Para
Félix Jiménez
Se inmoviliza boca arriba, arropado
hasta el esternón, con las manos cruzadas sobre el pecho. No quiere despertar a
su mujer. Floss tiene el sueño fácil, pero liviano. El cuerpo de Floss se
comunica con el suyo por las vísceras. Vísceras
tosedoras. Coughing entrails. In Rutherford summer is a sunny summons to Ruth
and Ford. Así, de cara a la sombra de las ramas en el
techo, trata de no pensar que dentro de unas horas caerá en un remolino de
actividades, entre ellas, la expulsión de su madre.
El doctor escribe a toda hora. Cuando
no tiene papel memoriza apuntes que luego anota. Su mente es un intestino
irritado. Trae un niño a la luz y escribe. Corta un tumor y escribe. Extirpa
amígdalas y escribe. Receta para el sarampión y escribe. Rasguña sobre el rojo
y el número cinco y las violetas. Memoriza hasta veinte frases escuchadas en
las aceras o en las farmacias o en la sala de partos y uniéndolas sin
maquillarlas, sin molestarse en que rechinen por su desconexión, escribe un
párrafo de novela.
De noche, en el ático, escribe. Cierra
los ojos y escribe entre el bochorno y la furia. Se hunde en el desasosiego y
escribe. Odia las mulas de carga que son sus pacientes miserables, hasta que de
golpe, en el hombre más vil, descubre el deseo, la única virtud posible en la
pobreza. Y escribe.
Raras veces lo hace en el cuaderno
rojo que le regaló una de sus pacientes respetables. Alguna vez lo usó y de los
dedos le salía mierda. Cuando trabaja en casa prefiere la Underwood del ático o
la LR Smith colocada en una tabla que puede subirse y ajustarse, adosada al
escritorio de su oficina residencial. Floss se mueve y suspira, abrazada a la
almohada. Quizás le convenga una friega con el bálsamo nervino que a veces
prepara el boticario según la receta que Carlos trajo de Austria, donde estudió
una temporada en un hogar para enfermos mentales. Entre tratamientos
despiadados, alguna vez se atrevían a acariciar la carne de los pacientes.
“Poema para locos”
Ungüento de tuétano 175 gramos
Aceite de almendras 60 gramos
Aceite alcanforado 225 gramos
Esencia de romero 4 gotas
Esencia de clavos 15 gotas
Tintura de tolú 5 gramos
Alcohol 30 gramos
(clavos de especie, tolú del Perú,
almendras en los álamos del peregrino)
Estar en poesía es cortar sin
necesidad de navajas. Lo susurra y la frase se mece en la sombra de las ramas
danzantes como quien sobrevive a una guerra y piensa que solo le quedan unos
segundos, el alma atada por un hilito al
cuerpo inerte. Cuando muere un niño todo cae. Del médico depende que no mueran
los niños. De él depende que su madre no sufra, que la memoria de su padre
muerto no se disuelva en la indiferencia. De él depende que los Estados Unidos
de América se reconozcan en el espejo de las voces que él escucha.
La Underwood del ático tiene horarios
fijos. Años atrás los niños de la casa, sus hijos, los nietos de Raquel, se
quedaban dormidos arrullados por golpes de teclas. No siempre, pero casi
siempre, la música de las teclas suena acompasada y lenta. Los golpes de los
dedos del padre expresan la alegría del padre y nada le sucede a un niño si su
padre es ante todo, un hombre feliz de conciencia limpia. Pero a veces los
dedos atacan la Underwood con golpes feroces, como los campesinos a sus bestias
de carga. Con la rabia de una bestia de carga que destroza a otra bestia de
carga. Y los niños sueñan que se cae el puente. Cuando el padre no es bueno,
los niños se desvelan, se orinan en las camas, tiemblan.
William Carlos escribe porque piensa,
con candor, que en su oído se aposenta el lenguaje americano, el lenguaje del
continente, y que ese lenguaje podría ser lo más parecido a una máquina, a un
automóvil, si no fuera porque las máquinas son coherentes, y el lenguaje
americano es más afín al corcho que en las tabernas recibe los dardos de los borrachos
O a una puta que acoge leches universales. Escribe porque es importante darle
alma a los automóviles. Y a los trenes. Es un hombre abierto, sus nervios se
resienten. El poema es un consuelo, el inhalador del asmático. Es un hombre
abierto, pero ha sabido modular y afinar y controlar el tránsito de las voces y
el toqueteo de los espíritus.
(De Raquel en Rutherford, novela inédita) ©
Marta Aponte Alsina
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