Vicente Luis Mora (Córdoba, España, 1970) es poeta,
narrador, ensayista y profesor universitario –ahora en Brown University– y ha sido director del
Instituto Cervantes en Marrakech y Albuquerque. Cuando tenía 33 años publicó la
primera edición de Circular, (Plurabelle,
2003) un libro imposible de ubicar en un género literario que no sea el
libérrimo de la novela y en un subgénero muy particular; el de las novelas sobre
ciudades –espacios reales que son, a su vez, los lugares literarios por
excelencia.
Entre ciudad y novela, entre mapa y libro, hay
abundantes conductos, que remiten a géneros anteriores, como la épica, que sin
ciudades –o paisajes míticos– y batallas no podría pensarse. El paradigma
moderno fue el Ulises de Joyce, con
su vasto registro paródico de las voces de Dublín. Tampoco hay que olvidar el
homenaje a Nueva York en los montajes de Manhattan
Transfer, de John Dos Passos, una
novela contemporánea del Ulises y
también de las primeras versiones de otra rarísima novela ambientada en Nueva
York: En babia, del puertorriqueño J.I. De Diego Padró. Antes de pisar las calles de Circular vale decir que en estos años de remixes, reduxes, splicings, montajes; en fin, de la tecnificación de los juegos experimentales de las vanguardias de principios del siglo XX, Vicente Luis Mora consumó el hoax de Quimera. El número 322 de septiembre de 2010 lo redactó él, plagiando estilos de colaboradores y usando 22 seudónimos y nombres de varios autores que lo consintieron. De manera que el humor sin crueldades irreparables parece ser una marca de este autor que tiene el don de la música y se divierte escribiendo. Simpatizo con el temperamento que describe el narrador de Circular cuando levanta la vista de un libro leído en un tren, (“el medio literario de transporte por excelencia”):“estado nimboso, lisérgico y poco razonable”.
Por lo mismo que escribir divierte, no puede desprenderse de una inquietud sobre el propósito, aunque ninguno sea más válido que otros, ni haya dominantes entre las muchas inclinaciones de un autor, desde el juego de palabras hasta la propuesta más radical: intervenir en lo real. Circular, en la primera edición, la que leí, interviene en lo real para intercalar en el libro el retrato del artista joven, la crónica de una vocación y sus giros; ese autor que a veces habla y que con frecuencia se transforma en alguien que otro ve: “el chaval de negro que escribe”.
El “callejero” del libro tiene tres secciones: Las afueras, Paseo y Centro. Cada sección consta de fragmentos llamados por nombres de calles o sectores. Mi familiaridad con Madrid es mínima, de modo que no puedo juzgar la relación entre la identidad de un lugar y los textos que se le asocian en un dechado de escrituras: más de doscientos relatos breves, poemas, pasatiempos, citas de textos literarios, chistes, ensayos cortos, anuncios publicitarios, columnas combinatorias, acertijos y espacios en blanco.
Dos páginas en blanco siguen a una reflexión sobre la cámara anecoica, un espacio totalmente sellado donde solo se escucha el sonido del propio cuerpo. Comprobé que esa página en blanco “funciona” como estación de recogimiento y descanso de la letra. Sin mayores alardes en diseño grafico, Circular quiere insinuar desde el papel la simultaneidad y conectividad del híper texto, pero en clave profunda. La milenaria tecnología del libro demuestra su eficacia cuando la pantalla vuelve a ser página, no de la manera ostentosa que exploró el Julio Cortázar tardío en sus artefactos bibliográficos (La vuelta al día en ochenta mundo, Último round, el cómic Fantomas y los vampiros multinacionales) sino en la tesitura de Rayuela: la simulación de tridimensionalidad desde el plano; o en la gozosa parodia del viaje de aventuras que escribieron Cortázar y Carole Dunlop, Los autonautas de la cosmopista, apuntes al margen de las predecibles rutas vacacionales de los franceses de clase media.
“Así pues, Circular no tiene estructura, pero sí
sistema”, escribe el autor en el epílogo. “Este libro se presenta más bien como
un intento de superación de la posmodernidad al más cervantino modo: la
parodia… Hacer un libro donde se defiende, deslinda, acota, profundiza y glosa
la idea de centro… No sabemos todavía el
nombre de lo que hay después de la posmodernidad, pero intento escribir ya
desde ese territorio innominado”.
El círculo es imagen de fijeza en el movimiento como el
libro es imagen de intertextualidad y ruptura. Circular incluye un doble homenaje: a los escritores mayores y a la
“escritura de oído”. Juan Ramón Jiménez, Francisco Umbral, Cixous, John Cage,
cronistas de ciudades, poetas de talante filosófico, Paz, El mono gramático, uno de los referentes literarios más
importantes. Calvino está presente en las calles mágicas. Reflexionar sobre el
lenguaje, dice el autor, es otro de los fines de este libro que es, a la
postre, un libro de voces.
Para mí que la distinción entre estructura y sistema
tiene que ver con el lugar del observador. Cuando la voz narrativa se sitúa en
la inmediatez y se confunde con los acontecimientos que cuenta –esa técnica
mimética, del discurso indirecto es la del Ulises- encarna el caos de la materialidad inmediata.
Otro lugar es el de la convención del relato cerrado “bien hecho” y predecible,
que remeda una falsa unidad orgánica muy alejada del realismo auténtico. La
escala del observador narrador en Circular
es oscilante. Hay un plano regulador abstracto, como si se observara la ciudad
desde una altura satelital: es la escala del cartógrafo. No obstante, el pulso
del relato breve, casi siempre armado con diálogos, le permite (al portador de
la cámara que registra) acercarse y tomar muestras en la carnalidad de un
momento climático –la angustia de la soledad – o en un retrato instantáneo de
la banalidad del mal y del bien.
También puede invocarse la metáfora del mapa para
articular los nudos del espacio textual y hacer visibles sus relaciones
estructurales. No se trata de tramas subordinadas a un puñado de tramas
dominantes -la imagen circular por fuerza evoca el universo dantesco con sus
tres círculos concéntricos, pero sin jerarquías totalizadoras- ni hay unas
relaciones de causalidad evidentes, al modo de la definición que hace E.M.
Forster de una trama. Sin embargo, en literatura, donde hay un mapa hay un
misterio, que puede ser un crimen o algo más enigmático. En todo caso debe ser
un misterio que incite a leer, a pasar a la siguiente estación, a la siguiente
calle, sin prisa por llegar ni curiosidad de saber el desenlace.
Circular aprovecha
la adicción al asombro que es virtud del cuento breve. Sobre todo, evoca la
aventura iniciática del aprendizaje de la lectura. Se aprende a leer un libro
como se aprende a leer la forma de una composición musical exótica. O, más
bien, se recuperan formas olvidadas de lectura, y esa recuperación lúdica seduce.
Una vez “se le coge el compás” a este libro se puede optar por lecturas
salteadas. O leer como hice yo: del salto a la lectura lineal; disminuir la
velocidad de la autopista y entrar en una de esas barras oscuras y genéricas
donde la parada forzosa y la sordidez obligan a tomar conciencia del tiempo, de
la inutilidad de la vida, del automatismo: “Durante esos seis años pasaron por
delante de su barra doce mil quinientas personas que … no le veían, porque tenían
ya los ojos puestos en Madrid, en Valencia, en los kilómetros por recorrer…”; o leer en la parada Museo Reina Sofía, un
collage sobre “patologías mentales”; o compartir el sexo urgente y distante en
el asiento trasero de un automóvil, mientras en un restaurante del centro, “hay
dieciocho mesas y apenas setenta personas, pero caben todas las posibilidades”.
Patrones y ritmos, motivos recurrentes. Abunda un
escenario: alguien pretende alquilar un piso, alguien se suicida en un piso,
alguien es expulsado de un piso, a alguien le cuentan la historia del inquilino
anterior de un piso. Son relatos que evocan al Auster más cautivador y al Calvino
que elogia la levedad entendida como “disolución de la compacidad del mundo, en
percepción de lo infinitamente minúsculo y móvil y leve (pues) la verdadera
realidad de esa materia está hecha de corpúsculos invisibles… La mayor
preocupación de Lucrecio parece ser evitar que la materia nos aplaste”. Recuerdo
el relato del coleccionista de entradas de conciertos que no se habían
celebrado, de hojas en blanco, de fotos de mujeres muertas, porque “adora las
cosas que no ocurrirán jamás y las hermosas a las que nunca tendrá acceso”; el
diálogo sobre una mujer buena y hermosa cuyas perfecciones provocan el odio de
sus vecinos; el homenaje a las series de suspense
en torno a un hombre incapaz de dormir y de moverse, pues solo escucha “la
música de la vida” en los apartamentos
de su edificio y la violencia de la calle; la cómica desubicación de los
informes burocráticos de los urbanistas; el mercado donde se pierden las
palabras con los objetos que designan (palabras como esquife, garrocha, mandil,
miriñaque, crespón); y, para mí, el pasaje más desgarrador del libro: “La canción
del olvido. Contenedor de basura”, una enumeración atroz.
Otra nota podría dedicarse a las advocaciones de Madrid,
propias y ajenas: plano a escala de todo; ciudad archipiélago; ciudad hermosa,
cruel, deshabitada; ciudad absurda, brillante y hambrienta; ciudad global;
ciudad de más de cinco millones de cadáveres; ciudad género literario; un
universo hacia el big crack; ciudad imposible, como Jerusalén,
pero que existe, como Jerusalén; ciudad libro de citas; ciudad como un libro: nueva,
llena de vías a estrenar.
A propósito del Ulises,
Hermann Broch hizo el cálculo de que “dieciséis horas de vida descritas en
1,200 paginas equivalen a 75 páginas por hora, es decir, más de una página por
cada minuto, o sea, aproximadamente una línea por segundo” (“James Joyce y la
época actual”). Uno de los personajes dialogantes de Circular, lamenta la operación inversa, esa compresión de la
experiencia que parece ser la condena del presente: “… el realismo no puede ser
total, tiene que ser selectivo. No puedo escribir un libro sobre una ciudad y
reproducir en las dos horas y media que llevará leer el libro dos horas y media
de la vida de Madrid, cualquier día”.
Hay un lado oscuro, trágico, del fragmento; el vacío
que llega a rodear sus escalas dispares, indefensas ante el tiempo devorador. Pero
Circular promete ser “interminable”.
Sobre la segunda edición (2010) informa el autor, “el libro se ha
hecho más global y aparecen más ciudades, más países. Una tercera parte completa
sucede en Marrakech. En las últimas versiones se ha ampliado el castellano
utilizado y aparecen más culturas. Hay también microrrelatos en inglés y en
francés”.
A
diferencia de tantas escrituras crepusculares de la “posmodernidad tardía” (que dan cuenta de
la mediocridad de la especie y de la vulgaridad de sus postrimerías, o que se
ahogan umbilicalmente en la encerrona de un “hombre fino” condenado a vivir en una
sociedad de inferiores), Circular me
comunica solidaridad, nervio, lucidez y la hermosa probabilidad de que cuando
yo me vaya los pájaros seguirán cantando y autores como Vicente Luis Mora seguirán
escribiendo.
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