viernes, 31 de diciembre de 2021

Espacio teselado, desde el café Evergreen

 


Marta Aponte Alsina


Una antología poética de Haroldo de Campos lleva por título Hambre de forma  (Veintisiete Letras,  2009).En una poética vanguardista autorreflexiva la forma se busca en la descomposición del lenguaje habitual; deshaciendo el lenguaje para revelar sus elementos y funciones.

Aurea Sotomayor Miletti es una escritora extraordinaria, una de las grandes autoras latinoamericanas y caribeñas. Lo es por la constancia de un trabajo abundante, prolijo y sostenido que no pierde líneas fundamentales de continuidad y calidad desde su primer libro, Soñando mi sueño de madera, y porque ha escrito ensayos sobre autoras y autores, como quien se acerca a la biblioteca para encontrar interlocutores y adversarios. En sus ensayos críticos asume la lectura no solo como tarea de visibilización y reconocimiento de la otra, sino como una disciplina que desarma, examina y rearma poéticas.

El registro es prolongado: los poemas de juventud, melancólicos; el erotismo decadentista, refinado, durasiano de Rizoma. El rizoma mismo como mapa de un proceso engañosamente espontáneo, pulido, trabajado eufónicamente. El monumental libro de ensayos críticos Femina faber; incisivo, mordaz, alejado de los lugares comunes de la crítica, compone una serie de ensayos semejantes a alegatos legales; rigor demoledor de cierres habituales, de lugares comunes;sus estudios sobre poesía puertorriqueña.

Seguir su trayectoria de crítica y poeta es seguir algunas marcas del mapa de la literatura puertorriqueña. En este su libro más reciente, el desafío a la forma, a la arquitectura del poema, a la geometría del verso, al diseño del ala, exhibe el violento y ominoso presente de la especie humana y sus dominios, su voracidad, su hambre no ya de forma, sino de muerte. La muerte es eso, pérdida de la forma. Y la búsqueda de forma en la violencia tiene también una dimensión viral, de tristeza, con rastros del desastre. El cadáver de una mujer en el desierto. Los cadáveres de niños muertos. La destrucción de pueblos como moneda de intercambio en el mercado de poderes y pesos. Y la luz de un café Evergreen que podría ser una casa de espantos o un paraíso artificial.

Lo impresionante de la voz poética es que sin evadir la desolación, la soledad y las cumbres enrarecidas del mundo académico, se sostiene aplomada y muy presente sin sentimentalismo, como testigo de atrocidades. Hay nombres que ya son significantes en más de una lengua, George Floyd, Ebenezer Church, la iglesia donde ancianos negros acogieron a un demonio fabricado de obsesión blanca. O la sinagoga de Pittsburgh, la ciudad de otros hábitats de la autora. Pittsburgh con sus guetos, sus bosques y una librería de viejo. Y la residencia de sus padres en Puerto Rico, donde el jardín no acaba de perder la forma que le impartieron las manos de la madre, y sobrevive.

Ahí queda el registro de la mirada del guardián adiestrado como un perro monomaníaco para evitar el acercamiento a las obras del museo Frick, mansión neoyorquina de quien fue uno de los máximos explotadores de los cuerpos que trabajaban en sus fábricas en Pittsburgh. “Robber baron” a la manera de  los Carnegie, de un puñado de fundadores de fundaciones que aspiran al libertarismo del privilegio:  desmantelar el estado, instalar la caridad a cuenta gotas. Anarquistas a su manera prepotente, porque fue la lucha de las mayorías, reconocida por la ley, la que les opuso unas reivindicaciones mínimas. A poco más de un siglo de la guerra contra los trusts, vuelven por sus fueros de robber barons del siglo XIX.

En ese contraste entre el aplomo del ojo que ve, la piel que recibe y la memoria que apalabra, está el envío. La poesía persigue el rastro de la luz, la fijación del instante pasajero que esa mirada humana registra y traduce. La lección de la maestra está en la forma, en la experiencia captada y transformada a pesar de. Es la paciente insistencia en dar forma al dolor de morir y ver morir, al caos, a la fugacidad. Será que la belleza de canibalizar, descomponer, perseguir y rearmar unas formas es lo realmente  humano. No el coleccionismo de objetos inaccesibles y apresados en el museo deformado por el devorar, sino en lo instantáneo y fugaz que reaparece y se pierde, librándose del ansia de poseer. 

La poesía de Áurea Sotomayor Miletti no cabe en una reseña de unos versos de uno de sus libros. Merece un libro cuidadoso, desde múltiples miradas lectoras. No necesita esta reseña.

Cierro con uno de los poemas breves del libro, en estos días de luz húmeda que marcan el umbral entre años, y añado el recuerdo de otras navidades, y una imagen recurrente que también evoca una ocurrencia de la poeta, quien comparaba el ejercicio de la crítica necesaria con la agilidad del atleta:

Fibras

No se trata tan solo de la cosa

es decir, del lagarto y de su ciclo;

el encadenamiento de visiones

y el pasto seco sobre el que reposa

 

Es decir, que la luz repara

las protuberancias de sus cortes

en contraste con la zona del suelo,

las entradas en la visión desde esa forma,

las sucesivas emanaciones

que allí pasan.

 

Estaba el sol en su cenit.

(Fibras, en Espacio teselado, 2021)

 

Y desde esa forma cíclica, saltar a otra punta del rizoma, compartiendo un poema escrito en la luz de otro año viejo:

glosas de lagartijo

la gravedad, o sea la gravedad

el lagartijo,o sea, la quimera


Si un lagartijo perdiera su rabo,

ese equilibrio maravilloso

donde el abismo se niega a caer

y se soporta en peso,

en frágil piel de aguja.

Si entonces le cesaran la verja,

el alambre donde hace de su vida

apoyo

donde habita

retando las normas del vacío:

la gravedad que para él es solo

un espejismo

un fragmento de ilusión

cortado con su látigo.


(No sabe que la posibilidad es un apoyo

y es también la imperfección de una peca).


Si luego decidiera alambrarse

vivir no improvisándose,

fijarse en su estatura

e inflexible,

negarle a su cuerpo su retórica.

Su maravilla cesada,

¿se reconocería en gravedad,

y ya en el centro mismo

transformaría su horizonte

en algo demasiado firme?

(No sabe que las preguntas son respuestas,

que luego son quimeras).

(glosas de lagartijo, Velando mi sueño de madera, 1980)

 

 

 


domingo, 31 de octubre de 2021

luz y silencio

 



La historia de los jardines botánicos es inseparable de las historias del colonialismo, de las historias de la ciencia y de las biografías de los mecenas fundadores. Y de la historia del deseo de belleza.

El papel de los mecenas se ha destacado tanto o más que la valentía de les recolectores, hombres y mujeres que trabajaban por encargo.La trinitaria, buganvilia, flor de papel, o flor de Santa Rita, como se la conoce a lo largo de las Américas, llegó a ser mercancía, aunque sin provocar el delirio extravagante de los tulipanes. Pero igual debe haber sido puro asombro la primera vez que un europeo centró su mirada sobre esa planta nativa del inmenso Brasil, tan generosa en su paleta de colores florales.

En una visita a Vista Farms en Juana Díaz, cerca del mediodía, vimos mariposas amarillas y blancas. Son las polinizadoras, nos explicó nuestra guía Naomi. En esa cuna de trinitarias y amapolas establecida hace treinta años trabajan unas cincuenta personas. El ambiente de un cromatismo múltiple y el silencio de campo abierto suavizan el ánimo. En los viveros hay decenas de plantitas que viajarán por carga aérea a mercados tan distantes como Hawaii, Canadá y algunas ciudades europeas o tan cercanos como los comercios de Puerto Rico. La amable tocaya Martita nos enseñó la lista de especies y sus procesos. 




Yo les prometí esta nota, y la escribo bajo los efectos de la luz silenciosa del recuerdo del jardín multicromático y, sobre todo, del marco histórico de ese jardín, el llano costero, tan alterado desde hace siglos por el monocultivo de la caña de azúcar. Se me ocurre que si en cada espacio público se dedicaran unos lugares adecuados a sembrar colores y aromas, algo respondería en nuestros cuerpos, adormecidos por los golpes de la violencia; primero, alegría; y tal vez la conciencia de la continuidad que une nuestros órganos vitales al hambre de belleza. Porque la belleza es ante todo un estado del ser. El objeto incitante, afinado en la tónica del cuerpo, solo lo provoca.

Luz y silencio es la calidad de esos llanos costeros del sur. Fueron colonias cañeras y ahora espacios intervenidos por empresas agrícolas o poblados por comunidades amantes del silencio. Silencio elocuente, pues tras las tonalidades del verde, de las sombras azulosas y los fulgores amarillos del verde, abundan los insectos y las aves en sus fases evolutivas: gusanitos, orugas, turpiales, ruiseñores, guineas, huevos, larvas, mariposas. El silencio blando del paisaje del secano, que despliega sus variaciones del verde tras las lluvias de la temporada, atrae especies animales con toda la fuerza de la tierra que sostiene sus raíces. De la belleza que alegra los sentidos, de la vista, el tacto y el olfato, dependen.

La leña de la espinosa bayahonda tiene un aroma que contagia los objetos quemados. Las flores de malezas y arbustos perfuman el aire al día siguiente de nuestra visita al jardín de las trinitarias. La cuna de las trinitarias y el campo abiero de un sector de Salinas: dos paisajes del sur que sugieren las riquezas de las entrañas de la tierra, de los acuíferos, de las milenarias formaciones de las cavernas.


Como todo lo que pasa por el fuego y retiene su forma, rastros de esos lenguajes no humanos quedan en las piezas de barro de Javier Orfón. Me permito aproximar esta imagen de una obra suya al escándalo festivo de las trinitarias.




martes, 14 de septiembre de 2021

Tinta, agua y luz: La última testigo

 


Marta Aponte Alsina

Los géneros góticos y la novela histórica alentaron la industria del libro en Europa y sus colonias culturales. Se leían incluso en el San Juan de Tapia, que menciona a Ann Radcliffe en sus memorias. Dieron vida al desajuste de la fantasía gozosamente engañada. El terror atrapado en una página desata placeres morbosos y aumenta el aprecio al círculo doméstico de la casa protectora.

Hace unos años estuvieron de moda las carnes más crudas del gótico. Ahora Lovecraft, el padre literario de ciertas corrientes delirantes, ha trascendido a las teleseries, cercanas en su estética a las revistas populares que publicaron sus relatos hace un siglo.

En La última testigo (2021, La Secta de los Perros), de René Duchesne Sotomayor, se trazan nuevas derivas del gótico. Los relatos de La última testigo se afinan en el temperamento claramente  desengañado de este tiempo. Una manera de leerlos es pensando en lo que Josefina Ludmer hubiera llamado los procesos constructores y Piglia los núcleos de los textos. La figura podría ser una antítesis: la casa y sus atmósferas y el exterior desamparado dominado por la mala muerte. De la casa se desprenden dos versiones: la propia, construida para el placer del juego o la defensa contra un mundo exterior deseoso de invadirla y la casa de unos abuelos, solar de una familia extendida.

La casa de los primeros cuentos del libro pretende ser hermética. Engaña con la utilería de la arquitectura gótica en sus representaciones literarias: trampantojos, puertas escondidas, funciones alteradas, muros cegados, una ventana que nunca se abre. Asegurada contra invasiones, que podrían ser benignas o atroces, termina devorando a sus habitantes, porque el personaje solitario siempre es más de uno. No hay asideros en el mar sin orillas de los sueños. No hay costas donde naufragar ni salidas de una casa en dos dimensiones, pues entre las palabras y los dibujos arquitectónicos que ilustran el libro se tiende una correspondencia. La casa se cuenta, y también nos cuenta. Tras el punto final, cuando asimile lo que acaba de leer, la lectora de este libro verá una ventana como pocas veces ha visto una ventana. La ventana enmarca la visión trunca del mundo exterior, siendo a la vez motivo de seducción y misterio para quien la ve desde afuera. Las páginas del libro son análogas a  las hojas de una ventana. El libro es un objeto seductor en movimiento. 

La otra casa que se cuenta, la de los abuelos, está rodeada de un patio tropical fértil. La excesiva vitalidad del entorno y la distribución interior de la casa se recuerdan entre las voces de la abuela que contaba sus experiencias infantiles misteriosas, como todas las madres y abuelas que yo recuerdo. La casa familiar no lo es del todo, pues alberga los silencios y enigmas de los mayores. Están los lugares sellados por la muerte, el árbol mutilado por la inquina de los vecinos, las llaves perdidas, la reinita extraviada en su interior, la conexión vibrante con la tumba del abuelo.

La personificación de la casa es un tópico de la literatura de horror. En La última testigo la casa de los primeros cuentos es obra de una restauración reciente, que parte de un deseo: conservar el misterio de sus interiores. Protegerla. El desconcierto de los intrusos potenciales es una medida del éxito de la casa. Hay que pensar que una casa es un descaro, una cara que pretende tener derecho a una presencia y a la vez ser la defensa de una intimidad. La colocación de una ventana basta para que un ojo enterado crea que entiende la distribución de los espacios personales; la intimidad de sus habitantes. Por eso en las casas de este libro se alteran las funciones tradicionales de los espacios y el sótano se llena de luz y el lugar del cuarto de juego se desplaza y se comunica con un cuarto de cuna. Si una de las ventanas se cierra siempre, la casa se hace indescifrable.

Con la lógica precisa de los cuentos de Poe se va tejiendo la verosimilitud de las obsesiones. Todo en regla, no se admiten desvíos, pues los desvíos no tienen fondo, como los extremos de la vida: nada y muerte. Hay en la sobria construcción de un relato en forma de casa y de un libro como paraje poblado de casas y rodeado de enigmas, toda una poética de la lectura. El tono controlado e inquietante seduce y desconcierta. Se reescribe a Poe sin concesiones al melodrama, valiéndose de dos medios visuales inmóviles, que componen un monólogo vestido de diálogo entre ambas formas y una atmósfera irónica (¿decimos kafkiana?), pues la perfección tiene sus errores que no dejan de guiñar. La casa, como en aquella genial película de Buster Keaton, puede abocar a la autodestrucción. O al eterno retorno de la vida sencila, como en el final del mismo corto de Keaton.




La continuidad entre los relatos encadena una secuencia de miradas, desde el interior, desde el exterior y en el desamparo de los lugares abiertos, las calles, los bosques, el vecindario. En las afueras está el mundo atroz que nos hemos fabricado como especie: la destrucción de ciudades, el salvaje exterminio de inocentes, las deudas que se pagan con la vida. A propósito del enemigo interior: en las afueras de otras casas, aquella invadida de Cortázar, o la casa de Usher y desde luego la del aleph, la forma de la casa tomada es también una representación de la soledad.


La hermosa práctica de ilustrar los relatos, recuerda viejas ediciones, y también al arte del cómic y la novela gráfica. En esta época de la plaga de imágenes y la reproducción digital no se trata ya de ilustrar palabras sino de situar dos medios en un solo soporte.




Desde la casa cerrada el libro asume el riesgo del lenguaje que se atreve a publicarse, a ser leído. El final es un envío a lectoras, y lectores: la condición humana, no obstante sus vacíos, merece memorizarse y compartirse. El breve “Tinta, agua y luz” deja la impresión de una soledad compartida en esta casa libro que deben frecuentar muchos lectores, pues se trata de una literatura “sobre lo que nos mira” (Rafael Acevedo) y que añade valor a una nueva generación de narradores jóvenes: “ahora estas palabras provenientes de tiempos y espacios remotos o extintos, sirven para echar luz sobre esos mundos marchitos que el azar le entregó al vacío.”

Un libro tan sugerente y bien escrito como La última testigo enriquece una de las marcas de la literatura boricua y caribeña actual: la que se corresponde con la literatura misma y sus revelaciones; la que con su sola existencia llama a la protección de la vida que nos sustenta.

jueves, 9 de septiembre de 2021

y dejar que lo aprendido suene y suene

 



Marta Aponte Alsina


No ha tenido un momento de paz la poesía puertorriqueña desde sus primeros brotes. Se ha sumergido, se ha transformado, le han declarado la guerra y ese conjunto de palabras encuadernadas o lanzadas al aire no da señales de despedirse. Antes bien se extienden sus rizomas sin grandes cortes generacionales recientes, en las obras de Áurea Sotomayor y Vanessa Droz, y voces más cercanas, logradas la madurez de su expresión, tales Mara Pastor y Nicole Cecilia Delgado. Sin  dejar caer la complejidad de ritmos que repica, esa poesía sigue extendiéndose.

Xavier Valcárcel ha publicado libros desde muy joven. Cuenta con una serie de obras que son, para usar sus palabras, “trabajos de poesía”. Es cierto que ante el letargo de editoriales institucionales y comerciales, las pequeñas impresoras (tanto en libros hechos a manos como digitales o en combinación de métodos) han recogido esos frutos que caen de los árboles vigorosos,

Se diría que el carácter catastrófico de estas décadas ha provocado esa masa de respuestas como reacciones estridentes si no fuera porque en Valcárcel se nota el trabajo de una voluntad crítica que no acaba en el grito. Hay en los poemas de este libro suyo que comento (Fe de calendario, 2016) una sabiduría de golpes asimilados, pensados y usados. La confluencia de acercamiento y distanciamiento, la precisa expresión del dolor que siendo tan suyo es de su generación y su tiempo, dan un tono elegíaco a estos trabajos de autor joven. Es como si de un envejecimiento prematuro naciera una poesía con luminosidad de tiempo no perdido, una especie de elegía primera como cierre necesario para retornar mientras haya vida: enriquecido el don de adivinar, vislumbrar , proponer y predecir. Se trata de un aparador de voces y escenas cotidianas, en versos de un tono menor, cercano al de Ángela María, cuya materialidad rescata y privilegia la insignificancia para, de pronto, asombrosamente, formar con ingredientes humildes, esferas luminosas.

Las piedritas que, sin distinción de objetos mágicos, llegan a serlo porque se les reconoce como guías y estabilizadoras, componen lienzos de paredes. Cuando se desprenden de una obra en ruinas, su ciclo se ralentiza, pero no acaba.  Que el objeto inerte guíe todo un método de composición, que se reconozca la cercanía semiconsciente de los árboles y de las plantas de la botica familiar, hacen del libro una casa adonde refugiarse del entorno y reparar quiebres mentales sin falsos consuelos. Compartiría muchos versos descontextualizados. Son piedritas que me acompañarán si logro memorizarlos y creo que sí lo haré. Pero no sería bueno sacarlos del contexto donde anidan.

Agradezco la existencia de este libro acompañante.


viernes, 30 de julio de 2021

We had never seen such people before: Puerto Rican literature and the writing of the other (segunda parte)

 



Puerto Rico had been a colony of the Spanish Empire since 1493. The sense of a local literature and a creole specificity is older, but during the 19th century there was, in spite of censorship and political persecution, an emergent literature written in Spanish, nurtured by cultural institutions established in the last third of the century and by a number of periodicals and literary journals that had networks of contributors in Latin American countries such as Argentina, Chile and México, as well as connections with publishing houses, journals and newspapers in the United States. New York, for example, was a major publishing center for Spanish language books, and the literary events of the city were known and reviewed in Puerto Rican literary journals.

The construction of a national or regional identity was a complex issue. ‘Pureza de sangre’, institutionalized racism, was an infamous practice. Slavery was abolished as late as 1873. Many authors did not write or speak from a “we” that included peoples of color, although the best writers, the more aware and cultivated people, were advocates for the abolition of slavery and for women´s rights.

In the early twentieth century the complexities of national identity and the factors of gender, race and class were present in the literature written by black working class writers and by women, socialists and labor agitators like Tomás Carrión Maduro and Luisa Capetillo, but they hardly entered the canonic corpus of writers studied at the university and the schools. I guess the same is true of American literary studies,

Black slavery is one of the threads that connects cultural spheres between the Caribbean and the United States. Derek Walcott in the poem Omeros, follows the thread from the Caribbean to a Georgia plantation. The Harlem Renaissance was inspired by Caribbean intellectuals like Marcus Garvey and the Puerto Rican Arturo Alfonso Schomburg.

But back to Osuna, who is buried with his wife, in the neighboring town of Orangeville. He was obviously an intelligent young man and was offered a scholarship to study in the United States in the year 1901. Due to his naiveté and his youth, he sharply experienced the sensation of being an alien. 

His trip to the United States was inserted in the educational policies of the United States government toward the population of the island. The first decades were marked by a strong emphasis on radical and swift transculturation (la americanización) and the need to train native teachers who would be fluent American English speakers. Osuna was not prepared to even envision the atmosphere of his destined school, Carlisle. As some of you may know, I am referring to the Carlisle Indian School. Carlisle was established in 1879 on a former military base. (Other Puerto Ricans, were sent to the Booker T. Washington The Tuskegee Negro Normal Institiute at Tuskegee, Alabama, which seems to have followed similar pedagogical goals.)

Decades later, Osuna still remembered his culture shock. About his reaction Pablo Navarro Rivera wrote:

Juan José Osuna arrived at the Carlisle Indian Industrial School (CIIS) in Carlisle, Pennsylvania at six o'clock on the morning of May 2, 1901. He was fifteen years old, stood four feet six inches in height, and weighed just 80 pounds. Osuna, who would become a noted Puerto Rican educator, wrote of his arrival at Carlisle: “We looked at the windows of the buildings, and very peculiar-looking faces peered out at us. We had never seen such people before. The buildings seemed full of them. Behold, we had arrived at the Carlisle Indian School! The United States of America, our new rulers, thought that the people of Puerto Rico were Indians; hence they should be sent to an Indian school, and Carlisle happened to be the nearest.

Of course Osuna was “seeing and feeling” from the false consciousness of his own racism and prejudices, the despicable “pureza de sangre” heritage, but nevertheless his displacement was the result of a trial and error policy. About sixty other Puerto Ricans were also subjected to the experiment at Carlisle, which closed in 1918. Carlisle was a trade school and its stated objective was the radical transculturation of children from first nations that had been secluded in reservations. Its founder Richard Pratt surely saw himself as a liberal, enlightened educator when he wrote: “A great general has said that the only good Indian is a dead one, and that high sanction of his destruction has been an enormous factor in promoting Indian massacres. In a sense, I agree with the sentiment, but only in this: that all the Indian there is in the race should be dead. Kill the Indian in him, and save the man.”

From Carlisle, Osuna was sent to Orangeville, near Bloomsburg, as an apprentice to the house of a person named Mira Welsh. The Welsh family is an old local family, according to the book Historical and Biographical Annals of Columbia and Montour Counties. In this environment he learned English and seems to have developed a passion for this region and its history as well.

Osuna returned to Puerto Rico where he was a Dean at the University. In 1923 he wrote his dissertation. In it he he denounced the absurdity of imperial educational policies that could be described by the Carlisle mission statement. “Kill the Puerto Rican to save the Puerto Rican.” And the truth is that these policies were defeated in practice while continuing to create havoc and confusion for decades to come, sometimes as comically absurd as the  decisions documented by Osuna in his dissertation.


miércoles, 28 de julio de 2021

We had never seen such people before: Puerto Rican literature and the writing of the other (primera parte)

 


                                                                                                         Marta Aponte Alsina

A Pablo Navarro

What could the literature of Puerto Rico share with the very distinct culture of this region in Pennsylvania, itself a crossroads of peoples and cultures? Usually connections are subtle or hidden underground, like the roots of trees or the waters of underground rivers. According to certain mythologies there is a father or a mother river from which other rivers spring. There is also a tree whose roots embrace the earth. Narrations and myths are related since prehistory, when as you know, people gathered to hear stories.

In spite of their antiquity myths are very much alive. They survive and thrive in pop culture. The science of ecology also reveals the interaction between all regions of the earth. However, the cultural history of nations seems to have moved in the opposite direction, stressing difference. But we don’t have to look back into mythic origins to find a unifying story between this region of the Susquehanna River and the literature of an island in the Caribbean Sea, between the Appalachians and the Valley of Caguas, Puerto Rico.

When professor Hidalgo told me about Juan José Osuna I thought that in spite of Kipling´s verse, east and west do mix. East is East because a capitalist adventurer decided that West is West. Rather the West is one and the other, and the East is also one and the other. The same failure of binary opposition holds true for North and South. They have always mixed, in economic and cultural geography, even though the borders are policed and the lines are drawn.

This common story between a Caribbean island and Bloomsburg begins in the last decade of the 19th century. Caguas, Puerto Rico, was a sugar cane and tobacco producing region. An orphaned young man served as an apprentice at a tobacco warehouse. You can imagine his waking and sleeping hours pervaded by the acrid smell of dry tobacco leaves and cigars. He was an orphan and had to work to help support his family, a fate typical of families and communities all over the world. What was not typical was a destiny imposed by territorial imperative. In 1898 the US Army invaded the island and substituted a very short lived autonomic government under the Spanish Empire for a military government and later for a mixed electoral system with the governor appointed by the president of the United States until 1948. Cuba and Puerto Rico were the last territories in America under the Spanish flag. They also were the first territories South of Texas to be invaded by a power that still sees itself in official discourses as exceptional, according to a historian Jackson Lears, and that after its civil war, embraced its “redemptive responsibilities in the drama of world history” (Jackson Lears, Divinely Ordained, London Review of Books, 19 May 2011, p. 3). Redeeming Cubans and civilizing Puerto Ricans was part of a “manifest destiny”. Taking over the island as a coaling station and stepping stone in the control of Central and South America was, of course, seen as a right.  

But the US could not accept without doubts its imperial role. There was then the need to create an empire without seeming to do so, while carrying out a civilizing mission for countries “not prepared for democracy.” How could this be accomplished? The story was written by the judges of the Supreme Court. According to scholar Amy Kaplan, from the University of Pennsylvania, the so called insular cases, which defined Puerto Rico as an unincorporated territory that belongs but is not part of the US, “turned the space of Puerto Rico into a buffer zone, a blurred borderland between the domestic and the foreign onto which project the threats of hybridity… of a phantasmic invasion of the US. The ambiguous space of Puerto Rico as “unincorporated”, as “foreign to the United States in a domestic sense”, both embodies and allays these fears of foreign bodies” (Kaplan, The Anarchy of Empire, Introduction).

But this intricate political novel of the insular cases is not the common story I would like to share with you. The historical personage who was Juan José Osuna has, to my mind, a more immediate pertinence to our exchange. Osuna´s story is worth telling. Here, at Bloomsburg, we are at the university that received his papers, part of his legacy and that is remarkable. Moreover his story sets the stage for a look at the relationship between literature and its place of enunciation or the place –geographical and cultural and ideological- from where a writer writes and the mode of her or his writing the other.


domingo, 11 de julio de 2021

PR 3 Caribe, inventarios del archipiélago




Un condensador de sentido, un imán de papel: eso es el monumental ScientificSurveyof Puerto Rico and the Virgin Islands (1913 a 1970). Encuentra un lugar en este libro sobre mi padre por analogía. Así como el terror a la deslealtad engendra la mirada policial, el amor propietario pretende abarcarlo todo con los instrumentos del saber. Las islas imantan al deseoso de conquista. Cuando volví a casa tras haber vivido en continentes la mayor parte de lo que llevaba de vida, cuando regresé al pueblo donde nací, quise saberlo todo de este lugar, no menos la composición de los suelos que la textura elemental de las plantas, las corrientes de agua, la antigüedad de los líquenes. Casi un inventario como el poema de Corretjer, que no es palabra lírica sino definición de una manera corriente de sentir cuando se sale de encierros, de un exilio hostil, de una depresión. 

No adquirí con paciencia conocimientos que me hubieran desviado hacia una vida en las escalas mayores del tiempo. Ahora se disuelve la forma de algunas imágenes. La revelación de la intensidad de los colores se evapora en el olvido. Privilegio y dolor de la mirada que pierde el respaldo de la memoria. Pero persisten las ganas de saber fuera de mapas coloniales, con la facultad de imaginar adiestrada en la observación de lo mínimo y la evocación de sus correspondencias distantes, con cautela de espía y prisa por apuntar, mirar, tocar, oler, escribir, ante la nostalgia prematura de la agonía.

Esa linda pasión de hablar sola, dando voces a las cosas que me rodean, tal vez sea la mejor manera de cumplir con los días y noches que me restan. Pero espiar no necesita encarnaduras animistas. También puede alzarse sobre el deseo de poseer. Entonces el espionaje de la naturaleza se hace sistemática labor de asedio. Para darle un principio de conocimiento al móvil que ha regido los destinos políticos del Caribe en el siglo veinte puede aplicarse una etiqueta de especie: Destino Manifiesto. No,sé si la corona española o la inglesa infestaron el mundo con su codicia desde la creencia en que era ese el papel que Dios les reservaba, o si les bastó el placer de la crueldad. Merece estudio el origen de esa certeza. Acompañar el poder político asumiéndolo como deber moral, y saber que ese deber moral requiere las labores del investigador, del catalogador, del taxonomista. 

Desde el deseo de saberlo todo de los territorios apropiados se concibió y se emprendió, durante décadas, el Scientific Survey. En palabras de Nathaniel Lord Britton, uno de sus fundadores: “The completion of the work will make the geology and natural history of Puerto Rico and the Virgin Islands, insular possessions of the US, the key to the natural knowledge of the West Indies.” En el tono se reconoce la aspiración de contener el mundo en una nuez, y tragarse la llave, como si, en efecto, las posesiones insulares no hubieran sido  ya territorios asimilados por archivos  y bibliotecas.



Nathaniel Lord Britton fue el más destacado de los fundadores del New York Botanical Garden. Era neoyorquino de vieja estirpe, descendiente de moravianos de Pennsylvania que antes del siglo 19 se habían establecido en Staten Island. Esa islacercana a Manhattan sería entonces un remanso para naturalistas. En su zona más antigua ubica el cementerio de los moravianos, donde están enterrados Britton y Elizabeth, su esposa y colaboradora por mérito propio. A veces se descubre justamente lo que ni se buscaba ni se anticipaba. Dejo aquí una pista para otras lectoras. La iglesia moraviana se distinguió en los procesos de cristianización y educación de los pobladores de las Islas Vírgenes cuando eran colonias danesas. 

Espionaje, propiedad, acceso controlado. Llave y antesala. Puentes.

La empresa de Britton, como la empresa de los reyes católicos y la empresa de los demás imperios aventureros en los primeros años de la ocupación europea del Caribe, fue auspiciada por capitales privados. Es cierto que el discurso de la conquista, de “our new possessions” fue sostenido por la ocupación militar y por nativos como mi padre pero, desde los primeros años del contacto, la participación de fundaciones (y antes de compañías privadas de inversionistas) fue parte de la alianza entre gobierno y poder económico.




sábado, 10 de julio de 2021

Between St. Thomas, USVI, and Cayey

 



           La erección de torres de telecomunicaciones en el interior montañoso de la isla grande del archipiélago boricua fue uno de los giros transformadores ocurridos en 1917. Aquel fue el año de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial y, sin el beneplácito de los jefes políticos representantes de los indígenas, de la imposición de una citizenship, (esa cuyo deseo abarrota las filas en las fronteras). Fue, además, el año de la compra al gobierno de Dinamarca, por 20 millones de dólares, de tres de las islas vírgenes −St. Thomas, St. Croix y St. John− además de cayos e islotes adyacentes. Al integrarse bajo un solo propietario pudieron haberse estrechado aún más las relaciones entre las islas de Puerto Rico y las Islas Vírgenes. Pero la integración distendida no figura en los paranoicos protocolos militares.

Volviendo a la estación de telecomunicaciones, descubro que como buena máquina de guerra fue objeto de una personificación sentimental. La nostalgia de los soldados de mar (un tanto solitarios en el destierro, como otros oficiantes marinos) les incita a la humanización de sus barcos, e incluso a la humanización heroica de aparatos como las torres, que funcionaron hasta 1932:

However, it remained to equip Puerto Rico with a high power radio station. In 1916, the Department of the Navy submitted a preliminary budget for its construction in the town of Cayey, “mainly to be used in naval operations.” The following year, the Naval Funds Act allocated the amount of $40,000 for this project. By 1918 the construction of Cayey´s naval radio station was being completed “which would not only guarantee communication with North American possessions in the West Indies, but would also provide a transatlantic service. This station was one of the 67 constructed by the Department of the Navy during the course of the war and one of the 5 transoceanic wireless stations in the United States. Puerto Rico had become part of a vast communications network that spanned the globe. (NAVCOMMSTA Puerto Rico – NAU).

La estación de telecomunicaciones construida en el pueblo de mi padre y de mi abuelo, pertenecía al mismo complejo militar que gobernaba en las Islas Vírgenes. El título oficial de la sede del gobierno era St. Thomas US Naval Station. Los pormenores que comparto forman parte de un cartapacio que, según recuerdo, subió a archive.org una sociedad genealógica de las Islas Vírgenes. Cuando intenté recuperar otros archivos que, me parece, formaban parte de esa fuente documental, no pude localizarlos. De modo que los datos siguientes, en una lista o inventario, quedarán como piezas desconectadas de otros documentos de la serie. El nombre del cartapacio comprende la década del gobierno militar en las Islas Vírgenes: Indexof Files Jackets for the years 1917, 1918, 1919, 1920, 1921, 1922, 1923, 1924, 1925, 1926, 1927, 1928. En las páginas que siguen anoto una lista de archivos y temas, con algún comentario.

Para no perder el hilo entre las torres que impresionaron a mi padre y a mi abuelo, parto de una mención del pueblo de Cayey en el índice del expediente, a propósito de una pelea entre borrachos. En la reyerta de cafetín participaron varios soldados, allá por el año de 1922. De hecho, en el índice se anotan varias muertes relacionadas con borracheras (“alcohol investigation”). Pienso que tras dar con este expediente, el único de la serie que pude copiar antes de perder el acceso, no procede volver a desterrarlo en la nube. Me parece más respetuoso copiar los nombres de los muertos a casi un siglo de su mala conducta. Es un homenaje a hombres y nombres irrecuperables, fuera de la memoria de algún descendiente tan desconocido como ellos, anzuelos lanzados al azar en un mar sin referencias, a ver si este libro les llega:

W S Hand, Corporal, USMC, 1922 (muerto)

Matt Colby, Private, USMC, 1924 (herido)

Foster Cohen Cook, no se indica rango, 1926, (muerto)

Kenneth Ivan Curtis Private USMC, 1926 (muerto)

Frank E. Warner, Captain USMV, 1926 (muerto)

Wallace, C.V., Cox  USN (herido por civiles en la estación de St. Thomas)

Wander New, atropellado por el camión USN 2819, 1929

Además se menciona un incidente de “disorderly conduct” (¿conducta impropia, o ese calificativo es privilegio de la élite militar?) de militares en Charlotte Amalie en 1919. Nada vi sobre esas muertes en los expedientes, pero encontré detalles sobre una máquina naval. Si es cierto que los hombres de infantería cuidan a sus caballos para que luzcan la gallardía que raras veces caracteriza a los humanos que los montan, los de las fuerzas navales (“marines and navy”) también se dejan seducir por sus embarcaciones.



En el expediente que contiene el índice de documentos que no pude consultar, se cuentan detalles de la aventura caribeña de un barco. Debe haber más de un libro dedicado al amor de los hombres a los objetos mecánicos. En ese libro cabría la maquinografía de la USS Grebe. El barquito fue, en principio, un barreminas. Durante los años veinte del siglo veinte, y mientras duró su misión en las Islas Vírgenes, desempeñó la labor de ferry que cada semana transportaba viajeros no identificados entre St. Thomas y St. Croix, ida y vuelta.

Esa labor de obrera contrasta con el uso de la Grebe como yate de ociosos. El 15 de abril de 1929, se la comisionó para transportar a maestras estadounidenses residentes en la isla grande, como invitadas a un baile de soldados en St. Thomas:

The Grebe will make trips to Fajardo on Wednesday and Saturday this week, leaving here (St. Thomas) at 0800, leaving Fajardo at 1300 hours. On the Saturday trip she will bring back some American school teachers to attend the dance of the Enlisted Men´s Club Saturday night. These teachers will probably be sent back to Fajardo by the Grebe the next day, Sunday, leaving here at 0900. 

La investigadora se acerca a este documento y su riqueza con curiosidad. ¿Acaso se ha escrito una historia abarcadora, general, sobre las maestras y los maestros “importados” de Estados Unidos? El documento citado sugiere que los hombres de mar blancos, para no desorientarse en tierra de pieles negras, necesitaban acercarse a mujeres de pieles blancas. Salta a la vista una curiosa interpretación de géneros. La Grebe se humaniza con pronombre femenino, es una “she”. Las maestras, se deshumanizan como paquetes o artículos prestados que como tales se devuelven en ese “sentback”.







viernes, 21 de mayo de 2021

Principio estrella



De pronto veo la forma de la estrella y el número 5. Tener números favoritos es una tontería, pero al número 5 me lo encuentro desde la infancia. Y ahora en las figuraciones de una estrella de mar, la que conduce al mar, que es la transformación del fuego en una liquidez donde la vida se gestó de manera inexplicable. De ahí a la relectura del libro de Rachel Carson: de cuando el planeta se desprendió del sol con un estornudo de fuego que tardó millones de años en enfriarse un  poco, hasta que otro estornudo desprendió de ella un costado que llegaría a ser la cuenca del océano mayor.

Carson recuerda que las sustancias de la sangre y del agua de mar son semejantes. Cientos de millones de años, porque no hay fábrica más lenta que la de la vida, no han deshecho esa continuidad. Tampoco han deshecho los parentescos entre cuerpos humanos y organismos invisibles vivos. Ante esa escala cronológica, ante esas semejanzas entre lo invisible por exceso de corpulencia o por micro presencia, una persona viva es más pequeña que la puntada de uno de aquellos trajes hechos a mano que dejaban cicatrices en los dedos de las costureras y los sastres. Hablar de vidas grandes parece tan absurdo como hablar de grandes obras. Todo lo que existe es pequeño.

El lenguaje es la obra engañosa de nuestra especie. El yo que escribe es una ilusión de importancia.  Saberse parte de una literatura pequeña impone el tono. La fragilidad de nuestras ilusiones no puede esconderse. La fragilidad de la vida se ampara en la pequeñez. Rachel Carson habla de las criaturas microscópicas que alimentan cuerpos que se fueron haciendo grandes a lo largo de los siglos, tan grandes, que no sobrevivieron. A la postre más frágiles que las maternales criaturas microscópicas.

Acercarse desde una tradición de literatura pequeña, esa que se compromete con la fuga de unos pueblos desarmados de soberanía, debería desanimar una empresa que puede parecer colosal. Sin embargo, esa empresa colosal también es poca cosa. Tan poca cosa, o tanta cosa, como los organismos invisibles. Nunca saldrán nuestros cuerpos de la ignorancia. La belleza formal y moral de las grandes obras humanas nos resulta incomprensible incluso a las humanas. En todo caso algunas humanas se acercan a los bordes de la especie, para demostrar que son accidentes.

No puedo escribir el libro cuya forma ni siquiera adivino, de modo que me propongo escribir la crónica del libro imposible.

¿Qué mejor móvil, para animarse a escribir que la ignorancia del lugar que ocupo y me ocupa? Es posible escribir engañosas frases contundentes y flotar sobre ellas hasta ese momento de la muerte, que imagino acompañada de alguna conciencia de falsedad. A veces la muerte acompañante te roza, pero no te escoge.

Empiezo a escribir este libro un mes después de haber previsto y abandonado la ruta que me llevaría a su forma. La forma entendida como fijeza, como estructura cerrada, rectangular, libresca. El Caribe es una biblioteca. Una amplia biblioteca, nimia en la escala temporal de las especies invisibles.  

He viajado poco en mi isla y a las islas. He pisado suelos caribeños, Cuba, Jamaica, Haití, Dominicana, Aruba, Trinidad, St. Thomas, Martinica, St. Croix. Pero  la duración de la suma de esos viajes y sus recuerdos fue breve.

De manera que me propuse visitar con pocos recursos, las islas cercanas del Caribe oriental. Lecturas, no siempre suficientes, pero indicadoras, apuntaban a un campo desalentador por lo numeroso: escribir un libro de conexiones entre el Caribe oriental y el archipiélago donde reside mi cuerpo.  Cuando empiezo a escribir estas primeras páginas aún no escojo entre varias entradas.  Sin embargo, mientras miro unas ramitas florecidas de una enredadera de jazmín de río colocadas en un florerito sobre el escritorio, y veo cómo se hacen visibles en la luz indirecta las flores mínimas y complejas, con sus estambres delicados y recios, sus pétalos verdosos, alguna semillita que comienza a escaparse, se me ocurre que el principio de un relato raras veces se muestra tan evidente como el principio de este. (abril del 2020)



lunes, 22 de febrero de 2021

Larry: los contratos

 


 

Este amor salvaje es una maldición, dice en voz alta Megan, y Larry le acaricia la cabeza. Le aburre la pasión inerte de su mujer. Es como si el tiempo fluyera hacia abajo. Es como si las horas, en vez de desvanecerse, se desplomaran; como si un relato, en vez de complicarse y progresar, se hundiera. Si por lo menos metiera mano con el mexicano la trama se complicaría. Pero en algo está de acuerdo con ella. La culpa es del director. Miguel es un intérprete sin brillo; una pérdida de tiempo hacer que Megan se enamore hasta el delirio de un mortal con juanetes. Sin embargo no hay nada que hacer. No puede romperse el sortilegio inútil. Habrá que esperar. Violar el contrato los arruinaría, pleitos interminables, acaso el fin de la carrera de Megan.

Un contrato más, como si no bastaran las obligaciones naturales e históricas. Como si no fuera suficiente su lealtad, innecesaria y poco lucrativa, al país de origen de su bisabuela Matilde Beggino de Trevelyan, nacida en una ciudad que comparte la latitud de Milparinka, más o menos.

Rosario, Argentina.

Matilde fue la hija natural (¿?) de una poeta anarquista. Cuando en 1900 el calor y la peste bubónica azotaron Rosario, y madre e hija escaparon hacia Buenos Aires, no hubiera sido capaz la pequeña Matilde de imaginar que nunca volvería a su patria chica, que en vez de retornar a la ciudad en la ribera del Paraná su madre decidiría regresar a Europa, y que de ahí emigrarían a Australia, donde Matilde se casaría con un albañil de pies regordetes. Mucho menos hubiera podido concebir que en el siglo 21 su bisnieto Larry Trevelyan leería, con disparatada fidelidad, los libros del nieto de una señora en cuya pensión porteña Matilde y su madre habían fregado pisos durante una breve temporada, antes de embarcarse rumbo a Nápoles.

Matilde nunca dejó de hablar español con acento napolitano, y así se lo enseñó al abuelo del padre, y el padre a Larry, observando una incorrección caprichosa que fue convirtiendo la lengua decantada en una especie de pacto doméstico que sólo los Trevelyan honraban sin entender bien lo que oían y decían. Quién sabe por qué, la bisabuela, el abuelo y el padre acumularon una bibliotequita de autores del otro lado del Pacífico, una humilde colección de libros que Larry heredó de sus ancestros.

Larry no ha visitado Rosario. Teme que ya no quede ni el nombre del barrio natal de su bisabuela, con sus barberías y plazas. Sin embargo, ha ido acumulando una biblioteca propia de autores argentinos, y los lee a su manera.

A propósito de los contratos de toda índole, un problema acuciante vuelve a lastimarle la conciencia: ¿a quién legará su biblioteca? Sus hijos no son lectores.

(De El fantasma de las cosas, Terranova, 2010)


domingo, 14 de febrero de 2021

La maldición de una red cantada, o el camino de las hormigas

 


Safariss

 

Al otro día Dugald los recoge en una limosina tan deslumbrante en lujos que la diva parpadea. La fama y la fortuna, en su caso, son un engaño, una conspiración de sus productores. Sus pertenencias cabrían en un rincón de la limosina de Dugald. Al cruzar los portones y salir a la carretera desierta ven un cobertizo techado con retazos mugrientos. Un viejo maldice y reparte su peso entre una lanza y una pierna.

Meriendan en un pent-house de blancura monacal, alquilado y decorado expresamente para deslumbrar a la pareja, ante una mesa donde se presentan con fingida sobriedad botellas de agua de los glaciares de Islandia, vinos y una docena de quesos artesanales franceses y españoles. El agua, los manjares, el champán, los claretes, se degustan de cara a la Bahía de Sydney. Larry, que come con el apetito antiecológico de un gigante, echa de menos unas lascas de jamón. Megan, abstemia con tendencias bulímicas, apenas mastica un queso cáustico con vetas azulosas, criado en un humilde hogar por unas manos envejecidas de trabajo y envejecido él mismo en una caverna enseñoreada por murciélagos bonachones.

Who was he, pregunta Dugald.

We call him Gumpilil, it´s a joke, we might as well call him Dugald.

Call me Dugald, ja, ja, dice Dugald.

Y nos maldice, susurra Megan con voz temblorosa, cada vez que cruzamos el portón. Nuestro parque ocupa una red de líneas cantadas. La songline de sus ancestros, el ant dreaming. Los Trevelyan interrumpen la línea de las hormigas. Desde luego, no sabíamos que al comprar la casa sellábamos una profanación, dice Larry con la boca llena. Olvidamos sumar los consejos de un encantador a los cálculos de los agrimensores. Hoy también lo maldijo a usted, murmura Megan.

Me encantan las maldiciones, me encantan los rituales. El proyecto que les propongo es un ritual, ataca Dugald.

Larry no disimula un bostezo. Ya conocen el concepto, esperan que el director aclare las condiciones restantes, discutido ya el asunto de los honorarios. ¿O es que le parece excesivo el precio de los actores?, pregunta Larry. Dugald se ofende. Él no piensa nunca en dinero, tiene TODO el dinero del mundo. Si quisiera podría vaciar los bancos de Suiza y le sobraría efectivo para comprar un planeta. No se le ocurre hablar de dinero, no sabe lo que es el dinero. Sí tiene la impresión de que a Megan le gustará la isla. Es una maravilla. Megan es otra maravilla; mujer e isla tienen que encontrarse.


martes, 19 de enero de 2021

 


Javier Sáez de Ibarra

"Vida económica de Tomi Sánchez"

Madrid: La Navaja Suiza, 2020

La paternidad. La novela del padre. Asedios a la figura del padre. Novela alegórica, personificación o animación de ideas. Arte de interpretar fragmentos.

¿Qué es "Vida económica de Tomi Sánchez"? En cada novela buena se lee la historia del género y sus transformaciones, pero Marta se niega a quedar atrapada en la cuestión de la identidad del artefacto. La deuda de la lectora es leer.

Artefacto sí, pero la palabra es fría y el libro no. En todo caso aquel reloj que al darle cuerda se mantiene en movimiento perpetuo y admite tantas variaciones y adiciones como aliento tengan autor y lectores.

Novela colectiva no sé si es, pues su autor es uno. Sí es coleccionista de voces y objetos encontrados. Aunque pensándolo bien tampoco es del todo la novela del autor. En ocasiones parece que el autor fue algo así como un médium, una hidra sensible poseída por voces que ocupan el aire en cualquier parte del mundo que conocemos, cotidianas, vacías, más bien ruidosas.

En la contraportada se lee que "Tomi" es una novela coral, es decir, social. De acuerdo, y cambia de tonos como un objeto se transforma, a lo largo de las horas, a la luz natural. Hermosa porque no parece del todo humana. Su forma abierta (podrían añadirse o quitarse capítulos casi al infinito) me recuerda los objetos que encuentro cuando paseo frente al mar Caribe, en una playa del sur de Puerto Rico. Tienen nombres comunes: caracoles, esqueletos de cangrejos, pedazos de corales, erizos. Admiten nombres porque tienen forma. Estructuras complejas que han tardado más años de los que yo tengo en fundarse, un poco al azar y otro poco por el comportamiento inevitable, aunque involuntario, de aquello que no es humano: el mar, la lluvia, el sol, las arenas, animales, vegetales. Geometría fractal, como el tema de Luis Othoniel Rosa. No las distinguen tanto las semejanzas sino las variaciones que raras veces notamos en las formas constantes.

Esta novela despega desde la fuerza de los libros anteriores del autor, y la multiplica. Tomi Sánchez, el protagonista, muere despedazado en los primeros capítulos, no sin antes dedicar buena parte de su tiempo a intentar cumplir su vocación auténtica: ser padre. Es un personaje casi marginal de su propia existencia, instrumento de un montón de trabajos y quehaceres: obrero, oficinista, escritor de aforismos, enamorado serial. "Vida económica de Tomi Sánchez" tiene varios ejes: es la novela del padre, la novela del dinero, la novela del capital, la novela del trabajo enajenante, la novela de la guerra, la novela de un visionario.

La novela del padre es un relato de heroísmo. Tomi pasa las noches deshaciendo lo que sus hijos e hijas aprenden en la escuela. Los lleva a recorrer las calles de la ciudad y los invita a ver e interpretar sin los lentes de la pedagogía bancaria. Ejercer la paternidad, en su caso, es lo contrario de aceptar la ley brutal del padre autoritario, porque Tomi se empeña en revocar los miedos, idioteces, limitaciones y docilidad que los niños han aprendido fuera de su órbita. Es padre de alegorías. Sus hijitos se llaman: Vigor, Libertad, Pasión, Energía, Salud, Voz. Figuras libertarias que provienen de una ética de tradición radical.

La alegría de los niños abre respiraderos en el infierno de una trama de horrores que pasan por normales: el asedio sexual a una joven en un cóctel de autores y editores; el accidente del obrero que pierde un brazo y se enfrenta a la mezquindad de la poca importancia de sus derechos ante las instituciones, como si lo peor de morirse fuera que una buena muerte es imposible.

"Vida económica de Tomi Sánchez" me recuerda otra novela: "La troupe samsonite", de Francisco Font Acevedo. Impresionan las coincidencias entre dos libros rarísimos, incluso por el contraste de un rasgo que las distancia: en la novela de Francisco la orfandad de unos niños abandonados por el padre; en la novela de Javier las inquietudes de la responsabilidad paternal.

El cuerpo del padre, trabajador de día, desfacedor de entuertos en los paseos nocturnos, miembro de una brigada clandestina que es más bien una brigada de artistas insurrectos, padece de agotamiento, aunque la sexualidad sigue siendo posible los fines de semana cuando no hay fútbol. Por la novela desfilan sus numerosas parejas. Cuando se cansan de sus vuelos imaginarios y su poca atención al orden doméstico, se liberan de él, sin dejar de apreciar alguna virtud suya. Mujeres y amigos pagan la cremación del cadáver de Tomi en un capítulo donde el animal de una barbacoa se confunde con los restos del hombre. Escena que, como muchas del libro, cruza umbrales entre tonos de historia sagrada, tragedia arcaica y comedia contemporánea de la imbecilidad humana. No hacen falta los caballos parlantes de Orwell para representar la granja de animales domésticos que el régimen del capital engendra y devora. Ser padre también sirve a la máquina. Proletario es quien tiene prole, el que alimenta la máquina del trabajo con sus carnes.

Parecería que la novela desconfía y se ríe de la literatura, de la moralidad frágil de sus personajes, de la cultura de la biblioteca y de la cultura toda, desplazada como un niño que, asfixiado por su cordón umbilical, no ve la luz. Incorpora textos descontextualizados de su apacible sueño en la cultura letrada, como un poema de Vicente Aleixandre en el capítulo de las operaciones de una brigada clandestina que hace obras de belleza, mientras denuncia la precariedad del "sistema"; o la cita intervenida de una elegía de Rilke (donde decía ángel se dice dinero, o poder). Víctor Serge, Vallejo y Joyce pasan a saludar, e incluso Juan Ramón Jiménez invoca a la inteligencia, que jamás podrá dar con el nombre exacto de las cosas.

Pueden deslumbrar un lirismo de salmo, o una alucinación visionaria, cuando no se liberan las voces animales de una gritería en familia, o los lugares comunes de cualquier reunión de humanos que matan el tiempo aunque sea lo único que tenemos, pero ya se sabe que matamos aquello que no sabemos querer. Y siempre con esa calidad que junta el sentido común con lo onírico en una especie de traducción a la inversa; y es así porque desmontar la figura del padre o las pretensiones del obrero que quiere ser padre, o el culto feroz al dinero en seres que apenas alcanzamos a ver el celaje del dinero, equivale a desmontar la cultura occidental, digamos que al menos esa.

Tomi, padre de alegorías, es un personaje de relato bíblico, con una conciencia de la que carecen muchos de su grupo, pero capaz de atrocidades en cuanto el deseo de poder lo domina. No obstante, su círculo de amigos y cómplices y mujeres agobiadas reconocen cierta excepcionalidad en él: su ternura.

Será esa ternura extraña una antagonista del deseo de muerte. Se advierte en las luchas de todo tipo, las que nunca se transaron: la igualdad entre géneros, la derrota del privilegio, y de la explotación de la naturaleza. En todo caso Tomi, el ordinario, no es ordinario. Es un sujeto que admite formas plurales, pues toma de, o se deja tomar, por fantasmas de los clásicos, de las vanguardias, del comunismo, de la patrística, de una fe religiosa imposiblemente católica, puesto que no reconoce autoridades.

Novela episódica, novela mural y moral, de muchas voces, sin falacias patéticas. Novela situada en su lugar y tiempo. Se escribe en la España de la segunda década del siglo XXI y desde el gran escenario político de la calle. La calle es escuela de masas y granero de alegorías. Es por eso una novela de múltiples adherencias, casi como un objeto natural al cual se suman transeúntes, un caracol sagrado y sufrido, lleno de trazos de fósiles que el mar fabrica y devuelve. Un enigma, una puerta a lecturas alegóricas, ese género tan antiguo y tan moderno. La novela es posible cuando da forma a nuestras maneras de organizar, malgastar o entender y sacrificar lo poco que tenemos: la vida en el tiempo.

A propósito del final: escojo otro, porque me parece que el principio de construcción del libro me lo permite y si así no fuera tendría que imponerse la voluntad de la lectora. Sé que a pesar de sus transgresiones formales el libro es ya un objeto sólido, un soporte, y que merezco el dolor de la nota cruel por mi excesivo sentimentalismo y afición a los finales, si no felices, al menos resistentes. Por eso escojo otro final, tomado del libro mismo.


Eso no quiere decir que el final determinado por el autor no sea perfecto. Lo es, es el cierre perfecto. Sobresalta. Qué más se puede pedir de un final.

Pero yo escojo otro final. O dos. O tres. El personaje que entra en una onda de conciencia dilatada llamada dios en su mínima terraza de barrio pobre; el capítulo de los abuelos combativos, viejos comandos que se vengan contra las injusticias y echan alas, pues a su edad la cárcel no es para tomarla en serio (aunque siempre lo es); los paseos nocturnos del padre de alegorías.

Bienvenida sea la áspera belleza de un objeto trabajado con la intensidad de las fuerzas marinas. Se puede leer alterando el orden,, como los libros que se armaban encuadernando manuscritos de diversos orígenes. Cabría añadir capítulos, o dejarlo quieto, que repose. Celebrarlo como una novela de su tiempo, tan propicio para alegorías literarias; libre de hipocresías y paños tibios, violenta, pero sin el abuso de la violencia como moneda de cambio, puesto que en este libro el dinero se ha expulsado del templo. Existe porque su autor ha querido y podido disfrutar del gozo de escribir en un tiempo liberado por él y por los suyos.

Marta Aponte Alsina

Puerto Rico, 18 de enero de 2021


Primeros párrafos

Recuerdo cuando recibí el envío de mi sobrina. Leí su letra en una nota breve: quizás me interesaría conservar aquellas cartas. No pensé en ...