martes, 21 de agosto de 2018

Líneas cantadas. A propósito de Cocinando suave, ensayos sobre salsa: tercera y última parada



Otra línea abre una discusión sobre género en el campo masculino de la salsa. Son los ensayos de Frances Aparicio y Licia Fiol Matta, centrados en Myrta Silva, La Lupe, Celia Cruz y La India. En la personalidad escénica de Silva, se llevó a la televisión con éxito el espacio del performance: lo monstruoso, lo estrafalario y el sentido del humor cruel… en personajes que ella representaba como “sujeto alucinante” queer. En esa tapadera del lado excéntrico del panteón se fija el ensayo de Licia Fiol Matta sobre Myrta Silva. La performera queer por antonomasia, si fuera posible una antonomasia queer, convirtió lo degradado en espectáculo con una dosis de ética cínica, según Fiol –Matta. La artista se llevó a la tumba, cinismos aparte, la sensibilidad herida de que no se reconociera su talento de compositora de boleros. La crueldad hacia lo diferente es uno de los fondos del producto cultural mercadeable; apunta a su lado reductor problemático.


El ensayo de Frances Aparicio se centra en la figura de la India y de cómo se construyen las genealogías de una mujer en un campo cultural testosterónico. La India reorganizó el suyo para sembrar su tradición rezagada, al sacudir el dominio de la reina, Celia Cruz,  y reclamar un espacio memorioso de fundadora para La Lupe.
En la crónica de Ana Teresa Toro, “Las viudas de la salsa”, también se estremece la masculinidad gestual del salsero.  La subjetividad femenina se acerca entre la repulsión y la solidaridad al raro comportamiento de una identidad frágil, y construye, de paso un punto de mira refrescante en nuestra galería de cronistas desdeñosos. De manera análoga el acercamiento a una figura paterna, un hombre obsesionado con las afirmaciones de virilidad que se sellan en la salsa y en el cuerpo del policía, configuran el ensayo de Jossianna Arroyo. Estos asedios a la construcción de la masculinidad por vía de la salsa tienen un contrapunto en el relato de un músico que trabajaba en los muelles, cuyo fantasma debe recorrer las calles de Puerta de Tierra, muy cerca de aquí: “Avísale a Papy Fuentes”, de Omar Torres Kortright.  La entrevista con el bongosero Papy Fuentes, que forma parte de la investigación para un documental sobre el cantante Chamaco Ramírez, tiene el encanto de un final luminoso: la resurrección de un hombre espléndidamente bueno que se daba por muerto.
Otro avatar del panteón salsero y sus genealogías se lee en el ensayo de Juan Otero Garabís sobre una expresión de la música callejera tradicional: los pregones. Los vendedores ambulantes convertían las calles pueblerinas en escenarios teatrales. En algunas letras de salsa quedan ecos de los pregones, o anuncios de mercancías apetecibles y servicios que se cantaban en los barrios de Puerto Rico: los anuncios cantados del amolador, del vendedor de fuerza (mondongo), de maní tostado. Sus voces se recogieron en temas de salsa, muy particularmente en los sones del Conjunto  Clásico. El ensayo de Otero Garabís se relaciona con los de Juan Flores y Ángel Quintero en su acercamiento a los procesos de conservación y mutación de identidades culturales. Me lleva a un libro generoso en relatos de vidas musicales. Música y músicos portorriqueños, publicado en 1915 por Fernando Callejo Ferrer con el pretexto de recaudar fondos para los estudios de canto de su hija Margarita en Milán. Buena parte del  libro de Callejo se dedica a los músicos que dieron vida a otra música de la calle, más institucional pero no menos entrañable: las retretas. En ese escenario sobresalieron los Tizol, antepasados de Juan, el trombonista y compositor de la orquesta de Duke Ellington.


Hiram Guadalupe Pérez, historiador de la salsa, abre un espacio en la línea de los panteones para dejar constancia de “la salsa underground neoyorquina”,  en una evocación de los grupos marginados por la maquinaria mercantil que fue Fania, revelando las tachaduras que la disquera dejó a su paso y rescatando nombres. En pocos años, comenta Guadalupe, Fania acaparó la industria discográfica latina, sacando del mercado a numerosos sellos pequeños, “portaestandartes de una salsa inteligente y de conciencia”, para obligar a sus artistas exclusivos a forjar un estilo homogéneo.
Las crónicas y los reportajes son los espacios vitales del libro. Son también escrituras de jóvenes. Incluso en el texto de Christian Ibarra, con fotos del venerable Ricardo Alcaraz,  sobre los concurridos funerales de Cheo Feliciano, el cierre monta un broche de buen humor: “Sí, como se dice, a la familia se le conoce en la desgracia, éramos muchos y parió la mula”. Estas crónicas apuntan a un más allá de la muerte, como en el escrito de Jossianna Arroyo, un acercamiento a otro archivo: la colección de discos del padre, mientras que Ana Teresa ilumina con ironía el reverso delicado de un género viril, la delicadeza, la áspera ternura descubierta y vulnerable de una hombría que, como toda identidad impuesta con violencia, es también una carga.
La dura belleza expresiva del tamborero y su instrumento, recogida en ocho fotografías de José Rodríguez y entrevista del compilador del libro, César Colón Montijo. Se persigue documentar al músico en pleno movimiento muscular, en las tensiones y matices que procuran el éxtasis (pero en comunicación constante con los demás músicos del conjunto, pues al tamborero le toca “amarrar el ritmo”), así como dejar una imagen para que “las nuevas generaciones puedan observarlos y apreciarlos”.
La música bailable, festiva, limitada por el formato del disco, no da cuenta de todo lo que la salsa es, o fue. El ensayo de Rosa Elena Carrasquillo vuelve sobre los hilos de raza y sacralidad, a raíz de un peregrinaje de la autora a la ciudad panameña de Portobelo, para la fiesta del Nazareno. La canción de Ismael Rivera que lleva ese nombre se ha convertido, según Carrasquillo, “en un himno panafricano en el Caribe español”.  El sentido de la ruta se invierte en el giro de los sones comercializados del Caribe hacia el canto ritual, en un puerto que fue una de las venas abiertas por donde fluyó hacia Europa la riqueza de este lado del mundo.
La salsa, en la diversidad que revelan estos ensayos, ha tenido la vocación narrativa de la bomba y la plena. Ha contado historias, o, para citar a Otero Garabís, se ha acercado a “la crónica, el noticiero, a la tipificación de caracteres urbanos y suburbanos”, desde el canto de los soneros encarcelados y las memorias de los barrios, las fiestas comunales y familiares, hasta las Villas y la Montaña del Oso en Nueva York. Ese don explica que, tras el paso de sus músicos dominantes se siga escuchando con lealtad, y que sea tan concurrido el Día Nacional de la Salsa, recreado en crónica de Ana Teresa Toro, con mirada asombrada a los salseros de la familia Montijo, o que haya existido la catedral de la música latina, discos Viera, que reseña el cronista Élmer González con fotos del reincidente José Rodríguez, lugar que fue de tertulia para Tite Curet Alonso, Willie Rosario, Bobby Valentín y Tommy Olivencia.  O que la tierna crónica sobre Papy Fuentes firmada por Omar Torres Kortright, además de narrar el encuentro con una leyenda que fue un sencillo hombre de familia, pobre y leal a sus espacios vitales, dibuje una estampa de este barrio donde nos encontramos y una entrada en El Falansterio, el edificio gris corroído que representaba para los años en que se construyó, una esperanza de renovación.


De manera que este libro relativamente breve es un junte de ingredientes  contrastantes. En él he leído tres líneas cantadas que se cruzan. Hay una cuarta: la que pisa José Raúl González, Gallego, en complicidad con Hermes Ayala. Es el altar de sus amores y temores de poeta. Línea cantada de calle imponente y tierna, de barrio melancólico en la memoria, donde ante la pérdida de un anclaje se repasan los significados de una palabra, “barrunto”, que suena a desplome de barajas que caen, a truenos y dolores. Pero el barrunto de Gallego, deja en el ánimo un desplome liberado de la fuerza de gravedad, como si diseñara lo imposible, una caída  hacia arriba, en aire de comparsa, la exhalación de una festividad de pueblo llamada “hisla”. Con h muda. 









3 comentarios:

Natalia O. dijo...

Buenas tardes:

Trabajo en la Universidad de Friburgo, estoy haciendo una tesis doctoral sobre literatura insular y me interesa mucho conseguir su novela El cuarto rey mago. La he buscado por todos lados, pero no logro encontrarla. ¿Podría ayudarme e indicarme cómo puedo obtenerla?

Muchas gracias.
Atentamente
Natalia O.

Marta Aponte Alsina dijo...

Natalia, no dejas dirección adonde escribirte. Comunícate al correo que aparece en el perfil. Gracias.

Marta Aponte Alsina dijo...

Perdona, Natalia. Veo que no aparecen mis datos en el blog. Traté de comunicarme contigo, pero no fue posible. Puedes escribirme a aponte@caribe.net. Me interesa mucho el tema que estudias. Puedo enviarte el libro.

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