miércoles, 7 de mayo de 2008

San Juan en la literatura (2)


Fundaciones

Que ... vayais a dicha isleta e trazen el mejor sitio de lo que os paresciere la dicha ciudad e trazeis la Yglesia ancha, segun e de manera que pueda caber en ella mucha gente, porque confiamos en Nuestro Señor que su población ha de ser una de las señaladas de sus partes.[1]

La carta de los frailes jerónimos a propósito de la ciudad de San Juan es el primer documento de instrucciones para la planificación de una ciudad europea en America.[2] Parece tanto un exorcismo para conjurar los males que habían atribulado a los pobladores de la primera capital, Caparra, como una cura en salud. Repite el tono de otras cartas y crónicas que forman el corpus inicial de la literatura latinoamericana, y que suelen relacionarse con cierta inclinación de ésta a las escrituras utópicas e incluso fantásticas.

Medio siglo después se redacta la llamada Memoria de Melgarejo (1582), en respuesta a un cuestionario enviado por Felipe II. Uno de los autores fue el nieto del conquistador Ponce de León, el presbítero que adoptó el nombre de su abuelo. La Memoria nos acerca a un país sumido en la perplejidad de la leyenda, hundidas sus raíces en frescas creencias paganas. La ceiba del río Toa, a cuya sombra, donde se encuentran ídolos indígenas, se ha construido una ermita cristiana, es el arquetipo de una simbiosis.[3] Al describirla, se inmiscuyen en el discurso oficialista las voces de la murmuración, el chisme, el juego, la fábrica de leyendas y sus métodos contrabandistas de circulación, un circuito más rico que el de las mercancías tributables.

Algo comparable sucede cuando, cuatrocientos años más tarde, Cayetano Coll y Toste transforma en leyenda la crónica de San Patricio, patrón de la yuca. Coll y Toste fue un narrador “con garra”, médico e historiador oficial. Tal confluencia de oficios confirma la idea de Toynbee que sirvió de base al sistema de las eras imaginarias, propuesto por Lezama Lima: la historia emplea por necesidad la técnica de la ficción.[4]

La poesía épica, fusión de la crónica con el decir intemporal de la leyenda, realza la grandeza de los conquistadores elogiando el valor de los vencidos. El respeto al enemigo muerto y a sus ciudades arrasadas es una de las claves de la épica latinoamericana, un género que empieza a fraguarse a la vista de la primitiva catedral de San Juan de Puerto Rico, vulnerable embrión de ciudad en 1528, cuando pisó sus caminos de tierra siendo todavía un niño Juan de Castellanos. Este personaje, autor de Elegías de varones ilustres de Indias (1589), el poema más largo en lengua castellana; aventurero, soldado, traficante en perlas, sacerdote e iniciador de la literatura castellana en suelo americano junto a Alonso de Ercilla, su amigo personal y editor de su obra, abandonó la prosa por el verso al comenzar a escribir sus memorias como quien se cambia a una ropa más incómoda en busca del rigor. En Puerto Rico (acaso también en Santo Domingo) oyó directamente de los últimos contemporáneos de Ponce de León el quimérico relato del traslado de Caparra a la isleta:

Con el primer consorcio castellano,
bien lejos de la mar y malos puestos,
la Caparra fundó, pueblo mal sano,
donde todos andaban indios puestos;
al cual mucho después le dio de mano
y le buscó lugares bien compuestos,
junto de Bayamón, que lo bastece,
y donde de presente permanece,

Son sus vecinos gente bien lucida,
nobles, caritativos, generosos;
hay fuerza de pertrechos proveída,
monasterios de buenos religiosos,
iglesia catedral muy bien servida,
ministros doctos, limpios, virtuosos.
Fue su primer pastor y su descanso
aquel santo varón Alonso Manso.[5]

En las Antillas tejió la imaginación épica el arquetipo del conquistador, siendo Juan Ponce, primero entre iguales, (“pues tuvo, como fue cosa notoria, en muy menos la vida que la gloria”) [6] el fundador renuente de la ciudad que lleva su nombre. El proceso histórico se cierra con broche de leyenda en la misma ciudad que había sido punto de partida de la Conquista de Tierra Firme, así como punto de fuga donde ondeó por última vez en suelo americano la bandera de España.

El carácter trágico y circular de la Conquista dio forma en el siglo pasado a un libro formidable y extraño de Emilio Belaval. Cuentos de la plaza fuerte parece una reposición escénica de la memoria de España en América añorada por los coetáneos de Belaval. Sin embargo, el relato “Leyenda” trasciende la cronología histórica y la nostalgia reaccionaria para crear una densa mixtura de tiempos. Su personaje, descendiente de conquistadores, regresa al punto de partida, una fantástica mansión solariega, museo de riquezas americanas, en la plaza fuerte. Más que la influencia de España en América, el relato plantea el impacto de América en España: la que se despide es una España avasallada por los conquistados; la ciudad de sus descendientes convertida en un estado mental, en una comarca del sueño.

La calle del Sol, donde ubica la mansión increíble, es “un corredor místico disparado hacia el cielo a tiro de casamata”. [7] Extraña calle, rarísima casa, piensa el criollo. “Le parecía imposible que una calle tan española como aquella formara parte del mundo americano. El latido vibrante, la gran presencia fluídica, el canto vivo de la selva americana, estaba como sepultado en el fondo de la tierra….”… “La única pieza indescifrable del museo era un gigantesco muñeco, sentado sobre unas piernas enanas, que parecía escapado de un sueño barbárico… En la penumbra se convertía en un pequeño monstruo rencoroso. Cuando un rayo de luz lograba alcanzarlo era como un cuerpo transparente que devolvía paisajes y colores fantasmales…”

El fantasma de la presencia indígena en la ciudad invade al texto, construido monstruosamente por adiciones y enlaces tendidos a fuerza de pura voluntad narrativa. Esa escritura de la ciudad es el portal hacia una dimensión escamoteada por las épicas de la Conquista. Por ella se cuela, en las estructuras del poder la versión del otro, en respuesta a la versión propuesta por los conquistadores, la cual se equivoca desde su primera escala: el oído del primer estudioso europeo de las culturas precolombinas, Fray Ramón Pané. El testimonio del intérprete Pané sobre la cultura y los dioses taínos, que nos llega en una versión traducida del italiano, es ejemplo de lo que por definición sólo puede conformar un equívoco fascinante: la traducción de una traducción. (Fray Ramón Pané. Relación acerca de las antigüedades de los indios. México: Siglo XXI, 1984).

Los derrotados conquistan en el plano de la imaginación lo que no alcanzaron en el espacio del poder, a pesar de que el Inca Garcilaso subsanó con la escritura la agrafia de sus antepasados, sacando del corazón a la mano los relatos fundacionales inmersos en el mito, de dura comprensión para el oído castellano, como si fueran traducciones de una lengua no escrita a un español inédito. El ídolo indígena de Belaval, primo incaico del Chac Mool del relato de Fuentes, manifiesta la imposición definitiva del otro monstruoso. La criatura se subleva para devorar a su creador, una inversión del tiempo desolador, pues en este núcleo mítico son las criaturas emergentes del gesto de la fundación de la ciudad quienes incorporan al “padre”. De manera semejante la ciudad habrá de rebasar la regla dorada del humanismo, la relación armoniosa con la naturaleza.

En el principio, pues, están la palabra y sus impenitentes afanes utópicos, pero también los sucesivos abortos de ciudad mencionados por el nieto de Ponce de León y Antonio de Santa Clara cuando reseñan el primer despoblamiento de San Juan a sesenta años de su establecimiento. Sobrevivir requiere mucha fe y un exagerado optimismo. Como en un anuncio para promover el turismo, se habla de los edificios e instituciones principales y de las casas de “tapiería y ladrillo”. Para subrayar la permanencia de un proyecto tan acosado por el infortunio desde sus comienzos, se destacan la solidez y composición de los materiales de construcción de la ciudad (“barro colorado, arsénico y cal y tosca de piedra, hazese tan fuerte mezcla desto ques más fácil romper una pared de cantería que una tapia destas”).[8]




[1]. Sepúlveda Rivera, Aníbal. (1989): 48-49.
[2].Ibid.: 48.
[3]. “Es tan grande que la sombra que haze al medio día no ay ningún hombre que con una bola como una naranja poco más pueda pasarla de una parte a otra. Y un brazo della atraviesa todo el río de la otra parte... Y huvo un carpintero llamado Pantaleón que hizo hazer y lo empezó en el gueco del árbol socabándole una capilla y poner altar en que se diese mysa... Fue en tiempo antiguo avitación de yndios y ansí se halla alrededor dellos algunos zemyes pintados en piedra allí cercanas que son ydolos de los yndios que entonces adoraban en este río.” Ponce de León y Garci Troche, Juan. (1996): 4.

[4]. Ver Chiampi, Irlemar. Nota a Lezama. La expresión americana. Mexico, Fondo de Cultura Económica, 1993: 55.
[5]. Castellano, Juan de. La elegía sexta. San Juan, Editorial Coquí, 1971: 78.
[6]. Ibid.: 73.
[7]. Belaval, Emilio. Cuentos de la plaza fuerte. Río Piedras, Editorial Cultural, (1977): varias. La primera edición de este libro es de 1963 y fue publicada en Barcelona por Editorial Rumbos.
[8]. Ponce de León y Garci Troche. Op. Cit.: 8.

3 comentarios:

EMILIO DEL CARRIL dijo...

¡Felicidades! Excelente blog.

Emilio

Recomenzar dijo...

me gustan tus lineas tu escrito es diferente. te invito a compartir desde el otro lado de mí

Hilda Vélez Rodríguez dijo...

Marta:

Soy tu lectora.

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