Ya en la
segunda década del siglo 20, con la emigración hacia Nueva York, se abre una
vertiente de cosmopolitismo, expansión lateral de la ciudad en los textos del
exilio, sumada a un nuevo planteamiento de la relación entre literatura e
identidad. Ese fenómeno caribeño de las islas portátiles, cuyas poblaciones
viajan continuamente entre las tierras de origen y los centros metropolitanos
del norte, primero por mar y después en “guaguas aéreas”; depositadas por el
impulso de su movilidad forzosa en situaciones que desafían la rigidez de
identidades recibidas y asumidas, se altera en contacto con otras experiencias.
La ciudad se duplica en el espejo de la otra realidad urbana; revistas como Índice
se desdoblan en empresas como Gráfico, dirigida por Bernardo Vega en
Nueva York, al igual que la revista de “alta cultura” que fue Asomante
encuentra un espíritu afín en la neoyorquina Artes y letras fundada
por la líder feminista Pepiña Silva de Cintrón, al grado de que no puede
hacerse un estudio serio de la literatura puertorriqueña a partir de la segunda
década del siglo 20 sin incluir la literatura de las comunidades migrantes.
La realidad urbana del desarraigo, sobrepuesta al deseo de conservar núcleos
vitales de sensibilidad, produce un nuevo sujeto, que Pedro Pietri llama “out
of focus Puerto Rican... who managed to sneak the ocean into the third hand
sentimental indestructible maleta which passed through customs
undetected/Making it possible for us to be in dos casas at el mismo
tiempo!”.[i] Esa ciudad en múltiples tiempos y espacios es
objeto de reapropiación para el viajero que huye y, tarde o temprano, sin
detener el andar, regresa, tanto en los compases de la canción En mi viejo
San Juan como en la poesía de Manuel Ramos Otero, cuando, parodiando a
Kavafis, habla del retorno a una isla que no es Itaca.[ii]
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