios de vida esenciales, en un circulo agotador con, quizás, algún tiempo muy breve para el arte, la alegría, la fiesta.

Una minoría ha decretado que es posible vivir felices si se accede a una conexión rápida de internet, ese grado cero que hasta ayer no más se evadía del peso de los cuerpos. Ahora los cuerpos buscan “señales” del cielo, siempre inestables, pues sustituir las mil torres va más allá de la tarea mecánica. Acaso en los análisis de costos y beneficios de las compañías no vale la pena volver a instalarlas, en vista de las caravanas del éxodo y la misteriosa cifra de cadáveres. Se desconoce la cifra de muertas y muertos. Ante tantos cadáveres desvanecidos, la senadora de Massachusetts, Elizabeth Warren, ha pedido un informe de muertos. Es Antígona.

En Estados Unidos transmitieron noticias que en la isla no vimos, real news, fake news y variaciones. En nuestra comarca, entre ratas portadoras de plagas, miles de casitas destechadas, hospitales y morgues sin energía, no vimos esas imágenes.

Intentar escapar del calabozo que es la isla presidio (más ensimismada que nunca) es  deber de la atrapada. De manera que escribo esto para publicarlo dentro de un año en el blog, como aquella mujer que escribió las coordenadas de su encierro con su propia sangre en una piedra (jamás faltan piedras en los calabozos primitivos). La prisionera lanzó la piedra hacia la playa, a través de un hueco entre los barrotes de la celda. El mensaje cayó a los pies de un pescador que no sabía leer.  El hombre acumuló toda una colección de piedras escritas. Pasó el tiempo. Una de las hermanitas del pescador aprendió a descifrar letras y a leer la escritura de las piedras. A saltos y gritos sacudió al pescador: “nuestra madre está presa, si queremos salvarla vamos, rápido”. El pescador miró el montón de piedras escritas con sangre desvaída y quemó la cartilla de la hermanita, para que olvidara las letras que solo traen locura y desdichas.


Dos meses

Setenta días después nuestro estado no es ya de resignación, mucho menos de paciencia sino de indiferencia e incluso de algo parecido a la arrogancia. En casa no tenemos planta generatriz de gasolina, pero los vecinos sí. Algunos han instalado placas solares. Ya no se juntan a la orilla del camino en espera de que pase algún militar de Estados Unidos para saludarlo y que vea que algunos hablamos inglés, y que somos simpáticos y simples y agradecidos. Ya no miramos a los ociosos brigadistas de Cobra y de Whitefish. Son invisibles

(Continuará)


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Primeros párrafos

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