En ausencia de la madre, ante
la indiferencia del padre, los niños han inundado la sala de juguetes. Ninguno les
satisface; ni los trenes, ni los osos hormigueros de peluche, ni los libros
ilustrados, ni los canguritos amaestrados, ni los microscopios, ni los
camiones, ni las canicas, ni el Play Station, ni las ametralladoras, ni los
puñales de goma. Falta el que importa, el ausente, el dios único, un solo dios:
una horqueta de madera encontrada, pulida con la navaja de Larry, hecha arma
con una gruesa tira de goma.
Prohibido tirarles a las
golondrinas.
La dejaron sobre la mesa de
madera oscura. No aparece. Megan tiene la gracia de encontrar objetos perdidos.
Es un don extraño. Ahí está la honda, dentro del plato chino, el del dragón de
ojos colorados. Gracias mamá, prohibido tirarles a los ruiseñores, a los
gorriones, a las golondrinas y al dragón.
De vuelta a la carta de Dugald.
El director se entusiasma:
“Los lugares son hijos de la
imaginación de sus ocupantes; en los espacios
dormitan las cos….,
……………………..
…….arlos,
marcarlos de pie y palabra.
“Los ancestros de la humanidad
fueron seres sobrantes de las ruinas de otros mundos. Entre ellos hubo villanos
de película. (Where have I read this?)
“También caminantes que en cada
lugar dejaban una forma, inventaban una palabra, hacían brotar una especie. A
su paso y a sus cantos emergieron de la tierra helada y de las aguas oscuras
los pájaros, las nubes, los ornitorrincos, los murciélagos, las alimañas que ya
no dependieron más de la vitalidad de sus creadores. Y los astros muertos,
entre ellos la luna, que nació berreando cuando la tierra abrió las patas. (¡!)
“La tierra es una red de líneas
invisibles. Todos los narradores del planeta están atados a esas líneas. Sus
imágenes cortadas se cocinan en la olla podrida de los sueños. Lo que alguien
imagina resuena en otra cabeza desprevenida.
(Well…)
“Los narradores nómadas llevan
la memoria en los pies. Nada repara mejor las líneas del canto. Pero las
guerras, las fronteras, los profanadores, impiden el paso. Las líneas están
cortadas”.
Qué falta de originalidad
insistir en los orígenes. Megan nació en un país robado a la esperanza original
del nómada. Las palabras de Dugald le son tan familiares como los dientes de
sus niños. Ha muerto y resucitado muchas veces. Ni idea tenemos de lo que
piensa cada vez que su cara de máscara se refleja, sin mirarse, en los espejos.
A ratos la felicidad la muerde en la humilde frecuencia de una honda tensada.
Otras veces, cuando supera el insomnio y los niños dan señales de una evolución
normal y el día se le va en unos pocos gestos idénticos, abre la puerta del
retrete, le ofende la fetidez del adorado marido, se enferma como el espíritu
que vaga por el aire mutilado de historias. Siente la enfermedad en las
articulaciones, en una jaqueca repentina, en un barrito que invade la piel
sedosa. Efectos de la maldición.
El aborigen custodia una maldición.
Según él, la casa de Megan Trevelyan está maldita. Cada vez que laten los
corazones de sus habitantes se estremece el origen de un lugar sagrado. Las
sombras de los Trevelyan, padres e hijos, interrumpen la línea cantada de las
hormigas. Las maldiciones no mienten, la casa está maldita. Para colmo Megan y
Larry construyeron una planta en forma de cruz. En el centro se ubica la sala
amplia, en los cuatro extremos los dormitorios, la sala de proyección, la
cocina y el comedor, la sala de música. En una cabaña flotante como una mota de
polvo en el parque de cinco hectáreas sembradas de eucaliptos, está la oficina
de Megan. Es su refugio. La puerta de la cabaña abre directamente a un arriate
de margaritas silvestres, gencianas blancas con estrías azules y la risotada
amarilla de un puñado de Billy Buttons. El jardín propio se encuentra a
diecisiete deslizamientos de serpiente de la piscina. Megan detesta los ángulos
rectos.
Una de las paredes y el piso
son de cuarzo translúcido. Regados por el ámbito fosforescente, un caos de
hojas de papel y objetos encontrados en el recorrido del parque. El jardinero
no los toca. Sabe que a ella le gusta coleccionar,
una pluma color hábito de
franciscano,
una semilla cráneo de reptil.
Mientras lee se muerde las
uñas.
Junto a la piscina, en el
parque expuesto a las maldiciones de los aborígenes que se alternan en
vigilancia ante los portones, holgazanean los hombres de la familia.
¿Where is mom?, dice el menor,
que ha dejado los pedazos del plato del dragón sobre la mesa del comedor, y se
entretiene tirando piedritas al agua.
Leyendo, contestó Larry.
Leyendo, está leyendo.
Lo más difícil es el final. No,
lo más difícil es el título. Al director se le ocurren muchos. Polvo fugitivo. Una
línea imaginaria. The Other Songlines. El nacimiento de Selene. Lunáticos. Jazz
de lo imposible. Alunizajes. El fantasma de las cosas. ¡Sin nombre, nombre
pendiente! Concepto de Shivaji Dugald Tagore. Mitografía musical. Amalgama de
mitos creacionistas nómadas realengos.
Las cosas fijas, las casas, las anclas, todo lo que echa raíces
aburre.
I guess we like a bit of chaos, don´t we.
Qué pensarían los que la
maldicen de Megan Trevelyan disfrazada de luna. Añadirían tormentos. Además de
ocupar tierra sagrada esta blanca quiere ser yo.
(capítulo de El fantasma de las cosas, de Marta Aponte Alsina)
2 comentarios:
Esta escritura obceca y aparece de un modo impresionante, indeterminado, tan poético. Marta. Me da mucho gusto leerte. Cómo consigo este fantasma? Saludos.
Mara, la versión electrónica se consigue en Amazon, libros en español. Gracias.
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