para Cesar J. Ayala
Acercarse a un monumento con la intención de
añadirle una mano de escritura inspira el deseo de relacionarse con las manos hábiles
que su lectura provocó en otro tiempo. El monumental tema del
azúcar, sus industrias y productos, es rico en lectores. En los días de escribir este libro tuve varios encuentros con una de ellas: Muriel McAvoy. No
la conocí; mi simpatía tiene algo de la fascinación
perdurable y desinteresada que inspiran los personajes literarios. No he visto
fotos de la Muriel que vivió una temporada en esta tierra. Quizás con
la ilusión de recordarla construyo su imagen usando piezas de mi repertorio de
materiales engañosos, prejuiciosos, inexplicablemente archivados en el caos de
la memoria. Imagino a una mujer alta, de huesos grandes, de apariencia
atlética. La veo inclinada sobre una mesa cubierta de papeles que va repasando con
sus manos enguantadas de investigadora de archivos.
Muriel nació en 1917. Cursó estudios
doctorales en Boston, pero no en Harvard, sino en Boston College. Fue
profesora, pero no en Harvard, sino en Fitchburg State College. Publicó su
libro, Sugar Baron: Manuel Rionda and the
Fortunes of Pre-Castro Cuba (al que dedicó años de hurgar en los
archivos en la Universidad de Florida y otros tantos a su ardua redacción) en 2003, a la edad de 84 años. Había quedado viuda de su
segundo marido, George Lavan Weissman, en 1985. George, uno de los olvidados de
la olvidada izquierda estadounidense, fue un militante socialista prominente,
fundador del Socialist Workers Party y apoderado del legado escrito de León
Trotsky en Estados Unidos. No puedo seguir el hilo de su laberinto, más allá de
lo anotado, y de consignar que buena parte del tiempo dedicado por Muriel al
libro sobre los azucareros cubanos coincide con los años posteriores a la
muerte de su compañero y con la ingrata etapa de su propio envejecimiento
desacompañado. En una entrevista sobre el campo de los estudios del azúcar, Muriel comentó que el tema le interesaba
desde sus estudios graduados y que su disertación doctoral trataba sobre la
industria azucarera antes de la guerra civil estadounidense, con particular
interés en el mercado del azúcar en Boston y las ramificaciones internacionales
de la mercancía. Las estratagemas
políticas, los asuntos comerciales, las intrigas internacionales y el factor
cultural “made for interesting research and great writing”. Los grandes personajes
de la historia del azúcar, los que brillan con estatura novelesca, pueden ser los
más intrigantes, los burgueses poseídos por el afán de lucro y el consumo extravagante
de mercancías de lujo. La historiadora los narra en un lienzo minucioso que forma parte
de la gran novela del azúcar en Cuba y las Antillas.
Muriel McAvoy murió
en 2007, en Concord, New Hampshire (escribo esta oración en el año 2016, así que siempre habrá una grieta entre ella y sus lectores). Partió en
estado de soledad, al punto de que se publicó un edicto en el periódico de
Concord dando noticia de su muerte e inquiriendo si tenía herederos y
acreedores.
Supe de Muriel
siete años después, en 2014, gracias a César Ayala, autor de un libro importante
sobre el azúcar: American Sugar Kingdom.
César me envió un artículo de McAvoy: “Early United States Investors in Puerto
Rican Sugar”, leído en la décimo cuarta conferencia de la Asociación de
Historiadores del Caribe, reunidos en San Juan entre el 16 y el 21 de abril de
1982.
La generosidad
y el rigor de McAvoy se advierten en el gesto de dejar pistas de interés tangencial no solo para sustentar sus pesquisas, sino que también para alentar a que otros investigadores
les siguieran el rastro, como la nota sobre los tres depósitos en el mundo
donde se conserva el primer periódico en inglés publicado en Puerto Rico: The San Juan News. (A propósito de The San Juan News, anotó Muriel que lo
fundó Hobart S. Bird, nativo de Wisconsin, y que existe una colección
microfilmada con varias páginas ilegibles en la Colección Puertorriqueña de la
UPR en Río Piedras, otra en la Biblioteca del Congreso que no puede consultarse
por su estado de deterioro y una tercera depositada en la State Historical
Society de Wisconsin.) Su regalo a una interlocutora invisible me comunica el fondo esperanzado en la soledad de la
investigadora que no escogió temas de éxito, sino asuntos relativamente
aislados del interés de los estudiosos estadounidenses, como la monografía
citada sobre Puerto Rico.
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