martes, 2 de diciembre de 2008

Bessie y las madres (páginas de una novela)



Allá la madre con sus lamentos. Allá las muertes de las madres. La madre merece una novela. Será una novela larga. Pero este cuento es de Bessie Smith. No recuerda cómo supo de Bessie Smith, qué la llevó de la garganta de Mítchel a la garganta de Bessie. Un golpe de sangre sería. La sangre de Bessie es parte de las aguas universales que son las mismas desde el principio del mundo.

Bessie Smith murió desangrada. Viajaba en automóvil por el Deep South y tuvo un accidente. No quisieron admitirla en un hospital de blancos. O sí, la admitieron, pero no había sangre de negros y los médicos se negaron a hacerle una transfusión de sangre blanca. Dejaron que se desangrara. Hasta que derramó la última gota con un suspiro espantoso. Después los enfermeros echaron la sangre al río y desinfectaron el quirófano. Antes de morirse nació en Chatanooga, en un barrio abundante en las pestes de la pobreza. Fue en 1892, dos años antes del alumbramiento de Silvinia Baker en Milparinka, Australia. Bessie andaba descalza. Se limpiaba las plantas de los pies en el agua que su hermana botaba después de lavar varias veces los tres platos de latón que constituían la vajilla familiar. Lavaba en agua de lluvia su único traje, que se le fue encogiendo encima. Era un trajecito con cuello de marinero, no se lo quitaba nada más que para lavarlo. Su padre, un religioso fogoso, murió predicando la palabra. Su madre se apagó con él.

Bessie y sus hermanitos quedaron al cuidado de una hermana mayor. Sus hermanos la violaron más de una vez. No se daban cuenta, dormían juntos. La niña aprendió a abortar y a cantar como otras niñas aprenden a ser niñas.

Cantando y abortando pasó de las calles a los cabarets. Se casó con un hombre y amó a varias mujeres. Compró un tren. Si pudiera llegaría a la puerta del Cotton Club en su tren decorado de rojos terciopelos, pero apenas tiene cabida frente al club la alfombra roja por donde su garganta se desliza. Es gorda, un pajarón en zapatillas. Le sigue su amante, la quinceañera, Diva.

Para Bessie la injusticia es más habitual que la loción de estirarse las pasas. A diferencia del musculito de Mítchel, su corazón es enorme. Cuando abre las compuertas sale un diluvio capaz de limpiar la mierda de 3,000 establos. Para ella todos los días son de culto dominical, como si acabara de cerrar los ojos de los muertos y todavía le sobrara aire para seguir cantando.

(De Lunáticos, novela inédita)

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