jueves, 31 de julio de 2008
Sexto sueño
Por Cristina Rivera Garza
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
El libro, que responde al nombre de Sexto sueño, anduvo un par de meses, precisamente, en el sexto sueño. Me lo había llevado conmigo de viaje hacia la costa oeste pero, entre una cosa y otra, seguramente por la fascinación que sobre mí siempre ha ejercido el Pacífico, lo perdí. Se lo comuniqué a su autora; le dije a Marta Aponte Alsina con mucho de pena y otro tanto de remordimiento que había querido escribir algunos comentarios sobre su más reciente novela pero que, por desgracia, el libro se me había ido al sexto sueño. El comentario, a ella, la hizo reír y también la hizo considerar la posibilidad de escribir un cuento (al menos eso me dijo). Yo, por mi parte, anduve pensando con mesurada testarudez en el libro, tanteando la posibilidad de escribir algo sobre ese libro alucinante sólo con base en los recuerdos que se negaban a irse, en el eco refinado de algunas de sus frases, en la estructura explícitamente piramidal del relato, pero no logré decidirme. Lo último que le dije a Marta Aponte Alsina acerca de su libro fue, sin embargo, que estaba segura de que regresaría. Algo que no se va de la cabeza, imaginé, no tiene de otra más que regresar. De una o de otra manera, en el momento menos pensado, sé que encontrará su camino de regreso. Eso dije. Pasaron los días (porque lo propio de los días es pasar) y hoy, mientras colocaba libros y otras pocas pertenencias en un par de cajas de cartón con dirección a la próxima casa, lo encontré. Porque, como bien dice Aponte Alsina del sexto sueño, “No se deja buscar, pero se encuentra”.
En efecto, el libro salió, azul y exacto, de un sobre amarillo, tamaño carta. Salió como un recién nacido de ese lugar del vientre que es el extravío. Recordaba, por supuesto, que una de las definiciones del sexto sueño era aquel estado nebuloso, propicio para la escritura, que se encontraba después del quinto sueño (un lugar ya de por sí bastante alejado de la realidad). En la novela, esto también lo recordaba con suma claridad, una abuela acusaba a su nieta, la protagonista de nombre Violeta Cruz, de encontrarse en el quinto sueño, sólo para que la nieta retobara con flagrante complicidad y estirándose con placer que no estaba en el quinto, sino en el sexto sueño. Allá. Lo que no recordaba, no había manera, era que Marta Aponte había escrito hacia final de la novela que “Si el sexto sueño fuera un lugar sería tu casa, lector cómplice”. Heme aquí, pues.
“Soy cortadora de hombres y compositora de boleros”, dice Violeta Cruz de sí misma en las primeras páginas de esta novela. Tan directa como mordaz, tan sucinta como punzante, la anatomista de profesión avanza en su tarea con la exactitud del escalpelo: “traer del más allá uno de los seiscientos cadáveres que disec[ó] en [su] carrera”. Elegido a través de un método tan aleatorio (una serie de números aparecidos en una sesión espiritista) como del que se había servido el ahora cadáver para seleccionar a su víctima (un niño al que asesinaría con saña en el así llamado “crimen del siglo” a inicios del XX y en Chicago), Nathan Leopold se convierte en la ausencia que convocará a las palabras para producir, paso a paso, su vida. Resucitar es un verbo atroz. Se trata, en efecto, del sonado caso de aquel hombre que, junto con Richard Loeb, por aquel entonces ambos estudiantes de la Universidad de Chicago, recibiría una condena de por vida por asesinato, más noventa y nueve años por secuestro. Se trata del mismo hombre que, después de sobrellevar 33 años de prisión, decidió trasladarse, de entre todos los lugares de los Estados Unidos, a Puerto Rico, la isla donde según confirman documentos varios se casó con una florista y cultivó la filantropía hasta el día de su muerte en 1971. El tema, que ya ha fascinado a autores de tan variada estirpe como Alfred Hitchcock o Richard Wright, se transforma en un verdadero tour de force en la prosa lúcida y feroz de la puertorriqueña Marta Aponte Alsina. En la caja china de su propio abismo, con un sentido del humor que son en realidad muchos, “[e]n el sexto sueño los muertos se pasean por el cuerpo de los vivos. O, para expresarlo en palabras demasiado claras: se siente vivir a la muerte”. Esto, francamente, es cierto.
En el epígrafe de María Zambrano que precede a la novela, hay una referencia explícita al momento que persigue la novela: se trata del instante último, del segundo imperecedero en el que se deshace “ese nudo que une aún a las almas de los recién muertos con el aire de la vida”. Y, para contar eso, ¿se le atrapa o se le deja ir? “Una novela no se descuartiza como un cadáver”, asegura la novela de Marta Aponte Alsina. “Se construye como las pirámides, escribió Flaubert”, añade, segura de sí misma. Sólida. Pero esta novela piramidal que es en realidad un sueño que está más allá del quinto, está narrada (al menos en una de sus instancias) por alguien que corta (aunque cortar no de derecho a contar). De capítulos breves y saltos en el tiempo, con súbitos cambios entre la primera y la segunda y la tercera persona, metanarrativa a ratos, autoimprecadora en otros, la novela es un cadáver descuartizado sobre una mesa que parece una pirámide. Cómplice lector: “Los muertos son amantes caprichosos”, eso también es cierto. En algún momento de la novela, justo después de que la doctora Cruz ha conocido a un hombre muy hermoso, la novela declara que “los hombres son vasos frágiles”. La misma novela ha dicho antes lo mismo, en voz del Resucitado, acerca de las mujeres. La idea del recipiente. Y ese vaso que, de acuerdo con Rilke, se rompe, como todo, dentro de las venas. Un estrépito. Así apareció Sexto sueño desde las entrañas de un sobre amarillo, tamaño carta, todavía con el aroma del Pacífico. Así se queda.
Maria Aponte Alsina, Sexto Sueño (Madrid: Veintisiete Letras, 2007)
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1 comentario:
Y Sexto sueño continúa soñando los comentarios que suscita. Tal vez porque su autora la puso en ese lugar de ensoñación que permite una escritura a la vez piramidal (la estructura imaginada por el soñador Flaubert) y delirante (rasgo que sabiamente agrega desde su profundo sueño caríbico la soñadora Marta Aponte Alsina).
Excelente comentario. Abrazos
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