domingo, 13 de julio de 2014

Carlos escribe



Para Félix Jiménez

Se inmoviliza boca arriba, arropado hasta el esternón, con las manos cruzadas sobre el pecho. No quiere despertar a su mujer. Floss tiene el sueño fácil, pero liviano. El cuerpo de Floss se comunica con el suyo por las vísceras. Vísceras tosedoras. Coughing entrails. In Rutherford summer is a sunny summons to Ruth and Ford. Así, de cara a la sombra de las ramas en el techo, trata de no pensar que dentro de unas horas caerá en un remolino de actividades, entre ellas, la expulsión de su madre.

El doctor escribe a toda hora. Cuando no tiene papel memoriza apuntes que luego anota. Su mente es un intestino irritado. Trae un niño a la luz y escribe. Corta un tumor y escribe. Extirpa amígdalas y escribe. Receta para el sarampión y escribe. Rasguña sobre el rojo y el número cinco y las violetas. Memoriza hasta veinte frases escuchadas en las aceras o en las farmacias o en la sala de partos y uniéndolas sin maquillarlas, sin molestarse en que rechinen por su desconexión, escribe un párrafo de novela.

De noche, en el ático, escribe. Cierra los ojos y escribe entre el bochorno y la furia. Se hunde en el desasosiego y escribe. Odia las mulas de carga que son sus pacientes miserables, hasta que de golpe, en el hombre más vil, descubre el deseo, la única virtud posible en la pobreza.  Y escribe.

Raras veces lo hace en el cuaderno rojo que le regaló una de sus pacientes respetables. Alguna vez lo usó y de los dedos le salía mierda. Cuando trabaja en casa prefiere la Underwood del ático o la LR Smith colocada en una tabla que puede subirse y ajustarse, adosada al escritorio de su oficina residencial. Floss se mueve y suspira, abrazada a la almohada. Quizás le convenga una friega con el bálsamo nervino que a veces prepara el boticario según la receta que Carlos trajo de Austria, donde estudió una temporada en un hogar para enfermos mentales. Entre tratamientos despiadados, alguna vez se atrevían a acariciar la carne de los pacientes.
 
“Poema para locos”

Ungüento de tuétano 175 gramos

Aceite de almendras   60 gramos

Aceite alcanforado  225 gramos

Esencia de romero   4 gotas

Esencia de clavos   15 gotas

Tintura de tolú 5 gramos

Alcohol  30 gramos

(clavos de especie, tolú del Perú, almendras en los álamos del peregrino)


Estar en poesía es cortar sin necesidad de navajas. Lo susurra y la frase se mece en la sombra de las ramas danzantes como quien sobrevive a una guerra y piensa que solo le quedan unos segundos,  el alma atada por un hilito al cuerpo inerte. Cuando muere un niño todo cae. Del médico depende que no mueran los niños. De él depende que su madre no sufra, que la memoria de su padre muerto no se disuelva en la indiferencia. De él depende que los Estados Unidos de América se reconozcan en el espejo de las voces que él escucha.

La Underwood del ático tiene horarios fijos. Años atrás los niños de la casa, sus hijos, los nietos de Raquel, se quedaban dormidos arrullados por golpes de teclas. No siempre, pero casi siempre, la música de las teclas suena acompasada y lenta. Los golpes de los dedos del padre expresan la alegría del padre y nada le sucede a un niño si su padre es ante todo, un hombre feliz de conciencia limpia. Pero a veces los dedos atacan la Underwood con golpes feroces, como los campesinos a sus bestias de carga. Con la rabia de una bestia de carga que destroza a otra bestia de carga. Y los niños sueñan que se cae el puente. Cuando el padre no es bueno, los niños se desvelan, se orinan en las camas, tiemblan.

William Carlos escribe porque piensa, con candor, que en su oído se aposenta el lenguaje americano, el lenguaje del continente, y que ese lenguaje podría ser lo más parecido a una máquina, a un automóvil, si no fuera porque las máquinas son coherentes, y el lenguaje americano es más afín al corcho que en las tabernas recibe los dardos de los borrachos O a una puta que acoge leches universales. Escribe porque es importante darle alma a los automóviles. Y a los trenes. Es un hombre abierto, sus nervios se resienten. El poema es un consuelo, el inhalador del asmático. Es un hombre abierto, pero ha sabido modular y afinar y controlar el tránsito de las voces y el toqueteo de los espíritus.

(De Raquel en Rutherford, novela inédita) © Marta Aponte Alsina

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