La vida
acumula promesas de libros que revientan de tan documentados, obligaciones diferidas
hasta el tiempo de la jubilación. Hay libros muy anunciados que al permanecer inconclusos
siguen provocando la curiosidad de la lectora, pero Cathy Berberian: entrevistas fue un proyecto de larga duración
felizmente cumplido. Contiene un ensayo sobre el arte de Berberian y la
transcripción de dos entrevistas a Berberian y de una entrevista al compositor
Luciano Berio (quien fue esposo de Berberian) realizadas en 1979.
Nelson
Rivera nació en Fajardo, en la costa del Caribe oriental, aunque su familia se
trasladó a la capital siendo él muy niño. Estudió en la Escuela Libre de Música
y en la Universidad de Puerto Rico. Aquella institución universitaria de los
años setenta, orientada hacia el modelo de las humanidades clásicas derivado de
la Universidad de Chicago, tenía, afortunadamente, fisuras internas en su
programa de estudios. En el Departamento de Música había profesores comprometidos
con la enseñanza y la composición de la música del siglo XX: compositores y
críticos como Francis Schwartz, el guayamés Rafael Aponte Ledée y Donald
Thompson. Apunta Rivera que “allí se
respiraba vanguardia”.
Si se
tratara de seguir un mapa, o mejor, una receta palesiana, en la trayectoria de
este libro entrarían inesperados ingredientes. En la Sala de Música de
la Biblioteca Lázaro, Rivera escuchaba “las más recientes grabaciones” de
compositores contemporáneos: Xenakis, Cage, Stockhausen:
“Luciano
Berio era el último en la lista. Comencé por su grabación de 'Sinfonía', con la
New York Philarmonic. A mitad del tercer movimiento, y específicamente con la
mención del nombre de Mayakovski seguido por un tutti de la orquesta, supe que
ya me había entregado a la música de Berio. Físicamente sacudido, pedí escuchar
'Visage'. Otra conmoción. Entonces escuché 'Sequenza III', y el resto ya se
sabe.”
El resto
significa la redacción de sendas disertaciones de maestría y doctorado sobre la
obra de Berio.
'Sequenza
III' y 'Visage' son piezas inseparables del trabajo de la vocalista Cathy BerBerian.
Para ella y con ella se compusieron y ella fue la primera intérprete de ambas. A
fin de concertar un encuentro con Berberian en 1979, Rivera la llamó directamente
a un hotel parisino donde se hospedaba la cantante. Ella contestó el teléfono.
No hubo agentes intermediarios.
¿Será
que la intérprete no pudo resistirse a
la curiosidad del encuentro con un estudiante puertorriqueño con cara de judío neoyorquino, según se describe a sí mismo? A todo esto no se trataba de un
intelectual subsidiado o respaldado por grandes fortunas. Me pregunto si la
invitación de Berberian al joven para que la visitara en su casa de Milán tuvo que
ver con el lugar de origen de Nelson, asociado, si acaso, con los escenarios de
'West Side Story' en el imaginario del europeo culto. Pero hay más, porque la
tierra ancestral de Berberian, Armenia, tiene una historia colonial de
genocidio y supervivencia, aunque sin acceso a la movilidad del mar que a
nosotros nos circunda. Ella misma, en el transcurso del primer día de la
entrevista, destacó cuán enterada estaba de la particular suerte de los puertorriqueños
como minoría étnica en Estados Unidos. Esa cultura de la sensibilidad, asentada
en la identidad propia, se aventura al encuentro de lo que suele ser tachado o
borrado.
En el ensayo que precede al texto de las entrevistas, el autor describe, desde unas referencias formadas por iconos teatrales, la vestimenta y el maquillaje de Berberian
el día del encuentro (caftán azul, botas de gamuza, delineador de ojos) el
porte de la artista (recostada en un diván, posando a lo Sarah Bernhardt) y el
almuerzo que le sirvió el segundo día, “un gran plato de pasta con salsa roja y
vegetales”: la memoria de una epifanía. Quizás ella intuía la rareza de la
experiencia y cómo marcaría al muchacho de 26 años. Sin embargo, mucho del
encanto de este libro emana de la libertad del entrevistador ante el monstruo
sagrado que, no obstante la apertura fugaz, era 'la Berberian'. Se trata, en
parte, de un libro de apuntes sobre la técnica, donde se recogen las memorias
de la artista vocalista a propósito de la creación y puestas en escena de
piezas sobresalientes de su repertorio. Las confidencias sobre el virtuosismo
técnico y el trabajo incansable, que a menudo comunicaban síntomas de locura y
la burla de sí, descubren un propósito: la exhibición del dolor como denuncia. “Berberian
pone en escena el performance de “mujer” tal cual exige el patriarcado, pero le
sube el volumen a su presentación para darle visibilidad al constructo que la
cotidianidad oculta.” ( 51) Además, no fue intérprete o instrumento dócil del
compositor, sino coautora, gracias a su inventiva y prodigiosa gestualidad
vocal: “La posibilidad de cambiar de un sonido a otro con la rapidez con que
esto se logra con un corte y edición de cinta, pero en directo, en un ser de
carne y hueso en vez de una máquina.” (40)
A la par hay en las creaciones de la
vocalista todo un asalto a la tácita regla contra la expresión de placer
sexual, “tan ajena a las convenciones sociales de la sala de conciertos clásicos”.
(41)
Otro testimonio revelador apunta a la soledad de la mujer creadora, que
se refugiaba en la risa, y en el trabajo doble que, por ser mujer, sin redes de
apoyo centenarias, trabajaba sin descanso y sin respaldos: “Nobody had ever done
anything like that for me. I mean, I do evertything.” (74)
El método de Rivera pone énfasis en la relación entre música y teatro, de ahí el
descubrimiento de un personaje que la intérprete construye. Los temas del libro
expresan una tónica: marginalidades al centro; ser mujer, ser músico; el
virtuosismo como espacio de resistencia.
(Tener cerca aquella caja mágica de
voces, percatarse de su libertad y de sus prisiones.)
Es común en
el acercamiento al arte y los pensamientos de mujeres cierto cuestionamiento
condescendiente. El menosprecio de una nota que llega solo a los oídos más finos
y empáticos. Este libro, por el contrario, registra con simpatía la "nota" Berberian: mujer que no ordenaba,
y que tampoco aceptaba órdenes. De ahí las críticas de ella a los comunistas, contra
Brecht, contra el machismo. En el
hermoso final abierto comienza a soltarse la opinión de la vocalista sobre la
huella del género en la música.
Basta oír
Sequenza III interpretada por Berberian
para sentir la evocación de misterios que encuentran una profunda resonancia en
un espacio que podría ser la memoria celular. En esa agitación o trastorno de los sentidos, las
artes vanguardistas intentaron acercarse a la inmensidad que quizás por ventajas
evolutivas, dejamos de habitar les humanes. Intervenciones, alteraciones, modificaciones
irrespetuosas, voces, ruidos, onomatopeyas, citas. Pero también una fascinación
con las escalas antiguas y la ancestral música folklórica; una presencia de la localidad por debajo del enjambre
de la alta cultura, congelada, obsecuente.
Es así que
en este libro no solo se desmontan los recursos de Cathy, su ardua labor de
intérprete en un mundo tristemente masculino, sino que se confirma la coautoría
de una obra que no ha llevado su nombre, y que debe atribuirse a una figura
híbrida: BERBERIO. Además, el autor afirma que Berberian sería más reconocida en el
canon de piezas de performance realizadas por mujeres, si no fuera porque presentaba
sus trabajos en las salas tradicionales de conciertos, y no en espacios menos
restringidos, como “el museo, la galería, los espacios alternativos o la
calle”. (52)
Las
afinidades inexplicables encuadran o determinan la
suerte de los objetos culturales. ¿Qué hizo que el lector Nelson Rivera se
acercara a Berio, y que, por añadidura, tuviera la buena fortuna de encontrar a
la diva de Berio, quien, como aquel hombre feliz que no tenía camisa, no fue,
en sentido convencional, una diva?
A pesar de
la bibliografía considerable sobre Berberian, Rivera afirma que la amplitud de
su gesta queda por escribirse. No tiene herederos. La imprescindible es
inaprehensible.
Este libro
se publicó en un socavón temporal entre catástrofes naturales y epidemias. Quizás
encontró su tiempo oportuno. Quizás nos redescubre a una intérprete para tiempos
de penuria justamente por su difícil emancipación desde espacios de
marginalidad. Quizás ahora no se podrá ocultar ni silenciar su presencia,
mientras sobrevivamos en espacios tan abiertos como controlados, tan ávidos de rutas libres como sujetos a la mentalidad del rebaño.
Encontrar piedritas
en una playa y preguntarse qué forma contienen, qué forma las contiene; de
dónde provienen y hacia dónde ruedan. De manera análoga, el registro fónico, el
papel o el medio cibernético, llaman la atención de un cuerpo lector. En ese encuentro
se desea, se interpreta, se expresa un orden. Hasta que la próxima ola reinicia
el juego.
1 comentario:
Gracias, Marta, por esta belleza. Aquí sin palabras.
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