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“Cada segundo nos aleja como si fuéramos dos barcos que viajan despacio, en direcciones opuestas. El tiempo se estira cuando queda poco”, dijo una semana antes de morir. Lloré, le eché a culpa a los polvos del Sahara. Mi cuerpo sano no intuía la atrocidad del dolor: entre el llanto y la pérdida cabe el universo.
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